lunes, 27 de julio de 2020

La paradoja de las paradojas: “Cristianos” que no hablan de Dios con otros "cristianos”


¿Alguien se imagina un hipódromo donde prohibieran hablar de caballos? ¿O un estadio de fútbol donde no se pudiera decir nada de este deporte? Sería absurdo, ¿verdad? Pues no hace mucho me encontré con un grupo cristiano en una red social donde hablar de doctrina cristiana estaba prohibido, incluso eliminaban cualquier contenido sobre predicaciones: iba en contra de las normas, ya que, según ellos, creaba polémicas. Si el concilio de Jerusalén –donde se nos cuenta que hubo una gran discusión- hubiera actuado igual (Hechos 15), el cristianismo habría muerto en su mismo nacimiento. Eso sí, dar números de wasap en este “grupo cristiano” para ligoteo y fotos con escotes pronunciados, sin problemas. Tras hablar con una de las administradoras ante algo incomprensible, se limitó a recordarme “las normas”, por lo que abandoné dicha “comunidad”. Por mi parte no tenía nada que aportar “a sus intereses”. Siendo este un caso exagerado –aunque verídico y más usual de lo que muchos creen- suele darse algo semejante entre muchos creyentes en la vida real: cristianos que no hablan entre ellos de Cristo, o apenas lo hacen. Veamos el porqué y la solución a semejante disparate e incongruencia.

Recuerdo perfectamente los primeros meses de mi conversión y el tiempo en que comencé a congregarme. Me encantaba hablar de Dios con algunas personas en concreto. Anhelaba cruzarme con ellos para entablar conversaciones sobre lo que había leído y aprendido esos días de la Biblia. Aprendía escuchándolos y, como completo neófito, formulándoles mil preguntas ya que me interesaba sobremanera conocer sus respuestas. Era prácticamente ansia por mi parte. Sinceramente, creía que todo el mundo era como ese círculo del que me rodeé. El mejor momento al cenar con ellos –los Salva, Josué, José Antonio y “Chiqui”- era cuando nos enfrascábamos en una charla sobre temas bíblicos. Pero pasó el tiempo y algo comenzó a llamarme la atención...

La realidad imperante
Una certidumbre que hasta el día de hoy se mantiene y, además, con mucha más fuerza: a gran escala, a los cristianos les gusta mucho hablar de la iglesia pero muy poco de Dios. Lo que debería ser la excepción, tristemente es la norma. Habla de “la iglesia” y de las cosas que suceden en ella, e inmediatamente tendrás un corillo formado donde todas expresarán sus distintas opiniones:

- “No me gusta el color en que han pintado las paredes”.
- “Dicen que el pastor le echó una bronca a Paco que los bancos temblaron”.
- “Qué larga ha sido la predicación de hoy”.
- “Vámonos deprisa que llegamos tarde al cine”.
- “Esa congregación es una secta”.
- “¿Te has enterado? Juan y Ana se han peleado y ya no son novios”.
- “No soporto a Antonio. Me resulta insufrible”.
- “No te juntes con los de esa iglesia que ellos creen que la salvación se pierde (o vicerversa)”.

De igual manera, saca a colación las redes sociales, tal o cual afición, tal o cual actividad lúdica, tal o cual deporte, tal o cual programa televisivo, y hablarán tantos a la vez que será hasta difícil escucharlos a todos. La pasión que pondrán en la conversación será de pura emoción. Como dijo José María Martínez: “No menos triste es ver cómo en algunas iglesias, concluido el culto, la mayoría de miembros forman entre sí grupos de tertulia conversado sobre temas banales”[1]. Esto sucede tanto dentro del local de la iglesia como fuera de él. A estas personas les gusta más el “placer” del conformismo, del ocio, de lo superficial y del chismorreo, que suponen un mínimo esfuerzo mental, en lugar de perderse en el placer de escudriñar lo profundo de Dios y Su Palabra.
Me imagino que Jesús y los discípulos tuvieron conversaciones distendidas pero lo que observamos en el Nuevo Testamento –donde está reflejado lo que verdaderamente resultó trascendente entre ellos-, es que sus conversaciones giraban siempre en torno al reino de Dios y al carácter del Altísimo. Por eso, y aunque es cierto que hay tiempo para hablar de todos los temas habidos y por haber de la vida, cuando Dios es lo último de la lista –y a veces ni eso- es que hay un problema de fondo bastante grave.
De ahí que cuando se expone –aunque sea brevemente- algún tema bíblico –sencillo o profundo, da igual-, algún texto que enriquezca la conversación o que refute algún pensamiento mundano de los interlocutores, pequeñas citas de autores cristianos de libros que has leído o estás leyendo, el silencio suele ser la tónica predominante. A algunos se les ponen los ojos en blanco, otros se evaden mentalmente y luego están aquellos que se refugian en sus adorados teléfonos móviles para “escapar” de lo que no les interesa realmente. Es más, algunos hasta muestran su desagrado por hablar de algo que no les atrae. Los gestos faciales se torcerán y descompondrán, como diciendo: “No, de eso no hables que me quedo dormido”. Si pueden, disimuladamente se alejarán en cuanto puedan. Para muchos, hablar de teología –que no es ni más ni menos que hablar de Dios mismo-, es aburrido. Hasta les cuesta tratar de todo lo bueno que ha hecho el Altísimo, de su obra y de su amor impagable.
Por eso sus bocas se llenan con facilidad de dudas ante la ética y los mandamientos de Dios para la humanidad, e incluso llegan a contradecirla. Eso cuando no se quejan de Él porque algunos aspectos de sus vidas no les marchan como quisieran. Es como una fe sostenida con alfileres, que uno no sabe si se ha roto ya o está en proceso de hacerlo, ya que no hacen nada para remediarlo. Van cuesta abajo y sin frenos, y creo que ni siquiera ellos son plenamente conscientes del rumbo que han tomado. Es como si hubieran olvidado por completo lo que enseñó Jesús de forma muy gráfica: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mt. 7:24-27). Sus vidas están asentadas sobre la arena y no sobre la roca.
Como cristiano, dicha forma de ser es triste, y diría que hasta grotesca. Es como el que está casado y dice amar a su cónyuge pero se niega a hablar con él y a pasar tiempo de calidad a su lado.

¿Cuál es el motivo?
El porqué de todo esto es extremadamente sencillo de explicar. Basta con citar las palabras de Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34). El individuo que tiene su corazón lleno de Dios, de Su Palabra, que observa cada circunstancia de la vida, de la sociedad y de la existencia en general bajo el prisma de Dios, es que no puede callar ni aunque quiera. Le salen las palabras a borbotones.
Por su parte, el que tiene el corazón lleno de su propia sabiduría –incluso cuando ésta va en contra de la voluntad divina-, que tiene pasiones, aficiones y gustos infinitamente mayores que los que tiene por Dios, que tiene al Señor en una esquina de su mente y llena de todo lo demás, pues, de forma lógica, habla de lo que hay en su interior. Las palabras, al fin y al cabo, no engañan. Se limitan a mostrar la realidad que anida en el ser más profundo de cada uno de nosotros. 
Quizá, cuando se convirtieron, hablaban del Señor, oraban y leían la Biblia y otros libros. Pero eso quedó en el pasado. La rutina de los cultos, la liturgia repetitiva, la sensación de “esta historia ya me la sé” o “esta predicación es repetida”, el ser “cristiano” por costumbre y religiosidad, lleva a muchos al desapego a todo lo que tiene que ver realmente con Dios. La Biblia se convierte en un objeto extraño al que no se acercan ni se sumergen, y el hablar de ella les resulta un elemento extraño dentro de una conversación. Otros son como los pajaritos: esperando con la boca abierta a que les den de comer en lugar de buscarse la comida:“El día en que el bebé de la familia empieza a comer solo es muy importante. El nene está sentado frente a la mesa y empieza a usar la cuchara, quizá al revés, pero luego la usa bien y la madre o la hermana dice regocijada: el nene está comiendo solo. Pues bien, lo que necesitamos como cristianos es poder comer solos. Cuántos hay que se sientan, impotentes y apáticos, y abren la boca, con hambre de las cosas espirituales, pero esperan que el pastor les dé de comer, mientras que en la Biblia hay ya una lista de una gran fiesta para ellos. Pero no se animan a empezar a comer solos”[2].
Esto conduce a infinidad de creyentes a creer en Dios según sus emociones, a creer que el concepto del “bien” y del “mal” depende de lo que ellos piensan en sus conciencias que ya se han distorsionado, a no saber aplicar la fe a la vida, a no saber realmente en Quién han creído y el porqué, y a tener un conocimiento teológico pobrísimo, donde muchos, sin darse cuenta, aceptan incluso herejías. Y no estoy hablando de “recién convertidos” sino de “cristianos de años”, los mismos a los que el escritor de Hebreos se refirió: “Al cabo de tanto tiempo, ustedes ya deberían ser maestros; en cambio, necesitan que se les expliquen de nuevo las cosas más sencillas de las enseñanzas de Dios. Han vuelto a ser tan débiles que, en vez de comida sólida, tienen que tomar leche. Y los que se alimentan de leche son como niños de pecho, incapaces de juzgar rectamente. La comida sólida es para los adultos, para los que ya saben juzgar, porque están acostumbrados a distinguir entre lo bueno y lo malo” (He. 5:12-14, ´DHH`).
En muchas de las personas descritas, el primer amor se apagó y no hicieron nada por mantener sus velas encendidas. Si están completamente apagadas o no, únicamente ellos lo saben.

Propuestas muy sencillas para el que quiera revertir la situación
Como el propio subtítulo señala, las siguientes líneas van dirigidas a los que, de verdad, quieren cambiar una vez que han visto esta panorámica que no es nada halagüeña. Lo primero que tienes que hacer es reconocer que no es normal lo que te sucede y que vas a ponerle remedio:

1) El primer paso es orar de manera sencilla unos minutos a solas. Ponte delante de Dios y exprésale cómo te sientes, y tus deseos de revertirlo puesto que deseas acercarte a Él. 

2) Retoma la lectura de la Biblia. De la estantería sitúala en tu mesita de noche o donde tuvieras la costumbre de leerla. Si llevas años sin hacerlo seguramente te resultará extraño. Da igual que tu mente diga que ya se sabe esos textos o que al principio leas poco tiempo. Lo importante es que tomes un hábito y vuelvas a verla con frescura, que veas cómo te afecta lo que lees a ti de forma personal y que la vayas asimilando. Aquellos pensamientos propios que chocan con los principios bíblicos, comienza a sustituirlos, hasta que formen parte de tu mente y corazón. Alinea tus pensamientos con los de Dios. Lo que no entiendas puedes investigarlo en comentarios bíblicos.

3) Mira a ver qué asuntos en concreto te llaman la atención y busca buenos libros sobre ellos. Escribe si te gusta hacerlo conforme saques ideas y las pongas en orden. No seas el típico individuo que se limita a copiar un versículo bíblico con un sol de fondo y a subirlo las redes sociales; saca de tu propia cosecha aquello que el Señor ponga en ti respecto a lo que lees y que concuerde con Sus pensamientos.

4) Identifica a aquellos amigos cristianos a los que les gusta hablar de Dios y, de manera natural en tus conversaciones con ellos, saca algún tema sobre el que hayas leído y comparte tus pensamientos y conclusiones. No esperes a que ellos lo hagan: hazlo tú. Verás el gozo que sientes más temprano que tarde. Cuando aprendes algo y lo escribes o lo verbalizas, el refuerzo del aprendizaje llega a niveles muchos más profundos que si se guarda para uno mismo. Recuerda que lo normal entre un grupo de cristianos debería ser lo que expresa Pablo: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría [...] exhortaos los unos a los otros [...] alentaos los unos a los otros [...] animaos unos a otros y edificaos unos a otros” (Col. 3:16; He. 3:13; 1 Ts. 4:18; 5:11).

Posiblemente te resulte extraño al principio si no estás acostumbrado, pero conforme pase el tiempo te darás cuenta que, incluso los tema de conversación banales, los analizarás bajo la lupa de la Escritura, con la enorme riqueza interior que eso te proporcionará y el brutal cambio en tu forma de pensar que se producirá en ti de forma paulatina.

Apéndice: Una pequeña lista
Para terminar, dejo nuevamente una serie de libros que ya recomendé en otro escrito[3]. Ahora bien, como dijo Spurgeon: “Tienes permitido visitar muchos libros BUENOS, pero debes siempre vivir en la Biblia”.

TEMÁTICA
TÍTULO
AUTOR
TEOLOGÍA
Teología sistemática
Millard Erickson
TEOLOGÍA
Teología sistemática
Wayne Wrudem
TEOLOGÍA
Introducción a la Teología
José Grau
TEOLOGÍA
Introducción al Antiguo Testamento
Longman-Dillard
TEOLOGÍA
Introducción al Nuevo Testamento
Everett Harrison
TEOLOGÍA
Institución de la religión cristiana
Juan Calvino
TEOLOGÍA
Un Dios en tres personas
Francisco Lacueva
SOTERIOLOGÍA
La seguridad de la salvación: 4 puntos de vista
J. Mathew Pinson
SOTERIOLOGÍA
Solamente por gracia
Charles H. Spurgeon
CARISMATOLOGÍA
¿Son vigentes los dones milagrosos?
Wayne Grudem
CRISTOLOGÍA
La persona y la obra de Jesucristo
Francisco Lacueva
CRISTOLOGÍA
El eco de su nombre
Salvador Menéndez
HERMENÉUTICA
Hermenéutica Bíblica
José María Martínez
PASTORAL
De pastor a pastor
Hernandes Días
HOMILÉTICA
Bosquejos expositivos de la Biblia
Warren Wiersbe
HOMILÉTICA
La predicación: puente entre dos mundos
John Stott
HOMILÉTICA
Discursos a mis estudiantes
Charles H. Spurgeon
ECLESIOLOGÍA
La Iglesia, cuerpo de Cristo
Francisco Lacueva
ECLESIOLOGÍA
La idea de comunidad de Pablo
Roberts Banks
ESCATOLOGÍA
Escatología Amilenial
José Grau
ESCATOLOGÍA
Escatología Premilenial
Francisco Lacueva
ANTROPOLOGÍA
El hombre, su grandeza y su miseria
Francisco Lacueva
APOLOGÉTICA
Mero cristianismo
C. S. Lewis
APOLOGÉTICA
3 preguntas clave sobre Jesús
Murray J. Harris

APOLOGÉTICA
Jesús bajo sospecha
Michael Wilkins
APOLOGÉTICA
Nueva evidencia que exige un veredicto
Josh MacDowell

APOLOGÉTICA
Más que un carpintero
Josh MacDowell
APOLOGÉTICA
El caso de Cristo
Lee Strobel
APOLOGÉTICA
Darwin no mató a Dios
Antonio Cruz
HEREJÍAS
Cristianismo en crisis del siglo XXI
Hank Hanegraaff
HEREJÍAS
Conceptos errados
Virgilio Zaballos
HEREJÍAS
El purgatorio protestante
Gerardo de Ávila
HEREJÍAS
Escrituras torcidas
Mary Alice Chrnalogar
HEREJÍAS
Ocultismo, ¿Parapsicología o fraude?
 José de Segovia
HEREJÍAS
Los orígenes de la Nueva Era
César Vidal
HEREJÍAS
Los masones
César Vidal
HEREJÍAS
Herejías por doquier
Jesús Guerrero
HEREJÍAS
Mentiras que creemos
Jesús Guerrero
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
Jesús
Charles Swindoll
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
Moisés
Charles Swindoll
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
José
Charles Swindoll
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
Elías
Charles Swindoll
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
Job
Charles Swindoll
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
Ester
Charles Swindoll
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
Pablo
Charles Swindoll
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
Historias fascinantes de vidas olvidadas
Charles Swindoll
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
El Jesús que nunca conocí
Philip Yancey
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
Jesús, el judío

César Vidal
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
Pablo, el judío de Tarso
César Vidal
ORACIÓN
La oración
Philip Yancey
ORACIÓN
La oración, teología y práctica
Fernando A. Mosquera
ORACIÓN
Psicología de la oración
Pablo Martínez Vila
ORACIÓN
La oración, fuente de poder
E.M. Bounds
VIDA CRISTIANA
Los problemas que los cristianos enfrentamos hoy
John Stott
VIDA CRISTIANA
Ética cristiana
Francisco Lacueva
VIDA CRISTIANA
Una fe sencilla
Charles Swindoll
VIDA CRISTIANA
El despertar de la gracia
Charles Swindoll
VIDA CRISTIANA
La esencia del cristianismo
Salvador Menéndez
VIDA CRISTIANA
Cuando lo que Dios hace no tiene sentido
James Dobson
VIDA CRISTIANA
Renueva tu corazón
 Dallas Willard
VIDA CRISTIANA
Los Bienaventurados
Antonio Cruz
VIDA CRISTIANA
El único camino a la felicidad
John MacArthur
VIDA CRISTIANA
Conociendo a Dios
J.I. Packer
VIDA CRISTIANA
Límites
Henry Cloud
MATRIMONIO
Esperanza para la familia
Virgilio Zaballos
MATRIMONIO
Los 5 lenguajes del amor
Gary Chapman
MATRIMONIO
Tu matrimonio sí importa
Juan Varela & M. Mar
MATRIMONIO
Música entre las sábanas
Kevin Leman
MATRIMONIO
El dilema del divorcio
John Macarthur
MATRIMONIO
El adulterio
David Hormachea
FÁBULAS
El Peregrino
John Bunyan
FÁBULAS
Cartas del diablo a su sobrino
C. S. Lewis
FÁBULAS
Las crónicas de Narnia
C. S. Lewis
FÁBULAS
El judío errante
César Vidal
CATOLICISMO
Catolicismo romano
Francisco Lacueva
CATOLICISMO
Catolicismo romano (vol. I y II)
José Grau
HISTORIA
Historia del cristianismo
Justo González
HISTORIA
Breve historia de la Iglesia cristiana
Howard F. Vos
HISTORIA
Historia de la iglesia
Justo L. Gonzalez
HISTORIA
Los primeros cristianos
César Vidal
HISTORIA
Historia eclesiástica
Eusebio de Cesarea
HISTORIA
Historia de la Reforma
Jorge P. Fisher
HISTORIA
Los puritanos
Martyn Lloyd Jones
HISTORIA JUDÍA
Antiguedades de los judíos
Flavio Josefo
HISTORIA JUDÍA
Las guerras de los judíos
Flavio Josefo
HISTORIA JUDÍA
El Templo. Su ministerio y servicios en tiempos de Jesucristo
Alfred Edersheim
HISTORIA JUDÍA
La historia de los judíos
Paul Johnson
HISTORIA JUDÍA
Historia del pueblo judío
Werner Keller
HISTORIA JUDÍA
Jerusalén: La biografía
Simon Sebag Montefiore
ARQUEOLOGÍA
Arqueología bíblica
Marcos Howard
CULTURA GENERAL
El camino hacia la cultura
César Vidal
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Comentario Bíblico
William MacDonald
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Comentario Bíblico
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Comentario Bíblico
William Hendriksen
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Habla el Antiguo Testamento
Samuel J. Schultz

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Comentario Bíblico Portavoz
Varios autores
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Comentario al Nuevo Testamento
Hendriksen-Kistemaker
DICCIONARIOS

Nuevo diccionario biblico ilustrado

Vila-Escuain
DICCIONARIOS
Diccionario Expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento
W.E Vine
DICCIONARIOS
Diccionario de dificultades y aparentes contradicciones bíblicas
Haley-Escuain
DICCIONARIOS
Enciclopedia explicativa de dificultades bíblicas
Samuel Vila
CONCORDANCIA
Nueva Concordancia Exhaustiva
James Strong




[2] Moody, D. L. Anécdotas e ilustraciones.