Uno de los últimos altercados que ha
salpicado la vida política ha sido el descubrimiento de la infidelidad cometida
por Hollande, jefe de la república francesa. No es el primer político que cae
en estas redes. Aunque sea un escándalo, pocos son ya los que se sorprenden de
este tipo de actitudes. Parece que en las últimas décadas se ha convertido en
una tradición que figuras públicas sean descubiertas en plena relación
extraconyugal. Hemos tenido casos como el de Bill Clinton, presidente de los
Estados Unidos, en su “affaire” con Monica Lewinsky, o el del Ministro español
en los años 80, Miguel Boyer (casado y con tres hijos) con Isabel Preysler
(casada con el marqués Carlos Falcó). Podríamos seguir con Silvio Berlusconi,
Jesse James (exmarido de Sandra Bullock), Tony Parker (ex de Eva Longoria),
Arnold Schwarzenegger o el cantante Marc Anthony, pero la lista es demasiado
larga y truculenta como para ahondar en detalles.
Personalmente me quedé de piedra hace
unos días cuando supe que Cesc Fábregas, futbolista de indudable calidad y admirado
por muchos, había comenzado una relación amorosa con una mujer casada y con dos
hijos. Ahora son novios y ya han tenido su primer retoño. ¡Resulta irónico que
el mote que tiene en el vestuario sea “empanao”! El marido de ella, un famoso
multimillonario empresario libanés, se enteró por la prensa, y ha confesado
sentirse humillado. Sin embargo, no he escuchado ni una sola crítica al famoso
jugador de la selección española. Su propia afición le desaprueba y le grita
cuando no marca goles, pero nadie alza la voz por su adulterio. Ahí se
comprueba la catadura moral de nuestro mundo. Parece que hay ciertas conductas
que están permitidas por la sociedad. Como dijo J. B. Moliere: “Todos los vicios, cuando están de moda, pasan por virtudes”.
Nada de
esto es nuevo ni es un invento contemporáneo. Desde la caída, la especie humana
se ha comportado de la misma manera: desde Sodoma y Gomorra, pasando por la
cultura babilónica y egipcia, el Imperio Romano, la civilización griega y todas
aquellas que le han seguido hasta el día de hoy; nada ha cambiado. Pero Jesús
fue tajante al respecto: “Lo que los
hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16:15).
Que algo tenga apariencia de normalidad para la sociedad no
significa que esté bien. La esclavitud fue legal en los Estados Unidos entre
1654 y 1865. ¿Era normal y habitual para la sociedad? Sí. ¿Era NORMAL y BUENO?
Ni mucho menos. Estaba mal sí o sí. La sociología se limita a reflejar lo que
la sociedad hace o deja de hacer, no a establecer los parámetros del bien y del
mal: “La moral, el arte de vivir con
dignidad, nos enseña cómo debemos actuar, qué es lo mejor para el hombre a
largo plazo. Fija ideales y conductas que hacen al ser humano más libre. La
verdad no depende del consenso ni de lo que diga la mayoría” porque “cuando uno se apunta a las modas en
cuestiones esenciales, está perdido” (Enrique Rojas, extraído de El amor inteligente y La ilusión de vivir).
Algunos ingenuos (entre los que me
encontraba hasta hace poco), pueden pensar que este tipo de cuestiones son
minoritarias entre la población. Otros creen que a lo mejor es una moda
pasajera. Pero si nos vamos al mundo real, comprobaremos que, tristemente y
como vamos a ver, no es así. Hace años escribí un libro sobre la soltería y,
como hago siempre para documentarme sobre cualquier tema, leí multitud de
manuscritos para saber cómo piensan otras personas, sea que compartan mi misma
fe o que la nieguen por completo. Es la mejor manera de vislumbrar todo el
panorama general de la sociedad en la que vivimos. Uno de los manuscritos que
adquirí se titulaba Pareja ¿Fecha de Caducidad?, de la periodista española Teresa
Viejo. Aquí dejo algunas de sus “joyas”: “¿Dónde
está el daño de un contacto aislado y esporádico entre dos que a lo mejor no se
encuentran más en la vida? Piensen un momento: Si somos una especie encaminada
a la lujuria y a la sexualidad rica y variada que se inventa la monogamia por
necesidad social, si nuestro natural es promiscuo e infiel, ¿cuál es la razón
por la que seguimos penalizando la biología? [...] Cuando una relación
matrimonial hace aguas, es muy loable que sus miembros busquen cariño, amistad,
sexo o comprensión fuera de la estructura compartida. Son
sólo aventuras sin transcendencia, un juego de conquista muy estimulante que no
le hiere a nadie, con seres a los que nunca más volveré a ver [...] Si una pareja se conoce y enamora con 25 años y su
media de vida es de 82,31, ¿será fiel de forma exclusiva durante 57,31 años a
la misma persona? ¿No les parece un plazo demasiado largo para mantener viva la
pasión? [...] En la no-pareja se sitúan también
mujeres que han aparcado los efectos nocivos de una educación judeocristiana y
aplauden ahora una vida más libre”.
Esta mujer divorciada considera normal ser infiel a tu espos@ (o
que lo sean contigo), puesto que nuestra biología nos impulsa a ello por mucho
que la nefasta educación cristiana intente reprimirla. ¡Terroríficas palabras!
Una manera de pensar muy propia de una sociedad sin moral y completamente
perdida. Por eso no me extraña este tipo de comentarios de otros infieles: “Nunca me habían valorado como lo hace mi
amante. No estoy enamorado, lo sé, pero me hace sentir tan bien que no puedo ni
quiero renunciar a ella ahora en mi vida. Necesito este sentimiento” (periodista de 53 años). Y Jordi, un librero catalán
de 50 años y casado desde hace 20: “Lo hago sencillamente porque me gustan
otras. Es natural y no daño a nadie”.
Todos
destacan que sus acciones no provocan dolor. ¡Que se lo digan a la actriz Demi
Moore, ingresada en un centro de rehabilitación tras descubrir los amoríos del
ya su ex-esposo Ashton Kutcher! ¡Que le pregunten cómo se siente a la primera
dama francesa, hospitalizada por “fatiga nerviosa
extrema” tras descubrirse la
verdad! Si no está mal, ¡miren a la cara a sus esposas, díganselo y verán cómo
reaccionan llenas de “felicidad”! Creer que el mal no causa dolor es el mayor autoengaño y acto de hipocresía
que conozco. ¡Cuánto dolor al descubrirse el adulterio! ¡Cuántas familias
destrozadas! ¡Qué terrible ejemplo para los hijos! ¡Cuántos corazones rotos! El
pecado, sea el que sea, siempre tiene consecuencias. Y, en este asunto en
concreto, más todavía: para el que causa el daño, sentimientos de culpa (si es
que le queda conciencia para ello); para la víctima, el descubrimiento de un
mundo de desengaño que le abofetea el alma.
Hace
tiempo trabajé en una refinería donde conocí a un señor de cerca de 60 años que narraba sus
experiencias habituales en un club de “citas”, a pesar de estar casado. Era un
hombre amable, educado y que escuchó con respeto el mensaje del Evangelio, pero
no tenía escrúpulos para engañar a su esposa... mientras que no se enterara.
Meses después me lo encontré paseando en un centro comercial con ella,
ignorante de la doble vida de quien le sostenía dulcemente el brazo.
“Testimonios” como este hay para dar y regalar.
Podríamos preguntarnos si todo esto es una
moda actual o pasajera. La respuesta es clara: No. El mismo relato bíblico nos
habla del adulterio de David con Betsabé y de cuánto mal trajo tal
acontecimiento en la vida de todos los que les rodeaban. Y si nos guiamos por los
nuevos medios tecnológicos que se ofrecen para adulterar, podemos ver que irá a
más. El slogan con el que promociona una de estas compañías para contactar con
otras personas casadas de forma anónima es contundente: “La vida es corta. Ten
una aventura”. La misma “empresa” tiene más de 1 millón de “clientes” en España
(Mayo de 2011), país que cuenta con el mayor número de suscriptores de toda
Europa. A nivel mundial, solo le superan Estados Unidos, Canadá, y Brasil. Todo
lo venden como una de las panaceas del placer y la felicidad. Es irritante en
grado sumo leer a estos confabuladores afirmar que alguna canita al aire puede
salvar un matrimonio. La realidad es que este tipo de “empresarios sin
escrúpulos” (por definirlos de alguna manera educada) reflejan egoísmo y pura
maldad, realizando la labor del diablo, que viene a robar, matar y destruir
(cf. Juan 10:10); en este caso, robar la honestidad, matar la integridad y
destruir muchos corazones y familias.
Sé que soy pesado hasta la extenuación,
pero no me queda más remedio que serlo. Todo el mal de este mundo (y el
adulterio es uno más) es la consecuencia directa de vivir de espaldas a Dios y
hacerlo según nuestros propios valores y deseos. Aunque las razones que
conducen a un hombre o una mujer al adulterio pueden ser múltiples (y no es mi
propósito analizarlo en este artículo), la fidelidad o la infidelidad comienzan
en el corazón. Por eso Jesús dijo: “Oísteis
que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira
a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo
5:27-28).
Pablo señaló con sarcasmo que “si los muertos no resucitan, comamos y
bebamos, porque mañana moriremos” (1 Corintios 15:32). Si así fuera, vivir
para el placer estaría más que justificado. Por eso no me extrañé cuando
escuché a una compañera de trabajo incrédula recomendar a una amiga
acostarse con el chico que se lo había propuesto; le dijo que, aunque no lo
amara, se lo pasaría bien. Puro hedonismo, y donde no había lugar para los
argumentos contrarios que le presenté. Pero aquí el caso es
que sí hay resurrección, como el mismo apóstol expuso: Cristo resucitó y los
que hayan creído en Él lo harán igualmente para vida eterna; el resto, para
condenación eterna.
Cuando dos personas se casan establecen un
compromiso por medio de un pacto entre ellos y ante Dios (el cordón de tres
dobleces que se menciona en Eclesiastés 4:12), de cuidarse el uno al otro, de
amarse y de respetarse, y esto incluye la fidelidad, tanto externa como
interna, “hasta que la muerte los separe”. En esta sociedad que atenta contra
la moral básica del ser humano, y donde los divorcios son el pan de cada día
(130.000 anuales contando únicamente España), los cristianos deben encender una
antorcha de integridad en sus corazones, y no dejarse invadir por estas modas
que no son pasajeras y que tratan de arrastrarnos como Tsunamis.
Como soltero que soy, animo a los que están
casados a que améis a vuestros cónyuges de todo corazón porque es el compañero
con el que camináis por este mundo. No os miréis el uno al otro a los ojos como
algo rutinario, sino tomando consciencia de que el ser humano que tenéis a
vuestro lado es el tesoro más grande que Dios os ha regalado, tras Cristo y su
salvación. Cada día es una oportunidad para alimentar ese vínculo que os une,
para daros cariño, para abrazaros, para consolaros en las tristezas, para sosteneros
cuando uno se sienta sin fuerzas, para reíros juntos, para compartir lo más
íntimo de vuestro ser en confianza, para empatizar y mostrar verdadero interés
por los sentimientos del otro, para animaros en vuestros proyectos, para servir
al Señor según vuestros dones, para que aprendáis juntos más y más de Dios,
para que viváis según los principios de Su Palabra, para compartir vuestras
pasiones y aficiones con el otro, para respetaros y para ser pacientes en
vuestras imperfecciones. En definitiva, para amaros. Es un esfuerzo que merece
la pena y que conllevará una sana estabilidad emocional. No dejéis pasar esas
oportunidades y disfrutad el uno del otro. Recuerda las palabras que un día
pronunciaste:
“Te quiero a ti como esposa
y me entrego a ti,
y prometo serte fiel
en las alegrías y en las penas,
en la salud y la enfermedad,
todos los días de mi vida”.
Que bueno Jesús me ha gustado mucho, la verdad que eso es lo que Dios quiere del matrimonio, que permanezcamos juntos hasta que la muerte nos separe. Me encanta leer tu blog
ResponderEliminarGracias Diego, me alegra que te guste y que sea de provecho. Un abrazo.
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