La
actriz Amy Adams interpreta a Camille Preaker, una periodista que regresa a Wind
Gapm, su pequeño pueblo natal,
para cubrir la noticia del asesinato de dos adolescentes, y donde todavía no se
sabe quién cometió los crímenes. Por medio de puntuales flashback, vamos descubriendo el pasado de Camille: era una
jovencita un tanto rebelde y muy inteligente que amaba con locura a su hermana
pequeña Marian. Estaban muy unidas y tenían una relación preciosa, y así fue
hasta el día en que ella falleció siendo apenas una adolescente. Nunca superó
la muerte de la pequeña. Desde entonces, intentó en varias ocasiones
suicidarse. Siempre que padecía una crisis nerviosa, se hería a sí misma
físicamente, infligiéndose cortes profundos en distintas partes de su cuerpo,
algo que sigue practicando en su edad adulta. Los cortes son palabras que
expresan cómo se siente, qué piensa de sí misma o que tienen algún significado
para ella (horno, mala, rasgar, adición, niña, virgen, enfermar, ira,
enamorarse, etc.). Por eso no deja que nadie vea esas palabras ya que
manifiestan lo más profundo de su ser interior, algo que no comparte con nadie.
En
ocasiones sufre estallidos de ira que también oculta, y continuamente rememora
en su mente el pasado y el dolor. El sufrimiento que acumula en sí es tan
grande que usa la bebida para ahogar sus penas –algo que evidentemente no
logra-, y para evadirse escucha música sin cesar, aparte de tener relaciones
sexuales desprovistas de amor.
Ante
todo esto, podemos entender que la serie la hayan titulado en España como “Heridas
abiertas” (Sharps Objects en el
original – “Objetos afilados”- basada a su vez en el libro Gone Girl de Gillian Flynn). Aunque son muy diferentes las
circunstancias, parte del camino de autodestrucción de la protagonista me ha recordado
mucho al que vimos en Alma
salvaje: Cuando el dolor puede convertirnos en la mejor o en la peor versión de
nosotros mismos (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/06/alma-salvaje-cuando-el-dolor-puede.html).
La
trama gira en torno a la investigación de las dos niñas asesinadas y lo que se
esconde detrás. No la voy a destripar por si alguien quiere verla, aunque aviso
que, siendo una sensacional serie, resulta desoladora. Así que me voy a centrar
en el trasfondo de la historia, que se encuentra en la truculenta y enfermiza
relación que mantiene Camille con su madre, puesto que nos va a servir para
tratar el tema que quiero exponer: puesto que hay muchos cristianos que tienen
relaciones muy complicadas con algunos de sus familiares más directos y que les
afecta sobremanera, me dirijo a ellos. El hecho de ser cristiano no convierte a
nadie en una élite especial cuyos problemas “mundanos” no le tocan.
Describiendo a la madre, o a cualquier
familiar
En la
serie, el problema de Camille es con su madre, de nombre Adora. En otras
familias –y eso solo lo sabes tú si te sientes identificado con ella en algún
aspecto- puede ser con el padre, los hermanos, la esposa, el esposo, las tías o
los tíos, con los primos, o con buena parte de ellos. Así que veamos cómo era
Adora y el trato que le dispensaba a su hija:
- No
la respeta ni la valora.
- No
le agrada nada de lo que hace ni su personalidad.
- No
siente un sano orgullo por el trabajo de su hija; al contrario, lo desprecia.
-
Critica cada comportamiento.
-
Siempre que puede la deja en ridículo o en evidencia ante los demás.
- Se
avergüenza de ella.
-
Emocionalmente es fría.
-
Nunca la halaga ni le dice nada bueno.
- No
se le puede llevar la contraria ya que tiene salida para todo.
-
Siempre que puede le señala lo que hace mal, sea real o imaginario.
- Con
sus palabras le da a entender que estaría mejor sin ella y sin que hubiera
nacido.
- No le
gusta nada de lo que hace.
-
Nunca le dedica una sonrisa genuina de alegría.
- Se
burla de su forma de vestir.
- No
le gusta sus compañías.
- La
considera de mala influencia para todo el mundo, especialmente para su difunta
hermana y para su actual hermanastra, Amma.
- Casi
todas las palabras que le dirige son de reproche.
- La
culpa de su infelicidad y desgracias. Por ejemplo, se corta podando una rosa y
le echa la culpa a su hija.
- La
culpa de sus propios errores.
-
Magnifica sus errores y minimiza los propios.
- Le
concede más importancia a las cosas (como una habitación de la casa con suelo
de marfil) que a su propia hija.
- Se
ofende por todo y es melodramática.
- Es
controladora y manipuladora.
- Usa
el chantaje como arma. Con sus propias palabras, viene a decir: “Haz lo que yo
digo y quiero, y te amaré. No lo hagas, y no te amaré”.
-
Quiere que Camille haga todo lo que ella dice (cómo vestir, hablar, comer,
etc.).
- Nada
de lo que diga su hija la hace cambiar de opinión sobre ningún tema.
-
Cualquier minucia la convierte en un drama y un problema gigantesco.
-
Nunca está contenta.
-
Nunca ve sus propios errores, pero contempla de los Camille a cada segundo.
- Era
muy cariñosa con su hija fallecida; todo lo contrario que con Camille, por mucho
que ésta tratara de agradarla o llamar su atención.
-
Aunque observa meticulosamente cada falta de Camille, se autociega ante la
doble moral de su hija Amma, la cual se mostraba buena, inocente y dulce delante de su madre
–para dar la imagen de hija idílica- y por otro rebelde, deslenguada,
malhablada, fumadora de marihuana, bebedora e inmoral cuando está a solas con
sus amigas y chicos del pueblo.
Y el
punto final que explica todo lo anterior, cuando Adora le dice a su hija: “Nunca te he querido”.
Me
evito explicar el porqué Adora es así ya que, aunque es interesantísimo, me
saldría del tema principal, aparte de que sería muy extenso y no quiero spoilear más a los interesados (ese
final...), ya que la explicación se muestra en los dos últimos capítulos.
Lo que provoca en la persona
Hay
iglesias abusadoras y sectas que están llenas de “líderes” tiranos y déspotas
que se creen los reyes del mambo. Y esto es así porque sus padres los han
malcriado haciéndoles creer que son maravillosos e ilimitadamente buenos. Pero
lo más usual es encontrarse todo lo contrario: personas desbaratadas
emocionalmente porque han tenido o tienen padres del estilo de Adora. Y aquí no me refiero al niño o joven
que dice no sentirse amado porque su madre o su padre no le concede sus
caprichos materiales, sino a hechos tan serios como los descritos. Quizá no tan
extremos (o quizá sí), pero semejantes: padres que todo lo ven
mal. Donde todo son críticas hacia sus retoños aunque éstos sean ya adultos.
Que son quisquillosos hasta decir basta. Que solo ven lo negativo en el
prójimo. Que afirman que nunca se equivocan, y si llegan a reconocer que lo
hacen se autojustifican de mil maneras distintas. Que aprovechan la mínima
oportunidad para lanzar pullas. Y así con mil “virtudes” más.
Por
eso hay personas –sean cristianas o no- que, sin llegar al caso límite de
Camille (intentos de suicidio, autolesiones, etc.) se sienten muy mal consigo
mismas. Un familiar o familiares que tratan a alguien así, provoca:
- Baja
autoestima.
-
Depresión.
-
Estrés.
-
Falta de ilusión por vivir.
-
Heridas emocionales
-
Incapacidad para intimar y amar a otras personas.
Siendo
este un tema tabú, muchos lo sufren en silencio. Conozco a creyentes que han
pasado/están pasando por ese camino tortuoso, aunque por respeto a su
privacidad no diré sus nombres. Esto los lleva a no sentirse amados, valorados
ni respetados. Muchos de los ateos más famosos de la historia son conocidos por
haber tenido padres nada amorosos. Y esto es algo que afecta por igual a
cristianos que han padecido o padecen circunstancias semejantes. Entre otros
casos a lo largo de la historia, es muy conocido el de Lutero, cuya relación
con sus padre fue, como poco, tortuosa: “Por sus cartas
sabemos que fue a menudo sometido a crueles castigos, como una vez que su padre
le azotó tan violentamente que el joven huyó de casa y tardó mucho tiempo en
perdonarle en su corazón, o en otra ocasión en que su madre le golpeó hasta
hacerle sangrar por haberse comido sin permiso una nuez”[1].
Por
eso es normal que tanto ateos como cristianos –y hablo de cristianos nacidos de
nuevo- tengan dificultades para experimentar el amor de Dios y de sentir que Él
se interesa por ellos. Lo pueden entender semanticamente, pero llegar a
sentirlo realmente ya es otra cuestión muy diferente.
Si es tu caso, no eres el primero ni serás el
último
Quizá
pienses que la Biblia no trata de estos temas. Que se resume a hablar de la
historia de Israel, de la obra de Dios en la humanidad, del sacrificio
expiatorio de Jesús en la cruz y una enorme lista de normas morales. Si es así,
estás muy equivocado. Para que seas consciente de que no eres el primero,
veamos una pequeña lista de hijos e hijas que sufrieron en sus carnes a sus
padres, a sus hermanos y otros familiares cercanos.
- Lot quiso entregar a sus
hijas a una multitud para que hiciera con ellas lo que quisieran: “He aquí ahora yo tengo dos hijas
que no han conocido varón; os las sacaré fuera, y haced de ellas como bien os
pareciere” (Gn. 19:8).
- Tras
enfermar, perder sus posesiones materiales, sus riquezas y a sus hijos, la
mujer de Job le dijo: “Maldice a
Dios, y muérete” (Job
2:9). ¡Menuda clase de amor y menudas palabras de ánimo! En definitiva, una
esposa-Trol.
-
Caín, en lugar de proteger a su hermano pequeño Abel, le dijo que fueran al
campo de forma aparentemente inocente, y lo mató (cf. Gn. 4).
- Los
hermanos de José, por pura envidia, lo vendieron a unos esclavistas, queriendo
en primera instancia matarlo (cf. Gn. 37).
-
David fue a llevarle comida a sus hermanos que estaban en la guerra. Eliab, su hermano mayor, en lugar de
agradecérselo, le dijo miserablemente: “¿Para qué
has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto?
Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has
venido” (1 S. 17:28).
- Jonatán
y David eran amigos íntimos. Sin embargo, Saúl –el padre de Jonatán- quería
matar a David. En una ocasión, el hijo defendió a su amigo ante su padre
firmemente, e incluso trazó un plan para que huyera. ¿Cuál fue la reacción de
su padre?: “Entonces se encendió la ira de Saúl
contra Jonatán, y le dijo: Hijo de la perversa y rebelde, ¿acaso no sé yo que
tú has elegido al hijo de Isaí para confusión tuya, y para confusión de la
vergüenza de tu padre? Porque todo el tiempo que el hijo de Isaí viviere
sobre la tierra, ni tú estarás firme, ni tu reino. Envía pues, ahora, y
tráemelo, porque ha de morir. Y Jonatán respondió a su padre Saúl y le dijo:
¿Por qué morirá? ¿Qué ha hecho? Entonces Saúl le arrojó una lanza para
herirlo; de donde entendió Jonatán que su padre estaba resuelto a matar a
David” (1 S. 20:30-32). Se airó hasta el extremo con su hijo, lo
insultó gravemente y ¡le tiró una lanza!
- Los
hermanos de Jesús se burlaban de la idea de que Él fuera el Mesías, y dijeron: “Sal de aquí, y vete a Judea, para que
también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura
darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al
mundo. Porque ni aun sus hermanos creían en él”
(Jn. 7:3-5).
Padres
que descuidan a sus hijos. Hermanos que desprecian a sus otros hermanos.
Esposos y esposas que demuestran una falta de amor flagrante. Historias como
estas son muy habituales en la Biblia, y son solo un reflejo de la historia
general de la humanidad hasta el día de hoy. E incluso sucede entre hermanos en
la fe: traiciones, hipocresías, condenación, etc., se repiten asiduamente.
Con
estos sencillos ejemplos podemos entender el porqué Pablo exhortó a los padres
a no provocar a ira a sus hijos (cf. Ef. 6:4). Él sabía perfectamente cuánto
mal pueden hacer unos padres si no se guían por la voluntad de Dios. Es lo que
le pasó a Jonatán al ver la conducta necia de su padre; no soportaba ni un
segundo más estar con él: “Y
se levantó Jonatán de la mesa con exaltada ira, y no comió pan el segundo día
de la nueva luna; porque tenía dolor a causa de David, porque su padre le había
afrentado” (1 S. 20:34).
Jesús
mismo dijo: “No
penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz,
sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su
padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos
del hombre serán los de su casa” (Mt. 10:34-36). Son
palabras duras e incómodas de leer, pero es lo que sucede cuando unos son
cristianos que tienen por norma de fe y conducta la Palabra de Dios y los
familiares no. Aunque en casos
extremos la “espada” puede ser en sentido literal, casi siempre es figurada:
un padre que menosprecia a su hijo, que no lo ama como debiera, que le hace el
vacío, que lo ignora, que dice no tener tiempo para él, que no se preocupa por
sus pensamientos y sentimientos, que apenas le habla o que no cuenta con él
excepto cuando lo necesita para algo. Son los clásicos padres que no conocen a sus hijos. Sí, cubren
sus necesidades alimentarias y de vestimenta, y saben qué aficiones tienen, pero no conocen la esencia ni se
interesan verdaderamente por ellos.
Esto puede llegar a suceder entre
padre/madre e hijos. En la serie vemos que Camille se internó voluntariamente
en un centro psiquiátrico. Tras hacerse amigas, su joven compañera de
habitación le preguntó: “¿Mejoran las cosas con la familia cuando te haces
mayor”? A lo que Camille contestó que “no”. Alice, ante un panorama tan
desolador, se suicidó esa misma noche.
La “espada” que hemos citado suele
darse en un grado mucho más agudo entre padre/madre inconversos e hijo
creyente, donde ni las mejores intenciones logran cambiar nada; solo el nuevo
nacimiento lo lograría. Mientras tanto, “el camino de los impíos es como la
oscuridad; No saben en qué tropiezan” (Pr. 4:19).
¿Qué puedes hacer?
Es
fácil airarse en situaciones concretas y no es difícil no desanimarse cuando
has estado media vida –o toda tu vida- escuchando palabras de desaprobación de
tus progenitores y/o familiares más cercanos. Así que puedes tomar varios
caminos. Puede que haya más, pero son los que vienen a mi mente. Primero los
voy a presentar, y luego diré cuál considero –en mi opinión- el más acertado.
Luego te tocará a ti tomar tu propia decisión:
1.
Encerrarte en ti mismo. ¿Qué hacen los habitantes de los países tropicales
cuando se anuncia la llegada de una tormenta o de un huracán? Ponen tablones en
las puertas y en las ventanas con clavos resistentes. Otros se esconden en
refugios que han preparado de antemano. En términos emocionales puedes hacer lo
mismo: “encerrarte” y convertirte en un “búnker”. Es lo que hacen muchos
cristianos: si Camille escuchaba música para “irse mentalmente” y “no sentir”,
ellos se involucran hasta la extenuación en el activismo religioso. Otras
personas se evaden de sí mismas centrándose en el deporte, en la televisión o
en diversas aficiones.
Hay
padres que están tan ciegos que no son capaces de ver cuando tienen a un hijo
EXTRAORDINARIO delante de sus ojos. Los mismos padres que partirán de este
mundo algún día sin haber disfrutado de sus hijos puesto que éstos se alejaron
emocionalmente de ellos para protegerse del continuo daño que les provocaban
sus palabras y actitudes.
El
problema que sucede en muchas ocasiones –cuando el hijo lleva este
comportamiento de “encerrarse” con una excesiva rajatabla- es que termina
convirtiéndose en pasivo-agresivo: actúa como si nada le importase pero en su
interior es un volcán que a veces expulsa lava que quema a todo el que le salpica.
En otras ocasiones se vuelve fría: como no recibe cariño, no entra nada de
amor, pero tampoco sale nada hacia los demás, contaminando todas sus relaciones
personales.
2.
Poner pies en polvorosa. Los mismos ciudadanos, ante una situación tormentosa o
huracanada como la descrita, deciden no arriesgarse ni jugarse la vida.
Empaquetan todos los enseres que pueden y huyen a toda prisa. Consideran que es
más importante su propia integridad que una propiedad privada. En tu caso,
puedes hacer lo mismo: poner tierra de por medio en términos físicos.
3.
Guerrear. Puedes tomar la lanza y ponerte a la altura del otro, atacando con
tus palabras como lo hacen contigo. La
respuesta blanda no siempre quita la ira, pero “la palabra áspera
hace subir el furor” (Pr. 15:1b). No tienes que pagar mal por mal a nadie (cf. Ro. 12:17).
Sean cuales sean tus circunstancias, hayas vivido o estés viviendo con padres
que no son “la alegría de la huerta”, el mandamiento bíblico sigue siendo el
mismo y es inamovible: “Honra a tu padre
y a tu madre” (Ef. 6:2). Se comporten
como se comporten contigo, debes tratarlos lo mejor que esté en tu mano.
4. Una
mezcla de todo. En Proverbios nos encontramos un grandísimo consejo: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de
él mana la vida” (Pr. 4:23). Y esto lo podemos aplicar
a todas las áreas de la vida, también a la relación con este tipo de padres.
Hay
cristianos que creen que la exhortación que nos hizo Jesús a ser sencillos (cf.
Mt. 10:16) es un llamado a ser “tontitos”. Jesús mostró también la otra cara de
la moneda: “sed, pues, prudentes como
serpientes” (vr. 16). Somos hermanos, pero no primos, como dice el refrán.
Las
personas somos como las cebollas: tenemos varias capas. Y no tienes que
mostrarlas todas a quién no se lo merece o no se lo ha ganado, se llame como se
llame o sea quien sea. Por supuesto que tienes que ser asertivo cuando tengas
que serlo. Por supuesto que tienes que hablar la verdad en amor cuando tengas
que hacerlo. Pero también tienes que guardar tu corazón. Tienes que saber
cuándo dar un paso al lado o cuando callar, y más si sabes que por muy sabia y
razonada que sea tu actitud o respuesta, no va a entrar en la mente de un
incrédulo si está dominada por el orgullo y la altivez.
Por
todo esto, Dios te llama a cuidarte, a protegerte. Jesús mismo lo hacia cuando
se alejaba de aquellos que tenían malas intenciones con Él. En tu caso, es algo
que te toca hacerlo por ti mismo pidiendo fuerzas al Altísimo. Los detalles
concretos, el cómo, tendrás que meditarlo puesto que son detalles tan
personales que aquí solo puedo dar pautas generales como las reseñadas.
El ejemplo de Jesús; el ejemplo para nosotros
¿Se despreocupó Jesús de su madre?
Nunca. Inclusó en su muerte, mostró su más firme interés en el bienestar de
ella, al pedirle a Juan que la
cuidara: “He ahí tu madre. Y desde
aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn. 19:27). Pero hay un
detalle de Jesús muy interesante. Veámoslo con dos estampas de su vida:
- A los doce años aparentemente se
perdió, pero la realidad es que “se quedó
el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre” (Lc.
2:43). ¿Cuánto tiempo? ¡Tres
días! Cuando le encontraron en el
templo, ¿qué contestó ante el reproche –lógico- de su madre?: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en
los negocios de mi Padre me es necesario estar? Mas ellos no entendieron las
palabras que les habló” (vr. 49).
- Ya en su ministerio, se nos narra lo
siguiente: “Entonces su madre y sus
hermanos vinieron a él; pero no podían llegar hasta él por causa de la
multitud. Y se le avisó, diciendo: Tu madre y tus hermanos están fuera y
quieren verte” (Lc. 8:19-20).
¿A dónde quiero llegar
al mostrar esta imagen de Jesús y de otras muchas escenas de su vida? Que era muy independiente. No en el sentido de
“ahí os quedáis y no me importa nada lo que os pase” o “hago lo que me da la
gana”, sino en el “voy a hacer lo que esté en mi mano por vosotros, y siempre
que me necesitéis sabéis dónde encontrarme, pero sé quién soy y tengo una obra
que hacer”.
Es cierto que la madre
de Jesús era maravillosa y aquí estamos hablando cuando alguno –o los dos-
progenitores no lo son. Pero algo que es común para ambos casos y que debe
aprender todo cristiano: no se puede vivir emocionalmente anclado, paralizado y
derrotado por el mal que sus padres les puedan haber causado por falta de amor,
o por un amor mal expresado:
- Jesús no basaba su
identidad en lo que sus hermanos o los demás pensaban de Él, sino en lo que el
Padre le repetía: “Y
hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia” (Mt. 3:17).
- Cuando necesitaba desahogo y fuerzas,
¿qué hacía?: “Se apartaba a lugares
desiertos, y oraba” (Lc 5:16).
- Santiago expuso los
tres tipos de sabiduría que existen: terrenal, animal y diabólica (cf. Stg.
3:15). Hay padres inconversos cuyas palabras –queriendo o sin querer- son
destructivas, propias del diablo. Nuevamente, es ahí donde debes escuchar a
Dios: “No
temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te
esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi
justicia” (Is. 41:10).
Es hora de que
deseches de tu mente y de tu corazón la mentira. Es hora de que te acerques al
corazón de Dios para experimentar su amor en lugar de sentirte desgraciado por
la falta de cariño de tus padres. Es hora que bases tu identidad en lo que Él
dice de ti y no en lo que familiares inconversos puedan llegar a pensar.
¿Significa esto que no te dolerá “no ser amado” por ellos? ¿Significa
que algunas dagas que te lancen ya no te harán nunca
más daño? Claro que dolerá en ocasiones, ¡sigues siendo humano!
La “lima” dolerá, pero todo servirá para pulir tu carácter, tu actitud ante la
vida, tu salud mental, emocional y espiritual. Ahí tienes para mirar a tu Padre
que está en los cielos, que te ama con locura, que te ha creado, que te ha
salvado, que ya te aprobó por lo que hizo por ti en la cruz, que te ha
prometido una casa en los cielos y pasar toda la eternidad junto a Él, entre
otras muchas cosas más. ¡Hazle caso y Vive!