* Por si alguien no entiende el título y no sabe lo que significa el
clásico enunciado español “mirarse al ombligo”: “Es
una expresión que se usa para dar a entender que una persona se abandona a la
autocomplacencia y al egocentrismo, es decir, se enfoca en sí misma y se olvida
de los demás. El origen de esta expresión proviene de una antigua costumbre
cristiana de los monjes hesicastas de la iglesia griega ortodoxa, quienes
acostumbraban dejar caer la cabeza durante la meditación, como si se estuvieran
viendo el ombligo”[1].
Venimos de aquí: Coronavirus: ¿Cómo es el mundo ahora y cómo será después? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/03/1-coronavirus-como-es-el-mundo-ahora-y.html)
Lo mejor y lo peor del ser humano
La psicóloga y escritora Lidia Martín, escribía hace
unos días estas palabras: “Tímidamente empiezan a verse determinados gestos
prosociales hacia los afectados por la situación, pero lo que se sigue palpando
en el ambiente es un terrible egoísmo. Esos gestos de cada uno de nosotros
llegan tarde. Porque ninguno nos preocupamos lo suficiente cuando esto afectaba
solo a China y nadie más. Incluso aunque ahora nos hayamos subido a cierto
carro solidario, lo hemos hecho porque nos salpica. Y la compasión hacia uno
mismo no sé si es de tanta calidad como la que deberíamos tener hacia los
demás, sálvese quien pueda. Eso es lo que el coronavirus y su expansión han
puesto de relieve para vergüenza de todo el mundo”[2].
En estos días estamos viendo lo mejor y lo peor de la
sociedad, lo que es digno de aplaudir y lo que es pura mezquindad. Por un lado,
a todos los que están arriesgando sus propias vidas, muchos de ellos
conviviendo con el miedo, para poder ayudar en esta situación tan dramática: todo el personal sanitario, farmacéuticos, limpiadoras, cajeros de
supermercados, transportistas, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, personas
que ayudan como voluntarios en situaciones complejas, que ofrecen sus casas a
médicos, que cuidan de sus hijos armándose de una paciencia infinita, que
ayudan a sus padres y ancianos en casa en la medida de sus posibilidades, que
ofrecen donaciones millonarias o que cosen mascarillas para los sanitarios de
forma altruista.
Por el otro, mientras la lista de muerte asciende a
más de 30.000 en todo el planeta, vemos a desalmados saltándose el
confinamiento –yendo a la playa, al campo, e incluso reuniéndose en la calle
para cantar o beber,- sin importarles la propagación del virus. A individuos
que tratan de hacer negocio con la necesidad y venden mascarillas a precio de
oro. A estafadores que anuncian curas y fármacos falsos contra el Covid-19. A
la fugada Clara Ponsatí burlándose de los muertos en Madrid con el mensaje “De
Madrid al cielo”, retuiteado a su vez por el también prófugo Puigdemont. A
Bolsonaro, el presidente de Brasil, señalando que el coronavirus es un
“resfriadito”. A la famosa actriz de la serie “Perdidos”, Evangeline Lilly, afirmando que ni ella ni sus
hijos guardarán la cuarentena. A la nadadora Mireia Belmonte quejándose porque
el Gobierno no le facilita una piscina para seguir entrenando. Al vice
gobernador de Texas, Dan Patrick, apuntando a que los ancianos estarían
dispuestos a sacrificar sus vidas y dejarse morir para así salvarguardar la
economía americana. A Carmen Calvo –la vicepresidenta del Gobierno- y a Irene
Montero –Ministra de Igualdad-, entre otras más, animando a asistir a las
manifestaciones feministas del 8 de marzo, cuando sabían que los contagios
estaban desbordados y a pesar de las tajantes recomendaciones de la OMS. A Rita
Ortega, concejal socialista, burlarse de una persona que decía que iba a
“rezar” por una señora infectada. A un
grupo de unas 60 personas de La Línea de la Concepción insultando y apedreando
un autobús y a varias ambulancias llenas de ancianos que estaban siendo
realojados en una residencia de dicha ciudad. A Sofía Suescun –una tertuliana
veinteañera de programas de telebasura y a la que hasta hace unos días ni sabía
de su existencia- presumiendo con su novio de su lujosa vida con un plato de
mariscos diciendo que si de ella dependiera la cuarentena sería eterna. A los
gobiernos alemanes y holandeses poniendo trabas a las ayudas económicas que
necesitan urgentemente Italia y España.
Aunque quiero creer que
algunos son meros comentarios desafortunados de personas que han errado sin
mala fe, todas estas palabras están
carentes de empatía y de completa sensibilidad hacia los miles de afectados y
víctimas, sumando actitudes sin solidaridad alguna. Muestran muy claramente
que mientras que a ellos no les afecte, el resto del mundo no les importa lo
más mínimo, como si los problemas de la humanidad no fueran los suyos, y que lo
único que quieren es seguir con sus propias vidas.
¿Y el resto del mundo? ¿Y nosotros?
Esto es lo que sucede cuando
las personas se miran única y exclusivamente al ombligo. Quizá nos lleguemos a
estos niveles de desaprensión hacía el prójimo pero también caemos en lo mismo.
Pero la realidad es que solo nos acordamos de los más de 34.0000 muertos
anuales en México por violencia cuando vemos la serie “Narcos” en Netflix. Solo
nos acordamos de los inmigrantes que huyen de sus países cuando los vemos
pasear por nuestras ciudades y los consideramos un estorbo para nuestra propia
economía. Solo nos acordamos del medio millón de muertos en la eterna guerra de
Siria cuando vemos en televisión que un bombardeo errado ha matado a decenas de
niños. Y nadie se acuerda de los 8500 niños que mueren cada día en el mundo de
desnutrición –algo evitable-, unos 6,3 millones de niños menores de 15 años,
uno cada 5 segundos.
Y así podría poner infinidad
de ejemplos: Venezuela, Corea del Norte, diversos países del continente
africano, de Oriente Medio, de Latinoameríca, etc. Si somos sinceros, la inmensa
mayoría dirá que nada de esto le inquieta el sueño lo más mínimo. La
indiferencia de la población ante esta realidad es pavorosa. Ha tenido que
venir un virus a recordarnos de golpe nuestra debilidad y que cualquier
fatalidad puede afectarnos a los europeos al igual que a cualquier otro
ciudadano del mundo. Mientras tanto, la inmensa mayoría de la población se
dedica a discutir por sandeces y a poner mala cara, y a enfadarse absurdamente
por temas de la vida cotidiana que no tienen mayor importancia.
Igualmente, durante estos
días, muchos de los que están sanos se sienten amargados por el “sacrificio” y
el “fastidio” que les supone estar encerrados en casa y no poder disfrutar de
todo aquello que les gusta: espectáculos deportivos, salir a cenar, a los
centros comerciales a pasar la tarde o a comprar, a fiestas, a pubs, a
discotecas, a botellonas donde corra el alcohol, etc. Y todo eso a pesar de que
–salvo los que están al pie del cañón jugándose su propia salud y a aquellos
que están enfermos o han perdido seres queridos-, están cómodamente en sus
casas, donde tienen suministro eléctrico, agua, refrescos, comida, butano,
Internet, televisores de alta definición y todo tipo de artilugios electrónicos
como móviles, ordenadores y tablets. Lo único que desean es que la crisis del
coronavirus acabe para volver a retomar la misma senda anterior y olvidar esta situación que consideran una pesadilla
porque ven que el infortunio y la muerte les puede alcanzar.
Dicho esto, no me olvido de
otra realidad: si el resto de Europa no deja su egoísmo a un lado y arrima su
hombro, la crisis económica que se nos viene encima a ciertos países puede ser
bastante aguda. En el sur de Italia es algo que ya están empezando a comprobar
las familias más necesitadas. Es por eso comprensible cierto componente de
ansiedad que pueden estar experimentando muchas personas sobre el porvenir.
Como de la ansiedad sobre el futuro hablaré ampliamente en otra de las
lecciones, me limito ahora a señalarla. Mientras, retomemos el tema.
La sociedad –especialmente la
Occidental- vive en una burbuja donde el fin máximo es la búsqueda del placer
personal. Mentalmente está adormecida en su “Matrix” particular, la cual ha
sido programada por las élites que nos gobiernan y nos ofrecen Panem et
circenses, logrando que la población
cierre sus ojos ante la realidad en que
viven millones de personas en el mundo. Son las consecuencias visibles de una
sociedad moralmente enferma. En muchos aspectos, tenemos el mundo que nos
merecemos y que nosotros mismos hemos forjado día a día con ahínco.
Por eso, padeciendo “la
enfermedad del ombligo”, ensimismados como estamos en nosotros mismos, parece
que lo único que nos importa son “mis problemas”, “mis carencias”, “mis
necesidades”, “mi dolor”, “mi tristeza”, “mi vida”, “mi felicidad”, “mis
sueños”, “mis anhelos”, “mi bienestar”, “mi yo yo y yo”. Nos creemos el centro
del mundo. Infantilismo y “ombliguismo” puro y duro.
¿Cómo revertir nuestra actitud?
¿El ejemplo a seguir para
revertir este trastorno del alma? Nuevamente lo hallamos en Jesús. Fíjate en la
escena de la cruz y visualízala en tu mente:
- Había sido apaleado.
- Físicamente estaba exhausto.
- Tenía una sed angustiosa.
- El dolor que le provocaban
los clavos era insufrible.
- El esfuerzo que tenía que
hacer para levantar su caja torácica y respirar resultaba agonizante.
- Siendo quién era, estaba
soportando la humillación de los que se burlaban.
¿Qué hizo “en medio de” dicho
calvario?
- Se preocupó por su madre,
hasta el punto de decirle que no quedaría sola puesto que Juan sería su nuevo
“hijo” (cf. Jn. 19:26).
- A su vez, le dijo a su amigo
Juan que María sería “su madre” y que la cuidara (cf. Jn. 19:27).
- Animó a un ladrón y asesino
arrepentido crucificado a su lado prometiéndole que en ese mismo día estaría
con Él en el paraíso (cf. Lc. 23:43).
¡No pensó en Él sino en los
demás! ¡Asombroso! ¡Digno de imitar! Mirar por los demás fue una máxima que
cumplió durante toda su vida, le fuera bien o le fuera mal en esos momentos a
nivel personal: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque
estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mt. 8:36). En Él vemos la plena
demostración del amor de Dios. Por eso el texto más famoso de la Biblia, o al
menos el más citado, es Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna”.
¿Es desagradable al paladar e
incomoda la situación que estamos viviendo? Sin duda alguna. Pero, teniendo
este modelo de conducta, en lugar de anclarnos y abrazarnos a aquellas
circunstancias negativas o indeseables que vienen a nuestra vida –unas que lo
son realmente y otras que son banales pero que nosotros engrandecemos- debemos
aprender a mirar al prójimo y a sus necesidades en particular y la situación
mundial en general, grabando a fuego en nuestras mentes que “más bienaventurado es dar que recibir”
(Hch. 20:35). Y esto nos debe servir ahora que estamos en medio de una crisis
como para el resto de la vida, que esperamos y deseamos sea en mejores
condiciones que las presentes.
Conclusión
Desde que la humanidad se
separó en la Torre de Babel y tiró cada cual por su camino, el egoísmo ha
reinado sobre el planeta. Eso hay que revertirlo, al igual que el orden de las
prioridades, al menos a nivel personal, aunque la mayoría no lo haga. Jesús
dijo: “Así
que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así
también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mt. 7:12). Algunos se toman estas palabras como “no
hacer nada malo a nadie”, como una actitud pasiva. Sin embargo, como bien dijo
un amigo mío, es un llamado a ser PROACTIVOS. Y hay mil maneras de serlo. ¿Las
formas concretas de hacerlo? Eso ya lo dejo para tu propia meditación.
Recuerda que los problemas
personales –aunque puedan llegar a ser grandes- se empequeñecen cuando se mira
a los demás, al mundo en su conjunto y se pone la vida y la propia existencia
en perspectiva. Si eres capaz de asimilar en su conjunto lo que hemos
analizado, también te servirá para no enojarte por naderías ni crisparte por
cuestiones intrascendentes.