lunes, 13 de septiembre de 2021

8.3. ¿Son los jóvenes y adolescentes como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde?

 


Venimos de aquí: El mayor problema que tienen los jóvenes y adolescentes: Doctor Jekyll y Mr. Hyde (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/09/82-el-mayor-problema-que-tienen-los.html).

Tras la lectura de la novela y el breve análisis que hicimos de ella en la primera parte, toca ahora profundizar en dicha historia y ver su relación con la enseñanza bíblica. Aunque ya lo dije, vuelvo a matizar que el título debería incluir no solo a los adolescentes, sino a todos los seres humanos, independientemente de la edad que tengan. Si he citado únicamente a los jóvenes, es porque este escrito está dirigido a ellos y, claro está, a los padres para que puedan hablar con ellos de estos temas de forma amena pero profunda.

El bien y el mal
Existen ciertas cuestiones que la humanidad se ha planteado desde tiempos inmemoriales: ¿Cómo es posible que la raza humana haya “creado” genios en todas las áreas y facetas como Beethoven, Mozart, Ghandi, Michael Jordan, Luther King, Steven Spielberg, Groucho Marx, Miguel Ángel, Velázquez, Einstein o Alexander Fleming, y,  al mismo tiempo, hayan existido monstruos como Hitler, Sadam Hussein, Pinochet, Rasputín, Stalin, Slobodan Milosevic, Bin Laden, Gadafi o Kim Jong-il? ¿Cómo es posible que hayamos fabricado cohetes para llegar al espacio exterior, aviones que sobrepasan la velocidad del sonido, edificios arquitectónicamente perfectos de más de cien plantas y, de igual manera, creado armas de tal potencia que podríamos destruir este planeta decenas de veces? ¿Es cierto que en el hombre su inteligencia va pareja a su crueldad? ¿Por qué somos capaces de dar nuestra vida por un desconocido y también arrebatar la vida de nuestro ser más querido en un arrebato de locura?
La realidad es que somos capaces de lo mejor y de lo peor. Ese es nuestro contraste, nuestro “yo” inseparable. El bien y el mal, el amor y el odio, el afecto y el desprecio, conviven en nuestro interior en aparente armonía. El alienígena de la película “Contact” nos definió perfectamente: “Sois una especie interesante. Una mezcla interesante. Capaces de los sueños más hermosos y de las más horribles pesadillas”.
La mayoría de nosotros no somos ni genios ni monstruos, pero sí llevamos en nuestro interior un pequeño genio y un pequeño monstruo. Esa es nuestra inequívoca condición dual. Como alguien dijo: “Toda foto brillante tiene un negativo oscuro”.
Los antropólogos y sociólogos humanistas que ignoran a Dios en sus postulados desprecian tales ideas, como el conocido psiquiatra español Luis Rojas Marcos en su libro Las semillas de la violencia, que lo achaca todo a “la versión laica de un paradigma fascinante que encontramos en el corazón de la mitología cristiana y que ha perdurado durante siglos: la doctrina del pecado original”. Y así expone sus ideas que chocan frontalmente con las Escrituras: “Es obvio que un grupo reducido de la población lo forman seres envidiosos, vengativos, psicópatas, tiranos, violadores, asesinos. Pese a esto, no haría justicia a la realidad humana si no os recordara un hecho tan reconfortante como cierto: la inmensa mayoría de las personas son compasivas, tolerantes y pacificas. El rechazo de la violencia es uno de los atributos de los seres humanos. La prueba es que nuestra especia perdura. Si fuéramos por naturaleza crueles y egoístas, la humanidad no hubiera podido sobrevivir mucho tiempo. Ninguna sociedad puede existir sin que sus miembros estén continuamente ayudándose los unos a los otros [...] la violencia humana no es instintiva, sino que se aprende”[1]. Para ser psiquiatra, es tremendamente optimisma, y está profundamente equivocado.
No hace falta irse a las grandes desgracias que suceden en este mundo. A nuestro alrededor lo vemos a menor escala: ¿Cómo es posible que, cuando alguien trata de adelantarse al número que le corresponde en su cita con el médico o en la cola del carnicero, el resto de los presentes saltan como buitres? ¿Y qué de la violencia verbal que salta igualmente cuando las circunstancias son contrarias? ¿Por qué muchos mienten cuando se ven en apuros? ¿De dónde surge el odio entre aquellos que expresan distintas posturas políticas y que derivan en los nacionalismos más radicales? ¿Por qué sale de nosotros el genio cuando estamos conduciendo y nos encontramos en medio de un atasco o alguien hace una maniobra que nos pone en peligro? ¿Por qué nos cuesta tanto respetar a los que piensan de forma opuesta a la nuestra? ¿Pacíficos por naturaleza? Señor Rojas, aparte de a usted mismo, ¿a quién quiere engañar?
Si somos tan buenos, ¿por qué aprenden con tanta facilidad los niños el mal y es tan difícil inculcarles el bien? ¿Instinto o educación? Dios mismo responde: “El intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Gn. 8:21). Es cierto que no todos somos genocidas ni maltratadores, pero el mal forma parte de nosotros: basta que nos toquen una zona sensible del alma para que saltemos. Recordemos que el mal es, ni más ni menos, lo contrario a la voluntad perfecta de Dios.
No todos los psiquiatras opinan como el señor Rojas, ni son tan favorables sobre las supuestas bondades de la naturaleza humana. Aceptan que la maldad sí es innata en nosotros, aunque crecerá de una manera u otra dependiendo de ciertos factores, como puede ser la educación, el ambiente social, etc. Aunque estos factores influyan, el instinto primario hacia el mal –que implica hacer lo contrario a los deseos de Dios- está presente desde que nacemos.

El cuándo y el porqué de la semilla
Todos los seres humanos hemos nacido con una semilla que forma parte de nuestro ser. Esa semilla que nos impulsa y que nos inclina hacia el lado errado trae como fruto el mal, tomando forma en nuestras palabras, pensamientos y hechos, de forma o más o menos intensa. Es como estuviéramos atados a una pesada cadena y una mano invisible tirase de nosotros hacia nuestro lado menos amable. ¿Te has preguntado alguna vez por qué hay ocasiones en que haces y dices lo que no quieres hacer ni decir? ¿Ha llegados a expresar con tu propio vocabulario la idea que transmitió Pablo de sí mismo: “Lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco” (Ro. 7:15)?
Tenemos primero que preguntarnos desde cuándo y por qué tenemos esa simiente en nuestro interior. Cuando Dios creó al ser humano, en él no había mal ni corrupción; Salomón lo describió así: “Dios hizo al hombre recto” (Ecl. 7:29). Tanto el hombre como la mujer fueron creados libres pero sin la propensión al mal, y con una única naturaleza, al contrario que lo que afirmaba el Doctor Jekyll. Pero ocurrió algo que todos los cristianos saben: “El pecado entró en el mundo por un hombre (Adán), y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12).
En el huerto del Edén, el hombre y la mujer fracasaron. Desobedecieron a Dios y pagaron unas consecuencias terribles: la expulsión del Paraíso, la separación del Creador y, en consecuencia, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Nuestra naturaleza quedó corrompida. Caímos por completo. Desde aquel instante, quedó plantada en nosotros una semilla que, con el paso del tiempo, crecería más y más. Podríamos llamarla de muchas maneras: “naturaleza caída”, “el mal”, “la incapacidad de hacer el bien según los patrones de Dios” o de otras formas. Era, y es, como una enfermedad, un virus, un cáncer, que se transmitió de generación en generación, propagándose por todo el género humano como si una piedra de varias toneladas de peso hubiera caído en un lago, provocando ondas y removiéndolo absolutamente todo. Esa es la herencia que nos dejó Adán y por la cual quedamos “infectados”. Nuestra naturaleza original fue corrompida. Pasamos de tener una sola naturaleza inclinada al bien a una sola naturaleza podrida por el pecado e inclinada al mal, plantada en nosotros por herencia, que afecta por igual a todas las etnias y razas del mundo. Dios mismo lo observó tiempo después, cuando el hombre comenzó a multiplicarse sobre la faz de la tierra: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gn. 6:5).
El hombre pensaba en nuevas formas de hacer el mal de manera continua. Y así ha sido desde la caída. Fue el ser humano el que pensó en el asesinato, en la violación, en el aborto, en todo tipo de aberraciones sexuales, en el maltrato físico y psicológico, en las blasfemias hacia el Creador, en las mentiras, en la hipocresía, etc. En definitiva, en todo tipo de maldad que nos podamos imaginar.
Como consecuencia de todo esto, desde que nacemos, en menor o mayor grado, con más o menos consciencia de nuestros actos, queriendo o sin querer, llevamos a cabo obras y acciones que son el resultado directo de esa naturaleza caída. Esta es la gran diferencia entre la antropología bíblica y la humanista sobre la naturaleza humana. Mientras la primera enseña claramente que somos malos a causa de la naturaleza caída, la segunda especifica que somos buenos –o, al menos, neutrales-, y que es lo externo (la sociedad, la educación, el ambiente, etc.), lo que nos lleva a cometer malas acciones. Por eso, ellos, como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, hablan de dos naturalezas, cuando solo poseemos una desde la Caída. Dos puntos de vista irreconciliables.
Nada de esto quita que conservemos cierta capacidad de hacer el bien, incluso con nuestra naturaleza espiritual muerta, aunque no nos sirva para alcanzar la salvación. Por eso, podemos ver a personas que, sin ser creyentes, entregan todo su amor a sus hijos y se desviven por ellos, o a individuos que se lanzan al mar tras un desconocido que se está ahogando y que ni siquieran forma parte de sus familias. Y millones de historias que se podrían contar.

Continuará en: La única solución al gran problema de los jóvenes y adolescentes.


[1] Rojas Marcos, Luis. Las semillas de la violencia. Espasa Calpe, S.A.


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