martes, 29 de agosto de 2017

¿Qué entiendes por la expresión “el fin del mundo”?



El concepto que los incrédulos y ateos suelen tener de lo que folclóricamente se llama “el fin del mundo” es la desaparición de la especie humana, fruto de algún tipo de catástrofe planetaria. Estas pueden ser el choque de un meteorito contra la Tierra, una pandemia viral, una guerra nuclear, una llamarada solar, una nueva glaciación, los efectos del cambio climático, la explosión de alguno de los supervolcanes que hay en nuestro mundo, o simplemente la sustitución de los seres humanos por robots dotados de Inteligencia Artificial. Los más fantasiosos y cómicos también citan una invasión alienígena o una plaga zombie. ¡De risa!
Todo esto puede parecer un tema simpático de conversación para soltar unas risas, pero es tan serio que, desde la época de la guerra fría, se han construido miles de refugios para intentar sobrevivir a dicho evento. Incluso, por parte de los científicos, existe el llamado “El Reloj del Juicio Final”, que es “un reloj simbólico, que usa la analogía de la especie humana estando siempre ´a minutos de la medianoche`, donde la medianoche representa la ´destrucción total y catastrófica` de la Humanidad. Originalmente, la analogía representaba la amenaza de guerra nuclear global, pero desde hace algún tiempo incluye cambios climáticos, y todo nuevo desarrollo en las ciencias y nanotecnología que pudiera infligir algún daño irreparable”[1].
El asunto se toma tan en serio que el gobierno noruego tiene en el Ártico una enorme cúpula llamada la Bóveda Global de Semillas: “Este es es el almacén de semillas más grande del mundo, creado para salvaguardar la biodiversidad de las especies de cultivos que sirven como alimento en caso de una catástrofe mundial. Se conoce popularmente como ´Bóveda del fin del mundo` pues es capaz de resistir terremotos, impactos de bombas nucleares y demás desastres”[2].
Los amantes de estos temas, para describir dicha situación, suelen usar el término “Apocalipsis”, copiando el término usado en el último libro de la Biblia, que significa “Desvelamiento”. Lo curioso es que dicho escrito –y el resto de las Escrituras- no desvela lo que ellos anuncian.
Siendo sumamente concisos, lo que Juan nos describe, aunque incluye algunos acontecimientos catastróficos, no es el fin de la humanidad, sino el fin de la historia tal y como la conocemos, y el comienzo de una era completamente nueva, donde Dios gobernará un Universo en el cual reinará la paz absoluta en todos los ámbitos. Dicho Reino será exclusivo para aquellos que aceptaron en vida a Jesús como Señor y Salvador –los que creyeron de corazón en su sacrificio expiatorio en la cruz por sus pecados-, ya que los que le rechazaron, junto a la maldad y los malvados, habrán sido desterrados para siempre.
Fin del artículo... bueno, no, ampliemos un poco más.

¿Ciencia ficción o realidad?
Posiblemente, hablar del fin de los tiempos sea uno de las cuestiones más complejas a las que se enfrenta el cristiano. No sólo por la burla, el rechazo o la incredulidad que trae aparejado cuando se expone ante inconversos, sino por lo fácil que es caer en el puro sensacionalismo y en la especulación. Se termina creyendo toda noticia sobre el tema que aparece en Internet, cada vídeo de youtube y cada libro que se lee. Al final, la teología resultante es el guión de una película de ciencia ficción mezclada con una comedia de los hermanos Marx.
¿Qué podemos hacer para no caer en tales fantasías? Ceñirnos a lo que dijo Jesús al respecto en lo esencial, en lugar de centrarnos en los aspectos periféricos que nadie puede certificar, puesto que son dados a diversas interpretaciones (que si pretribulacionismo, que si postribulacionismo, etc.).
Esa es la única base, puesto que ahí no hay especulación posible. A partir de ese punto de partida, podemos buscar si las palabras que pronunció tienen conexión con sucesos y circunstancias de la sociedad contemporánea. Es en esta segunda parte donde muchos se desvían y terminan dando por cierto lo que no son más que meras conjeturas. Por eso no es casualidad la ingente cantidad de material que existe al respecto y que arrastra a verdaderas multitudes a proclamar amén a todo lo que ven, oyen y leen, como si fuera la verdad absoluta.

Razones para no creer
¿Por qué es tan difícil que nos tomen en serio aquellos que no son cristianos al tratar este tema? Las razones son evidentes:

- A lo largo de la historia, multitud de personas, de líderes religiosos, de sectas, e incluso de verdaderos cristianos, han señalado fechas concretas sobre tal acontecimiento. Como ninguno ha acertado, la mofa es generalizada y con toda la razón, provocando a su vez la desilusión de miles de creyentes ingenuos.
Humanamente hablando, y haciendo empatía con el incrédulo, los entiendo: es comprensible que les suene a locura, porque es la imagen que han recibido desde jóvenes, viendo agoreros y lunáticos anunciando fechas de catástrofes que nunca se han cumplido.

- El cine y la televisión lo ha convertido en un espectáculo pirotécnico sin mayor interés que pasar un buen rato. Mientras te comes un cubo de palomitas, contemplas cómo el planeta Tierra es asolado por meteoritos, glaciaciones, tsunamis, guerras nucleares, invasiones alienígenas, llamaradas solares, desapariciones inexplicables, robots asesinos, profecías mayas, zombies y vampiros. Algunos ejemplos son: Deep Impact, Armageddón, The Divide, Tomorrowland, Señales del futuro, El día después, Terminator, 2012, 28 días después, Melancolía, Oblivion, La guerra de los mundos, Mad Max, El planeta de los Simios, Air, The road, Independence Day, Waterworld, Rompenieves, Vanishing on 7Th Street, Fin, Los 100, The Leftovers, The Walking dead y Soy leyenda, entre otras muchas. En casi todas la raza humana sobrevive, aunque sea a duras penas, quedando seriamente diezmada, pero no se extingue.

- La expresión el fin de los tiempos se ha convertido en sinónimo de el fin de la especie humana, cuando no es eso lo que los cristianos proclamamos. De ahí que la comprensión del tema esté errada. Personas que dicen ser cristianas (incluso profesantes), desconocen buena parte de esta rama de la teología cristiana, casi siempre porque ignoran las Escrituras. Otros, que también se consideran creyentes, nunca han oído hablar del tema, o simplemente omiten esa parte de la Biblia y de las enseñanzas de Jesús. Basándose en el “buenismo” y en sus propias buenas intenciones, prefieren creer que el mundo va a ir a mejor y que, un día, con el esfuerzo humano, todos viviremos en paz y armonía (ateos, budistas, musulmanes, cristianos, etc): “El inglés Edward Barttle, en un pequeño libro titulado La globalización es más, dice: Llegará un día en que la globalización se realizará plenamente en la esfera humana y logrará unir a todos los seres, de todos los países y de todas las razas en un tipo de relación hermano-hermano, en una total y completa unidad de solidaridad”[3]. Que esta ingenuidad provenga de inconversos es perfectamente entendible.
Por el contrario, como bien explica Millard J. Erickson, “debemos ser conscientes de que la escatología pertenece principalmente a un ámbito nuevo que va más allá del espacio y del tiempo, un nuevo cielo y una nueva tierra. Este reino irá precedido por la obra sobrenatural de Dios; no puede ser conseguido por medios humanos”[4].

¿Qué es realmente el fin de los tiempos, según la Biblia?
El fin de los tiempos va intrínsecamente unido a la Segunda Venida de Cristo.  
Este hecho, conocido como la Parusía, se manifestará de la misma manera en que aconteció en una secuencia descrita en el libro de Reyes. La nación de Israel estaba en guerra contra Siria, cuyo rey mandó sitiar la ciudad con un gran ejército. Giezi, el siervo de Eliseo, se asustó, ante lo cual el profeta dijo: “No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo” (2 Reyes 6:16-17).
Lo que era invisible para Giezi se hizo visible: vio el ejército de ángeles que había a su alrededor. De igual forma, en la Segunda Venida de Cristo, lo que nos resulta invisible se hará visible para toda la humanidad. El que no tuvo principio y existe desde la eternidad se hará una vez más presente y para siempre. Y no como cordero, sino como Rey de reyes y Señor de señores: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:11-16).
Creemos en este acontecimiento por una sencilla razón: si Jesús cumplió decenas de profecías que hablaban de Él –una de sus señas de identidad como Mesías-, ¿por qué no iba a cumplir el resto que hablan del establecimiento de su Reino? Por eso, dos ángeles le dijeron a los apóstoles tras la ascensión de Jesús: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch. 1:11).
¿En qué lugar “descenderá”? Exactamente en el mismo lugar en el que ascendió: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur” (Zac. 14:4).

Será algo inesperado para los incrédulos
¿Cómo reaccionan las personas ante una crisis económica, una ruptura sentimental, un desastre natural o un ataque terrorista? ¿Buscando a Dios? Por norma general, no. En primer lugar, se sienten desconcertados y apesadumbrados. Y, poco a poco, se adaptan a la situación post-crisis. Podemos comprobarlo en los atentados que están aconteciendo por Europa en los últimos años: al día siguiente vemos cómo las multitudes salen a las calles y hacen vida normal, a pesar del dolor. Es lo que promueven a llevar a cabo los psicólogos y los políticos con sus declaraciones.
Por muchos acontecimientos terribles que sucedan en el presente o en el futuro antes de la Parusía, el patrón no cambiará: aunque los más afectados lucharán por sobrevivir –o por rehacer sus vidas de la mejor manera posible-, el resto seguirá celebrando cumpleaños, yendo a trabajar, de compras y de fiesta, viendo la televisión, subiendo fotos a las redes sociales, practicando deporte, casándose o ennoviando, etc.
Jesús mostró que así sería: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos. Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste” (Lc. 17:26-30).
Aunque los cristianos esperamos y anhelamos su venida, para el resto del mundo será algo inesperado, y les sorprenderá como un ladrón en la noche (cf. 2 P. 3:10; 1 Ts. 5:2): con la guardia baja y sin estar preparados. No habrá segundas oportunidades y ya será demasiado tarde para ellos: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mt. 24:30).

Los incrédulos deben dar gracias de que aún no haya acontecido
Los que no son cristianos se burlan diciendo que Jesús dijo que volvería, y han pasado 2000 años y nada ha acontecido. Este desprecio e ironía ya es algo que pasaba en las primeras décadas del cristianismo: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” (2 P. 3:4). Veinte siglos después, la respuesta sigue siendo la misma: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9). Deberían dar las gracias de que todavía ese hecho no se haya producido y buscar a Dios mientras haya tiempo.
Estamos en el periodo de Gracia. El día y la hora de su retorno nadie la sabe, solo el Padre, como Jesús mismo dijo (cf. Mt 24:36, 50; Hch. 1:7). Hasta entonces, las puertas del cielo siguen abiertas para todo aquél que acepte el regalo de salvación. Pero, un día, dicha oferta se acabará y dicha puerta se cerrará para siempre. Si ya “naciste de nuevo” (cf. Jn. 3:3) y fuíste hecho un hijo de Dios (cf. Jn. 1:12), gózate porque tu nombre está escrito en el Libro de la Vida (cf. Fil. 4:3; Ap. 21:27) y ya fuíste sellado con el Espíritu Santo de Dios para el día de la redención (cf. Ef. 4:30).
Si en tu caso no has tomado ya la decisión, aunque aún no lo sepas y no le estés prestando ninguna importancia, todo puede acabar en cuestión de minutos o de días, sea porque mueras o porque Cristo regrese. En ese momento, Él te dirá: “Nunca te conocí; apártate de mí”[5] o “Entra en el gozo de tu señor” (Mt. 25:23). Una frase u otra depende de tu respuesta a su oferta. 
No lo dejes para mañana. Como dijo el francés Bourdaloue: “La conversión no debe diferirse para otra oportunidad, porque nadie puede garantizar una nueva conjunción de tres elementos: tiempo, gracia y voluntad”[6].


[3] Monroy, Juan Antonio. ¿En qué creen los que no creen? Clie. Pág 58.
[4] Erickson, Millar. Teología Sistemática. Clie. Pág. 1167.
[5] Parafraseado de Mateo 7:23.
[6] Lacueva. F. Escatología II. Clie. Pág. 335.

martes, 15 de agosto de 2017

4. Los afanes y la falta de contentamiento te ahogaron



Venimos de aquí: Buscaste la plenitud y el sentido a la vida por medio de las relaciones románticas, de los placeres y del materialismo: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/08/3-buscaste-la-plenitud-y-el-sentido-la.html

Te sentías en las nubes cuando conociste al Señor. La inmensa mayoría de tus conversaciones versaban sobre Él. Anhelabas encontrarte hermanos que tuvieran tu misma pasión para hablar de cualquier tema bíblico. Te gozabas en sus promesas y en la grandeza de la verdad que habías descubierto. Pero, con el tiempo, parte de la parábola del sembrador se hizo realidad en tu vida: “He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar [...] (una) parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto [...] Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mr. 4:3-4, 6, 7, 18, 19).
El fuego que había en ti se convirtió en frialdad. Desapareció el entusiasmo, la vitalidad, el deseo de conocer más y más a Dios. Todo lo hacías por rutina. Dejaste de escudriñar la Palabra bajo mil excusas. No recordabas ni el título del último libro que leíste. Ya no hablabas del Señor y, cuando lo hacías, era de forma religiosa por el conocimiento que adquiriste en el pasado. No le predicabas el Evangelio a nadie ni hablabas de tus creencias con aquellos que te conocían. Tu pasión desapareció y todo lo dejabas para mañana, engañándote a ti mismo. Los afanes de este mundo ahogaron la semilla que Dios depositó en ti. ¿Y por qué?: porque olvidaste que eras un ciudadano del cielo y, aunque seguías creyendo –incluso participando de actividades consideradas “cristianas” como asistir a reuniones o cultos-, comenzaste a vivir como Salomón, con tu corazón en este mundo, y como Marta, afanada y turbada con muchas cosas (cf. Lc. 10:41). Te convertiste en un cristiano “culturalmente humanista”. Comenzaste a vivir de forma opuesta a lo que decías creer. Una verdadera contradicción.

Cuando el corazón busca otros dioses
Jesús no llamó a los judíos “generación adúltera” porque estuvieran física y literalmente cometiendo tal acto, sino porque habían inclinado su corazón en pos de “dioses ajenos”. Hoy en día, estas “divinidades” son el materialismo, la acumulación de bienes que no se comparten, la ociosidad, las fiestas, los placeres sensuales, las ambiciones desmedidas fuera de la voluntad de Dios, la búsqueda del prestigio y el éxito, etc.
Esta búsqueda continua suele provocar ansiedad, inseguridad, afán y, sobre todo, falta de contentamiento. Por eso el Señor considera necio a todo el que vive de esta manera (Lc. 12:20). Ante Él, y bajo la perspectiva de la eternidad, todo esto carece de valor alguno: “Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano” (Ec. 5:15).
Esta fábula judía ilustra esta idea:
Un hombre se trasladó desde un pueblo remoto para consultar a un rabino muy famoso. Llegó a la casa y advirtió, sorprendido, que los únicos muebles de que disponía el rabino consistían en un colchón echado en el suelo, dos butacas, una silla miserable y una vela, y que el resto de la habitación estaba absolutamente vacía. La consulta se produjo. El rabino le contestó con verdadera sabiduría. Antes de irse, intrigado por la escasez del mobiliario, el hombre le dijo: “¿Dónde están sus muebles?”. ¿Y dónde están los suyos?, contestó el rabino. “¿Cómo que donde están los míos? Yo estoy de paso”, dijo el hombre sin terminar de comprender. Y el rabino le contestó: “Yo también”.

Incluso aquellos que no son cristianos llegan a las mismas conclusiones: “El mundo es un puente. Pasa por él. No construyas en él tu morada” (Inscripción en la gran mezquita de Fatehpur-Sikri, India). Si llevas años instalado en la frialdad que sientes, es porque has “construido tu morada” en este mundo, de tal manera que vives por él y para él. Sin embargo, Pablo trató de inculcar el principio opuesto como estilo de vida: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Ro. 15:7-8).

Probándolo todo como Salomón
En términos bíblicos, el ejemplo por excelencia de alguien que lo tuvo absolutamente todo fue el rey Salomón[1]. Se afanó de tal manera que indagó sobre todo lo que se llevaba a cabo debajo del cielo (cf. Ec. 1:13). Buscó el contentamiento por medio de:

1. La intelectualidad, la sabiduría y la ciencia: “Hablé yo en mi corazón, diciendo: He aquí yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia” (Ec. 1:16). En su comentario bíblico, William Macdonald señala que sería el equivalente a las ciencias, la filosofía, las bellas artes, las ciencias sociales, la literatura, la religión, la psicología, la ética, los idiomas y otras áreas del aprendizaje humano.
2. El placer: “Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino” (Ec. 2:3).
3. Las riquezas: “Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas;me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles” (Ec. 2:4-6).
4. La posición social y el prestigio: Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén” (Ec. 2:7).
5. Las posesiones materiales: “Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música” (Ec. 2:8).

Como él mismo dijo: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo” (Ec. 2:10). Si hay alguien que debería haber hallado el contentamiento, según los cánones de este mundo, éste era sin duda el rey de Israel. Sin embargo, la conclusión de su estudio práctico fue contundentemente opuesto: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (Ec. 2:11). De ahí su dicho más conocido: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ec. 1:2). El término vanidad (en hebreo: hebel), significa “vapor, vaho, niebla”. Cuando no ponemos en práctica la hoja de ruta establecida por Dios en su Palabra, nuestra vida es como caminar entre una espesa niebla, donde no vemos ni nuestros propios pies.

Aprendiendo de los errores de Salomón y de los propios
¿Es negativo todo lo que hay debajo del sol? ¿Debemos permanecer en la ignorancia, prescindir del intelecto y rechazar toda cultura? ¿Es pecado disfrutar de los sanos placeres de la vida que el Altísimo nos ha concedido dentro de el orden que Él ha establecido? Ni mucho menos, y así suelo expresarlo una y otra vez. El problema se produce cuando este tipo de cuestiones se convierten en el deseo primordial de nuestro corazón y Dios pasa a un segundo plano. Esa es la verdadera IDOLATRÍA que produce la frialdad espiritual que embarga a muchos y que conlleva que se alejen del Señor.  
Posiblemente no hayas llegado a los extremos de Salomón, anhelando palacios y riquezas, pero, en menor escala, te asemejas a él cuando nunca te contentas con lo que tienes. Como dijo un inmigrante sobre los occidentales: “Lo tienen todo y siguen corriendo sin parar, sin sonreír, sin celebrar su comodidad”. Entendería hasta cierto punto que nos lamentáramos si de la noche a la mañana nos viéramos trasladados a un país tercermundista donde escasearan los recursos y donde cualquier enfermedad común nos condujera a la muerte por la carencia de asistencia sanitaria. Sin embargo, nuestras mayores protestas vienen motivadas porque no tenemos el suficiente dinero para mantener un cierto nivel de vida o poder comprar todo aquello que queremos. De ahí la juventud actual, caprichosa a más no poder y siempre insatisfecha.
En otras ocasiones, el fin es sentirse bien con uno mismo. Esto conlleva un grado de orgullo personal y de autosuficiencia en la que no se cuenta con Dios. Por todo esto, nos encontramos a cristianos encadenados a una casa, esclavos a la hipoteca altísima de la misma, a la letra desproporcionada de un coche, pagando altos intereses por haber pagado con la tarjeta de crédito los mejores muebles, comprando cada poco tiempo ropa nueva cuando la anterior está en perfecto estado o gastándose en comida lo mejor de lo mejor, sin ahorrar en gastos y sin buscar mejores precios. Luego se muestran ansiosos y se quejan de que viven con el agua al cuello, cuando la realidad es que están viviendo por encima de sus necesidades.
Este estilo de vida está muy alejado de los principios bíblicos respecto a la sencillez. Si hicieras inventario de tus posesiones, te darías cuenta de que muchas de ellas son innecesarias. Al menos serías consciente de que podrías vivir con mucho menos de lo que acumulas y que podrías desprenderte de aquellas cosas que realmente no necesitas: menos pares de zapatos, un ropero con menos camisas y pantalones, un coche que no tienes que renovar cada pocos años, una casa con muebles más sencillos y económicos, etc. Eso es, simple y llanamente, simplificar la vida. Tal y como señaló Charles Dudley Warner: “La sencillez consiste en hacer el viaje por la vida sólo con el equipaje necesario”. Como enseña el consabido refrán: “no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”.
Nuestra oración debería ser la misma de Agur: “No me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios” (Pr. 30:8-9). Le pedía a Dios lo necesario, ya que, si se diera el caso de estar saciado, se podría olvidar del Todopoderoso, y, si tuviera muy poco, temía blasfemar.  No quería ni lo uno ni lo otro. ¡Qué sabiduría! Es la misma advertencia que Dios le hizo al pueblo judío hace miles de años: Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Dt. 8:11-14).

Las sencillas instrucciones que se nos ofrecen
Cuando Salomón preguntó retóricamente “¿qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?” (Ec. 2:3), Dios no quería reflejar en su Palabra que se oponía a los beneficios que conlleva trabajar, puesto que Él mismo puso a Adán a labrar el huerto del Edén, y Pablo dejó bien claro que quien no quisiera trabajar que tampoco comiera (cf. 2 Ts. 3:10), sino que estaba en contra:

- Del afán de obtener más y más: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición;porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Ti. 6:9-10). Somos avisados de que si no aplicamos los principios bíblicos, corremos el serio peligro de caer en tentación y en el lazo de la codicia. Puede que sea un nudo autoimpuesto: un mayor gasto económico, mayor consumo, una hipoteca desproporcionada para tener una casa que de sencilla no tiene nada, etc. Y entre los jóvenes sucede igual: videojuegos, consolas, ropa, el último modelo de móvil, multitud de caprichos, una vida girando en torno a la ociosidad, etc. Todo esto es una trampa y una absoluta necedad. El afán entre los cristianos es más sutil que el que vemos en el resto de la sociedad pero igual de peligroso. ¿Consecuencias?: “Se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Ti. 6:10).
No quiero decir que hayas renegado de Cristo, pero sí desviado del camino y de la voluntad del Padre. Por eso Jesús dijo que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee (cf. Lc. 12:15). Caíste en ese lazo cuando te preocupaste en exceso por proteger tus frutos materiales y cuando anhelaste más de la Tierra en lugar de hacerte tesoros en el cielo.

- De no usar lo que Él te da para ayudar a los demás, como puede ser en el caso de hermanos más necesitados. Juan dijo: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3:17). Pablo dejó ciertas pautas muy concretas para los ricos. Es cierto que la inmensa mayoría de nosotros no lo somos, pero sí en comparación a las generaciones anteriores, por lo que estas palabras se nos pueden aplicar igualmente: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos” (1 Ti. 6:17:19).
Ante este texto, cito las palabras de John Piper: “Dios llama necio al hombre porque, cuando sus campos produjeron un excedente, construyó graneros más grandes y se dedicó a reposar. ¿Qué debió haber hecho con el excedente que Dios le dio? El versículo 33 nos da la respuesta: vended lo que poseais y dad limosna al necesitado. En vez de aumentar su nivel de vida y seguridad, debió haber utilizado las posesiones de más para aliviar el sufrimiento. Dios llama ´necia` a la persona que utiliza su exceso de dinero para aumentar su confort propio. Los sabios saben que todo su dinero pertenece a Dios y debe utilizarse para demostrar que Dios, no el dinero, es su tesoro, confort, delite y seguridad”[2].

¿Pobreza, riqueza o contentamiento?
No estoy haciendo una apologética de la pobreza o de la vida monástica. Puedes disfrutar sanamente de todo lo que Dios te regala. No consiste en vivir en una casa llena de cucarachas y de humedad, que vistas como vagabundo, que comas saltamontes como Juan el Bautista o que renuncies a los sanos placeres, como nadar, leer, dar un paseo por la playa, ir al campo, practicar algún deporte, disfrutar de un helado en una terraza, y mil cosas más. Como dije en un artículo: Mi pensamiento va mucho más allá. Conversando con una compañera de trabajo hace poco tiempo me dijo: ´Con tener un plato de comida, mi cama limpita y mi ropa planchada, soy feliz`. Palabras sabias y maduras de una persona muy joven, y que me encantaron porque expresan mi sentir. ¿Conformismo? ¡No! ¿Contentamiento? ¡Sí! Es un concepto que coincide plenamente con el principio bíblico: “Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Ti. 6:8)”[3].
Pablo dijo:“Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Ti. 2:4). El llamado en sí es a ´no enredarse` con el mundo, de tal manera que éste se convierta en lo primero de nuestras vidas, arrinconando en consecuencia a Dios. Siguen vigentes las palabras de Cristo que resuenan para cada uno de nosotros: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). Si leemos el contexto del pasaje, podemos observar que no se refiere a los lujos, dinero y propiedades que enseña de forma aberrante la mal llamada teología de la prosperidad,  sino a que el Señor mismo se encargará de que nunca nos falten las necesidades básicas para nuestra vida.

Afanarse & Dadivosidad
¿Por qué turbarse por aquello que no tenemos? ¿Por qué afanarse por aquello que la polilla y el orín corrompen? (cf. Mt. 6:19). ¿Por qué agitarse por lo que no vamos a poder conservar eternamente? ¿Por qué queremos el cielo en la tierra cuando el cielo está en el cielo, valga la redundancia? ¿Por qué seguir luchando contra tales ideas en lugar de asimilarlas? ¿Por qué no reconocemos que la falta de contentamiento es un fruto de nuestra naturaleza caída? Échale un poco de imaginación: si fueras habitante del planeta Júpiter y vinieras de paso a la Tierra, sabiendo que tarde o temprano regresarán a por ti y no podrás llevarte nada, ¿te afanarías por acumular todo tipo de objetos?
Por eso me resultan absurdos esos gigantescos mausoleos que se observan en los cementerios. ¡Ni que dentro estuviera el fallecido disfrutando de las posesiones que acumuló en vida! Pablo lo entendió perfectamente: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar” (1 Ti. 6:6-7). ¿Has leído bien? Señala que “SIN DUDA” nada nos llevaremos. ¿Has olvidado las palabras que Cristo le dijo a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18:36)?
Esto por un lado. Y por otro, en lugar de ser de “puño cerrado”, aprende a compartir lo que tienes con otras personas. No cometamos el pecado de Sodoma: “He aquí que esta fue la maldad de Sodoma, tu hermana: soberbia, pan de sobra y abundancia de ocio tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del necesitado” (Ez. 16:49). Alguien dijo que nunca somos tan parecidos a Dios que cuando damos. La enseñanza bíblica dice: comparte con los que tienen menos que tú y da a los que apenas tienen nada. Esto no significa que te deshagas de todo lo que tienes, sino que compartas con los que te rodean aquello en concreto que el Señor te ha dado por su gracia. No tienes que limitarlo a lo material. Igual que puedes invitar a un hermano o a un necesitado a comer en tu casa, puedes también regalar tu tiempo a aquel que necesita de tu compañía u ofrecer ánimo y fortaleza. Como un anónimo dijo: “Pasaré por este mundo nada más que una vez. Por eso, cualquier bien que pueda hacer o cualquier bondad que pueda mostrar a cualquier semejante, déjame hacerlo ahora” ya que “el que muere no puede llevarse nada de lo que consiguió, pero se lleva, con seguridad, todo lo que dio” (Padre Mamerto Menapace). Como narra esta historia:

Tras la conclusión de la segunda guerra mundial comenzó la reconstrucción de Europa. Una fría mañana, muy temprano, un soldado norteamericano iba de regreso a su cuartel en Londres. Al virar su jeep en una esquina, alcanzó a ver a un muchachito que tenía la nariz puesta en la ventana de una pastelería. Adentro, el panadero estaba amasando la masa para una nueva hornada de buñuelos. El hambriento muchachito miraba en silencio, observaba cada movimiento. El soldado acercó el jeep a la acera, se detuvo, salió y caminó tranquilamente hacia donde estaba parado el muchacho. A través de la ventana empañada pudo ver los bocados apetitosos cuando eran retirados del horno caliente. Al muchacho se le hizo la boca agua y dio un pequeño gemido al ver que el panadero los colocaba en el mostrador encerrado en vidrio, siempre con mucho cuidado. Cuando el soldado se colocó al lado del huérfano, su corazón se conmovió. “Hijo, ¿te gustaría comerte algunos de esos?”. “¡Ah, sí, me gustaría!”. El soldado entró y compró una docena, los colocó en una bolsa y regresó a donde se hallaba el chaval en el frio neblinoso de la mañana londinense. Sonrió, le entregó la bolsa y simplemente dijo: “aquí la tienes”. Al dar la vuelta para apartarse, sintió que alguien le tiraba de la chaqueta. Volvió a mirar y oyó que el niño le preguntaba apaciblemente: “Señor, ¿es usted Dios?”.
Si te has alejado de Dios por las razones que hemos analizado, es hora de que despiertes del sopor. Para salir del estado en que te encuentras, tienes que realinear tus pensamientos con los Suyos. Sería conveniente que te hicieras estas preguntas: ¿Sobre qué estás sosteniendo tu vida? ¿Sobre qué estás sustentado tu paso por este mundo? ¿Cómo es tu relación actual con el Señor? ¿Sobre qué gira tu vida, sobre Él o sobre los diversos placeres -sean sanos o insanos- que hay a tu alrededor, tus posesiones y el deseo de adquirir siempre más? A mí no tienes que responderme, así que sé sincero contigo mismo. 



[1] Existen argumentos a favor y en contra de la “paternidad salomónica” del libro de Eclesiastés. Hablaré del mismo creyendo que fue Salomón su autor.
[2] Piper, John. Hermanos no somos profesionales. Clie.