A
medida que pasan los años y asimilo más y más los pensamientos de Dios
reflejados claramente en Su Palabra, la sensación de estar en una prisión o en
un manicomio se acentúan de tal manera que el sentimiento puede resultar por
momentos abrumador. Y el lugar en el que uno está encerrado es el planeta
Tierra.
Esto no significa que no disfrute de mis
aficiones y de las cosas buenas y sanas de la vida (¡Vive! Disfrutando sanamente: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html), sino que considero que ningún
verdadero cristiano nacido de nuevo que haya interiorizado las enseñanzas
bíblicas puede sentirse cómodo en esta sociedad. El que sí se sienta así, tenga
la edad que tenga, debería reflexionar y hacer una comparativa entre los
principios del reino de Dios y los de este mundo.
Por la noche leo la Biblia y a la
mañana la prensa nacional e internacional –y lo que veo alrededor mía-, y el
contraste entre los mandamientos de Dios y lo que se contempla en los
noticieros y en la vida diaria es tan brutal que parece de locos.
Todo esto me recuerda mucho a la
película Matrix, que jugaba con el
concepto filosófico de que el mundo que nos rodeaba era irreal aunque los
humanos creyeran que era real. En el fondo, es tan parecido a lo que sucede
realmente que las coincidencias impresionan, y la persona que no se da cuenta
es que está completamente cegada o, sencillamente, prefiere seguir viviendo en
esa realidad paralela. De ahí que, en mi deseo de escapar, las palabras del
novelista Juan José Millas expresen mi sentir, dando pie al encabezado de este
escrito: “Yo busco la puerta que conduce
a la realidad porque en lo fantástico ya estamos, en lo fantástico malo, en el
delirio malo. La función del escritor no es buscar la puerta al delirio sino la
que conduce a la realidad porque no sabemos dónde estamos. Pero esto no puede
ser la realidad”[1].
El
comienzo de la esclavitud y la libertad
Dios creó este mundo como el lugar
donde los seres humanos vivirían. Fue su regalo para nosotros, y así les dijo
al hombre y a la mujer: “Fructificad y
multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar,
en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la
tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que
está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os
serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los
cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda
planta verde les será para comer. Y fue así. Y vio Dios todo lo que había
hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el
día sexto” (Gn. 1:28-31).
Tras un indefinido periodo de tiempo,
sabemos lo que pasó: el pecado maldijo la creación y, desde entonces, este
lugar es donde acampa la maldad del ser humano, que ni siquiera con las leyes
es capaz de ser controlada. Por eso Dios, consciente del problema, se encarnó
en Cristo para:
- dar buenas nuevas a los pobres.
- sanar a los quebrantados de corazón.
- pregonar libertad a los cautivos.
- dar vista a los ciegos.
- poner en libertad a los oprimidos.
- predicar el año agradable del Señor (cf. Lc. 4:18-19).
Sí, los que hemos creído en Él y en su
mensaje ya somos libres en términos espirituales: de la condenación (cf. Ro.
8:1), del poder del pecado (cf. Jn. 8:31-36) y de la temida segunda muerte (Ap.
20:6, 14; 21:8). Pero,
en términos humanos, seguimos prisioneros
en este mundo.
La
locura de este mundo
Cuando observo la sociedad, mi alma
siente una auténtica paradoja: al mismo tiempo experimento tristeza y nauseas.
Por un lado, la tristeza es
consecuencia de ver cómo las personas van derechas al infierno y no hacen nada
para revertir la situación: “Entrad
por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es
la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la
hallan” (Mt. 7:13-14).
Deberían
estar extremadamente preocupados ante la posibilidad de pasar TODA la eternidad
en un lugar de pura desdicha, pero están tan muertos espiritualmente que ni se
dan cuenta de lo que se les viene encima. Prefieren pensar que Dios no existe y
que la muerte es el fin, que si Él existe no condenará a nadie, que ellos no
son tan malos, que se portan bien, que no le hacen daño a nadie, que son buenas
personas, que se reencarnarán en otra vida, etc. O directamente no se paran a
reflexionar en estos asuntos ni se molestan en estudiar profundamente la Biblia
para comprobar su certeza. Y si lo hacen es con ojo inquisidor. No tienen tiempo, suelen
decir. Llamativamente, sí lo tienen para todo lo demás. Prefieren no hacerlo
por una razón muy sencilla:“Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece
la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Jn. 3:20).
Algunos
dicen: “vive y deja vivir”, como una manera de señalarme que no me preocupe por
el destino de los demás. Si yo hiciera eso, entonces dejaría de predicar el
Evangelio, siendo una terrible señal de lo lejos que estaría del corazón de
Dios y de su interés desmedido en salvar a la humanidad. Por medio de malas
experiencias, he aprendido a no angustiarme y a no llevar cargas ajenas que no
me corresponden, pero eso no significa ni mucho menos que me haya desatendido
de las personas; de ahí que no deje de escribir.
Por el
otro lado, las náuseas
provienen de que me siento totalmente reflejado en las palabras que Dios le
dedicó a la iglesia de Efeso: “no puedes soportar a los malos” (Ap. 2:2). ¿Por qué? Porque este mundo es
un manicomio en términos morales, y me hace sentir encerrado en este planeta en
muchas ocasiones. Es como si los locos hubieran
tomado el control y lo hayan moldeado a su imagen y semejanza. Para ellos, lo
anormal es normal, lo malo es bueno y lo bueno es malo, y el que disiente es el
retrógrado. Como dijo R.
Youngblood: “Cuando la soberanía de Dios es negada y sus leyes son ignoradas, la
anarquía reina y los hombres pecadores son los que dominan”.
Lo anormal considerado normal
¿Qué es lo
malo –que lo es a los ojos de Dios y la razón de que el mundo sea un caos- que
no soporto en mi interior y que me hace hervir la sangre?:
- Que se
considere normal por parte de los padres que sus hijos –sean éstos estudiantes
de instituto o universitarios- duerman con sus novias y tengan relaciones
sexuales sin estar casados. Lo importante para ellos es que saquen buenas
notas.
- Que se
considere normal el asesinato de bebés cuando todavía están en el vientre de
sus madres.
- Que se
considere normal por parte de muchos hombres –casados, solteros, jóvenes y
mayores- contratar servicios de
prostitución.
- Que se
considere normal el humor soez y el uso obsceno del lenguaje.
- Que se
considere normal que la parrilla de televisión esté copada por programas
dedicados a la vida de los famosos,
sean deportistas, millonarios, cantantes o modelos.
- Que se
considere normal que en series y películas haya escenas de sexo y desnudos
integrales.
- Que se
considere normal que a la unión entre dos personas del mismo sexo se le llame
matrimonio.
- Que se
considere normal que dos hombres o dos mujeres puedan adoptar niños,
privándolos de un padre o una madre.
- Que se
considere normal que los medios de comunicación apoyen dicha ética,
considerando de homófobo al que no promulga con ellos (¿Cristianos
homófobos o con derecho a disentir? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/11/cristianos-homofobos-o-con-derecho_28.html).
- Que se
considere normal el divorcio.
- Que se
considere normal la eutanasia.
- Que se
considere normal que el tabaco sea legal, sabiendo los efectos perniciosos que
produce tanto en el fumador activo como en el pasivo.
- Que se
considere normal que haya páginas en la web que ofrezcan servicios para
adulterar y llevar a cabo todo tipo de perversiones.
- Que se
considere normal que los jóvenes beban alcohol, hagan botellona y se
emborrachen.
- Que se
considere normal las letras de canciones puramente vulgares, y que luego las
personas las canten y bailen, siendo moldeados sus pensamientos a niveles animalescos y despertando sus pasiones
mas bajas.
- Que se
considere normal lucir gran parte del físico en las redes sociales. Como dice el sociólogo Kepa Paul, “basta con
observar la cantidad de fotos en perfiles de redes sociales donde se presentan
tanto adultos como adolescentes con imágenes sexualizadas. Todo enmarcado en una
sociedad que continúa queriendo aparentar físicamente ser joven o incluso
adolescente para ser más atractivo sexualmente”[2].
- Que se
considere normal que, amparado en la llamada “libertad de expresión”, Internet
esté inundada de pornografía y que sea consumida por millones de niños,
adolescentes y adultos.
- Que se
considere normal vestir ropas minimalistas (minishorts, minitop, minifaldas y
minitodo). En dos generaciones hemos pasado de la represión a la desvergüenza,
aunque se haya vendido como “liberación” y “progreso”.
- Que se
considere normal la hipersexualización de los púberes, perdiendo así la
infancia y la sana inocencia.
- Que se
considere normal que la publicidad (perfumes, colonias, coches, etc.) use el
cuerpo de la mujer y, en menor medida, el del hombre, como un reclamo,
convirtiéndolo en un mero objeto.
- Que se
considere normal dejar sin control alguno el uso del móvil y del ordenador a un
preadolescente.
- Que se
considere normal que una persona –joven o adulta- pase mucho más tiempo delante
de una pantalla wasapeando, viendo
vídeos de youtube y haciéndose
selfies para Instagram que haciendo
deporte, jugando con los amigos y leyendo buenos libros que le instruyan la
mente y el espíritu. Es deprimente estar al lado de una persona –o ver a un grupo
de ellas- que, en lugar de conversar, está con la cabeza agachada mirando la
pantallita.
- Que se
considere normal que los padres usen a sus pequeños para su propia gloria personal, publicando fotos en Internet de sus retoños para
resaltar su belleza física, como si ésta fuera el valor más importante, sin
hacer caso a consejos como los de la educadora Alba Castellví: “En primer lugar, cuando sus hijas son
aún pequeñas, los padres deben ser agentes preventivos. Para ello, han de
evitar proyectar la imagen de sus hijas. Usarlas en redes como Instagram para
mostrar una imagen de éxito, de niña bonita, implica transmitir la idea que la
apariencia es importante, y las chicas aprenderán pronto de sus madres a
considerarlo de este modo”[3].
- Que se
considere normal que los dirigentes políticos gasten al año cifras astronómicas
en armamento mientras faltan recursos económicos para ayudar a los más
desfavorecidos.
- Que se
considere normal que África siga siendo un continente subdesarrollado en todos
los aspectos.
- Que se
considere normal que los países ricos expolien a los pobres sus riquezas
naturales y sus materias primas –como el Coltán, el oro y los diamantes, entre
otros- a cambio de una miseria económica.
- Que se
considere normal que en pleno siglo XXI aún haya dictadores gobernando países y
otros que, sin llegar a serlo, sean perniciosos para su propio pueblo.
- Que se
considere normal que un deportista gane millones y millones mientras médicos,
maestros e infinidad de profesionales de otros sectores necesitan dos sueldos
para sacar a una familia adelante.
- Que se
considere normal que una mujer gane menos dinero que un hombre a pesar de
desempeñar la misma tarea laboral.
- Que se
considere normal que al año mueran asesinados cientos de miles de personas en
países sudamericanos, asiáticos y árabes.
- Que se
considere normal que existan nacionalismos excluyentes y supremacistas, al
menos por parte de una minoría zombificada.
- Que se
considere normal que se hagan homenajes a terroristas.
- Que se
considere normal que haya cárceles con condiciones infrahumanas.
- Que se
considere normal que Occidente haga negocios con países que tratan a la mujer
como si fuera escoria.
Ante esta
realidad descrita, siento vergüenza ajena y veo cuán bajo ha caído el ser
humano.
Podríamos añadir una lista interminable
de asuntos que no se consideran normales por las personas con un mínimo de
cultura y sentido común, pero que forman parte de la sociedad: el bullying en los institutos, los abusos
sexuales, el acoso a menores en las redes y los haters, los que insultan a los que no son del mismo equipo
deportivo, los que pasan hambre para tener una figura ideal que suele consistir en marcar huesos y costillas, los que se
inyectan sustancias químicas para lograr músculo, las mujeres que renuncian a
la maternidad por miedo a perder la silueta, los hombres que también rechazan
la paternidad por anteponer una profesión, etc. Si a eso le añadimos otro tipo de cuestiones –a las que no me atrevo a
llamar pecado, pero sí que podríamos llamar “sandeces humanas” por lo absurdas
que son-, como pagar 1000 euros por un móvil o preocuparse y basar la
autoestima en función del número de likes
recibidos, pues ya tenemos el puzzle completo.
Un
mundo enfermo
Hace unas
semanas leí a una psicóloga decir que estábamos creando una sociedad enferma.
Se equivocó de tiempo verbal: la sociedad ya está enferma, en el presente. Por
eso el ser humano considera normal lo reseñado, e incluso bueno, y lo apoya
bajo el lema: “El mundo ha cambiado”. Ante esto, el cristiano tiene una
respuesta contundente: no es el que la sociedad haya cambiado; ha sido igual
desde la Caída. Ya dijo Eugene O’Neil que “no hay futuro, ni presente, solo el pasado
que se repite”. Lo único es que
la maldad humana ha evolucionado y ha encontrado nuevas maneras de expresarse a
través de los siglos.
¿Sigues pensando, como cristiano, que
este mundo no es un verdadero manicomio? Si un alienígena pasara en su nave
espacial por este planeta y nos observara, ni se le ocurriría aterrizar;
conectaría la velocidad de la luz y desaparecería en el firmamento para no
volver jamás. Por eso también me identifico con Lot, que se sentía abrumado y afligido viendo y oyendo
los hechos inicuos de la sociedad perversa en la que vivía (cf. 2 P. 2:7-8).
Lo que
he listado no es pura locura inmoral porque lo esté resaltando de mi propia
cosecha, sino porque Dios lo señala como pecados flagrantes y que van en contra
en su buena voluntad, agradable y perfecta (cf. Ro. 12:2). Sobre todo esto,
cada uno de los seres humanos tendrán que rendir cuentas ante Él en su debido
momento; unos cuando Él regrese: “Porque
el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y
entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”
(Mt. 16:27), y otros tras la muerte: “Y
de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y
después de esto el juicio” (He. 9:27). Sea como sea, nadie escapará de Su juicio. Allí no habrá posibilidad de
escaparse a un país sin tratado de extradición.
El día del cambio
Quien
crea que el mundo y las personas que lo conforman van a cambiar por sí mismos y
por su propia mano para mejor, carece de un mínimo de sabiduría y de
perspectiva.
¿El
mundo cambiará? Por supuesto que sí. ¿Cuándo? El día en que el Creador del
cielo y de la tierra se manifieste de nuevo físicamente para establecer su
reino sin fin, único y exclusivo para los verdaderos cristianos. Llegará el día
en que toda la creación volverá a estar ordenada. Llegará el día en que la
maldad desaparecerá del corazón humano. Llegará el día en que seremos
completamente liberados de las cadenas de la muerte. Llegará el día en que todo
lo visible será aniquilado para dar lugar a una nueva creación. Llegará el día
en que los malvados serán desterrados para siempre: “Después me mostró un río limpio de agua de
vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del
Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba
el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y
las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más
maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos
le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá
allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol,
porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los
siglos” (Ap. 22:5).
¡Todos los cristianos
anhelamos ese día! ¿Eres tú ya uno de ellos? Eso significará que eres un hijo de Dios: “Mas a todos los que
le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni
de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13).
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