Venimos de aquí: Has
tenido problemas con otros cristianos. https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/04/7-tuviste-problemas-con-otros-cristianos.html
Creo que los que
permanecemos en el camino de Dios –a pesar de todos nuestros errores, caídas y
pecados- podemos afirmar que si nos guiáramos por aquellos creyentes que nos
han desilusionado, herido, deseado lo peor y roto el alma en diversas
ocasiones, hubiéramos dejado de ser cristianos hace muchos años. El error que
muchos cometen –y este puede que sea el tuyo-, es el de basar su fe en lo que
ven en otros.
Distinción entre Cristo y los cristianos
Soy cristiano por
Cristo, no por los que dicen creer en Él. Ghandi dijo: “Me gusta tu Cristo, pero no me gustan tus cristianos. Tus cristianos
son tan diferentes de tu Cristo”. Aunque no me gusten algunos cristianos,
sigo a Cristo. Aunque algunos sean muy diferentes a Cristo, le sigo a Él. Y
espero que aquellos a los que no les gusto, le sigan igualmente: “El cristiano debe, pues, aprender a ver a
Cristo en aquellos otros creyentes que no son de su agrado, valorándoles con
independencia de su propio gusto. Todos estamos igualmente en Cristo (pudiendo
por tanto aceptarnos mutuamente), pero todos somos pecadores (y por ellos
participes en una misma salvación)”[1].
Aquí tienes que
aprender a separar una cosa de la otra. ¿Acaso el hecho de que veas hipocresía
a tu alrededor significa que Cristo sea igual? Mis creencias no cambian ni un
ápice porque alguien que dice seguir y servir a Dios viva en yugo desigual,
esté enfrascado en una relación adúltera o use a la Iglesia para lograr su
propia gloria personal. Señalar el pecado de otros no es un argumento para
alejarse del Señor. ¿O es que acaso en el mundo no hay hipocresía? ¡Hay
bastante más! Si quieres evitar todo falsedad, compra un cohete e instálate en
Júpiter.
Es cierto que suena
más coherente un incrédulo con su forma mundana de pensar que un cristiano que
dice vivir para Dios pero lo hace de forma farisaica, con doblez. Pero, en todo
caso, una hipocresía muy acentuada es un motivo de mucho peso para relacionarte
con otros creyentes, no para abandonar al Señor.
¿Imperfección o hipocresía?
No hace falta ni que
lleguemos a observar una hipocresía extrema en los cristianos para sentirse
desconcertado. Me pondré personalmente como ejemplo negativo. Si cualquier
persona se tomara la gran molestia de analizarme detenidamente las veinticuatro
horas del día durante un año, podría encontrar en mí multitud de fallos,
errores y equivocaciones. Unos podrían decir: “Jesús, tú mucho hablar, pero no
siempre cumples lo que dices”; “Jesús, ¿te acuerdas aquel día que me hiciste
daño?”; “Jesús, hablaste muchas veces de cómo vencer la tentación y el pecado,
pero yo te he visto caer en ciertas ocasiones”; “Jesús, has dado estudios sobre
cómo hablar correctamente y cómo usar la lengua según los principios bíblicos,
pero yo te he escuchado a veces hablar de una manera desacertada y has dicho
palabras que no deberían haber salido de tu boca”. Así podríamos seguir
eternamente.
Algunos lo hacen con todo el mundo, como un deporte o
un pasatiempo. Y al ver sus errores y completar una lista gigantesca, se
olvidan de que ellos también fallan y pecan. Quizá no tanto. Quizá en áreas
diferentes. Pero lo hacen. Incluso el más grande entre los cristianos ha
actuado alguna vez en su vida de forma hipócrita porque la exigencia moral para los creyentes no es la misma que para los
incrédulos. ¿O tú nunca has mostrado una doble cara? Yo al menos sí, y no creo que seas capaz de negarlo en tu
caso, a menos que seas perfecto.
Como humanos que
somos, cuando vamos conociendo a las personas que nos rodean, empezamos a ver
tanto sus virtudes como sus defectos, sus aciertos y sus errores, lo que nos
gusta y lo que nos desagrada. Pero esto nos puede hacer perder la perspectiva,
por la sencilla razón de que, al ver tantos errores en los cristianos, podemos
sentirnos defraudados con el cristianismo. Eso es caer en uno de los mayores
pozos a los cuales se puede enfrentar un creyente, y no sé si es en el que has
caído tú: basar tu fe, tu vida, tu forma
de pensar, de sentir, tu actitud, tu comportamiento y todo lo demás, en lo que
otros hacen, piensan y sienten. Has podido olvidar que el cristianismo no se
basa en ningún cristiano en particular, sino que está fundamentado, sustentado,
arraigado y basado en un solo Nombre: Jesucristo. Como aclara Pedro al
citar el salmo 119:22: “La piedra que los
edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo” (1 P. 2:7).
Es lamentable
escuchar a un predicador hablar en contra de la crítica destructiva y sin
embargo verlo en privado hacer lo mismo que denuncia. Es tristísimo saber que
la persona que te sonríe a la cara y te abraza luego te destripa por la espalda
cuando no estás en su presencia. Es grotesco y sumamente dantesco que alguien
diga sentir pena por la muerte de un familiar tuyo y que luego te enteres que
menospreció tu dolor cuando estaba a solas con sus amigos. Son solo tres
ejemplos que conozco en primera persona de los muchos que podría citar.
Igualmente, resulta
perturbador saber de una vecina que canta y escucha música cristiana a todo
volumen y asiste a cinco cultos semanales, mientras que en sus horas fuera del
local de la iglesia es sumamente maleducada y le dedica a su hija adolescente
todo tipo de palabras malsonantes. Me siento crispado y se me remueve el alma
cada vez que oigo a esa señora mutar su tono de voz normal a melosa invocando
al Señor con términos espirituales cuando está “en modo eclesial”, y horas
después manifestar su “modo carnal” para decirle a su niña “¡¡¡como no te
levantes te choco la cabeza contra la pared!!!”, con una voz gutural que parece
proceder del averno. Y lo descrito es muy ligth
para lo que suele llegar a mis oídos procedente de esa casa. Es tan incoherente
que racionalmente no tiene ningún sentido. Y seguro que tú te sientes igual de
mal en otras situaciones de las que eres testigo.
También hay personas
que pueden muy “santas” en apariencia y que hablan del amor de Dios de manera
tierna y conmovedora, pero cuando llega el momento de amar en la práctica, se
llenan de ira y de rencor contra los que no piensan como ellos en cuestiones
doctrinales secundarias. Tarde o temprano sale por su boca lo que ya estaba en
su corazón.
Hay
multitud de testimonios de hijos que no quieren saber nada de Dios porque sus
padres fueron de mal ejemplo. Decían ser cristianos –de los que participaban en
todo tipo de actividades religiosas-, pero la actitud que mostraban era muy
diferente cuando se reunían con otros creyentes y luego a solas en casa. Pura
dicotomía moral. De ahí que pensaran de sus progenitores que eran unos
comediantes y farsantes.
¿Nuestra fe robada?
En términos
generales, contemplar la doble ética de un “cristiano” puede llegar a
convertirse en una experiencia terrible, y realmente lo es. Pero, como vamos a
ver, nada de esto nos debe robar nuestra fe porque:
- En primer lugar,
por lo ya dicho: nosotros también cometemos en ocasiones dichas faltas. Y el
que esté libre de pecado, ya sabe qué tiene que hacer (cf. Jn. 8:7). Espera,
acabo de recordar que no existe nadie así...
- En segundo lugar,
porque todos tenemos esqueletos en el
armario, sean de hechos consumados o de pensamientos. Algunos son más
graves y otros menos, algunos se conocen y otros no, y algunos son más
llamativos que otros. Si
somos salvos no es porque seamos mejores que otros, sino por lo que Cristo hizo
a nuestro favor en la cruz.
- En tercer lugar,
porque Jesús nos avisó que el diablo había venido para robar, matar y destruir
(cf. Jn. 10.10), y cuando nos centramos en los errores, pecados, defectos,
imperfecciones y acciones hipócritas de los demás –y ellos en las nuestras-,
corremos el riesgo de que nuestra fe mengue, y sea robada y destruida, como les
ha sucedido a muchos que han caído en esta trampa.
- En cuarto lugar –y
lo más importante-, porque CRISTO NO CAMBIA. La señora de la que hablé antes, ¿es cristiana? Según ella, sí.
¿Mi opinión? Religiosa sí es, pero dudo mucho realmente que sea alguien que
haya nacido de nuevo; sus obras la delatan. ¿Según Dios? No lo sé, solo Él
lo sabe. Pero, lo sea o no lo sea, mis creencias no dependen de lo que ella (o
cualquier otra persona) haga o deje de hacer, porque Cristo es INMUTABLE en su
carácter y es el EJEMPLO a seguir.
¿A quién mirar?
Siento profundamente si has pasado por algo de lo
descrito u otras circunstancias igualmente dolorosas. Si yo mismo me basara en
lo que he visto y oído de creyentes –algunos verdaderos y otros falsos (más
bien, lobos eclesiales)-, sería el mayor de los ateos. Por eso quiero mostrarte
el gran principio por el cual tienes que moverte en estos casos –y en otros
muchos-, que se basa completamente en Hebreos 12:2: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. Para
poner un ejemplo concreto, veamos este conocido pasaje, que marca la diferencia
entre mirar a Jesús y no hacerlo:
“En seguida Jesús hizo a sus
discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto
que él despedía a la multitud. Despedida la multitud, subió al monte a orar
aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. Y ya la barca estaba en
medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario. Mas a la
cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar.Y los
discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y
dieron voces de miedo. Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo;
yo soy, no temáis! Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda
que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la
barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento,
tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al
momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe!
¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento.
Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo:
Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Jn. 14:22-33).
En un primer momento, Pedro escuchó
claramente la voz de Jesús. Y le creyó; tanto que no tuvo ningún miedo de andar
por el mar embravecido. Pedro no anduvo sobre un jacuzzi. No anduvo por medio
de la bañera de su casa. No anduvo ni siquiera por una piscina. Anduvo por un
mar lleno de olas en plena madrugada. Pero, por un segundo, ocurrió que, “al
ver el fuerte viento”, se llenó de miedo. Dejó de mirar a Jesús, miró al viento
y comenzó a hundirse.
Ocurre exactamente igual cuando dejamos de
mirar a Jesús y nos centramos en el mar que nos rodea, en este caso, en los
errores ajenos, sean intencionados o no:
- Comenzamos a hundirnos.
- Caemos en la amargura.
- Nos olvidamos de la fuente de nuestra
fe.
- La esperanza desaparece.
- No oímos la voz de Dios.
- Perdemos la brújula que nos guía.
Las consecuencias finales de dejar de mirar a Dios son
funestas. Un ejemplo es Salomón: siendo rey de Israel y
el hombre más sabio de toda la tierra, dejó de mirar al verdadero Rey. Puso su
mirada en la sociedad que le rodeaba y en lo que ésta le ofrecía. Siguió a
falsos dioses. Se rodeó de mujeres paganas y se corrompió su corazón. Es una
clara advertencia para todos nosotros.
No
apartar la vista del Señor que no cambia
El hecho de que los cristianos fallen no
descalifica a Dios, como algunos tratan de argumentar para alejarse, puesto que
“Jesucristo
es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He.
13:8). El
carácter del Altísimo no cambia y su santidad es inmutable, ya que en Él “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17).
Cuando Jesús resucitó, tuvo una
conversación con Pedro, anunciándole que iba a morir como mártir. El apóstol,
mirando a otro discípulo (creemos que Juan), le preguntó a Jesús: “Señor, ¿y qué de éste? Jesús
le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. Este
dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría.
Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo
venga, ¿qué a ti?” (Jn. 21:21-22).
La enseñanza es clara: “Si tu hermano no progresa, ¿qué a ti? Sígueme tú;
Si tal persona reniega de Mí, ¿qué a ti?
Sígueme tú; Si quien dice ser cristiano realmente no lo es, ¿qué a ti? Sígueme
tú. Haga lo que haga los que te rodean, que tu mirada esté siempre puesta sobre
Mí”.
La persona que no aparta su mirada del Señor permanecerá fiel hasta la
muerte y jamás dejará de darle gracias por haber sido limpiado de todos sus
pecados.
Aprendiendo
del prójimo
Nada de esto significa que te conviertas en un ciego
que no vea lo que otros hacen, pero úsalo en tu beneficio. Puedes aprender por
medio de:
- La emulación: consiste en asimilar lo mejor que
vemos en nuestros semejantes para ponerlo por obra.
- El contraste: Se basa en observar los errores ajenos
y aprender de ellos para actuar de forma opuesta.
Por eso no es del todo cierto ese refrán que dice que
“no podemos aprender en cabeza ajena”. Si así fuera, ¿para qué se hubiera
molestado Jesús en enseñarnos?
Hagan lo que hagan los demás, sean cristianos genuinos
o no, recuerda: “Dame, hijo mío, tu
corazón, y miren tus ojos por mis caminos” (Pr. 23:26).
Espero que grabes a fuego esta lección en tu corazón y
nunca la olvides.
Seguimos aquí: ¿No le encuentras sentido a la oración?