Atrás quedó la época en que hablar con
familiares y conocidos que vivían lejos de nosotros era toda un odisea que
requería de viajes de varios días o de cartas escritas con pluma que tardaban
semanas en llegar a sus destinatarios. Vivimos en una etapa de la historia de
la humanidad en que la tecnología nos permite ponernos en contacto de forma
instantánea con cualquier persona del mundo. Hay multitud de medios: redes
sociales, e-mails, teléfonos móviles, mensajería, wasap y una lista
prácticamente interminable. Es cierto que en algunos casos nos ha servido para
tener una relación más estrecha con algunas personas de nuestros círculos o
incluso para ampliarlos, pero si somos sinceros reconoceremos que en general
muchos contactos siguen siendo grandes desconocidos para nosotros: ignoramos
sus pensamientos más profundos, sus miedos, sus sueños, sus esperanzas, sus
traumas, sus sentimientos reales que ocultan bajo multitud de “emoticones” y
fotos donde todo en la vida les sonríe, etc. Todo esta “ciencia” nos ha creado
una falsa realidad donde creemos conocer a las personas mejor de lo que ocurre
en la pura realidad. Nada pueda sustituir al trato personal.
Todo esto suele repetirse en lo que
respecta a la figura de Jesús de Nazaret. Tanto entre cristianos como los que
no lo son, muchos se han “fabricado” una imagen de Él por medio de postales de
Navidad, opiniones de terceras personas, libros, canciones, villancicos, etc.
Algunos lo ven como una especie de mago que viene a cumplir sus deseos, sean de
salud, popularidad o incluso riqueza. Otros como un chiquitín que nació en un
pesebre, que se convirtió en un adulto sabio pero imposible de conocer y que se
mantiene lejano de la humanidad. Gracias a Dios, él ha levantado a lo largo de
los siglos hombres que se han esforzado en conocerle tal y como es realmente.
Uno de ellos es mi gran amigo Salvador Menéndez (ejemplo de integridad y de
vivir lo que cree), y la prueba de ello lo tenemos en su libro El eco de su nombre, donde reflexiona
sobre los “Yo soy” de Cristo.
Jesús en persona se describe a sí mismo
para que todos puedan conocerle sin imágenes distorsionadas ni prejuicios. El
autor describe con sapiencia cada una de las expresiones que Jesús empleó: “Yo
soy el pan de vida”, “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy la puerta”, “Yo soy el
buen pastor”, “Yo soy la resurrección y la vida”, “Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida” y “Yo soy la vid verdadera”, y que forman parte de la
revelación progresiva que Dios comenzó en el Monte Sinaí y culminó en
Jesucristo. En todos estos enunciados, se nos muestra claramente que únicamente
en Él podemos encontrar sentido y propósito a nuestra existencia, guía para la
vida, paz verdadera, consuelo en las aflicciones y garantía de eternidad. Todo
ser humano que es capaz de asimilar estas verdades estará lleno por dentro. En
consecuencia, y como dijo el poeta cubano José Martí: “Quien está lleno por
dentro necesita muy poco de afuera”.
En este año nuevo que acaba de comenzar,
es hora de que podamos decir como Job:
“De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven” (42:5), y este libro es
un ejemplo maravilloso, al que podemos volver una y otra vez porque nos
recuerda constantemente QUIÉN y CÓMO es realmente Jesús de Nazaret. Los que ya
le conocemos, para que sigamos profundizando en escuchar más y más Su voz. Y
los que no le conocen bien o lo hacen de forma estereotipada, para que sepan de
Aquel cuyo “nombre que es sobre todo
nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están
en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese
que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).
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