Posiblemente no conozcas a un viejo amigo mío que, cuando le preguntaban, hace
casi veinte años, la razón de por qué no tenía novia, contestaba de forma
irónica: “No tengo tiempo. No hay nada a la vista. No me da la gana”. Puro arte
y humor andaluz..., aunque el tiempo se llevó dichas afirmaciones y convirtió
al emisor hasta en papá. Pero esa ya es otra historia y no es en ella donde me
quiero detener, sino en sus palabras, y que vinieron a mi mente cuando estaba
reflexionando sobre las verdaderas razones por las cuáles las personas no
suelen leer libros.
Aunque “el mal” que voy a señalar en las siguientes
líneas puede dar a entender que va dirigido a los inconversos, afecta exactamente por igual a los se llaman
cristianos y no leen, más allá de novelas o de breves mensajes que se publican
en las redes sociales, y que son fuente de todo tipo de herejías.
La
ignorancia voluntaria
Los argumentos que él expuso son, en tono castizo, los
mismos que en su foro interno usan aquellas personas que no quieren saber nada
de Dios y que se mantienen ignorantes respecto a Él:
- Dicen que no tienen tiempo, pero curiosamente sí lo
tienen para un millón de cosas: para el ocio, para chatear, para ver vídeos en
Youtube, para wasapear, para leer novelas de misterio, para ligar, para tapear
y tomar unas cervecitas con los amigos, para salir a cenar y de marcha, para ir
de camping, de senderismo y a la playa, para ver la Champions, el Mundial, las Olimpiadas, el Chiringuito, Salvame Deluxe, para ir al cine, para hacer deporte o practicar otros
hobbies, para organizar una barbacoa, para pasarse el siguiente nivel del juego
online, para leer sobre trucos de belleza, para comprar ropa, para ir a un
concierto y al gimnasio, para visitar todo tipo de discotecas y pubs, para
hablar de política y de las desgracias del mundo, para contar los nuevos
chismorreos que han llegado a sus oídos, etc. Viven en su propio Matrix que les
proporciona todo el Panem et circenses
que desean sus sentidos. ¡Hasta les da tiempo a decir que se aburren!
Así que tienen TIEMPO para TODO, menos para lo
trascendental, desconociendo lo que Jesús dijo al respecto: “La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido” (Lc. 12:23). Si dedicaran
solo el 1% de ese tiempo en leer, ¡ay, otro gallo cantaría! Sus mentes se
abrirían de una manera que no pueden ni imaginar y sus corazones sentirían una
paz basada en certezas inmutables que les haría, por fin, encontrar el sentido
a la existencia humana.
- Dicen que no hay nada a la vista; es decir, que no
hay buenos libros, cuando hay cientos. Aquí cité unos cuantos: Aprender y
crecer & Conformarse y estancarse (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/12/aprender-y-crecer-conformarse-y.html).
- Dicen que no les da la gana. Siendo las otras dos
meras excusas, esta es la verdadera razón: no quieren hacer el esfuerzo de leer
y aprender. El problema reside en el que señaló el escritor Mark Twain: “Una
persona que no lee, no tiene ninguna ventaja sobre la persona que no sabe
leer”.
Voluntariamente, viven instalados en la ignorancia y,
lo que es más grave, no les importa. Se sienten cómodos en ella. Ante un
escrito como este, cuando descubren de qué trata, en lugar de analizarlo y
reflexionar, huyen despavoridos. No quieren pensar ni por un segundo en que
alguien les diga que deben usar sus mentes para pensar en cuestiones diferentes
a las que suelen plantearse. Como
dijo Martin Luther King: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la
estupidez concienzuda”.
¡Y ojo! Como ya vimos en el artículo citado, esto no
le sucede solo a ellos, sino también a muchos cristianos: cuando he hablado con
ellos en persona o he escrito señalando algunos errores que se enseñan en
multitud de iglesias, alentando con buena fe y mis mejores intenciones a
comprobarlo por sí mismo, han tomado el camino de la huida: antes que estudiar
una vez más cada cuestión por si están equivocados, “cierran los oídos”. Es una
actitud orgullosa del alma e insana para la mente, sustentada en el miedo a
tener que reconocer que pueden estar equivocados. En otros casos es por pura
pereza, conformismo, apatía o infantilismo espiritual. Y ya sabemos el dicho: “Lo malo de la ignorancia es que va
adquiriendo confianza a medida que se prolonga”.
La
diferencia entre el conocimiento de lo superficial y lo importante
Pregúntale por el equipo titular de su equipo de
fútbol favorito: te lo recitará en menos de diez segundos. Pregúntale por la
letra de la canción de moda: te la recitará como si la hubiera compuesto él
mismo. Pregúntale por la última novela que ha leído: te la resumirá como si la
hubiera escrito. Pregúntale por los videojuegos que se ha comprado en los
últimos años: te los nombrará orgulloso. Pregúntale por la nueva novia, la boda
y el divorcio del famoso de turno: te narrará todos los detalles como si fuera
de la familia. A continuación, ofrécele un libro basado en la Biblia (o la
Biblia misma) que hable de:
- Quién era y es realmente Jesús.
- Qué enseñó realmente.
- Qué es el pecado y cuáles son sus consecuencias
eternas.
- Qué significado tiene la muerte de Cristo en la
cruz.
- Qué imperiosa es la necesidad que tienen de cambiar
sus vidas y la manera de pensar.
- Cómo afrontar las crisis personales, la ansiedad, el
miedo, el futuro y la muerte.
- Cómo debe ser el trato en las relaciones personales,
la actitud a tomar ante los enemigos y con las personas del sexo opuesto, el
uso del tiempo o la forma de vestir.
- Cómo reconocer falsas doctrinas.
¿Cómo reaccionará? No mostrará ningún interés,
escudándadose de nuevo en tal o cual excusa: “más adelante”; “en otra ocasión”;
“ahora no me viene bien”; “estoy muy liado”. Y de nuevo, la favorita: “no tengo
tiempo”. Se les descompondrá cada uno de los músculos de la cara y la mueca
resultante será esperpéntica. He visto tantas que me recuerdan al personaje
cómico Mr. Bean (No soy religioso, ni
católico, ni protestante: Simplemente cristiano: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
¡Qué ardan
los libros!
Con el deseo de removerte aún más las entrañas para
ver en qué grupo andas tú y si sigues queriendo andar en él o cambiar, quiero
hablarte de una de mis novelas favoritas y uno de los grandes clásicos del
siglo XX: Fahrenheit 451 de Ray
Bradbury[1].
Fue escrita en plena guerra fría (1953), como se vislumbra claramente al final
de la obra y cuya numeración hace alusión directa a la temperatura a la cual se
quema el papel (el equivalente a 233 grados centígrados).
En este relato –del cual omitiré el final por si te
animas a leerlo- se nos narra un mundo al borde de la guerra donde los libros
están prohibidos por el Gobierno. Montag –nuestro protagonista-, es miembro del
cuerpo de bomberos, cuya misión no es apagar fuegos, sino quemar las
propiedades donde haya libros. Esto incluye perseguir a los que los tienen. Leer
es considerado como un peligro para la sociedad, ya que la cultura lleva a la
reflexión y a la libertad de pensamiento, al contrario que la propuesta de la
sociedad, que es dejarse llevar por los instintos más básicos.
En el primer caso que se nos describe, Montag se
presenta en una casa que había que quemar, puesto que una anciana la tenía
llena de libros. Antes de hacerlo, esconde un libro para sí: la Biblia. Es la
propia mujer la que prende la llama y decide quemarse junto a su biblioteca;
prefería la muerte antes que vivir sin ella. Este acontecimiento hace
reflexionar al bombero.
En este caso, nos podemos sentir identificados con una
chica de 16 años, de nombre Clarisse,
quien cambiará la vida de Montag para siempre. Le hace cuestionarse el porqué
de las cosas. Le hace replantearse el porqué tenemos que aceptar el mundo tal y
como nos lo venden. Le muestra que la existencia no es solo lo que nuestros
sentidos perciben. Le lleva al punto de reflexionar sobre la verdadera
felicidad. Ella lo pone en duda todo, desde la autoridad hasta las leyes. Aún
así, resulta llamativo que a esta “librepensadora” la obligan a ir al
psiquiatra. Quieren saber por qué a veces se limita a estar sentada y pensar.
Desean saber en qué piensa. Quieren diseccionarla y entender qué hay dentro de
ella. Quieren comprender por qué disfruta de la lluvia que cae sobre su boca y
dónde está el placer en pasear por un bosque contemplando a los pájaros.
Lo que ella observa a su alrededor en el resto de la
sociedad le resulta aterrador. Y lo es porque es verídico. Así se lo dice a
Montag:
“A veces, me deslizo a hurtadillas y escucho en el
Metro. O en las cafeterías. ¿Y sabe qué?”.
“¿Qué?”.
“La gente no habla de nada”.
“¡Oh, de algo hablarán!”.
“No, de nada. Citan una serie de automóviles, de ropa
o de piscinas y dicen que es estupendo. Pero todos dicen lo mismo y nadie tiene
una idea original”.
El reflejo
de la realidad presente
La sociedad descrita hace más de medio siglo es muy semejante
a la nuestra. En su momento era ciencia ficción. Hoy es real. La profecía se
consumó. Millones de personas que únicamente se dedican a hablar de los chismes
de las vidas ajenas, de la estética, de lo material, de deportes, de ocio y de
multitud de cuestiones superficiales. En definitiva, y como decía Clarisse, no
hablan de nada.
En el caso de Montag, ¿acaso era normal que su esposa
se pasara todo el día delante de tres televisores viendo programas sin sentido
y una variedad infinita de concursos? ¿Acaso era normal que le exigiera a su
marido un cuarto televisor? ¿Acaso era normal que no hubiera nada dentro de
ella? ¿Acaso era normal que sólo pensara en sí misma? ¿Acaso era normal que el
resto del día estuviera absorta dentro de su radio auricular, llámese hoy en
día reproductores de música y demás dispositivos tecnológicos?
Vivimos en un mundo donde pensar lo que verdaderamente
importa está considerado una pérdida de tiempo. Es “mejor” llenar el tiempo con toda clase de entretenimientos. Es “mejor” interesarse de manera enfermiza de las
vidas ajenas. Es “mejor” centrarse en
encontrar los defectos del prójimo. Los jóvenes se relacionan en Internet y
carecen muchos de ellos de habilidades sociales para hacerlo en persona. Se
mueven por instintos y necesitando de “ayuditas” como el alcohol. Y cuando las
pasiones les llevan a un “error”, solo tienen que tomar una pastilla el día después para
“enmendarlo”. Y así con todo. Llenamos nuestra mente de la nada.
Un viejo profesor de literatura que aparece en el
relato define de esta manera la televisión: “El
televisor es real. Es inmediato, tiene dimensión. Te dice lo que debes pensar y
te lo dice a gritos. Ha de tener razón. Parece tenerla. Te hostiga tan
apremiantemente para que aceptes tus propias conclusiones, que tu mente no
tiene tiempo para protestar, para gritar: ¡Qué tontería!”. Y una madre
muestra la educación que le proporciona a sus hijos: “Tengo a los niños en la escuela nueve días de cada diez. Me entiendo
con ellos cuando vienen a casa, tres días al mes. No es completamente
insoportable. Los pongo en el salón y conecto el televisor. Es como lavar ropa;
meto la colada en la máquina y cierro la tapadera”.
La sociedad
que te tiene dominado
Volvamos a la historia. Finalmente, Montag planea,
junto al viejo profesor Faber, una manera de conservar los libros: contactando
con académicos que viven fuera de la ciudad como proscritos. Tras regresar a
casa, se encuentra a su esposa enfrascada en una conversación vacía e
ignorándolo por completo. Enojado ante tales actitudes, Montag saca un libro y
lee un poema. Una de las amigas de la mujer comienza a llorar emocionada, al
contrario que otra de ellas que se llena de furia.
Más adelante, quizá el momento más interesante de
todos, se produce una conversación entre
Montag y el capitán Beatty (su jefe del cuerpo de bomberos), quién está
perfectamente adoctrinado en las creencias de la sociedad:
“Dale a la
gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más
populares, o los nombres de las capitales de Estado o cuánto maíz produjo Iowa
el año pasado. Atibórralo de datos no combustibles, lánzales encima tantos
hechos que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a
información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan [...] Y serán
felices. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o la Sociología
para que empiecen a atar cabos. Por ese camino, se encuentra la melancolía.
Cualquier hombre que pueda desmontar un mural de televisión y volver a armarlo
luego [...] es más feliz que cualquier otro que trate de medir, calibrar y
sopesar el Universo, que no puede ser medido ni sopesado sin que un hombre se
sienta bestial y solitario. Así, pues, adelante con los clubs y las fiestas,
los acróbatas y los prestidigitadores, los coches a reacción, las bicicletas,
helicópteros, el sexo y las drogas, más de todo lo que esté relacionado con los
reflejos automáticos [...] Pregúntate a ti mismo: ¿qué queremos en esta nación,
por encima de todo? La gente quiere ser feliz, ¿no es así? ¿No lo has estado
oyendo toda tu vida? Quiero ser feliz, dice la gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No
les mantenemos en acción, no les proporcionamos diversiones? Eso es para lo
único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las emociones? Y tendrás que admitir
que nuestra civilización se lo facilita en abundancia [...] Más deportes para
todos, espíritu de grupo, diversión, y no hay necesidad de pensar, ¿eh?
Organiza y superorganiza superdeporte. Más chistes en los libros. Más
ilustraciones. La mente absorbe menos y menos. Autopistas llenas de multitudes
que van a algún sitio, a algún sitio, a algún sitio [...] Los autores, llenos de malignos pensamientos,
aporrean las máquinas de escribir. Eso hicieron. No es extraño que los libros
dejaran de venderse. Pero el público, que sabía lo que quería, permitió la
supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas eróticas
tridimensionales, claro está. No era una imposición del gobierno. No hubo
ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación
de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias.
En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente”.
¿Cuál es el propósito de la sociedad? Alcanzar la
felicidad. ¿Cómo creen que la lograrán? Gratificando los sentidos.
¿Conocimientos? Sí, pero muchos de ellos sin utilidad. ¿Datos? Por supuesto,
pero sin interés y fácilmente olvidables, de consumo rápido, de usar y tirar.
“No pienses, haz lo que sientas, haz lo que te pida el cuerpo. Confórmate. Para
qué complicarte la vida”. A estos “principios” se podría resumir el estilo de
vida al que se nos incita continuamente a través de los medios de comunicación
(televisión, prensa amarilla, Internet, redes sociales, etc.).
¡Despiértate tú que duermes!
Es aterrador
comprobar cuánto hay de real en la historia descrita en esta fábula. Recuerdo
que, desde la misma adolescencia, observé que las personas no reflexionaban
sobre el sentido de la existencia, algo que yo hacia a todas horas como
adolescente de carácter melancólico. Para ellos, todo se reducía al aquí y al
ahora. Pero todo llegó a un límite. No podía soportar más aquella realidad y
Dios, en su misericordia y por su gracia, me abrió los ojos (Mi historia:
Buscando el sentido a la existencia: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/04/mi-historia-buscando-el-sentido-la.html).
Hemos visto cómo las personas se mantienen ignorantes
porque no quieren leer ni aprender lo que verdaderamente importa. En lo
concerniente a Dios y su verdad, junto a lo que supone dejarse llevar por lo
que otros dictan, conduce al subdesarrollo y a la pobreza espiritual, intelectual y emocional del ser humano, que termina
guiándose por sus sentidos y no por la sabiduría que procede de Dios.
Es hora de que decidas despertar a la realidad que
está más allá de tus ojos físicos y que la superficialidad de este mundo lleno
de luces brillantes te oculta: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de
los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef. 5:14).