Venimos de aquí: ¿Por qué
una persona se une a una iglesia enferma o malsana sin saberlo? https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/09/6-por-que-una-persona-se-une-una.html
A los que nos gusta
el cine, hemos visto en los últimos años varias películas del actor irlandés
Liam Neeson en papeles muy parecidos, haciendo de líder o héroe, con un toque
ermitaño, antisocial y solitario, pero con grandes cualidades para la acción.
En este bloque de su filmografía nos encontramos con “Venganza” (Taken en su versión inglesa), “Sin
identidad” (Unknown), “Sin escalas” (Non Stop) e “Infierno blanco” (The grey). Esta
última me sirve como introducción al tema que quiero tratar. Para no divagar
sobre la trama, la copiaré tal cual de wikipedia: “John Ottway (Liam
Neeson) es el líder de un indisciplinado
grupo de trabajadores de una refinería cuyo avión se estrella en las remotas
montañas de Alaska. Los supervivientes, expuestos a heridas mortales y un
tiempo inclemente, disponen de pocos días para escapar de los gélidos
elementos. Y por si el terrible frío fuera poco enemigo, una manada de lobos
salvajes, amenazantes y sanguinarios, persiguen incansablemente a sus presas
humanas. A medida que las indefensas víctimas caen una a una, las posibilidades
de supervivencia del último de estos hombres son cada vez más remotas”. El
final es enigmático, puesto que deja en el aire cierta duda sobre el destino
del protagonista tras su enfrentamiento con el lobo alfa, que ocupa el lugar
más alto dentro de la jerarquía social de la manada.
Durante todo el metraje la angustia es incesante. Los
aullidos de la manada de lobos ocultándose en la oscuridad, esperando el
momento preciso para atacar y devorar a sus presas, son asfixiantes para el
alma. Tomar consciencia de que tus probabilidades de morir son inmensas y que
tu oponente te supera en número y en fiereza es aterrador. La única defensa es
correr sin descanso, ocultarse y, sobre todo, el fuego.
Triste y lamentablemente, este tipo de situaciones las
encontramos dentro de algunas iglesias que se consideran cristianas: lobos con
piel de cordero que acechan para destrozar la vida de aquellos que están a su
alrededor. Esto es lo que vamos a analizar y no hay nada mejor que comenzar
describiéndolos.
Lobos eclesiales
Estos lobos tienen
principalmente dos tipos de moral: la que predican para los demás y la que se
aplican a sí mismos. Disciplinan a la grey, pero jamás se disciplinan a sí
mismos. Dan lecciones de santidad y pureza, pero ellos practican el pecado de
distintas maneras.
Hay un texto en
Romanos en el que Pablo le está hablando a los judíos, pero que es
perfectamente aplicable a los “lobos”: “He aquí, tú tienes el sobrenombre de
judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e
instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los
ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro
de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues,
que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de
hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que
abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio?” (Ro. 2:17-22).
¿Se glorían en Dios? Basta con mirarlos cuando
“alaban” musicalmente: parecen estar en éxtasis. ¿Conocen la voluntad de Dios y
la aprueban? Por supuesto que sí. Llevan años escuchándola y enseñandola a
otros. Se sienten guías de los ciegos y maestros de los que se acercan a ellos
a pedirle consejo. Aconsejan, exhortan y denuncian el pecado. ¿El problema?
Ellos hacen justo lo contrario: adulteran, mienten, critican con malicia, viven
en impureza y desollan a sus víctimas. Hay algo oscuro en ellos. Llevan una
máscara sobre el rostro real que les lleva a sonreír de cara a los demás y, al
mismo tiempo, a mostrar sus colmillos a escondidas.
Tienen literalmente hechizados a sus seguidores, que
les suelen admirar hasta que descubren la verdad muchos años después (si es que
lo hacen): “Porque tales personas no
sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves
palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Ro. 16-18).
Otra de las características
principales de los “lobos eclesiales” es que tienen dos caras. En una de ellas,
tienen un pelaje hermoso de piel suave y ojos profundos. Sus aullidos
(palabras) resultan hipnóticas para el que las escucha, que se siente atraído
hacia ellos. El otro lado de la cara, cuando muestran sus colmillos bien
afilados: no aceptan que otros les hagan sombra; desean alzarse por encima del
resto y gobernar a la manada; buscan cualquier síntoma de debilidad para
atacar; y, por último, no tienen reparos en usar todas las tácticas a su
alcance para lograr sus objetivos. Por eso son depredadores.
Los lobos no son los
que sirven a Dios con sencillez y sin llamar la atención, sino los que se
sirven de Él para ser reconocidos; los lobos no son los que denuncian las
falsas doctrinas (como la teología de la prosperidad, entre otras muchas), sino
los que retuercen el texto bíblico para justificar sus opulentos estilos de
vida.
Los lobos muestran
una cara u otra según les convenga. Son iguales que el clima: cerca de ellos a
veces luce el sol como un plácido día de primavera y en otras ocasiones se
convierten en un tornado que arrasa con todo. Y siempre de manera inesperada.
Por eso no tienen escrúpulos para mentir cuando les conviene. Son verdaderos
expertos en tergiversar la verdad para amoldarla a sus intereses.
Aún así, nunca se
libran de los escándalos y las evidencias son abrumadoras por mucho que traten
de ocultarlas. Cada cierto tiempo salta uno nuevo, y no precisamente por
predicar el Evangelio, porque las personas no son tan ciegas como ellos creen.
Ante estos casos, actúan como Diótrefes: “parlotean” con palabras malignas
contra a los que no piensan como ellos, y los expulsan de las iglesias (cf. 3
Jn. 1:10).
No conocen la piedad
ni la misericordia, excepto para los que se postran ante ellos. Juegan con las
emociones de las personas y las manipulan para lograr sus propósitos. Las
coartan, las arrollan y las humillan si lo creen necesario, infundiéndoles
falsos sentimientos de culpa, recreándose en sus textos favoritos, que por
supuesto no se aplican a sí mismos. No tienen problemas en pisotear a los demás
para alcanzar sus fines. Aunque lo nieguen, para ellos el fin justifica los medios. Desconocen las palabras de Emmanuel
Kant, que señalan que “todo ser humano es un fin y nunca un medio”. Para ellos,
es justo al contrario: usan a las personas para alcanzar un fin: el suyo.
Hablan una y otra vez
del temor de Dios, pero demuestran día tras día que desconocen su significado.
Se les llena la boca hablando de compasión y de
piedad hacia los demás, cuando en realidad no tienen nada de esto. El “amor” que
practican se basa en la envidia, en la arrogancia, en el egoísmo, en el rencor
y en la injusticia; justo lo opuesto a la descripción que hizo Pablo del
verdadero amor (cf. 1 Co. 13:4-8). De ahí que solo prosperan en el ministerio
aquellos que se entregan por completo a sus
mandamientos legalistas y personales.
Se aprovechan de las
carencias emocionales y afectivas de los creyentes para jugar con ellos a un
tira y afloja, lleno de condescendencia: “Si me obedeces, te daré lo que
buscas; si te vuelves un rebelde, serás devorado por el adversario”. Los
vuelven prisioneros en una cárcel en medio de un océano lleno de tiburones. Los
acorralan y los sitúan entre la espada y la pared. O aceptan el juego o son
devorados. Dejan muy claro que únicamente hay dos caminos: o estás con ellos o
contra ellos; o eres una oveja blanca o una oveja negra. En sus corazones creen
que hay una sola verdad: la que sale de sus bocas. Puro maniqueísmo. Cuando
algunos tienen la “osadía” de alejarse de su presencia tóxica, citan con una
horrible hermenéutica las palabras de Juan: “Salieron de
nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros,
habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no
todos son de nosotros”
(1 Jn. 2:19). Es
la manera que tienen de acallar las voces disidentes.
Son profesionales
asalariados de la religión, especializados en pseudo-cristianismo, cuyos
ingredientes son la metafísica, la filosofía barata, el paganismo y la
psicología humanista, todo aderezado con un poco de Biblia como condimento para
darle un sabor agradable al paladar. De esta manera, el incauto, ingenuo e
inocente creyente se lo come con gusto. Si no se hace lo que indican al pie de
la letra, señalan que tienes un problema personal. O lo que es peor, un
problema con la autoridad que Dios ha establecido.
Defenderse sirve de
poco. Tienen una habilidad “sobrenatural” en darle mil vueltas a tus palabras y
usarlas contra ti. Cuando ellos fallan, son errores; cuando son los demás, son
pecados. A duras penas reconocen sus faltas y cuando lo hacen es para que el prójimo
admire cuán “humildes” son. Luego, entre bastidores, desprecian a aquellos a
los que besan y abrazan de cara al público.
Aunque no lo sepan,
sobreactúan como malos actores, y se convencen a sí mismos de que es el mover
del “Espíritu”. Tienen un dominio absoluto de la puesta en escena. Saben
perfectamente qué decir en cada momento, cómo decirlo y qué tono de voz usar
para lograr el efecto deseado; así controlan y dominan a las masas adormecidas.
Lo hacen tan bien y son tan carismáticos que parecen hablar de parte de Dios y
estar ungidos. ¿La realidad? Ni lo uno ni lo otro.
Cuando dicen que Dios
habla a través de ellos, mienten. Cuando afirman que “el Espíritu Santo les
dijo”, mienten. ¿Cómo puede una persona ser un mentiroso crónico, falsear la
realidad sin pudor o directamente inventársela, y luego presentarse ante toda
una congregación y predicar con total tranquilidad? Es difícil de aceptar pero
fácil de comprender: Ha logrado “desdoblar” su personalidad y su conciencia, al
estilo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, separando el bien del mal.
Puede llevar a cabo malas acciones (su lado Hyde) y momentos después el bien en
mayúsculas (su lado Jekyll), por lo que no siente remordimiento alguno con las
actitudes perniciosas de su otro yo.
El problema surge
cuando se creen sus propias mentiras. Puede que ni sean conscientes de su
propio engaño. Puede que tengan muchas “obras” y “números”, pero esto no sirve
de nada si no va acompañada de la verdad bíblica. Por otro lado, si observamos
en detalle la vida de los lobos, comprobaremos que el fruto que manifiestan no
es el del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza”
(Gá. 5:22-23). Recordemos que
Jesús dijo que los reconoceríamos por sus frutos, no por sus obras. Observar
con atención este detalle tan importante es vital.
Siempre van de
víctimas, cuando realmente son los
verdugos: “Las personas que cometen actos
malvados tienden a verse a sí mismas como las víctimas de aquellos a quienes
persiguen” (Roy Baumeister).
Se lamentan y lloran
por lo que sufren (fruto de sus propios pecados), pero olvidan cuántos
corazones han roto y el número de vidas que han destrozado, puesto que la
capacidad de empatía que poseen es mínima, y la que dicen tener es fingida.
Tienen los colmillos
llenos de la sangre de sus sacrificios humanos, algo que un día Dios les
demandará por todo el tropiezo que han supuesto tanto para creyentes como para
incrédulos.
Si tienen que romper
matrimonios, los rompen. Si tienen que romper amistades, las rompen. Si tienen
que poner a un hijo de Dios contra otro hijo de Dios, lo hacen. Cuando dan
dentelladas, señalan que es por el bien de los hermanos, y lo espiritualizan
con el famoso texto que enseña que el Señor al que ama, disciplina, y azota a
todo el que recibe por hijo (cf. He. 12:6), convirtiéndose éste en un pasaje
que les fascina y que usan según su propia conveniencia e interpretación:
— Te noto
raro, dijo el lobo al cordero relamiéndose nada más verlo aquella mañana
luminosa. Últimamente, cada vez que me cruzo contigo sales corriendo y no lo
entiendo. Algo te pasa conmigo. Hablemos del tema.
— No me pasa
nada, lobo -respondió temeroso el tierno animal con la mirada fija en el árbol
que tenía enfrente, conociendo de sobra que por más que lo intentara nunca
podría subir a las ramas más altas de su copa si tenía que escapar de su
interlocutor.
— Pues no sé,
lo único que espero es que mis bromas no te disgusten. Tomó aire y continuó. De
sobra me conoces. Somos amigos, ¿no es verdad?
— Por
supuesto que sí, de toda la vida.
— Bien, sabes
que cuando te muerdo en la yugular es porque me encuentro aburrido y busco un
amigo con quien divertirme; que cuando te acecho de noche es porque padezco de
insomnio y me veo obligado a gastar el tiempo, ¿tienes idea de lo malo que
resulta no poder dormir? Cuando corro detrás de ti por el campo es porque me
gusta hacer footing acompañado. La soledad mata. Me alegra estar a tu lado.
— Sí, sí, lo
sé, claro que lo sé. El cordero miraba ahora más alto, al cielo, en actitud de
plegaria, con evidente temblor en sus patas.
— Pues nada,
sólo quería aclarar las cosas. No me gustan los que parece que tienen algo
contra mí y se callan o disimulan. En la manada me enseñaron que no está bien
que estos temas se guarden dentro, se pudrirían. Te dejo por un rato, tengo
algo que hacer. Tambaleándose, el cordero echó a andar en dirección este. No
quiso mirar atrás. A quince metros de distancia, el lobo, con paso sigiloso,
también. Hay animales dañinos que por conveniencia propia practican la
hipocresía, terminan convencidos de que el malo es el otro, pero no siempre
logran convencer al otro de que es el malo. (Isabel Pavón)[1].
Estos lobos existen desde el mismo comienzo de la cristiandad y
es un fenómeno que se da en la actualidad entre determinados movimientos
“cristianos”, y que irá en aumento conforme se acerque la Segunda Venida de
Cristo.
Tipos de lobos
Existen diversos
“modelos” de lobos:
1. El lobo codicioso que anhela “la plata” y la vida
opulenta. Es por eso que por avaricia hace mercadería con la fe (cf. 2 P. 2:3),
y la “venden” ante los demás como una bendición de Dios: “Lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lc. 16:15). Este es el falso profeta que viene en ropa de
oveja (cf. Mt. 7:15). Además, son especialistas en dar profecías que el tiempo demuestra una y otra vez que son falsas: “Falsamente
profetizan los profetas en mi nombre; no los envié, ni les mandé, ni les hablé;
visión mentirosa, adivinación, vanidad y engaño de su corazón os profetizan” (Jer. 14:14); “Vieron vanidad y adivinación mentirosa. Dicen: Ha dicho Jehová,
y Jehová no los envió; con todo, esperan que él confirme la palabra de ellos. ¿No habéis visto visión
vana, y no habéis dicho adivinación mentirosa, pues que decís: Dijo Jehová, no
habiendo yo hablado? Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Por cuanto vosotros
habéis hablado vanidad, y habéis visto mentira, por tanto, he aquí yo estoy
contra vosotros, dice Jehová el Señor”
(Ez. 13:6-8).
2. El lobo que necesita sentirse amado y admirado,
creyendo que el camino para lograrlo es alcanzar el éxito, la fama, el
prestigio y el reconocimiento, aunque para ello tenga que pasar por encima de
los demás y pisotearlos si es necesario. De ahí su orgullo y sus sueños de grandeza.
Tiene un ego tan alto que si se cayera se mataría. Necesita sentirse mejor o
más importante que los que le rodean. Por eso magnifica todo lo que hace,
infravalorando las obras ajenas, actuando como los fariseos a los que señaló
Jesús: “Hacen todas sus obras para ser
vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos
de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas
en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen:
Rabí, Rabí” (Mt. 23:5-7). Este endiosamiento
acabará tarde o temprano en su propia destrucción.
Esta es la razón exacta por la cual los lobos
eclesiales, al igual que los lobos-alfa, marcan su territorio y no permiten que
nadie “usurpe” su lugar. Si alguien lo hace, se lanzan directamente a la
yugular con intenciones homicidas para conservar la supremacía. Es la manera
que tienen de eliminar la oposición interna, al igual que en una dictadura.
Esto les conduce a enseñorearse de la viña del Señor como si les perteneciera,
siendo manipuladores profesionales. De todo esto resulta que no sea extraño
escucharles frases como “el Pastor
–así, en mayúsculas como título y no como función dentro del cuerpo de Cristo- de la iglesia soy yo y ustedes tienen que
obedecerme en todo lo que les diga”, seguido de una retahíla de textos
bíblicos mal contextualizados. Ni siquiera ellos saben cuándo dejaron de
ejercer una sana autoridad para caer en el autoritarismo, lo que les convierte
en personas muy peligrosas y sumamente perniciosas, como en su día lo fue
Diótrefes (cf. 3 Jn.).
3. El lobo que se mueve por deseos físicos. Esto
podemos verlo en personas que se sirven de su posición o de la admiración que
provocan en otros para “seducir” a miembros de la congregación. Incluso no
tienen reparo en mantener relaciones con menores de edad si la ocasión se
presenta. Otros casos extremos son los abusos sexuales y de pedofilia.
Lo que mueve a estos tres grupos se refleja en las
palabras de Juan como una advertencia: “No
améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el
amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de
la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la
voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn.
2:15-17).
4. El lobo que no sabe que es lobo. Como una
excepción, en este caso puede ser alguien que sí sea un verdadero cristiano
“nacido de nuevo”, pero una deficiente educación teológica, su ignorancia
bíblica y los malos ejemplos de terceras personas –unido a la naturaleza caída-,
puede haberle conducido a graves errores.
Estos lobos con piel de cordero tarde o temprano
terminan por ser descubiertos. Aunque en apariencia tienen un corazón conforme
al de Dios, viven una mentira y sus engaños salen a la luz. Como dijo Abraham
Lincoln: “Se puede engañar a todo el
mundo algún tiempo... se puede engañar a algunos todo el tiempo... pero no se
puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Continuará en: ¿Por
qué se convierte una persona en lobo?