Foto de DanielBrachlow en Pixabay
1. Este escrito es la respuesta al hermano Diego Iglesias ante la emotiva y sensacional carta que
publicó en este medio hace unos días y que tituló “Carta abierta a las ovejas
olvidadas” (http://protestantedigital.com/tublog/46244/Carta_abierta_a_las_ovejas_olvidadas). Como una de esas ovejas, he
aquí mis palabras.
2. Esta carta fue publicada también en Protestante Digital: http://protestantedigital.com/tublog/46278/arta_abierta_de_las_ovejas_olvidadas_pero_no_perdidas
Querido Diego, en primer lugar
quisiera felicitarle por su carta. Hacía años que las palabras escritas por
otro hermano no me llegaban al corazón tan profundamente, y seguro que muchas
otras “ovejas olvidadas” han sentido lo mismo. No puedo expresar hasta qué grado
he sentido su sinceridad y afecto. Así que desde este otro lado de la pantalla
le doy las gracias con todo mi sentir.
En segundo lugar –y será aquí donde
me extienda-, aunque estoy seguro que conoce muchos casos ya que los ha
descrito, quisiera expresarle también el pensar general que tenemos aquellos
que estamos en la otra cara de la moneda, para que así algunos puedan empatizar
como usted lo ha hecho tan gentilmente. ¡Ojalá muchos mostraran su mismo
corazón!
Es triste que muchos
creyentes –que verdaderamente han nacido de nuevo- hayan dejado de congregarse,
siendo el que escribe uno de ellos. Es algo que nunca debería suceder, pero a
la vista está que es más habitual de lo que nos gustaría reconocer. Muchos
dirán que solo tenemos excusas, que no queremos poner de nuestra parte, que en
verdad no estamos entregados al Señor o que queremos vivir a nuestro libre
albedrío sin responsabilidades eclesiales. En otros casos somos tachados de
pecadores, apóstatas, egoístas, resentidos, amargados, solitarios, faltos de fe
o desobedientes a la Palabra de Dios que nos hemos enfriado. Este tipo de ideas
y expresiones solo son piedras que nos lanzan y nos llevan a alejarnos aún más.
Por mucho que lo aderecen dedicándonos “cariñosamente” textos bíblicos,
especialmente el famoso “no dejando de
congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (He. 10:25), no vemos un interés genuino en nosotros
como seres humanos, solo que vayamos para que “la iglesia esté llena”,
“diezmemos” y “sirvamos sin rechistar en lo que nos digan”. Se mide nuestra
espiritualidad, valía y ser si hacemos estas cosas, y no por el fruto del
Espíritu.
Piensen lo que piensen
otros hermanos –los cuales lo verán meramente como excusas-, expondré el porqué
muchos no quieren ser parte de una iglesia evangélica contemporánea. Hay más razones, pero por falta de espacio me es
imposible citarlas y desarrollarlas:
1. Doctrinas
perniciosas y abuso espiritual
Es extraña la iglesia
local donde, en mayor o en menor medida, no se ha infiltrado en los últimos
años alguna falsa doctrina, como la teología de la prosperidad, la confesión
positiva, las maldiciones generacionales, la cartografía espiritual o los
conceptos humanistas sobre el éxito (que se asocia a la bendición de Dios y al
pecado cuando no llega), ideas apoyadas
por pastores que se hacen llamar a sí mismos “ungidos de Jehová” y que son
intocables a pesar de que tienen una moral para ellos y otra para el resto de
la congregación. En el momento en que dices algo en contra y lo denuncias, eres
acusado de rebelde, de ser el anticristo y de estar haciendo la obra de las
tinieblas. Al final, o pasas por el aro o sales escaldado; te vas o te echan.
Nadie en su sano juicio querría compartir su vida con aquellos que le han
humillado y abandonado. Y si vas a otra iglesia local con intención de sanar
tus heridas pero observas nuevamente alguna de estas mentiras, corres o no
paras de correr. Al final, te cansas de buscar y llega un momento en que el
ánimo no da para más. Prefieres vivir con los tuyos y en paz.
2. Marginación
Los solteros adultos,
los viudos y viudas, junto a los ancianos, entre otros grupos, suelen ser
sistemáticamente marginados ya que no se les hace partícipes de la vida fuera
de las cuatro paredes del local. Encuentran más vida y calor entre sus
familiares, compañeros de trabajo y conocidos inconversos. Parece que lo único
importante es “ir a la iglesia”. El “ya quedaremos”, “a ver si nos vemos” o
“cuando pueda te aviso” que les dicen son frases que suenan a propósito de
enmienda, pero que se quedan en bonitas palabras que se las lleva el viento. Lo
habitual es “no existir” para los demás los días que no hay “culto”. Eso sí,
cuando no asisten durante semanas o meses luego les dicen que “les echaron de
menos”. Dichas palabras resultan hasta hirientes y son incongruentes: ¿Cómo se
sostienen si en ese tiempo nadie los llamó por teléfono ni quedó con ellos?
3. Hastío ante la soberbia
Es terrible escuchar
a pastores y hermanos día tras día menospreciar a otras iglesias locales porque
unos son calvinistas y ellos arminianos, porque unos creen en el Milenarismo y
otros no, porque unos creen en los dones y otros piensan que han cesado, y
demás diferencias entre escuelas e interpretaciones teológicas. Los complejos
de superioridad y las críticas sin misericordia resultan insufribles a oídos
del alma, sobre todo cuando se promulgan desde el púlpito y el liderazgo.
La suma de los tres
puntos reseñados y otras cuestiones que he dejado en el tintero explica “nuestros
porqué”, se acepten o no, y que suele ser fruto de una liturgia rígida que
convierte a los cristianos en espectadores bajo una estructura imposible de
cambiar, donde lo que prima es la inversión económica para asuntos secundarios
o no bíblicos, y la importancia de la asistencia. No buscamos una iglesia
perfecta ya que nosotros no lo somos, pero hay cosas por las que ya no pasamos.
Estas ideas las he expresado
en persona y por escrito en varias ocasiones y siempre caen en saco roto. Por
eso su carta ha sido aíre fresco. Como
puede ver, querido hermano Diego, los que hemos
dejado de congregarnos no ha sido por causas menores o por cualquier
circunstancia. Pero créame: Seguimos teniendo comunión con el Señor, seguimos
amándole por encima de todas las cosas, seguimos escudriñando las Escrituras y
gozándonos en ellas, seguimos haciendo su obra tal y como la sentimos (aunque
sea fuera del local), seguimos predicando el Evangelio siempre que podemos,
seguimos compartiendo conversaciones sobre nuestro Dios con otros hermanos en la
misma situación, y seguimos anhelando Su regreso. Así que, un día, todos
nosotros, tanto los que se reúnen a la manera tradicional como los que no, nos
volveremos a juntar en Su presencia. Hasta que ese día llegue, reciba el mayor
de los abrazos de parte de todas las ovejas olvidadas pero no perdidas: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y
me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las
arrebatará de mi mano” (Jn. 10:27-28).
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