lunes, 15 de mayo de 2017

Silencio: ¿cristianos que apostatan?



Silencio, adaptación de la novela de Shusaku Endo, es la última película dirigida hasta la fecha por el famoso director Martin Scorsese y que trata un tema verdaderamente incómodo e inquietante para cualquier cristiano: la apostasía. Es decir: una persona que renuncia a su fe en Cristo. En este caso, la historia gira en torno a dos jesuitas portugueses (interpretados por Adam Driver y Andrew Garfield, el mismo de Hasta el último hombre: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/03/hasta-el-ultimo-hombre-despreciando-los.html) que viajan a Japón en busca de un misionero desaparecido (Liam Neeson) que, según parece, ha rechazado la fe cristiana, evitando así su propia muerte. Estemos o no de acuerdo con la visión del cristianismo que tienen los sacerdotes jesuitas y, por extensión, el catolicismo romano, es un asunto peliaguado el que se debate.
Aunque en el presente este país asiático es pacífico, no fue así hasta su derrota en la 2ª Guerra Mundial. En el siglo XVII, época donde se desarrolla la trama, los evangelizadores no eran recibidos con aplausos y fiestas de bienvenida por el Gobierno. La violencia contra ellos estaba a la orden del día: torturas, persecuciones implacables y ejecuciones que prefiero no describir. Una verdadera Inquisición en versión japonesa. Siendo la religión oficial el budismo (religión que históricamente ha sido violenta y opresiva, al contrario que la imagen que se nos vende de ella), no querían saber del mensaje de paz y amor que les ofrecía el Evangelio. Incluso hoy en día, aunque pequeñas puertas se están abriendo, esta nación sigue siendo un lugar bastante hermético en lo que concierne al cristianismo.

¿Apostasía?
Cuando nos referimos a apostatar en el sentido correcto del término, no lo hacemos en el de alguien que por diversas razones ha dejado de congregarse o de participar de actividades consideradas “cristianas” (lo sean realmente o no). Tampoco al individuo que desde jovencito se ha reunido en un local (al que erróneamente se llama “iglesia”) con creyentes y ha aparentado serlo durante muchos años, cuando en realidad nunca había nacido de nuevo.
En el largometraje, a los creyentes se les ofrecía pisotear una imagen de Cristo para simbolizar su rechazo a Él o, de lo contrario, tenían que pagar con la muerte. Emotiva y de aliento resulta la escena donde un aldeano es crucificado en el mar para morir ahogado mientras canta un himno.

En la actualidad y por norma general –al menos en el mundo occidental-, a nadie se le pone un grabado en el suelo para que lo pise. La apostasía voluntaria suele comprobarse de otra manera. Personalmente nunca he conocido a nadie que con su boca haya dicho que “ya” no cree en Jesús o que lo repudia, pero sí he visto a muchos que, con sus vidas, han dejado claro que han “apostatado”. Ya que no las ponen por obra, han renegado de las enseñanzas del Señor, y viven, en mayor o en menor medida, en “las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; [...] que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gá. 5:19-21).
Otros, aunque no practican ni participan en grandes pecados, tienen a Dios por un lejano recuerdo, donde la oración, la lectura de la Biblia y el fruto del Espíritu desapareció tiempo atrás de la vida diaria. Es lo que yo llamo “apostasía pasiva”. Aunque digan que Jesús es Señor, no lo tienen a Él por tal, y se les aplica Sus palabras: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46).
Estas dos formas citadas son las habituales en lo que concierne a la apostasía “contemporánea”.

Dos posturas opuestas y el término medio
Para no extenderme en demasía, veamos qué dicen calvinistas y arminianos al respecto, ya que no comparten el mismo punto de vista:

- La postura calvinista afirma que un verdadero hijo de Dios nunca deja de serlo, jamás renegará de Aquel en quien creyó ni caerá en la práctica continuada del pecado. En consecuencia, no podrá perder la salvación al haber sido escogido directamente por el Soberano. Según este enfoque, el que se ha apartado es porque realmente no era un verdadero converso sino alguien que solamente aparentaba ser cristiano.

- Por su parte, la postura de los arminianos cree que, al igual que tenemos la capacidad de aceptar a Cristo como Señor y Salvador, poseemos la misma libertad para rechazarlo, sea con palabras o con obras que demuestran día tras día que no queremos nada de Él. En consecuencia, Jesús negará ante el Padre al que lo ha negado.

Nos decantemos por una posición u otra, el termino medio lo encontramos aquí: el que vive en pecado continuo y sin arrepentimiento –tanto si afirma “haber nacido de nuevo” como si no-, no heredará el reino de Dios (cf. Gá. 5:21). Por otro lado, aunque las evidencias externas nos puedan dar a entender una cosa u otra, únicamente Dios y la propia persona saben si realmente “nació de nuevo” o no.

¿Cómo trató la Iglesia primitiva a los que apostataban?
Desde los primeros siglos del cristianismo se han producido este tipo de coyunturas ante la apostasía. Cuando Decio fue proclamado Emperador romano (249-251 d.C.), “comenzó la primera gran persecución general de los cristianos en todo el Imperio romano, llamada así porque superó en extensión, crueldad y severidad a cuantas le precedieron. Decio estaba decidido a acabar con el cristianismo por considerarlo un movimiento peligroso tanto para la religión pagana como para el Estado. Cualquier procedimiento era bueno con tal de exterminar la fe de Cristo: confiscación de bienes, arrestos, torturas, deportaciones y la ejecución. No todos los cristianos resistieron con igual dignidad y entereza. Los hubo que apostataron, los lapsi. Y a la Iglesia se le planteó entonces el problema de lo que había que hacer con esos apóstatas. Algunos creyeron que estos hermanos más débiles debían hacer penitencia el resto de sus vidas, y aún otros llegaron al extremo de considerar que no había ya arrepentimiento posible para ellos. Los más, entre los que se hallaban la mayoría de obispos, pensaron que había que hacer distinciones.
En realidad existían varias clases de lapsi: los que tan pronto se enteraron del edicto de persecución fueron corriendo, por su iniciativa, a sacrificar a los dioses y los que lo hicieron bajo tortura. Con aquéllos había que ser muy severo, pero con éstos había que demostrar caridad: tal fue el parecer que prevaleció. El partido rigorista extremo perdió de vista que el mismo apóstol Pedro después de haber negado a su Señor tres veces, pudo ser restaurado por la gracia de Dios a un útil ministerio. [...] La mayoría de los mismos ´confesores`[1] abogaba en favor de la comprensión y la caridad para aquellos que no supieron resistir hasta el fin. [...] Tan pronto como Cipriano volvió a su sede de Cartago escribió un tratado sobre los lapsi. Convocó seguidamente un Concilio en la primavera de 251 que leyó su tratado, lo aprobó y lo convirtió en la base de la actuación que las iglesias debían tomar en la cuestión compleja y delicada de los lapsi en todo el norte de África. [...] Comunicó las decisiones del Concilio de Cartago a Roma y a las principales ciudades del Imperio, deseando se tomaran medidas parecidas en todas las iglesias. Cipriano, en carta dirigida a Antoniano, obispo de Numidia, explica: ´[...] Compulsados los textos de la Sagrada Escritura en largo estudio por una y otra parte, consideramos el equilibrio con saludable moderación, de modo que no se les denegase totalmente a los lapsos la esperanza de la comunión y de la paz, para que no cayeran en desesperación y, por cerrarles la vuelta a la Iglesia, se entregasen a una vida de paganos, siguiendo el espíritu de este siglo; ni tampoco, por otra parte, se aflojase la severidad evangélica, para pasar a la ligera a la comunión`. Los obispos de las distintas regiones a los que envió Cipriano su correspondencia reunieron Sínodos que unánime, y libremente, llegaron al mismo parecer que la iglesia de Cartago”[2].

¿Cómo se actuó ante los Lapsi?
Que responda a esta pregunta el experto y ya difunto José Grau: “La controversia en torno a los lapsi dio nacimiento al cisma de Novato y Novaciano: ´Porque Novato, presbítero de la Iglesia Romana, ensorbecido por la arrogancia contra ellos (los lapsos), como si ninguna esperanza de salvación les hubiese quedado para el futuro, a pesar de cumplir todas las cosas pertinentes a la conversión sincera, y a la pura confesión, fue fundador de la secta de los que por soberbia se llamaron a sí mismo cátaros (puros). Por lo cual, habiéndose congregado un sínodo en Roma, al cual concurrieron sesenta obispos de las provincias hubiesen consultado separadamente qué debería hacerse, fue promulgado por todos el siguiente decreto; que habían de tenerse por extraños a la Iglesia, Novato y aquellos que con él se habían insolentado, y también los que se habían inhumanamente permitido asentir a la opinión de aquél, extraño de la caridad fraterna`.
El cisma de Novaciano no arrancó, contra lo que pueda parecer a simple vista, de una disputa doctrinal, ni siquiera disciplinaria. En su origen se hallaban la rivalidad y la envidia. A la muerte de Fabiano, el presbítero Novaciano abrigaba fuertes esperanzas de ser elegido obispo de Roma. Se atribuyen a él dos cartas conservadas por Cipriano, escritas en nombre de la sede romana mientras ésta estaba vacante. Por estos escritos y por la actitud de la iglesia romana entonces, se desprende que los puntos de vista de Novaciano sobre los lapsi eran los de la mayoría. Sin embargo, cuando Cornelio fue elegido obispo de Roma (año 251), Novaciano mudó de pensamiento y exigió que los apóstatas fueran excomulgados para siempre. Como Cornelio se opusiera a sus puntos de vista, se hizo ordenar obispo por tres prelados de una localidad insignificante de Italia nos cuenta Eusebio y así creó un cisma en la Iglesia romana.
En el año 251, cuando después de la muerte de Decio la persecución decrece y las Iglesias viven un tiempo de paz, la cuestión de los lapsi y el movimiento novaciano ocupan la atención de las cristiandades. La actividad conciliar se torna incesante. Son cuestiones que atañen, en realidad, a todas las Iglesias pues todas han sufrido el azote de la persecución y las teorías de Novaciano y Novato se difunden por todas partes.
Novaciano y sus seguidores cayeron en un pecado de fariseísmo al juzgar que solo ellos eran puros y que nadie mas representaba mejor a la verdadera iglesia. Aunque no se dieran cuenta de ello, también sus oponentes cayeron en una actitud sectaria: condenaron a quienes como Novaciano y Novato eran ortodoxos en lo que atañe a las principales verdades del Credo cristiano y cuyas diferencias tenían que ver solamente con una cuestión de disciplina. El error de Cipriano fue clerical; sectarismo y clericalismo cegaron los ojos de aquel siglo”[3].

Por lo que vemos, el problema ante la apostasía es un tema que surge prácticamente el comienzo de la Iglesia, por lo que lo mejor es mirar directamente a las Escrituras. 

Continuará en ¿Puede volver a Dios un “cristiano” que ha negado a Cristo con sus palabras o sus obras?


[1] Se llamaba “confesores” a quienes abiertamente confesaron el nombre de Cristo, aún en medio de la tortura y la persecución, pero lograron salvar sus vidas. Los confesores que morían eran los “mártires”.
[2] Grau, José. Catolicismo romano. Orígenes y desarrollo, tomo I. Pág. 61-65.  
[3] Grau, José. Catolicismo romano. Orígenes y desarrollo, tomo I. Pág. 66.

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