Tras el reciente
estreno de Noé -del director Darren Aronofsky y protagonizado por Russel Crowe,
Jennifer Connelly, Emma Watson y Anthony Hopkins, entre otros muchos-, observamos que no ha sido la primera
vez (y posiblemente no será la última), donde una película basada en un relato
bíblico levanta polvareda, precisamente por alejarse de la fidelidad a lo
narrado en las Escrituras, añadiendo una trama ficticia que desvirtúa a los
personajes y manipula la verdadera historia. El guión distorsiona por
completo el relato que se nos cuenta en el libro de Génesis.
La inmensa mayoría de
los cristianos se han sentido profundamente decepcionados. Me gustaría decir
que no ha sido mi caso, pero no es así. La desilusión ha resultado mayúscula.
Iba mentalizado para abstraerme de las
incongruencias que me encontraría, puesto que ya había leído algunas criticas
al respecto. Así al menos podría disfrutar del espectáculo visual. ¿La
realidad? Me resultó imposible desde el primer minuto. Como poco, es nefasta.
Multitud de personajes salidos de la imaginación del director; una deformación
absoluta en la esencia de la historia original; una forma esperpéntica de
denigrar por completo a Noé, caracterizándolo como un lunático violento y
desquiciado. ¡Si hasta Matusalén parece el hermano perdido de Gandalf, el
famoso mago del Señor de los Anillos!
Puedo aceptar que se tomen ciertas licencias
artísticas para narrar durante dos horas lo que la Biblia apenas cuenta en unas
pocas líneas, siempre y cuando no se corrompa el mensaje. Darren Aronofsky ha
hecho todo lo contrario, llenando al espectador de perplejidad: ¿Noé
recibiendo visiones y sueños confusos, cuando el relato bíblico especifica que
Dios le habló clara y directamente? (cf. Gn. 6:13-22); ¿Qué Noé no sabía que
tenía que construir un arca cuando Dios mismo le enumeró los detalles? (cf. Gn.
6:15-16); ¿Qué la voluntad de Dios era que solo los animales sobrevivieran y
que Noé matara a sus nietos para que la raza humana se extinguiera, cuando
realmente Dios quiso empezar de nuevo estableciendo un pacto con él? (cf. Gn.
6:18); ¿Por qué Aronofsky pasa por alto que en el arca entraron la mujer de
Noé, sus hijos y las mujeres de sus hijos, y se inventa que su hijo Cam odiaba
a su padre por no proporcionarle una esposa? (cf. Gn. 6:18) ¿Para crear un
melodrama de telenovela? La lista de despropósitos es larguísima.
Personalmente, considero como rescatable dos escenas:
1) Las hermosas imágenes sobre los 6 días de la
Creación. El problema es la penúltima escena antes de la creación del hombre:
aparece un mono. ¿Es casualidad o intencionado por parte del director? Ambiguo.
Por lo demás, el resto del relato visual es maravilloso.
2) Muestra la “Caída” (aunque con la clásica pero
errada “manzana”, la cual no aparece en el texto bíblico) y los efectos en el
ser humano del pecado original: “Como el
pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). Sin
saberlo, el director apunta al mensaje del Evangelio: la necesidad de un Salvador
que pague por nuestros pecados: “Así que,
como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la
misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación
de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán
constituidos justos” (Ro. 5:18-19). Ese “Uno” que nos hace justos es
Cristo.
Antes de pasar a la verdadera historia de Noé y ver
qué podemos aprender para nuestras vidas de la misma, quiero detenerme en un
apunte que personalmente me pareció el más grave de todos (quizá porque no me
lo esperaba): la representación de los “ángeles caídos”, llamados “Los
vigilantes”, como bondadosos, que incluso ayudan a Noé a construir el arca:
- En la película se nos cuenta que fueron lanzados a
la Tierra por Dios como castigo por querer ayudar a los hombres. Por el
contrario, la Biblia expone que un querubín (descrito en Ezequiel 28:12-19) se
reveló contra Dios, queriendo ser igual a Él (cf. Is. 14:12-15). Es la misma
“oferta” que le hizo a Adán y Eva: ser como Dios (cf. Gn. 3:5). En este intento
de rebelión, arrastró a 1/3 de los ángeles del cielo (cf. Ap. 12:4). Por eso
fueron expulsados del cielo; no por su deseo de socorrer a los humanos.
- Podemos ver que estos “ángeles caídos” (demonios),
se redimen al ayudar a Noé y vuelven como seres de luz al cielo. Sin embargo,
tanto Judas (no el traidor) como Pedro nos señalan todo lo contrario: “Y a los ángeles que no guardaron su
dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo
oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Judas 1:6; 2
P. 2:4). Un estudio del Nuevo Testamento nos muestra con toda claridad que no
hay ninguna bondad en ellos. Jesús mismo dijo del diablo (en singular), que
había venido para robar, matar y destruir (cf. Jn. 10:10). En consecuencia,
todos serán lanzados al fuego eterno (cf. Mt. 25:41).
La verdadera historia bíblica de Noé
Ante todo esto, ¿qué
podemos hacer? ¿Perdernos en discusiones? No por lo que a mí respecta. No
podemos esperar fidelidad a la narración bíblica de un grupo de personas que no
tienen a Dios por Señor. Hagamos por tanto lo más lógico y práctico: Volver al
relato bíblico y aprender de la verdadera historia de Noé.
Cuando repasamos
mentalmente el libro de Génesis de manera cronológica, nos encontramos en
primer lugar la Creación. Vemos la nada más absoluta y, de repente,
contemplamos a Dios interviniendo directamente. No sabemos en que momento de la
eternidad pasada ideó Su plan. Puesto que Él es Omnipotente, pudo “diseñar” tal
idea hace cien mil millones de años o un solo día antes (hablando en
términos humanos). Aunque algún día nos lo explicará (como otras tantas cosas),
en el presente no tenemos respuesta para esta pregunta.
Si seguimos
avanzando, observamos en que llega un momento en que cesa su obra creativa,
aunque sin apartarse jamás de su creación (al contrario de lo que opina
desgraciadamente el “deísmo”), bendiciendo al ser humano por medio de Adán y
Eva en el huerto del Edén. Pero también observamos la Caída, la expulsión del
paraíso, la vida de Abel y Caín, y la expansión de la humanidad por toda la
tierra. Así hasta llegamos a Noé, nuestro protagonista en el día de hoy, a
quien la Escritura define como varón justo, perfecto en sus generaciones y que
caminaba con Dios (cf. Gn. 6:9).
Todos conocemos su historia, pero podemos aprender mucho
de él y de sus circunstancias para aplicarlo a nuestra vida. Algo que sucedió
hace miles de años nos puede aportar una riqueza personal de incalculable
valor. Para empezar, todos aquellos que han “nacido de nuevo” tenemos un punto
en común con él: somos justos gracias al sacrificio de Cristo en la cruz que
nos hace santos y redimidos delante del Padre. Así lo explicó Pablo: “Ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por
el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11). Esto no
significa que Noé o nosotros seamos perfectos. El mismo Noé se emborrachó poco
después y nosotros nos equivocamos muchas veces. Es por la gracia de Dios que
estamos en pie delante de Él: “Nos salvó, no
por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia,
por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Ti. 3:5).
Señalado este apunte
importante, entremos en detalles sumamente reveladores del mundo donde
vivía Noé:
a)“La maldad de los hombres era mucha en la
tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de
continuo solamente el mal” (Gn. 6:5).
La historia se repite hoy en
día. Una sociedad que vive solamente para el placer, para el aquí y el ahora,
para el “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Y puesto que no hay
principios morales, el bien y el mal son relativos según la opinión de cada
uno. En definitiva: “yo hago lo que me gusta y me comporto como quiero, y al
que no le guste... es su problema”.
b)“Y se corrompió la tierra delante de Dios, y
estaba la tierra llena de violencia” (Gn.
6:11). ¿Cómo está la sociedad
que visualizamos diariamente en la televisión? Tan degradada que parece
surrealista. Un mundo donde muchos usan el nombre de Dios para cometer sus
propios crímenes, sean de la religión que sean; un mundo que se gasta miles de
millones de dólares en producir y comprar armamento: más aviones, más tanques,
más misiles, más de todo; un mundo donde la vida humana no vale nada; donde se
asesina a los bebes antes de nacer; donde los presos viven en condiciones
infrahumanas en países tercermundistas; donde el terrorismo es aceptado por
algunos radicales; un mundo donde se pagan cientos de euros por una entrada
para un espectáculo (deportivos, musicales, etc.) pero no se le ofrece ni cinco
euros a un pobre que no tiene donde caerse muerto. Los ejemplos son
interminables. Daría para todo un libro. Este es el mundo en el que vivimos,
descrito de manera suave. Basta con que abras bien los ojos para contemplar la
miseria. Y podemos pensar que Dios es indiferente ante esta situación y ante la
maldad del ser humano desde la Caída. Pero no es así: “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió
en su corazón” (Gn. 6:6). Me quedo con esas palabras: “Y le dolió en su corazón”. A Dios le afliguía y le constierne la
situación del mundo.
Como estamos viendo, la historia pasada es
perfectamente equiparable con el presente. Es un cuadro que se repite. Las
circunstancias se siguen reproduciendo en la actualidad de maneras diferentes.
Dios avisó que iba a lanzar su juicio contra la humanidad en forma de Diluvio.
Algo que se repite en los tiempos en que estamos. La paciencia de Dios es
extrema pero no infinita; de lo contrario nunca se haría justicia. Y todo se
cumplirá cuando Cristo regrese para establecer definitivamente Su Reino, como
Él mismo afirmó: “Mas como en los días de
Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del
diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el
día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y
se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mt.
24:37-39).
¿Que los cristianos llevamos 2000 años esperando?
Pedro escribió al respecto: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la
tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que
ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
Sucederá tal y como está previsto.
El refugio
Llegados a este extremo, contemplamos algo grande. En
medio de ese mundo antiguo y hostil, en la soledad de la adversidad y viviendo
en una tierra que en poco tiempo sería tragada por las aguas, Dios no abandonó
a Noé sino que le habló personalmente, al igual que nos habla a nosotros: “Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin
de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he
aquí que los destruiré con la tierra. Hazte un arca de madera de gofer, harás
aposentos en el arca, y la calafatearás
con brea por dentro y por fuera. Y
de esta manera la harás: de trescientos codos la longitud del arca, de
cincuenta codos su anchura, y de treinta codos su altura. Una ventana harás al
arca, y la acabarás a un codo de elevación por la parte de arriba; y pondrás la
puerta del arca a su lado; y le harás piso bajo, segundo y tercero” (Gn. 6:13-16).
Calafatear, ¡qué
palabra más extraña! ¿Qué significa?: “Cerrar las junturas de las maderas de
las naves con brea para que no entre el agua”. La brea era una sustancia para
impermeabilizar el arca; así no se inundaría. Además, Dios le dijo que la
hiciera de “madera de Gofer”. No se sabe exactamente qué tipo de madera era
esta. Ni siquiera se sabe si es de algún tipo de árbol ya extinguido; carecemos
de suficiente evidencia para determinar su identidad. Ni siquiera en el hebreo
está claro el significado de “gofer”. Pero lo que sí es seguro es que tuvo que
ser de una madera de una calidad impresionante para resistir la devastación que
hubo a su alrededor. Seamos conscientes de que el juicio de Dios era la
destrucción de todos los seres humanos a causa de su maldad, exceptuando a
aquellos que estaban protegidos por el Arca.
Dios no dijo: “Oye
Noé, va a venir sobre el mundo la destrucción. Tus problemas se van a acumular
en gran medida. Sé que eres justo, pero...”. No, no fueron esas sus palabras.
Parafraseando, declaró: “Noé, a causa de la maldad de este mundo, voy a
limpiarlo. Tú caminas conmigo y eres justo por que crees en mis palabras. Ahora
yo te he escogido para que la vida continúe adelante en un nuevo amanecer
cuando todo haya pasado. Pero debes de saber una cosa. No te voy a dejar solo.
Voy a protegerte. Vas a crearte un refugio, una guarida. Y esa guarida va a ser
totalmente impermeable e indestructible”. Fíjate en los detalles. No era un
transatlántico con jacuzzi, piscina y camareros al servicio de los pasajeros.
Rodeado de animales, aquel lugar no olería precisamente a rosas. Pero, sin duda
alguna, era un lugar protegido de todo mal, a pesar de las circunstancias
adversas.
¿Y qué tiene que ver
todo esto con nosotros? Podemos verlo en la oración de Jesús al Padre? “No ruego que los quites del mundo, sino que
los guardes del mal” (Jn. 17:15). Dios no le ofreció a Noé un manual
de instrucciones para que se construyera una nave espacial. Tampoco lo sacó
volando de este mundo y lo llevó a la Luna para que fuera testigo lejano de lo
que estaba ocurriendo bajo el cielo terrestre. Nada de esto aconteció, sino que
en medio de la gran tormenta le ofreció
una guarida y una protección infalible.
Un examen exhaustivo
y global de toda la Escritura (y no pasajes sueltos), nos hace ver que las
“olas” de la vida arremeterán contra nosotros cuando menos lo esperemos, pero
que, a pesar de ellas, no nos hundiremos completamente por muy grandes que
sean, ya que Dios mismo guarda a sus hijos, aún en la muerte: “No temas,
porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por
las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases
por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo
Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador” (Is. 43:1-3). No se nos indica que no pasaremos por el fuego ni que lo esquivaremos,
sino que pasaremos por él y lo sentiremos realmente, pero con todo no nos
quemaremos. Cada uno de nosotros puede hablar de las luchas, de las lágrimas
derramadas, de las veces en que hemos sentido el corazón roto y de las
desdichas que nos han acontecido en nuestro caminar. Todos tenemos nuestro
propio diario personal. Algunas de esas páginas solo las conocemos nosotros. Y
esto incluye las dificultades presentes. Y nada nos garantiza una vida sin
problemas mientras pisemos esta tierra. Hay diluvios que pueden durar toda la
vida: enfermedades crónicas propias o de seres queridos, problemas económicos,
las consecuencias de pecados pasados o de decisiones erroneas, matrimonios
destrozados, amistades deshechas, persecución por defender la verdad de las Escrituras,
etc. Pero todos podemos decir como Samuel: “Hasta aquí nos ayudó Jehová” (1 S.
7:12). Y siempre será así.
Toda la Biblia habla
de Dios como refugio, como nuestra “Arca”. Hay decenas de ejemplos, como cuando
el rey David fue librado de la mano de sus enemigos y de Saúl: “Jehová es mi roca y mi fortaleza, y mi
libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y el fuerte de
mi salvación, mi alto refugio [...]
Jehová será refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia
[...] Tú eres mi refugio; me
guardarás de la angustia; Con cánticos de liberación me rodearás [...] Alma
mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza. El solamente es mi
roca y mi salvación. Es mi refugio,
no resbalaré. En Dios está mi salvación y mi gloria; En Dios está mi roca
fuerte, y mi refugio. Esperad en él
en todo tiempo, oh pueblos; Derramad delante de él vuestro corazón; Dios es
nuestro refugio” (2 S. 22:2-3; Sal. 9:9; Sal. 32:7; Sal. 62:5-8; Sal.
121:1-2). Y el mismo profeta Jeremías
sentencia: “Mi refugio eres tú en el día malo” (Jer. 17:17).
La ventana
Siempre me llamó la
atención el hecho de que Dios le mencionara a Noé que construyera el arca con
una ventana (cf. Gn. 6:16). ¿Para qué, si durante 40 días y 40 noches no iba a
ver nada, solamente agua y más agua? Un detalle, aparentemente sin importancia,
que tiene trascendencia para todas las generaciones humanas: Aún en medio de la
tempestad, aún en medio de los problemas, aún en medio de las noches oscuras
del alma, aún en medio de los problemas humanos irresolubles, aún en la
tempestad, Dios quiere que asomemos nuestra cabeza y nuestro corazón por la
“ventana” y que miremos por encima de lo que contemplan nuestros ojos físicos y
carnales, para que veamos por encima de las dificultades. Alguien dijo que
muchas veces no vemos el resto del bosque por culpa de un árbol. Una vez que
sabemos que tenemos un refugio preparado por Dios para las tormentas de la
vida, nos queda levantar nuestros ojos más allá para contemplar esperanza,
consuelo y un sinfín de promesas eternas. De ahí las palabras del autor de la
carta a los hebreos: “puestos los
ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe [...] para que vuestro ánimo no
se canse hasta desmayar” (He. 12:2-3).
La puerta
Un refugio. Una
ventana. Y por último, una puerta. Cuando comenzó el Diluvio “Jehová le cerró la puerta” (Gn. 7:16).
La mano de Dios estaba protegiendo a Noé y a su familia cuando “fueron rotas todas las fuentes del
grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas” (Gn. 7:11). Nada les haría daño sin Su consentimiento. Pero, pensemos en esto: las
puertas sirven tanto para entrar como para salir. Y hay ocasiones en las que
entramos en nuestra “guarida” en medio de la tormenta, en ese refugio que Dios
nos ha preparado para esos momentos de dolor y pesadumbre, y nos encerramos
eternamente. Escondidos, asustados y temerosos, a pesar de que el peligro ya ha
pasado, las nubes se han disipado y el dolor ha mitigado. ¿Por qué actuamos
así? Porque la experiencia ha sido tan terrible que nos da miedo enfrentarnos
nuevamente con la realidad. Nos sentimos tan cómodos en nuestro refugio que
preferimos no salir. Sin embargo, Dios fue muy claro con Noé: “Sal
del arca tú, y tu mujer, y tus hijos, y las mujeres de tus hijos contigo.
Todos los animales que están contigo de toda carne, de aves y de bestias y de
todo reptil que se arrastra sobre la tierra, sacarás contigo y vayan por la tierra, y fructifiquen y
multiplíquense sobre la tierra” (Gn. 8:16-17). Si Noé se hubiera quedado a vivir en el Arca, el plan de Dios para
la humanidad no se hubiera cumplido.
Noé estuvo un año en
el Arca, hasta que la tierra se secó. En nuestras vidas pasamos por crisis.
Algunas duran días. Otras semanas o meses. Para eso tenemos el refugio de Dios y una ventana para mirar más allá mientras
tanto. El problema puede acontecer cuando la tierra ha vuelto a ser fértil y el
sol a brillar, pero seguimos encerrados por miedo, temor o simplemente apatía.
Es aquí donde Dios
habla a todos sus hijos: “Ya ha pasado la tormenta. Yo te he protegido. Yo te
he cubierto. Como ser humano sé que has sufrido. Sé que tu corazón se ha
desgarrado. Lo sé por que yo también caminé ese sendero. Pero ahora, levántate
y camina como Lázaro. ¿Acaso no sabes cuánto aun me queda por hacer en ti? ¿Qué
vendrán nuevas tormentas? Ahí tienes mi guarida, que es Mi presencia. ¿Qué
vendrá dolor? Hay tienes mi Santo Espíritu para sostenerte. ¿Qué te sientes
débil y sin fuerzas? Bástate mi
gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (Cf. 2 Co. 12:9).
Noé vio la mano de
Dios. Fue perfectamente consciente de que Él le protegió. Y se sintió
tremendamente agradecido, tanto que edificó un altar a Jehová y ofreció
sacrificio, hasta el punto de que Jehová percibió olor grato (cf. Gn. 8:20-21).
Cuando seamos
conscientes de que Dios siempre estará a nuestro lado “antes”, “en medio” y
“después de” cualquier diluvio personal, aunque haya ocasiones en que nos
sintamos emocionalmente desbordados por las circunstancias, la perspectiva será
completamente diferente. Es Su promesa: “He aquí yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20). Aquel que hizo que el arca no se hundiese y que la sostuvo a
flote en medio del mar embravecido, es el mismo que nos sostendrá pase lo que
pase: “Alzaré mis ojos a
los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo
los cielos y la tierra” (Sal. 121:1-2).
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