Venimos de aquí: Olvidaste para qué
fuiste salvado https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/12/5-olvidaste-para-que-fuiste-salvado.html
Si mal no recuerdo, aconteció en el año
2005. Por aquel entonces, nunca había trabajado en la construcción –y nunca más
lo volví a hacer-, pero no tenía dinero para pagar la próxima mensualidad de mi
coche y no me quedó más remedio que pedirle a un amigo que le hablara a su jefe
de mí, por si podía buscarme un hueco en su empresa. No es que despreciara ese
trabajo, pero por una lesión crónica de espalda no era lo mejor para mi salud,
como se comprobó a las dos semanas. El primero día estaba un poco asustado; mejor
dicho, bastante asustado. Grúas, camiones, maquinaria pesada, andamios a una
altura que impresionaban; todo me imponía mucho respeto. Nada más llegar, un
compañero me dijo que me pusiera un arnés para colgarme a cinco metros de
altura. Para alguien que tiene vértigo no es el sueño de su vida, por lo que la
perspectiva de tener que hacer de “Spiderman” aceleró las pulsaciones de mi
corazón considerablemente. Me explicó en un par de minutos cómo tenía que
hacerlo y se marchó. No lo hice. Como el sucidio voluntario no entra en mis
ideales, me busqué la manera de llevar a cabo la tarea encargada sin necesidad
de quedarme suspendido en el aire y terminar posiblemente con mis sesos
esparcidos por media obra.
¿Qué labor se me ordenó?: “hacer
canutos”. Lo primero que pensé cuando escuché la expresión fue: “Saben que soy
novato y quieren gastarme alguna broma”. En el argot popular, “hacer canutos”
es liar cannabis en papel de fumar para su consumo. Como tal, es una droga.
Ante la sorpresa de mi compañero, le pregunté a qué se refería exactamente.
Entonces me explicó que, en la jerga entre albañiles, esa expresión hacía
referencia al hecho de partir el ladrillo por la mitad usando la machota y el
cincel.
En aquella situación –y en otras
muchas- comprobé que mi desconocimiento de la materia era total. Aunque en mi
contrato señalaba que era “peón especialista”, puedo asegurar que yo de
especialista no tenía nada. Tardé unos días en aprender a usar algunos
instrumentos y en acostumbrarme a aquel terremoto que suponía la construcción
de toda una urbanización. Al final lo logré, hasta que la lesión de espalda
volvió a aparecer en todo su esplendor.
Pero esa ya es otra historia.
Las
herramientas que no sabemos usar
Cuando no sabemos usar los materiales
necesarios para alguna labor, no podemos realizar correctamente un trabajo, sea
el que sea. Iremos a ciegas y el resultado será desastroso. En la vida de un
cristiano ocurre exactamente igual. Si no sabemos manejar las herramientas que
Dios nos ha dado para enfrentarnos a la vida, cuando vengan las pruebas, las
dificultades, y todo aquello que no comprendemos, caeremos. ¿Has sido tú el que
ha caído? ¿Qué prueba vino a tu vida en la cual te bloqueaste? ¿La muerte inesperada
de un ser querido? ¿Una enfermedad que azotó a un familiar? ¿Una ruptura
sentimental? ¿Una mala experiencia eclesial? ¿El despido del trabajo? ¿Una
infidelidad conyugal? ¿La traición de tus amigos?
Seguro que descubriste hace mucho
tiempo que la vida no es un camino de rosas. Está lleno de socavones, espinos y
plantas carnívoras que no sabes cuándo te vas a encontrar. Por eso tienes que
aprender a manejar la “machota” y el “cincel” que Dios te ha dejado en su
Palabra para no verte arrastrado por las circunstancias de dolor. Y buena parte
de esto consiste en asimilar los principios bíblicos y ponerlos en práctica.
¿Qué ocurre si tenemos un buen profesor que nos enseña a conducir y ponemos de
nuestro parte todo nuestro esfuerzo? Posiblemente no llegaremos a competir en
el campeonato mundial de Fórmula 1, pero terminaremos siendo buenos
conductores. Por el contrario, si nos conformamos con aprender lo justo para
aprobar y poco más, cuando vengan curvas peligrosas no sabremos manejarnos.
Puede que esa sea la razón por la cual has derrapado, o incluso volcado. Dios
es el Maestro y su Palabra contiene las verdades que tienes que asimilar para
saber cómo manejarte cuando el camino se oscurezca y la carretera se vea
envuelta en una espesa niebla.
Veamos
dos pensamientos erróneos concretos que puede que estén en tu mente y que
terminaron por provocar que te salieras de la vía, basándonos en una
parte de la parábola narrada por Jesús: “He
aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar [...] (una) parte cayó en pedregales, donde no tenía
mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero
salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó [...] Estos
son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la
palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino
que son de corta duración, porque
cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego
tropiezan” (Mr. 4:3-5, 6, 16,17).
El
tropiezo por la persecución
“Pensaba que por ser cristiano todo el
mundo me respetaría. Al final me cansé de que me mirasen con mala cara”, dicen
muchos.
Como decía el difunto periodista
deportivo Andrés Montes: “¡La vida puede ser maravillosa!”. Y sí, puede serlo.
Pero también puede ser cruel. Son las consecuencias que arrastramos desde la
caída en el huerto del Edén. Tienes que aceptar que vivimos en un mundo caído y
que estamos rodeados de personas que ignoran y desprecian a Dios. ¿Cómo quieres
que te respeten si ellos odian lo que tú amas? Jesús fue muy claro al respecto:
“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido
antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero
porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os
aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que
su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”
(Jn. 15:18-20).
Parafraseando las palabras de Pedro, ¿se
burlan de ti aquellos que viven en pecado, en “lascivias,
concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatría y les
parece cosa extraña que no vivas con el mismo desenfreno”? ¡Ya darán cuenta al
que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos! ¿Te llaman
fanático? ¿Se ríen en tu cara cuando hablas de la ética cristiana? ¿Te hacen
comentarios sarcásticos o hirientes? No te sorprendas como si fuera algo
extraño[1].
¿Acaso creías que te iban a aplaudir cuando les llamabas al arrepentimiento?
¿Pensabas que te felicitarían cuando les hicieras notar el contraste entre lo
que Dios enseña y lo que impera en la sociedad actual en temas como el aborto,
la homosexualidad, las parejas
de hecho, las relaciones prematrimoniales, el abuso del alcohol o la falta de
pudor? ¿Creías que tus familiares y compañeros de estudios o trabajo no
torcerían el gesto? Ya señaló
J.C Ryle que “la risa, la burla, la
oposición y la persecución a menudo son la única recompensa que los seguidores
de Cristo reciben del mundo”.
Jesús dijo que no había venido a traer paz a
la tierra, sino espada, que iba a poner “en
disensión al hombre
contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra;
y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mt.
10:34-36).
Los profetas del Antiguo Testamento
eran despreciados por predicar la verdad. A Jesús lo mataron. Esteban no murió
mientras dormía plácidamente, sino apedreado. A once de los doce apóstoles los
mataron. Pero Pablo fue contundente: “¿Busco ahora el favor de los hombres o el de Dios?, ¿o trato de agradar
a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres no sería siervo de Dios”(Gá.
1:10).
Cuando los cristianos sinceros se
enfrentan a la realidad, viene la desilusión; se sienten confundidos sobre el
“dios” que les han vendido. ¿Qué dice la Escritura de lo que padecieron muchos
creyentes genuinos?: “Experimentaron
vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados,
aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para
allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados,
maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos,
por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos,
aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido;
proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos
perfeccionados aparte de nosotros” (He. 11:36-40).
¿Duele todo esto? Claro que sí, y eso
que la mayoría de nosotros no hemos pasado por lo que nos resume el autor de
hebreos. Somos humanos con un corazón que sufre al ser menospreciado. Y la
realidad es que “si vas a ser un verdadero Cristiano, entre otras cosas
te diré esto: será una vida solitaria. Es un camino angosto, y se vuelve más
angosto, y más angosto y más angosto” (Leonard Ravenhill). Pero cuando lo aceptas como
parte del precio por amar a Dios, la perspectiva cambia.
¿Dejarías a tu esposa que, sin ser
perfecta, es dulce, tierna, sensible, amorosa y buena madre, porque unos
“gamberros” la insultaran? Posiblemente la amarías aún más: te acercarías a
ella para escucharla, para saber cómo se siente, para apoyarla, para animarla y
para consolarla. Crecería la intimidad y vuestra unión se haría más fuerte.
El dolor que experimentas cada vez que
un ateo recalcitrante, un falso cristiano o un sectario trata de fulminarte con
su mirada o con sus palabras ya lo padeció Jesús. Como dice Max Lucado: “Podemos creer que el sanador conoce nuestros dolores porque
voluntariamente se hizo como uno de nosotros. Se colocó en nuestra posición.
Sufrió nuestros dolores. Se colocó en nuestra posición. Sufrió nuestros dolores
y sintió nuestros miedos. ¿Rechazo? Lo sintió. ¿Tentación? La tuvo. ¿Soledad?
La vivió. ¿Muerte? La probó. ¿Y cansancio? Él podría escribir un éxito de
librería sobre el tema”[2].
¿Será cuestión de que te alejes de Él o
de que uses este dolor para acercarte más? Asimila que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán
persecución” (2 Ti. 3:12). Debes ver las críticas
como una buena prueba de que tus valores y tu vida es diferente a la del resto
del mundo. Estás en el mundo pero no eres del mundo.
Sigue los consejos de Pedro y hazlo
tuyos: “Gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de
Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran
alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados,
porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de
parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado [...] si
alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por
ello” (1 P. 4:13-14, 16).
El
tropiezo por la tribulación
“Pensaba que el Señor impediría que yo
volviera a sufrir. No sé qué clase de Dios es”, dicen otros muchos.
La tribulación es parte
intrínseca de la vida. Puede que del trabajo hayas pasado al desempleo en
cuestión de horas. Puede que la prosperidad se haya convertido en pobreza.
Puede que la salud se haya convertido en enfermedad, o que la vejez misma ya se
haya manifestado porque es ley de vida. Puede que alguien abusara de ti de
alguna manera, fuera física, emocional o espiritualmente. Puede que tu amor no
fuera correspondido. Puede que te humillaran en el instituto o en la
universidad. Puede que te engañaran. La lista es interminable. Muchos aspectos
de la vida de Job puede que se hayan reproducido en la tuya: pobreza,
enfermedad, muerte, familia desunida, etc.
¿Qué lleva el dolor a su límite? La
muerte de las personas que amamos, sea un padre, un hermano o un hijo. Es un
trance que aparece a la vuelta de la esquina en cuestión de segundos. Siempre
está al acecho y golpea cuando menos lo esperamos, y le acontece tanto a
cristianos como a inconversos. No entiende de edades ni de situaciones
personales. La vida y la muerte están en manos de Dios y es imposible entender
en qué se basa exactamente para decidir quién vive unos meses y quién más de
noventa años. Es una de las áreas que se escapan a nuestro control. Entiendo
perfectamente el dolor que araña el alma ante esta situación. Entiendo la
incomprensión, el llanto y el dolor que se apodera de cada centímetro de la
piel. Aunque las circunstancias sean distintas, y en algunos casos más graves,
todos hemos pasado por ahí.
Dicho esto, seamos contundentes: para
el creyente, ninguno de los sufrimientos citados son razones para apartarse o
alejarse de Dios. Recuerdo el funeral del padre de un pastor. El propio hijo compartió la Palabra. Con lágrimas en sus ojos y con la voz quebrantada, fue
muy claro: “Hoy es un día de mucho dolor para mí. Pero también es un día de
esperanza. Aunque el cuerpo de mi padre se encuentra aquí delante, él está
ahora mismo delante de la presencia de Dios gozándose”. Las palabras con las que terminó me
impactaron y las guardé para mí: “La muerte es el camino que Dios usa para
llevarnos a la vida; a la Vida en mayúsculas”.
Aquí somos “extranjeros y peregrinos” (1 P. 2:11). Saber esto es un descanso
absoluto para el alma, volviéndonos sumisos ante la voluntad soberana de Dios.
Las
ideas claras
Sea el dolor del tipo que sea, tienes
que tener dos ideas muy claras, y que ya he apuntado en otras ocasiones. La primera es que tus creencias no deben
basarse en los sentimientos, puesto que “el
justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17). Los sentimientos de dolor pueden ir de
la mano de la fe, pero nunca enterrarla. Observa a Pablo y cómo conocía la
diferencia, a pesar de toda la adversidad que afrontaba: “Pero
tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de
Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados (sentimientos) en todo (circunstancia negativa), mas no angustiados (fe); en apuros (circunstancia negativa), mas no desesperados (fe); perseguidos (circunstancia negativa), mas no desamparados (fe); derribados (sentimientos), pero no destruidos (fe)” (2 Co. 4:7-9). Aunque las circunstancias fueran terribles, su fe
permanecía en pie.
Y eso fue escrito por una
persona que habló de sí mismo de esta manera: “Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado;
tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en
alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de
ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en
la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos
hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en
muchos ayunos, en frío y en desnudez” (2 Co. 11:25-27).
¿De qué sirve la fe si
luego no la aplicamos a la vida real? ¡De nada! La fe aporta
equilibrio; las emociones, no. Nuestra mente no puede alcanzar a
comprender todas las razones, pero tienes que descansar en que Dios sigue
siendo Soberano, aunque tu mente –y la mía- no alcance a entender muchas cosas:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni
vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la
tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos
más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8-9). Jesús le
dijo a Pedro que lo que no entendía en aquel momento lo entendería después (cf.
Jn. 13:7). Con nosotros sucederá igual. Todo aquello
que no hemos comprendido de nuestro paso por este mundo, encontrará su
explicación completa cuando estemos en la presencia del Padre.
En segundo lugar, debes
aprender a usar una vez más las herramientas que Dios te ofrece para afrontar
el dolor[3]. Haciendo un juego de palabras, abrazar la pena eternamente es un
abrazo mortal para el alma: te llena de amargura y apaga tu corazón. ¿Qué
herramienta principal hay que usar? El Señor mismo. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y
la vida” (Jn. 14:6). Él no es una religión. No es una serie de
normas y rituales. Él es la VIDA. Él es el que VIVE en el presente y REINA.
Para experimentar la vida en tu interior debes acercarte a la fuente de vida.
¿Estás herido?: Acércate al MÉDICO para que te sane: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es
fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:28).
Puede que tu vida en este mundo no
llegue a ser jamás como te gustaría y que muchas cosas vayan mal. Puede que
Dios no te libre de algunas de esas aflicciones que como humanos a veces
tememos. El hecho de que vivas como una persona íntegra no garantiza nada de
nada. Lo que Dios te ofrece cuando pasas por el desierto es esperanza, consuelo y fortaleza. Por
eso, la total rendición y tu descanso llegará cuando digas como Job: “Aunque él me matare, en él esperaré”
(Job 13:15). Eso es ser dócil a la voluntad de Dios. Incluso para la muerte
física tenemos el consuelo máximo: “Por
tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va
desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve
tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno
peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se
ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son
eternas” (2 Co. 4:16-18).
A muchos les confunde, les frustra y
les desalienta observar cómo a un ateo le puede ir en la vida mucho mejor que a
un cristiano, entendiendo “una vida mejor” según los valores hedonistas y
materialistas de nuestra sociedad. Así que responderé a esa objeción con un
concepto completamente radical y completamente bíblico: es mejor un verdadero
cristiano con miles de problemas que
alguien que no lo es y todo le marcha bien. El primero sabe que, a pesar
de todo, es amado por el Señor, que pasará toda la eternidad a Su lado, encuentra
consuelo y refugio en Él, se goza en sus promesas aunque su corazón derrame
lágrimas y tiene
“por cierto que las aflicciones del tiempo presente no
son comparables con la gloria venidera” que en él se ha de manifestar (cf. Ro. 8:18). Por el
contrario, el segundo, el inconverso, aunque su vida parezca un camino
maravilloso, aunque alcance un buen estatus social, empleo, dinero, casa y una
persona que le ame románticamente, es un pobre desgraciado cuyo destino es la
desesperación eterna, como así comprobará cuando pase al otro lado y se dé cuenta del error tan gigantesco que cometió en
vida al rechazar a Jesucristo y su obra en la cruz, viviendo según sus propios
deseos. Todo el jolgorio del que disfrutó se convertirá en tinieblas para el
alma. Los likes que logró se
convertirán en un gran dislike.
El
contraste entre unos y otros es y será brutal: “Mi carne y mi corazón
desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque
he aquí, los que se alejan de ti perecerán; Tú destruirás a todo aquel que de
ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; He puesto en
Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras” (Sal. 73:26-28).
Venga
lo que venga
Si la tribulación, el dolor y la
persecución han sobrevenido a tu vida –o sobrevienen en el futuro-, no uses
esas razones para alejarte de Dios y vivir en pecado, “porque
mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere,
que haciendo el mal. [...] De modo que los que padecen
según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el
bien” (1 P. 3:17; 4:19).
Como dijo Martin Luther King, “el
propósito de la vida no es ser feliz, ni tampoco obtener placer o evitar el
dolor, sino hacer la voluntad de Dios, venga lo que venga”.
Recuerda una vez más
que tu gloria no está en la Tierra, sino en el cielo. Que tu vida esté asentada
sobre la Roca, que es Cristo, y no sobre la arena de las circunstancias, los
sentimientos y el dolor: “Cualquiera, pues, que me oye estas
palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa
sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y
golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un
hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y
vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y
cayó, y fue grande su ruina” (Mt. 7:24-27).
Seguimos aquí: “Tuviste
problemas con otros cristianos”.
https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/04/7-tuviste-problemas-con-otros-cristianos.html
https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/04/7-tuviste-problemas-con-otros-cristianos.html
[1]
Parafraseado de 1 Pedro 4:3-5 y 4:12.
[2]
Lucado, Max. En el ojo de la tormenta.
Nelson.
[3]
Dada la complejidad y la extensión del tema, espero tener la oportunidad de
escribir en el futuro sobre la depresión.
Brillante Jesús, muy brillante, gracias por compartir algo tan esencial
ResponderEliminarGracias a ti por leerlo y comentar. Es que no hay nada más brillante que la Palabra de Dios, que es la que nos ofrece fortaleza, libertad y gracia.
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