Para que no haya
malentendidos, cualquiera que no entienda el propósito de estas “cartas”, antes
deberá leer las claras explicaciones que ofrecí aquí: Cartas del diablo a su
sobrino “el pastor”. Antes de comenzar, un preámbulo (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/06/cartas-del-diablo-su-sobrino-el-pastor.html).
Mi querido Orugario:
Sé que en el pasado
nuestra relación tuvo serias tiranteces. Eras un joven demonio y me
impacientaba con facilidad observando tus errores. Estaba tan hastiado de ti
que me volví loco cuando dejaste escapar tu primera alma. Incluso pensé en
enviarte al Correccional de Tentadores Incompetentes y pedí que te trajeran al
Reino del Ruido para devorarte. Por todo esto, recuerdo perfectamente que me
odiabas y que eras insolente conmigo. Pero esos días han quedado atrás en pos
de tu evolución, ya que tu larga temporada en la Academia de Entrenamiento de
Tentadores para jóvenes diablos logró enderezarte.
¡Cuánto has crecido
en tus obras maléficas y en ofrecer oleadas de tentaciones a los animales
humanos! De tener un solo paciente a tu cargo, que te desobedecía y causó
innumerables problemas, a poseer bajo tu mando a centenares que siguen firmes
bajo tu yugo opresor.
Aunque ya no eres un
novicio, sino alguien experimentado en lograr importantes victorias por ti
mismo contra los de la Fe, seré una vez más tu consejero, como ya lo fui una
vez en aquellas cartas que fueron encontradas por los gusanos y que no se tomaron
en serio. Pensaron que era pura fantasía, cuando eran más reales de lo que
creían.
No sabes cuán
orgulloso me siento desde aquella primera vez que te infiltraste entre las
filas del Enemigo. Y lo hiciste de la manera más sencilla y sutil posible:
asistiendo a una de esos locales a los que erradamente llaman iglesias y que
les hace sentir especiales y santos. Para hacerles creer que eras uno de ellos,
te bastó con imitar su lenguaje y levantar la mano cuando el individuo que
estaba al frente hizo un llamamiento a algo que denominan conversión. Observé
tu falsa sonrisa ante ellos, ya que no abandonaste tus pecados, y comenzaste a
planear tus siguientes pasos. Ibas a corromperlos a todos: les llevarías al
mismísimo abismo usando las mejores artimañas que los demonios conocemos: la
mentira, la egolatría, la soberbia, el orgullo, la lujuria y la mentira
compulsiva.
He ido guiando tu
crecimiento en el Mal, algo que seguiré haciendo mientras quede un solo
cristiano en pie al que destruir e iglesia a la que hacer arder. Únicamente los
que son parte de nuestro ejército saben cuánto placer nos provoca llevar a cabo
tales acciones. Corazones rotos y almas perdidas, llenas de rencor hacia la Fe
que un día profesaron, junto a congregaciones divididas, son, sin duda alguna, nuestro
mayor botín.
Así que, querido
sobrino “pastor” (no puedo dejar de sonreír cuando te llamo por ese nombre que
no mereces ni te has ganado, ni nadie te llamó a ejercer), pasaré sin más
dilación a ayudarte en el proceso de aniquilación, aunque sé perfectamente que
mucho de lo que te diré ya lo pones por obra. De todas maneras, lo
repetiré para reafirmarte ante nuestros pacientes, los mismos que ondean la
Cruz por bandera y estandarte.
No pierdas jamás tu
propia esencia demoníaca: debes mostrar siempre una doble cara. La primera será
cuando estés con ellos, donde serás afable y, sobre todo, tendrás un aura de
santidad. Desde ese lugar al que llaman púlpito, predicarás insistentemente
contra la crítica, la murmuración y el resto de lindezas que tanto nos agradan.
Eso sí, la segunda cara, la verdadera, saldrá cuando estés fuera del ruido
eclesial: ¡murmura, critica, arremete, conspira y bufa contra ellos! Siempre
habrá una razón para hacerlo. Tú mismo has podido comprobar que felicidad se
experimenta al actuar de dicha manera. ¡Ay, qué maravillosas son las obras de
la carne! ¡Qué gusto tan exquisito tiene nuestra levadura predilecta, la
hipocresía!
Recuerda siempre que
los más fáciles de embaucar son aquellos que llegan con graves carencias
afectivas, con baja o nula autoestima, sin amigos, experimentando algún tipo de
soledad por razones sentimentales u obligados a asistir por los padres en el
caso de los más jóvenes. También los habrá buscando un propósito en la vida y respuestas
a sus inquietudes espirituales, ante los cuales deberás dar un poco de comida
–un poquito de salvación por gracia, un poquito de la Divinidad del Encarnado-,
mezclada con nuestro puro veneno de falsas enseñanzas. Poco a poco, la
toxicidad les conducirá a sentir tantas nauseas que vomitarán y se alejarán lo
más posible de otros alimentos sanos que sí provienen directamente del
Fundador, ya que no sabrán hacer distinción entre uno y otro, pensando que son
lo mismo.
Para enmascarar dicha
forma de actuar –que, recuerda, hace efecto poco a poco-, abrúmalos al
principio con abundantes dosis de amor;
aunque claro está, fingido. Hazles creer que son especiales, agasajándolos con
abrazos por doquier. Sonríe, sonríe mucho: ellos no saben que tus dientes están
poseídos del puro odio que les profesas. Exáltalos con palabras lisonjeras y
magnifica sus virtudes, aunque sean inventadas. De esta manera, cuando
necesites apretarles la soga al cuello, podrás arrojarles en sus caras todo lo
que hiciste por su bien y provecho.
Mientras tanto, dichas expresiones de amor
y aceptación incondicional, los
llevará a cegarse por completo y a que desaparezca de sus conciencias la
capacidad de crítica. Esto hará que te defiendan contra viento y marea de
cualquiera de las muchas injurias que dirán sobre ti otros pacientes que sanó
el Enemigo y a los que alejó de tu malévola compañía.
Muchos te verán como a
un ídolo, prácticamente como si fueras la voz del Enemigo contra el que
luchamos, así que se desvivirán por ti y harán todo lo que les pidas.
De forma un tanto
disimulada –como bien sabes hacer a base de años de práctica-, alábate a ti
mismo con esa falsa humildad que te caracteriza. Presume de tus títulos y
diplomas, y no tengas reparo alguno en contar día tras día las maravillas de
tus obras, las cuales, por supuesto, siempre son mejores que las del prójimo,
que son repugnantes. No dudes en mentir cuando la ocasión lo requiera. El fin
siempre justicia los medios, y nuestros propósitos son claros: la destrucción
de los pacientes y nuestra propia veneración, como trató de hacer Nuestro Padre
el Acusador al intentar usurpar el Trono de Nuestro Opresor.
Enseñoréate de ellos
e insiste en “la obediencia al pastor”, usando tus frases predilectas, como “aunque
no lo entiendas y tu conciencia te diga lo contrario, hazlo” o “si no obedeces,
tu vida será una ruina”. Respáldalas con esa
falacia que enseña que eres uno de los ungidos de Jehová a los que no se puede
tocar, juzgar ni enfrentar dialécticamente, así que sigue tergiversando los
textos de las Escrituras que parecen aseverarlo. Ellos desconocen que la
realidad es muy diferente, ya que en el Viejo Pacto se le atribuía
exclusivamente a los reyes, sacerdotes o profetas que eran apartados para
servir a nuestro Enemigo, mientras que en el Nuevo todos los hijos de Dios son
“ungidos” y tienen “la unción del Santo” (el Espíritu Santo), sin excepción,
distinción, rangos o categorías. Fueron los católicos los que iniciaron este
tipo de jerarquía piramidal, pero ya se ha extendido al mundo de los llamados
“protestantes”. Que unos tengan mayores responsabilidades que otros no
significa que sean “superiores”, ya que los miembros que parecen más débiles
son los más necesarios para Su Ejército. Aquellos que hacen distinción entre
pastor y pueblo, han caído en la soberbia eclesial, lo cual me alegra porque
coincide con nuestro pensar.
Todo lo dicho es una
forma idílica de que sean tus marionetas, las mismas que bailan al son de tu
acordeón, aunque eso les conduce a la muerte espiritual, y que confunden con el
Agua de Vida que el Enemigo les prometió. Si te llaman “apóstol”, diles algo
así: “No lo merezco, pero si insistís...”. Más te adorarán; más te servirán;
más atenderán a tus deseos. Te lo mereces todo, sobrino mío, príncipe entre la
realeza.
Manipula la verdad y
retuérzala de tal manera que parezca que siempre llevas la razón. Cuando
alguien ose quitártela, llora y compórtate como si fueras la víctima,
mostrándote profundamente dolido y desconsolado.
Háblales de la
importancia del contentamiento y en contra del derroche económico, pero tú vive
a lo grande y no tengas problemas en gastar todo el dinero que caiga en tus
manos para el placer personal. Si uno de ellos lo está pasando mal
económicamente, ya sabes dónde poner el punto de mira: “Ve en paz, caliéntate y
sáciete”, pero no lo le des las cosas que son necesarias para el cuerpo; así
quedará bien claro que tu fe está muerta. Súmale alguna frase como “Dios
proveerá”. Eso sí, tú no hagas nada para que eso ocurra. Demasiados gastos
tienes como para ayudarlo de verdad.
En ocasiones ocurren
casos extremos, como esa alma desgraciada que te indicará que, a causa de sus
penurias familiares, no puede diezmar (otro de nuestros engaños favoritos
sacados del Viejo Pacto). ¿Qué puedes hacer? Sé muy claro y grita ¡¡Corbán!! Si
el pobre ingenuo desconoce su significado, míralo con ojos profundos mientras
usas estas otras palabras: “La iglesia necesita de tu irreductible aportación
económica para su crecimiento. Tenemos locales que pagar, luz, teléfono,
gasolina, junto a fiestas de cumpleaños, conciertos, nuevos instrumentos
musicales, altavoces, micrófonos y nuevos apóstoles invitados a los que llevar
a cenar a los mejores restaurantes. Ah, y los nuevos cristales de colores para
que nos ilumine la gloria del Enemigo –sic, perdón, de Dios-. ¡Dependemos de
ti!”. Convencido y abrumado por la responsabilidad, verás que sacrificará hasta
su propia salud por tu bienestar. ¡Un esclavo siempre será un esclavo! Nuestro
Opresor quiere que los gusanos sean libres y dichosos, al contrario que
nosotros, que deseamos su eterna desgracia.
Jamás olvides que,
los que se sientan debajo de ti, han nacido para cumplas tus sueños de una vida
gratificante. Los de ellos, no tienen la más mínima importancia. Así que úsalos
hasta que ya no te sean útiles. Tus fracasos son de ellos y los suyos son tus
éxitos. Son meras herramientas, parte del engranaje. Ellos te pertenecen. Son
tuyos y de nadie más.
Sigue fingiendo
poseer empatía. Es una excelente manera de llegar a sus almas para hacer que
queden prisioneros de nuestra tela de araña. No dudes en sobreactuar en el
púlpito como buen histriónico y narcisista que eres. Gesticula sin parar y
grita desaforadamente, haciendo creer a la audiencia que así atraerás la
presencia del Espíritu Santo. Sentirás que te elevas entre el resto, al ser el
centro de atención ante los centenares que te siguen fielmente. Monopiliza las
reuniones, siendo director y orquesta, así no podrán enseñarse unos a
otros.
Proclama que Dios te
ha revelado directamente alguna nueva
palabra y que habla a través de tu boca. Si ellos supieran de tu sarcasmo... Lo
importante es que las masas lo crean para que abran sus carteras ante la cesta
de las ofrendas. No tienes que rendirles cuentas a ellos, salvo a mí y a
Nuestro Padre de las Mentiras.
Nunca los animes a
leer libros de apologética. Así jamás estarán preparados para presentar defensa
antes los que les demanden razones sobre su fe, ni llevarán en sus manos la
Espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.
Si te sientes muy
inspirado por el Maligno y quieres ir un paso más allá, ponle fecha a la
Parusía. Da igual que Su Palabra diga que es algo que solo conoce nuestro
máximo Enemigo. Como fallarás en tus previsiones, cuando llegue el momento, limítate
a poner cara compungida mientras les pides perdón. Lograrás el efecto deseado:
como a los falsos profetas ya no los apedrean, te amarán todavía más, al
considerarte un humilde servidor ungido que no tiene problemas en reconocer sus
“errores”.
Rodéate de los tuyos,
especialmente de los que te adulan y puedes sacar algún provecho. A ellos
regálales unas cuantas miajas más para que se sientan especiales y agasajados
por ti. Al resto, ni agua. Ten clara esta separación, puesto que siempre es
constructiva para nuestra causa que hagas acepción de personas.
Hasta que no agachen
la cabeza, sigue avasallándolos para que te narren con todo lujo de detalles
sus confidencias. Bien sabes que terminan por claudicar y por abrirte sus
corazones. En cuanto lo hagan y te hablen de miedos, luchas, preocupaciones y
circunstancias personales e íntimas, no tardes en contárselo a tus acólitos
dentro del círculo más cercano y, poco a poco, a toda la congregación.
Cada año, dedica
varias semanas a exponer estudios sobre la santidad y la pureza. Pero, al igual
que ese anuncio célebre entre los humanos del Nescafé Capuccino, “cuando arrivo a casa”, en el mismo momento en
que estés a solas, enciende alguna de esas pantallas de colores que tus siervos
te entregaron como regalo, y no dudes en visualizar una y otra vez y a cámara
lenta esas imágenes excelsas donde la ropa no es el bien más preciado, sino la
desnudez, los cuerpos entrelazados y todas las perversidades posibles. ¡Disfruta
sin cortapisas, puesto que los seres como nosotros no sabemos lo que es el remordimiento!
Cuando llegue el domingo, de nuevo agarra tu máscara de santo y embadúrnate de
ella. Nadie sabrá lo has hecho a oscuras.
Si es de tu agrado
una jovencita, mírala picaronamente y coquetea. Llena su oído y su piel con
zalamerías hasta que no quepa en sí y su ego se hinche hasta el paroxismo.
Regodéate en la tentación. Da igual que esté casada o no, joven o adulta.
Disfrutad del erotismo más desenfrenado y del amour. Si algún día te descubren, haz como que te arrepientes –que
ambos sabemos como falso-, y culpa al Tentador, pero nunca a ti mismo. Mientras
que tu tapadera no sea conocida, indaga sobre quiénes son también carnales.
Aunque al principio se puedan escandalizar con tus propuestas, podrás
iniciarlos en dichos caminos para que también los degusten a tu lado.
Sigue siendo altivo
en tu corazón, incluso más de lo que ya eres, puesto que la propia maldad no
conoce límites. Mírame a mí: millones de años ejerciéndola y nunca me he
cansado.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO.
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