lunes, 27 de septiembre de 2021

Fahrenheit 451. Cristianos y no cristianos que dicen: “No hay tiempo. No hay nada a la vista. No me da la gana”

 


Posiblemente no conozcas a un viejo amigo mío que, cuando le preguntaban, hace casi veinte años, la razón de por qué no tenía novia, contestaba de forma irónica: “No tengo tiempo. No hay nada a la vista. No me da la gana”. Puro arte y humor andaluz..., aunque el tiempo se llevó dichas afirmaciones y convirtió al emisor hasta en papá. Pero esa ya es otra historia y no es en ella donde me quiero detener, sino en sus palabras, y que vinieron a mi mente cuando estaba reflexionando sobre las verdaderas razones por las cuáles las personas no suelen leer libros.
Aunque “el mal” que voy a señalar en las siguientes líneas puede dar a entender que va dirigido a los inconversos, afecta exactamente por igual a los se llaman cristianos y no leen, más allá de novelas o de breves mensajes que se publican en las redes sociales, y que son fuente de todo tipo de herejías.

La ignorancia voluntaria
Los argumentos que él expuso son, en tono castizo, los mismos que en su foro interno usan aquellas personas que no quieren saber nada de Dios y que se mantienen ignorantes respecto a Él:

- Dicen que no tienen tiempo, pero curiosamente sí lo tienen para un millón de cosas: para el ocio, para chatear, para ver vídeos en Youtube, para wasapear, para leer novelas de misterio, para ligar, para tapear y tomar unas cervecitas con los amigos, para salir a cenar y de marcha, para ir de camping, de senderismo y a la playa, para ver la Champions, el Mundial, las Olimpiadas, el Chiringuito, Salvame Deluxe, para ir al cine, para hacer deporte o practicar otros hobbies, para organizar una barbacoa, para pasarse el siguiente nivel del juego online, para leer sobre trucos de belleza, para comprar ropa, para ir a un concierto y al gimnasio, para visitar todo tipo de discotecas y pubs, para hablar de política y de las desgracias del mundo, para contar los nuevos chismorreos que han llegado a sus oídos, etc. Viven en su propio Matrix que les proporciona todo el Panem et circenses que desean sus sentidos. ¡Hasta les da tiempo a decir que se aburren!
Así que tienen TIEMPO para TODO, menos para lo trascendental, desconociendo lo que Jesús dijo al respecto: “La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido” (Lc. 12:23). Si dedicaran solo el 1% de ese tiempo en leer, ¡ay, otro gallo cantaría! Sus mentes se abrirían de una manera que no pueden ni imaginar y sus corazones sentirían una paz basada en certezas inmutables que les haría, por fin, encontrar el sentido a la existencia humana.

- Dicen que no hay nada a la vista; es decir, que no hay buenos libros, cuando hay cientos. Aquí cité unos cuantos: Aprender y crecer & Conformarse y estancarse (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/12/aprender-y-crecer-conformarse-y.html).

- Dicen que no les da la gana. Siendo las otras dos meras excusas, esta es la verdadera razón: no quieren hacer el esfuerzo de leer y aprender. El problema reside en el que señaló el escritor Mark Twain: “Una persona que no lee, no tiene ninguna ventaja sobre la persona que no sabe leer”.
Voluntariamente, viven instalados en la ignorancia y, lo que es más grave, no les importa. Se sienten cómodos en ella. Ante un escrito como este, cuando descubren de qué trata, en lugar de analizarlo y reflexionar, huyen despavoridos. No quieren pensar ni por un segundo en que alguien les diga que deben usar sus mentes para pensar en cuestiones diferentes a las que suelen plantearse. Como dijo Martin Luther King: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.
¡Y ojo! Como ya vimos en el artículo citado, esto no le sucede solo a ellos, sino también a muchos cristianos: cuando he hablado con ellos en persona o he escrito señalando algunos errores que se enseñan en multitud de iglesias, alentando con buena fe y mis mejores intenciones a comprobarlo por sí mismo, han tomado el camino de la huida: antes que estudiar una vez más cada cuestión por si están equivocados, “cierran los oídos”. Es una actitud orgullosa del alma e insana para la mente, sustentada en el miedo a tener que reconocer que pueden estar equivocados. En otros casos es por pura pereza, conformismo, apatía o infantilismo espiritual. Y ya sabemos el dicho: “Lo malo de la ignorancia es que va adquiriendo confianza a medida que se prolonga”.

La diferencia entre el conocimiento de lo superficial y lo importante
Pregúntale por el equipo titular de su equipo de fútbol favorito: te lo recitará en menos de diez segundos. Pregúntale por la letra de la canción de moda: te la recitará como si la hubiera compuesto él mismo. Pregúntale por la última novela que ha leído: te la resumirá como si la hubiera escrito. Pregúntale por los videojuegos que se ha comprado en los últimos años: te los nombrará orgulloso. Pregúntale por la nueva novia, la boda y el divorcio del famoso de turno: te narrará todos los detalles como si fuera de la familia. A continuación, ofrécele un libro basado en la Biblia (o la Biblia misma) que hable de:

- Quién era y es realmente Jesús.
- Qué enseñó realmente.
- Qué es el pecado y cuáles son sus consecuencias eternas.
- Qué significado tiene la muerte de Cristo en la cruz.
- Qué imperiosa es la necesidad que tienen de cambiar sus vidas y la manera de pensar.
- Cómo afrontar las crisis personales, la ansiedad, el miedo, el futuro y la muerte.
- Cómo debe ser el trato en las relaciones personales, la actitud a tomar ante los enemigos y con las personas del sexo opuesto, el uso del tiempo o la forma de vestir.
- Cómo reconocer falsas doctrinas.

¿Cómo reaccionará? No mostrará ningún interés, escudándadose de nuevo en tal o cual excusa: “más adelante”; “en otra ocasión”; “ahora no me viene bien”; “estoy muy liado”. Y de nuevo, la favorita: “no tengo tiempo”. Se les descompondrá cada uno de los músculos de la cara y la mueca resultante será esperpéntica. He visto tantas que me recuerdan al personaje cómico Mr. Bean (No soy religioso, ni católico, ni protestante: Simplemente cristiano: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).

¡Qué ardan los libros!
Con el deseo de removerte aún más las entrañas para ver en qué grupo andas tú y si sigues queriendo andar en él o cambiar, quiero hablarte de una de mis novelas favoritas y uno de los grandes clásicos del siglo XX: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury[1]. Fue escrita en plena guerra fría (1953), como se vislumbra claramente al final de la obra y cuya numeración hace alusión directa a la temperatura a la cual se quema el papel (el equivalente a 233 grados centígrados).
En este relato –del cual omitiré el final por si te animas a leerlo- se nos narra un mundo al borde de la guerra donde los libros están prohibidos por el Gobierno. Montag –nuestro protagonista-, es miembro del cuerpo de bomberos, cuya misión no es apagar fuegos, sino quemar las propiedades donde haya libros. Esto incluye perseguir a los que los tienen. Leer es considerado como un peligro para la sociedad, ya que la cultura lleva a la reflexión y a la libertad de pensamiento, al contrario que la propuesta de la sociedad, que es dejarse llevar por los instintos más básicos.
En el primer caso que se nos describe, Montag se presenta en una casa que había que quemar, puesto que una anciana la tenía llena de libros. Antes de hacerlo, esconde un libro para sí: la Biblia. Es la propia mujer la que prende la llama y decide quemarse junto a su biblioteca; prefería la muerte antes que vivir sin ella. Este acontecimiento hace reflexionar al bombero.
En este caso, nos podemos sentir identificados con una chica de 16 años, de  nombre Clarisse, quien cambiará la vida de Montag para siempre. Le hace cuestionarse el porqué de las cosas. Le hace replantearse el porqué tenemos que aceptar el mundo tal y como nos lo venden. Le muestra que la existencia no es solo lo que nuestros sentidos perciben. Le lleva al punto de reflexionar sobre la verdadera felicidad. Ella lo pone en duda todo, desde la autoridad hasta las leyes. Aún así, resulta llamativo que a esta “librepensadora” la obligan a ir al psiquiatra. Quieren saber por qué a veces se limita a estar sentada y pensar. Desean saber en qué piensa. Quieren diseccionarla y entender qué hay dentro de ella. Quieren comprender por qué disfruta de la lluvia que cae sobre su boca y dónde está el placer en pasear por un bosque contemplando a los pájaros.
Lo que ella observa a su alrededor en el resto de la sociedad le resulta aterrador. Y lo es porque es verídico. Así se lo dice a Montag:

“A veces, me deslizo a hurtadillas y escucho en el Metro. O en las cafeterías. ¿Y sabe qué?”.
“¿Qué?”.
“La gente no habla de nada”.
“¡Oh, de algo hablarán!”.
“No, de nada. Citan una serie de automóviles, de ropa o de piscinas y dicen que es estupendo. Pero todos dicen lo mismo y nadie tiene una idea original”.

El reflejo de la realidad presente
La sociedad descrita hace más de medio siglo es muy semejante a la nuestra. En su momento era ciencia ficción. Hoy es real. La profecía se consumó. Millones de personas que únicamente se dedican a hablar de los chismes de las vidas ajenas, de la estética, de lo material, de deportes, de ocio y de multitud de cuestiones superficiales. En definitiva, y como decía Clarisse, no hablan de nada.
En el caso de Montag, ¿acaso era normal que su esposa se pasara todo el día delante de tres televisores viendo programas sin sentido y una variedad infinita de concursos? ¿Acaso era normal que le exigiera a su marido un cuarto televisor? ¿Acaso era normal que no hubiera nada dentro de ella? ¿Acaso era normal que sólo pensara en sí misma? ¿Acaso era normal que el resto del día estuviera absorta dentro de su radio auricular, llámese hoy en día reproductores de música y demás dispositivos tecnológicos?
Vivimos en un mundo donde pensar lo que verdaderamente importa está considerado una pérdida de tiempo. Es “mejor” llenar el tiempo con toda clase de entretenimientos. Es “mejor” interesarse de manera enfermiza de las vidas ajenas. Es “mejor” centrarse en encontrar los defectos del prójimo. Los jóvenes se relacionan en Internet y carecen muchos de ellos de habilidades sociales para hacerlo en persona. Se mueven por instintos y necesitando de “ayuditas” como el alcohol. Y cuando las pasiones les llevan a un “error”, solo tienen que tomar una pastilla el día después para “enmendarlo”. Y así con todo. Llenamos nuestra mente de la nada.
Un viejo profesor de literatura que aparece en el relato define de esta manera la televisión: “El televisor es real. Es inmediato, tiene dimensión. Te dice lo que debes pensar y te lo dice a gritos. Ha de tener razón. Parece tenerla. Te hostiga tan apremiantemente para que aceptes tus propias conclusiones, que tu mente no tiene tiempo para protestar, para gritar: ¡Qué tontería!”. Y una madre muestra la educación que le proporciona a sus hijos: “Tengo a los niños en la escuela nueve días de cada diez. Me entiendo con ellos cuando vienen a casa, tres días al mes. No es completamente insoportable. Los pongo en el salón y conecto el televisor. Es como lavar ropa; meto la colada en la máquina y cierro la tapadera”.

La sociedad que te tiene dominado
Volvamos a la historia. Finalmente, Montag planea, junto al viejo profesor Faber, una manera de conservar los libros: contactando con académicos que viven fuera de la ciudad como proscritos. Tras regresar a casa, se encuentra a su esposa enfrascada en una conversación vacía e ignorándolo por completo. Enojado ante tales actitudes, Montag saca un libro y lee un poema. Una de las amigas de la mujer comienza a llorar emocionada, al contrario que otra de ellas que se llena de furia.
Más adelante, quizá el momento más interesante de todos, se produce una conversación entre Montag y el capitán Beatty (su jefe del cuerpo de bomberos), quién está perfectamente adoctrinado en las creencias de la sociedad:

“Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralo de datos no combustibles, lánzales encima tantos hechos que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan [...] Y serán felices. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o la Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino, se encuentra la melancolía. Cualquier hombre que pueda desmontar un mural de televisión y volver a armarlo luego [...] es más feliz que cualquier otro que trate de medir, calibrar y sopesar el Universo, que no puede ser medido ni sopesado sin que un hombre se sienta bestial y solitario. Así, pues, adelante con los clubs y las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, los coches a reacción, las bicicletas, helicópteros, el sexo y las drogas, más de todo lo que esté relacionado con los reflejos automáticos [...] Pregúntate a ti mismo: ¿qué queremos en esta nación, por encima de todo? La gente quiere ser feliz, ¿no es así? ¿No lo has estado oyendo toda tu vida? Quiero ser feliz, dice la gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en abundancia [...] Más deportes para todos, espíritu de grupo, diversión, y no hay necesidad de pensar, ¿eh? Organiza y superorganiza superdeporte. Más chistes en los libros. Más ilustraciones. La mente absorbe menos y menos. Autopistas llenas de multitudes que van a algún sitio, a algún sitio, a algún sitio [...]  Los autores, llenos de malignos pensamientos, aporrean las máquinas de escribir. Eso hicieron. No es extraño que los libros dejaran de venderse. Pero el público, que sabía lo que quería, permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas eróticas tridimensionales, claro está. No era una imposición del gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente”.

¿Cuál es el propósito de la sociedad? Alcanzar la felicidad. ¿Cómo creen que la lograrán? Gratificando los sentidos. ¿Conocimientos? Sí, pero muchos de ellos sin utilidad. ¿Datos? Por supuesto, pero sin interés y fácilmente olvidables, de consumo rápido, de usar y tirar. “No pienses, haz lo que sientas, haz lo que te pida el cuerpo. Confórmate. Para qué complicarte la vida”. A estos “principios” se podría resumir el estilo de vida al que se nos incita continuamente a través de los medios de comunicación (televisión, prensa amarilla, Internet, redes sociales, etc.).

¡Despiértate tú que duermes!
Es aterrador comprobar cuánto hay de real en la historia descrita en esta fábula. Recuerdo que, desde la misma adolescencia, observé que las personas no reflexionaban sobre el sentido de la existencia, algo que yo hacia a todas horas como adolescente de carácter melancólico. Para ellos, todo se reducía al aquí y al ahora. Pero todo llegó a un límite. No podía soportar más aquella realidad y Dios, en su misericordia y por su gracia, me abrió los ojos (Mi historia: Buscando el sentido a la existencia: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/04/mi-historia-buscando-el-sentido-la.html).
Hemos visto cómo las personas se mantienen ignorantes porque no quieren leer ni aprender lo que verdaderamente importa. En lo concerniente a Dios y su verdad, junto a lo que supone dejarse llevar por lo que otros dictan, conduce al subdesarrollo y a la pobreza espiritual, intelectual y emocional del ser humano, que termina guiándose por sus sentidos y no por la sabiduría que procede de Dios.
Es hora de que decidas despertar a la realidad que está más allá de tus ojos físicos y que la superficialidad de este mundo lleno de luces brillantes te oculta: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef. 5:14).


[1] Bradbury, Ray. Fahrenheit 451. Random House Mondadori, S.A.

lunes, 20 de septiembre de 2021

8.4. La única solución al gran problema de los jóvenes y adolescentes

 


Venimos de aquí: ¿Son los jóvenes y adolescentes como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/09/83-son-los-jovenes-y-adolescentes-como.html).

Como vengo diciendo en los apartados anteriores, el título debería incluir también a los adultos, pero al estar dirigido principalmente a los adolescentes, solo los cito a ellos.

¿Estamos malditos y somos esclavos del mal?
El Doctor Jekyll decía que la maldición del ser humano era querer librarse del mal que hay en su ser interior y en la incapacidad que tenía para lograrlo. Concuerda perfectamente con la exposición bíblica de Pablo: “Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy débil, vendido como esclavo al pecado. No entiendo el resultado de mis acciones, pues no hago lo que quiero, y en cambio aquello que odio es precisamente lo que hago. Pero si lo que hago es lo que no quiero hacer, reconozco con ello que la ley es buena. Así que ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está en mí. Porque yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza débil, no reside el bien; pues aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer. Ahora bien, si hago lo que no quiero hacer, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está en mí. Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer el bien, solamente encuentro el mal a mi alcance” (Ro. 7:14-21, DHH).
Pablo era plenamente consciente de que, por sí mismo, no podía dejar de pecar a causa de su naturaleza carnal: la de Adán. Ni con todas sus fuerzas lograba dejar de hacer lo malo. No era capaz de cambiar su corazón. No era capaz de dejar de hacer aquellas cosas que sabía en su mente que eran malas. Había una parte de sí que quería hacer el bien y otra parte que anhelaba hacer el mal. Esto le hacía sentir sumamente débil. Exactamente igual que el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Exactamente igual que en ti y en mí, seamos jóvenes, adolescentes, adultos o ancianos.

El problema y la única solución
La cuestión era tan delicada y grave que Dios tuvo que intervenir directamente y de manera presencial en la historia de la humanidad por medio de Jesucristo, Dios mismo Encarnado. Tuvo que hacerlo por una razón muy sencilla: aquella semilla nos condenaba eternamente y nos apartaba sin remedio de Su presencia, ya que “la paga (el precio a pagar) del pecado es muerte (Ro. 6:23).
La Palabra es clara al respecto: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Ecl. 7:20). ¿O acaso hay alguien que pueda decir que cumple estas tres normas?:

1. Que sea justo en todo momento.
2. Que haga siempre el bien.
3. Que nunca peque.

¿La realidad? No existe tal persona: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).
Veamos un ejemplo muy gráfico, y que ya cité en No soy religioso, ni católico, ni protestante: Simplemente cristiano: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html. Consiste en un simple cálculo matemático: siendo extremadamente generosos, pensemos que solamente pecamos una vez al día (sea de pensamiento, obra u omisión). Son muchas más, pero contemos únicamente una vez al día. Multiplica ahora por treinta días que tiene el mes. Ya son treinta pecados. Al año son trescientos sesenta y cinco (si no es bisiesto). Y, supongamos, que vivimos ochenta años. En total son veintiocho mil ochocientos pecados. ¿Alguien en su sano juicio cree que con esos frutos consecuentes de nuestra naturaleza caída podremos presentarnos delante de Dios y pedirle que nos deje pasar la eternidad a Su lado?
Unos podrán decir que procuran hacer el bien y otros que hacen cosas buenas. Y sí, es verdad. Pero seguimos teniendo el susodicho problema. Seguimos teniendo una lista con veintiocho mil ochocientos pecados. Pablo sabía esto perfectamente. De ahí que dijera lo mismo que podemos preguntarnos cada uno de nosotros: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:24). Era su clamor al contemplar su impotencia para solucionar el dilema que le consumía.
Lo grande de todo es que, con lo que el hombre provocó, Dios proveyó un remedio infalible. Por eso, la respuesta a la pregunta casi agónica que lanzó al aire: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Ro. 7:25).
Es fundamental que esto lo comprendamos todos. ¿Para qué murió Cristo? Siendo Dios, ¿acaso murió porque le apetecía? ¿Estaba aburrido en el cielo y no sabía que hacer? ¿Acaso le crucificaron en contra del plan del Padre? No y mil veces no. Entonces, ¿por qué lo hizo?: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios(1 P. 3:18).

¿Cómo aplicarlo a tu vida?
Desde el momento en llevas a cabo una sencilla oración o confesión de fe reconociendo que Cristo es el Hijo de Dios (dentro de Trinidad), que murió y pagó por ti en la cruz por tus transgresiones, esa enorme lista de pecados queda eliminada PARA SIEMPRE: “Dios anuló el documento de deuda que había contra nosotros y que nos obligaba; lo eliminó clavándolo en la cruz” (Col. 2:14. DHH).
Cuando haces esa confesión de fe, de corazón y sabiendo lo que haces realmente, la deuda que tienes por tus pecados es cancelada. Imaginemos que debemos cinco mil euros de un préstamo y un amigo lo paga por ti. ¿Debes algún euro a partir de entonces? No, porque otro acabó con tu deuda. Eso fue exactamente lo que Cristo hizo en la cruz por todos nosotros: pagar lo que nadie podía pagar por sí mismo, para que, el día en que nos presentemos ante el trono de Dios, no haya nada ni nadie que nos pueda acusar. Ya hemos sido salvados. Nuestros nombres han sido escritos en el libro de la vida. Hemos recibido una nueva naturaleza ya que el Espíritu Santo vino a morar en nosotros.
Ahora, la pregunta es obvia: una vez que has entendido todo lo que hemos analizado, tanto en este apartado como en los dos anteriores sobre la naturaleza malvada que describía el autor de la novela y de las consecuencias eternas que conlleva, ¿has dado ya el paso de fe?

¿Y dónde queda nuestra parte de Mr. Hyde-Adán?
¿Qué ocurre con la antigua naturaleza? ¿Desaparece? ¿Es arrancada de nuestro ser? Aquí la novela del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde comete de nuevo un grave error teológico y se distancia de la enseñanza bíblica: “Ahora que su maligna influencia había desaparecido, se inició una nueva vida para el Dr. Jekyll. Salió de su reclusión, renovó las relaciones con sus amigos y volvió a ser un invitado y anfitrión familiar [...] había sido conocido por su caridad... se ocupaba de muchas cosas, pasaba buena parte de su tiempo al aire libre, hacia el bien; su rostro parecía más franco y brillante, como si lo iluminara una vocación de servicio; y el doctor conoció la paz”.
Una nueva vida. Lo más parecido a lo que Jesús llamó el nuevo nacimiento (cf. Juan 3:3). Pero la “maligna influencia” de la que habla el autor R.L. Stevenson no desaparece tras la conversión. La carne sigue corrompida. Nunca saldrá nada bueno de ella. Nuestra carne sigue estropeada y eso es irremediable e irredimible. La clave se encuentra en que antes teníamos la naturaleza de Adán y ahora poseemos la de Cristo. Antes estábamos vendidos al pecado. Ahora hemos sido comprados por Él. El precio que pagó no fue monetario, sino su propia sangre. Y, aunque sigamos cometiendo errores, nuestra posición delante de Dios y ante nosotros mismos ha cambiado radicalmente. Pero también tenemos que saber que, incluso después del nuevo nacimiento y de haber recibido una nueva naturaleza, ambas naturalezas conviven en el mismo cuerpo hasta que no recibamos el cuerpo incorruptible de gloria. El abismo se encuentra en esta verdad absoluta: el deseo de pecar o hacer el mal no se “evapora” de nuestra carne, pero sí ha sido quebrantado el poder por el cual era nuestro amo. Ahora somos libres para vivir una nueva vida en Cristo Jesús. Él es ahora nuestro Señor.
Conociendo esta realidad, debemos volcar nuestro ser en esa nueva naturaleza. Cambiar nuestros pensamientos, sentimientos, acciones y hábitos. TODO. Entregarle nuestra voluntad a Dios para que predomine el Espíritu sobre la carne: “Así también, ustedes considérense muertos respecto al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús. Por lo tanto, no dejen ustedes que el pecado siga dominando en su cuerpo mortal y que los siga obligando a obedecer los deseos del cuerpo. No entreguen su cuerpo al pecado, como instrumento para hacer lo malo. Al contrario, entréguense a Dios, como personas que han muerto y han vuelto a vivir, y entréguenle su cuerpo como instrumento para hacer lo que es justo ante él. Así el pecado ya no tendrá poder sobre ustedes, pues no están sujetos a la ley sino a la bondad de Dios” (Ro. 6:11-14. DHH).

Continuará en: La “edad del pavo” de los adolescentes y, sí, también, de los adultos.

lunes, 13 de septiembre de 2021

8.3. ¿Son los jóvenes y adolescentes como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde?

 


Venimos de aquí: El mayor problema que tienen los jóvenes y adolescentes: Doctor Jekyll y Mr. Hyde (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/09/82-el-mayor-problema-que-tienen-los.html).

Tras la lectura de la novela y el breve análisis que hicimos de ella en la primera parte, toca ahora profundizar en dicha historia y ver su relación con la enseñanza bíblica. Aunque ya lo dije, vuelvo a matizar que el título debería incluir no solo a los adolescentes, sino a todos los seres humanos, independientemente de la edad que tengan. Si he citado únicamente a los jóvenes, es porque este escrito está dirigido a ellos y, claro está, a los padres para que puedan hablar con ellos de estos temas de forma amena pero profunda.

El bien y el mal
Existen ciertas cuestiones que la humanidad se ha planteado desde tiempos inmemoriales: ¿Cómo es posible que la raza humana haya “creado” genios en todas las áreas y facetas como Beethoven, Mozart, Ghandi, Michael Jordan, Luther King, Steven Spielberg, Groucho Marx, Miguel Ángel, Velázquez, Einstein o Alexander Fleming, y,  al mismo tiempo, hayan existido monstruos como Hitler, Sadam Hussein, Pinochet, Rasputín, Stalin, Slobodan Milosevic, Bin Laden, Gadafi o Kim Jong-il? ¿Cómo es posible que hayamos fabricado cohetes para llegar al espacio exterior, aviones que sobrepasan la velocidad del sonido, edificios arquitectónicamente perfectos de más de cien plantas y, de igual manera, creado armas de tal potencia que podríamos destruir este planeta decenas de veces? ¿Es cierto que en el hombre su inteligencia va pareja a su crueldad? ¿Por qué somos capaces de dar nuestra vida por un desconocido y también arrebatar la vida de nuestro ser más querido en un arrebato de locura?
La realidad es que somos capaces de lo mejor y de lo peor. Ese es nuestro contraste, nuestro “yo” inseparable. El bien y el mal, el amor y el odio, el afecto y el desprecio, conviven en nuestro interior en aparente armonía. El alienígena de la película “Contact” nos definió perfectamente: “Sois una especie interesante. Una mezcla interesante. Capaces de los sueños más hermosos y de las más horribles pesadillas”.
La mayoría de nosotros no somos ni genios ni monstruos, pero sí llevamos en nuestro interior un pequeño genio y un pequeño monstruo. Esa es nuestra inequívoca condición dual. Como alguien dijo: “Toda foto brillante tiene un negativo oscuro”.
Los antropólogos y sociólogos humanistas que ignoran a Dios en sus postulados desprecian tales ideas, como el conocido psiquiatra español Luis Rojas Marcos en su libro Las semillas de la violencia, que lo achaca todo a “la versión laica de un paradigma fascinante que encontramos en el corazón de la mitología cristiana y que ha perdurado durante siglos: la doctrina del pecado original”. Y así expone sus ideas que chocan frontalmente con las Escrituras: “Es obvio que un grupo reducido de la población lo forman seres envidiosos, vengativos, psicópatas, tiranos, violadores, asesinos. Pese a esto, no haría justicia a la realidad humana si no os recordara un hecho tan reconfortante como cierto: la inmensa mayoría de las personas son compasivas, tolerantes y pacificas. El rechazo de la violencia es uno de los atributos de los seres humanos. La prueba es que nuestra especia perdura. Si fuéramos por naturaleza crueles y egoístas, la humanidad no hubiera podido sobrevivir mucho tiempo. Ninguna sociedad puede existir sin que sus miembros estén continuamente ayudándose los unos a los otros [...] la violencia humana no es instintiva, sino que se aprende”[1]. Para ser psiquiatra, es tremendamente optimisma, y está profundamente equivocado.
No hace falta irse a las grandes desgracias que suceden en este mundo. A nuestro alrededor lo vemos a menor escala: ¿Cómo es posible que, cuando alguien trata de adelantarse al número que le corresponde en su cita con el médico o en la cola del carnicero, el resto de los presentes saltan como buitres? ¿Y qué de la violencia verbal que salta igualmente cuando las circunstancias son contrarias? ¿Por qué muchos mienten cuando se ven en apuros? ¿De dónde surge el odio entre aquellos que expresan distintas posturas políticas y que derivan en los nacionalismos más radicales? ¿Por qué sale de nosotros el genio cuando estamos conduciendo y nos encontramos en medio de un atasco o alguien hace una maniobra que nos pone en peligro? ¿Por qué nos cuesta tanto respetar a los que piensan de forma opuesta a la nuestra? ¿Pacíficos por naturaleza? Señor Rojas, aparte de a usted mismo, ¿a quién quiere engañar?
Si somos tan buenos, ¿por qué aprenden con tanta facilidad los niños el mal y es tan difícil inculcarles el bien? ¿Instinto o educación? Dios mismo responde: “El intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Gn. 8:21). Es cierto que no todos somos genocidas ni maltratadores, pero el mal forma parte de nosotros: basta que nos toquen una zona sensible del alma para que saltemos. Recordemos que el mal es, ni más ni menos, lo contrario a la voluntad perfecta de Dios.
No todos los psiquiatras opinan como el señor Rojas, ni son tan favorables sobre las supuestas bondades de la naturaleza humana. Aceptan que la maldad sí es innata en nosotros, aunque crecerá de una manera u otra dependiendo de ciertos factores, como puede ser la educación, el ambiente social, etc. Aunque estos factores influyan, el instinto primario hacia el mal –que implica hacer lo contrario a los deseos de Dios- está presente desde que nacemos.

El cuándo y el porqué de la semilla
Todos los seres humanos hemos nacido con una semilla que forma parte de nuestro ser. Esa semilla que nos impulsa y que nos inclina hacia el lado errado trae como fruto el mal, tomando forma en nuestras palabras, pensamientos y hechos, de forma o más o menos intensa. Es como estuviéramos atados a una pesada cadena y una mano invisible tirase de nosotros hacia nuestro lado menos amable. ¿Te has preguntado alguna vez por qué hay ocasiones en que haces y dices lo que no quieres hacer ni decir? ¿Ha llegados a expresar con tu propio vocabulario la idea que transmitió Pablo de sí mismo: “Lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco” (Ro. 7:15)?
Tenemos primero que preguntarnos desde cuándo y por qué tenemos esa simiente en nuestro interior. Cuando Dios creó al ser humano, en él no había mal ni corrupción; Salomón lo describió así: “Dios hizo al hombre recto” (Ecl. 7:29). Tanto el hombre como la mujer fueron creados libres pero sin la propensión al mal, y con una única naturaleza, al contrario que lo que afirmaba el Doctor Jekyll. Pero ocurrió algo que todos los cristianos saben: “El pecado entró en el mundo por un hombre (Adán), y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12).
En el huerto del Edén, el hombre y la mujer fracasaron. Desobedecieron a Dios y pagaron unas consecuencias terribles: la expulsión del Paraíso, la separación del Creador y, en consecuencia, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Nuestra naturaleza quedó corrompida. Caímos por completo. Desde aquel instante, quedó plantada en nosotros una semilla que, con el paso del tiempo, crecería más y más. Podríamos llamarla de muchas maneras: “naturaleza caída”, “el mal”, “la incapacidad de hacer el bien según los patrones de Dios” o de otras formas. Era, y es, como una enfermedad, un virus, un cáncer, que se transmitió de generación en generación, propagándose por todo el género humano como si una piedra de varias toneladas de peso hubiera caído en un lago, provocando ondas y removiéndolo absolutamente todo. Esa es la herencia que nos dejó Adán y por la cual quedamos “infectados”. Nuestra naturaleza original fue corrompida. Pasamos de tener una sola naturaleza inclinada al bien a una sola naturaleza podrida por el pecado e inclinada al mal, plantada en nosotros por herencia, que afecta por igual a todas las etnias y razas del mundo. Dios mismo lo observó tiempo después, cuando el hombre comenzó a multiplicarse sobre la faz de la tierra: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gn. 6:5).
El hombre pensaba en nuevas formas de hacer el mal de manera continua. Y así ha sido desde la caída. Fue el ser humano el que pensó en el asesinato, en la violación, en el aborto, en todo tipo de aberraciones sexuales, en el maltrato físico y psicológico, en las blasfemias hacia el Creador, en las mentiras, en la hipocresía, etc. En definitiva, en todo tipo de maldad que nos podamos imaginar.
Como consecuencia de todo esto, desde que nacemos, en menor o mayor grado, con más o menos consciencia de nuestros actos, queriendo o sin querer, llevamos a cabo obras y acciones que son el resultado directo de esa naturaleza caída. Esta es la gran diferencia entre la antropología bíblica y la humanista sobre la naturaleza humana. Mientras la primera enseña claramente que somos malos a causa de la naturaleza caída, la segunda especifica que somos buenos –o, al menos, neutrales-, y que es lo externo (la sociedad, la educación, el ambiente, etc.), lo que nos lleva a cometer malas acciones. Por eso, ellos, como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, hablan de dos naturalezas, cuando solo poseemos una desde la Caída. Dos puntos de vista irreconciliables.
Nada de esto quita que conservemos cierta capacidad de hacer el bien, incluso con nuestra naturaleza espiritual muerta, aunque no nos sirva para alcanzar la salvación. Por eso, podemos ver a personas que, sin ser creyentes, entregan todo su amor a sus hijos y se desviven por ellos, o a individuos que se lanzan al mar tras un desconocido que se está ahogando y que ni siquieran forma parte de sus familias. Y millones de historias que se podrían contar.

Continuará en: La única solución al gran problema de los jóvenes y adolescentes.


[1] Rojas Marcos, Luis. Las semillas de la violencia. Espasa Calpe, S.A.


lunes, 6 de septiembre de 2021

8.2. El mayor problema que tienen los jóvenes y adolescentes: Doctor Jekyll y Mr. Hyde

 


Venimos de aquí: Cómo enseñar a pensar a los jóvenes y adolescentes –puesto que todos son inteligentes-, para que aprendan por sí mismos (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/08/81-como-ensenar-pensar-los-jovenes-y.html).

Las señales del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde nos narra una serie de acontecimientos y diversos asesinatos que tienen alarmada a la ciudad de Londres por la presencia de una extraña y despreciable criatura. Nuestro protagonista, el Dr. Jekyll, inventó una droga para separar sus dos “personalidades”: la bondadosa y la malvada, la honrada y la menospreciable. El mismo cuerpo y, sin embargo, dos “yo” diferentes. Con la receta que ideó, trataba de luchar contra su parte maligna, pero era una lucha imposible. Al separar su conciencia en dos, su parte virtuosa y recta no tenía remordimientos sobre los actos cometidos por su otro “yo” infame: “Del mismo modo que el bien resplandecía en los ojos de uno, el mal estaba ampliamente escrito en el rostro del otro... (su parte malvada) también era yo. Parecía algo natural y humano... esto, como llegué a suponer, era debido a que todos los seres humanos, tal como los conocemos, son una mezcla de bien y de mal”.
“Adormecía” una parte de su conciencia con una fórmula secreta (una droga) mientras daba rienda suelta a su otra mitad, el mal que había en él. Pero “la droga no era ni diabólica ni divina, simplemente derribaba las puertas de la cárcel de mi constitución; salía lo que había dentro... ahora tenía dos caracteres, uno totalmente malvado y sin remordimientos de conciencia, y otro completamente respetable y admirable”.

Eres tú y soy yo
Este es el problema que tiene todo ser humano, incluyendo por supuesto a los jóvenes y adolescentes, y por ende a los adultos. Si eres uno de ellos y eres sincero contigo mismo, haz este pequeño ejercicio de reflexión: olvídate por un momento de los demás. No te compares con nadie, ni pienses en aquellos que hicieron esto o aquello. Piensa en las acciones que sabes que has hecho mal a lo largo de tu vida, incluso aquellas sin querer.
Aunque queramos negarlo, todo ser humano sabe que hay dos partes en su ser. Por un lado, un Dr. Jekyll –la parte noble y justa-, como en el caso del protagonista: “dotado además de excelentes cualidades, inclinado por naturaleza al trabajo, deseoso de ganarme el respeto de los sabios y los buenos entre mis semejantes [...] con todas las garantías de un honorable y distinguido futuro”. Por otro lado, un Mr. Hyde –la que esconde los malos deseos-, aunque éstos no siempre se lleven a cabo: “El peor de mis defectos era el temperamento un tanto alegre e impaciente, que ha hecho la felicidad de muchos, pero que he descubierto que resulta difícil de conciliar con mi imperioso deseo de ir siempre con la cabeza alta y presentar en público una apariencia seria”.
Normalmente hay un cierto equilibrio en esa naturaleza. Pero esa balanza se puede romper e inclinar claramente hacia el mal por distintas razones: una mala educación o la ausencia de ella, una infancia desdichada, complejos, experiencias traumáticas, muerte de un ser querido, alguna tragedia familiar, falta de metas propias, amargura acumulada, una sociedad que no fomenta valores sanos, entre otras muchas: “Lentamente se va perdiendo el control de la naturaleza equilibrada pero caída, y uno se va incorporando progresivamente al segundo y peor –yo-”.

¿Controlando el mal?
Hay personas que no controlan su “semilla” –de la cual hablaremos en la siguiente parte-, porque desconocen su verdadero origen, y el simple hecho de “ser tentado, aunque solo sea ligeramente, es caer”. Pero también existe un sector de la población que está acostumbrada a ella y, en cierta manera, la han amoldado a su forma de ser. Casi seguro que has oído en alguna ocasión la expresión “yo soy así y nadie me va a cambiar. Además, no tengo nada de que arrepentirme”. Una persona que piensa de esta manera es porque su semilla ha dado muchos frutos y sus raíces son muy profundas. Y, como describe Stevenson, el autor de la novela, empieza “a decantarse hacia lo monstruoso”. No tiene que ser un asesinato o algo espeluznante. Basta con pequeños detalles que se muestran de vez en cuando, como el mal genio, el uso de un lenguaje vulgar, la mentira, los celos compulsivos, la arrogancia, el complejo de superioridad, la soberbia o el egocentrismo y la ausencia de empatía, o asuntos más serios como las borracheras, la violencia, la promiscuidad o cualquier tipo de sexualidad fuera del orden de Dios.
Quizá hubo momentos en nuestra vida en que quisimos cambiar y corregir los detalles que no nos agradaban de nosotros mismos, pero casi nunca lo logramos: “Mi lado espiritual estaba un poco adormecido, prometiendo hacer penitencia, pero no decidido todavía a iniciarla”.
¿Cuántas promesas de cambio se hacen los seres humanos cada año? A lo mejor, con la fuerza de voluntad fueron capaces de lograr algunas modificaciones. Aplacaron en parte el mal genio o decidieron ser más generosos. Otros abandonaron por fin su vida de Don Juan y decidieron dejar el acto sexual porque no estaban casados. Así le ocurrió al protagonista en general: “Durante dos meses, me mantuve firme en mi determinación; durante dos meses, llevé una vida de una severidad como nunca antes había alcanzado, y gocé de las compensaciones de una conciencia aprobadora”.
Pero había un problema: el grano que germinó seguía intacto, aunque en apariencia estaba controlado: “El tiempo no tardó en borrar la intensidad de mi alarma; las alabanzas de mi conciencia empezaron a crecer y a volverse asunto de rutina; empecé a sentirme torturado por angustias y anhelos, como si Hyde estuviera luchando por su libertad”. ¿Y qué le ocurrió finalmente tras semejante esfuerzo?: “En un momento de debilidad moral, preparé y bebí de nuevo la droga transformadora [...] mi demonio llevaba mucho tiempo enjaulado, y salió rugiendo [...] el espíritu del infierno despertó en mí al instante y rugió”.
Ni aún las personas más excelentes están exentos de hacer el mal. Nadie es inocente en la plena totalidad de la palabra. Como dije anteriormente, no es necesario ser un criminal, un fornicario, tomar drogas o ser un alcohólico “de fin de semana”, ya que todos hacemos actos que son contrarios al bien establecido por Dios. ¿Acaso nunca has herido los sentimientos de un ser querido o de un desconocido, por medio de tus palabras o de tu tono de voz sarcástico? ¿Nunca le has guardado rencor a nadie durante un tiempo? ¿Nunca has hablado mal de alguna persona a sus espaldas? Podría hacer un millón de preguntas, pero tú conoces perfectamente cada una de tus propias respuestas y cuáles son tus errores como yo sé los míos. Estoy seguro de que no te levantas por la mañana pensando “me voy a llenar de ira”, “voy a gritarle a mi hermano y a mi pareja”, pero así ocurre cuando menos te lo esperas. Surge una situación y todo cambia en un instante.
Es algo que sucede en todos nosotros: el odio, el deseo de venganza, la avaricia, la lujuria, los prejuicios, etc. Mayormente, son frutos surgidos de la semilla, la cual está en estado latente, semidormida, pero que en cualquier momento puede despertar con toda su virulencia. Hay personas muy tranquilas que para que estallen en violencia debe suceder algo terrible, y hay otras que estallan con muy poco. Pero puede suceder que el tranquilo encienda su lujuria con solo un anuncio de televisión y el nervioso necesite ser muy estimulado para que esto suceda. La misma causa no produce el mismo efecto en dos individuos diferentes.
Incluso hay muchos que sienten cargas de conciencia al cometer algún acto que, su ser interior, les dice que no está bien. En esos momentos, se han considerado hipócritas, ya que veían que moraba en ellos tanto el bien como el mal. Igual trataban con cariño a sus padres en casa y, sin embargo, en un mal momento, insultaban a algún compañero de clase. Nuevamente el Dr. Jeckyll lo explica así: “Se dividió en mí esas zonas del bien y del mal que separan y componen la naturaleza dual del hombre. Aunque tan profundamente dual, no era en absoluto hipócrita; ambos lados de mí eran perfectamente honestos [...] el hombre en verdad no es uno, sino dos”.

Continuará en: ¿Son los jóvenes y adolescentes como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde?