Esta sección del blog está dedicada a mostrar “la otra cara de la
moneda” en cuestiones que, por norma general, únicamente se muestra una de
ellas.
Cada
poco tiempo se muestran noticias que nos informan sobre detenciones y
agresiones que sufren homosexuales y miembros del colectivo LGTBI en distintos
países del mundo. El último reportaje fue “Viaje a la homofobia” (dentro del
programa “Fuera de cobertura”), donde la periodista Alejandra Andrade fue a
Rusia para mostrar la situación que se vive allí al respecto. En mi opinión,
está bien que así sea para denunciar todo tipo de violencia, pero también hay
que ser justos y mostrar todos los matices y no únicamente una parte de la
información. Eso es lo que vamos a hacer hoy, porque desde ciertos lobbies y
sectores de la sociedad nos están vendiendo ideas sobre lo que es la homofobia
que no son ciertas, usando para sus propósitos un uso tergiversado del
lenguaje, logrando así el efecto que ellos desean: silenciar a los que
disienten y establecer un pensamiento único, alineando la mente de la población
con sus postulados.
La
ideología de género
La manera de pensar de los grupos LGTBI
(lesbianas, gays, transgénero, bisexuales e intersexuales) ya ha llegado hasta
nosotros y se ha infiltrado progresivamente. Cada año que pasa esta realidad es
más aguda y visible. Basta con ver algunas de las series de televisión (Los 100, Juego de Tronos, Jessica Jones, Outlander, Sense 8, Tyrant, Orange is the new black, The L world o Penny Dreadful,
por citar solo algunas), que arrasan en audiencia con millones de espectadores,
que muestran escenas explícitas de sexo, y cuyos protagonistas principales
interpretan a homosexuales, bisexuales, lesbianas y transexuales, junto a las
ya habituales parejas heterosexuales que cohabitan y/o tienen relaciones sin
estar casadas. Hasta hace unos años, buena parte de lo citado estaba reservado al
llamado “cine para adultos”, pero ha avanzado a tal velocidad que se ha
establecido hasta su normalización. Es la nueva “moral”.
Podemos ver dos ejemplos muy actuales:
el primero en el personaje de Sulu, de la saga galáctica Star Trek. Siendo durante décadas heterosexual, en la nueva versión
titulada Más allá (2016) es
homosexual. Y el segundo con la campaña que se está llevando a cabo para que
Elsa –un personaje femenino de dibujos animados de la película Frozen- tenga novia en caso de una segunda
parte. Evidentemente no son niñas pequeñas las que están haciendo esta
promoción, sino adultos que repiten un millón de veces sus eslóganes.
Esto es algo que ya forma parte incluso
del universo ficticio de los cómics de las famosas editoriales Marvel, DC y
Vértigo, con personajes homosexuales o bisexuales como Renee Montoya, Kate Kane
(Batwoman), Hulkling y Wiccan (Los Jóvenes Vengadores) y Constantine
(Hellblazer), entre otros muchos, incluyendo cómics para un público infantil
con este tipo de protagonistas[1].
De igual manera, se publican artículos
en los grandes medios de comunicación hablando de las “bondades” de leer
cuentos LGTBI a los hijos: “Cuentos como
'Mi primer amor' (que cuenta la historia de un niño de 6 años que se prenda de
su compañero) normalizan la homosexualidad y proporcionan formas de amar que,
hasta el momento, los relatos tradicionales y las películas no contemplaban,
enseñando a los lectores que su orientación sexual no es excepcional y
reforzando su autoestima”[2].
¡Niños de 6 años!
Esto se vende como opciones abiertas
para todo el mundo, donde lo que prima es la “diversidad sexual”: “Frente a los argumentos que sostienen que
lo natural es la heterosexualidad, los hechos muestran que lo natural es la
diversidad sexual”, afirma Susana Rodríguez Molina, psicopedagoga del
Departamento de Psicología de la Universidad Europea.
Lo que estamos viendo es sólo el
principio de lo que se nos viene encima. Es la educación que paulatinamente se está estableciendo desde la misma
infancia. Ya resulta hasta extraño encontrar este tipo de comentarios que
denuncian con tanta claridad la situación: “Hay que hipersexualizar a la sociedad
desde bien pequeñitos (?!) y si lo criticas ya sabes... ´algo pasa contigo` o ´eres un anticuado`. Sin duda es un ´magnífico` trabajo de
Ingeniería Social”.
Todo esto es ya tan normal –y lo será
más para la siguiente generación- que los padres lo van a tener extremadamente difícil
para inculcar a sus hijos otros principios a los que firmemente se están
asentando como columnas inconmovibles en esta sociedad. Al final, el resto
seremos señalados con el dedo por no “convertirnos” a ellos.
¿Qué significa realmente ser homófobo?
Estas
personas arrojan contra nosotros el término homófobo
y se quedan tan tranquilos. Y me explico: el vocablo “fobia” significa “miedo
irracional, obsesivo y angustioso hacia determinadas situaciones, cosas,
personas” y algunos de sus sinónimos son “asco, aversión, repugnancia, repulsión, manía”. ¿Hay homófobos,
es decir, aquellos que le tienen miedo y asco a los homosexuales? Sí. ¿Se dan
casos de agresiones contra ellos? Sí.
Pero le recuerdo a todo el que todavía no se haya enterado que el verdadero cristiano no odia y está en contra de la violencia –sea la que sea y contra quién
sea-, la cual condenamos en términos absolutos. Es más, la amabilidad y el amor en el trato debe darse sin falta desde los
creyentes hacia los que no lo son.
Siguiendo
la premisa que usan tan a la ligera los LGTBI: si por pensar de manera
diferente se nos dice automáticamente que somos fobo-algo, entonces no podríamos posicionarnos sobre ninguna
cuestión, ni siquiera en las más superficiales. No podríamos ser de un
determinado equipo de fútbol porque implicaría odiar al resto. No podríamos ser
de un determinado partido político porque implicaría odiar al resto. Y así con
todo. Sería absurdo. Es fácil de entender, ¿verdad? Por supuesto que hay
aficionados a un club que odian a otros y seguidores de determinados partidos
que odian a los de otros, ¡pero basta ya de meter a todo el mundo en el mismo
saco! Tengamos bien claro que no
compartir los ideales de un colectivo, y no aceptar su moralidad y prácticas
sexuales, no tiene nada que ver con la homofobia ni con rechazar a nadie como
ser humano.
Así que, por favor, que
se deje de una vez de encasillar
a los que no pensamos igual, y de usar tan libre e incorrectamente el descalificativo
“homófobo”.
La homofobia de los homosexuales
Un compañero
de trabajo me contó que le indigna que le califiquen como homófobo por no estar
a favor de las ideas homosexuales. Y eso que es ateo. Así que, una vez más, como
sucede en asuntos como el aborto y la eutanasia, esto no es una mera cuestión
de creencias religiosas.
Casi
con total seguridad, sabrás que Domenico Dolce y
Stefano Gabbana son dos célebres diseñadores italianos que han creado un
imperio de la moda. Ellos, que conforman una pareja homosexual, se mostraron
públicamente en contra de las adopciones por parte de los gay, bajo el
argumento de que “los hijos deben tener un padre y una madre”.
Es la misma idea que exponemos los heterosexuales. Sin embargo, ¿sabes
cómo calificaron a Domenico y Stefano el colectivo LGTBI? Los acusaron de
homófobos. ¡Menuda paradoja! Presumen
de ser tolerantes, cuando incluso son intolerantes con los que son como ellos.
Ante este tipo de situaciones y otras
muchas, otros gays denuncian la actitud de los propios gays –ya que no todos
son iguales ni se comportan de la misma manera-, como Neil Midgley: “es irónico
que muchos gays estén tan dispuestos a negar las libertades similares a los
cristianos (o cualquier otra persona que no está de acuerdo con la agenda
homosexual)”. Y tan irónico. Es toda una incongruencia con lo que predican la
mayoría de ellos.
Según
estas organizaciones, el que discrepa es un homófobo, y no solo los cristianos,
sino incluso los que son abiertamente homosexuales. Es la misma idea que se usa
para el islam: el que no lo comparte se le tacha de islamófobo.
La
otra cara de la homofobia y lo que no se cuenta
Si alguno se atreve a disentir de estos valores y a exponer los propios, los insultos suelen
llover de manera casi garantizada por los miembros de grupos como LGTBI o FEMEN,
con sus shows de “pechos al aire”, y que avergüenzan incluso a muchas
feministas. Hablan de libertad,
pero una libertad que debe ceñirse a sus creencias y a lo que quieren que pensemos.
Se
muestran agresivas –física y verbalmente- contra los que no
creen en el aborto libre, en las familias con dos padres o dos madres, y en la adopción
de niños por parte de parejas homosexuales. Cuando una persona –profesante de
alguna fe o de ninguna- difiere, es atacada con vehemencia, acusándola de fanática, intolerante, adoctrinador, fascista y cavernícola. Cuando estas activistas interrumpen de forma virulenta en
una celebración religiosa o en una manifestación a favor de la familia
tradicional y en contra del aborto, parte de la sociedad las considera unas
“valientes”.
Sin
embargo, nosotros somos los homófobos por
disentir pero estos grupos nunca son nombradas como teófobos y cristianófobos
a pesar de sus acciones, donde menosprecian y se burlan de las creencias ajenas
con todo tipo de obscenidades, con pintadas en parroquias con
expresiones tan deleznables como “os beberéis la sangre de nuestros abortos”[3].
Para ellos, nuestra opinión es un delito de odio, e incluso están denunciando
ante los tribunales a todos aquellos que no se ajustan a sus parámetros. Podría
citar muchos ejemplos, pero para no extenderme ofreceré una pequeña muestra de
lo que está sucediendo en diversas partes del mundo:
1) Un matrimonio de Taos –Nuevo México-,
dueños de un estudio de fotografía y cristianos, fue llevado a juicio porque rechazaron
hacer las fotos para una pareja de lesbianas, las cuales presentaron una
demanda.
2) La
familia McArthur, propietaria de una panadería en Irlanda del Norte y también
cristianos, fueron llevados a juicio y condenados por discriminación, ya que se
negaron a hacer una tarta con el mensaje Support
Gay Marriage (“Apoyo al matrimonio homosexual”)[4]. Como los mismos
jueces reconocieron, no se negaron porque el cliente fuera gay (algo que ni los
dueños sabían), sino porque el eslogan iba en contra de sus creencias. Aún así,
y siendo la panadería suya, les estaban diciendo claramente que debían dejar su
libertad de conciencia en un segundo plano, adaptándose a los valores ajenos,
promoviéndolos indirectamente con la nota del susodicho pastel. La misma prensa secular británica se posicionó en
contra de la sentencia. Y lo más llamativo, también lo hizo el activista LGBT y
de derechos humanos Peter Tatchell, que considera el veredicto una “derrota de
la libertad de expresión”. Tatchell concluye que la decisión del tribunal es un
“peligroso precedente de autoritarismo que se presta a abusos graves”.
3) La
denuncia efectuada por la organización LGBTI Arcópoli de Madrid contra la terapeuta Elena Lorenzo, una profesional especializada en orientación
sexual en personas con atracción al mismo sexo, y que ofrece sus servicios para
ayudar a personas que quieran cambiar su orientación sexual.
4) La
ONG Arcos Iris, que ha solicitado a
la Fiscalía denunciar a la asociación HazteOir “por delito de odio al repartir una guía
sobre leyes antihomofobia y adoctrinamiento sexual”[5].
¿Y
de qué habla esta guía?: de la educación (la diversidad sexual) que quieren
enseñar los grupos LGTBI en los colegios y de sus consecuencias, que son:
-
Que se le quita a los padres el derecho a educar a sus hijos en esta materia
como crean conveniente, dejándola en manos de organizaciones LGTBI.
- Que las actuales leyes antihomofobia -como vamos a ver- anulan la libertad de expresión.
¿Qué denominador común observamos en
estos cuatro casos?: ¿Libertad de expresión y de conciencia? Sí, pero sólo para
un sector.
¿Leyes antihomofóbicas o leyes para
silenciar?
¿Cómo
se está visualizando todo esto en la sociedad? Aquí la evidencia: la
Generalitat de Cataluña aprobó hace pocos meses la primera ley en España contra
la homofobia –llamada “Ley Para Erradicar la Homofobia, la Bifobia y la
Transfobia”. En ella se anima
a los ciudadanos a “delatar desde el anonimato a quien la incumpla”, en un vídeo
en el que aparece una famosa presentadora que se reconoce abiertamente lesbiana
y a una pareja del mismo sexo con un bebé. ¿Qué es lo llamativo de esta ley?
Que no será el denunciante el que tendrá
que demostrar que el acusado es culpable, sino que éste deberá demostrar que es inocente. Por lo tanto,
desaparece la presunción de inocencia.
Dice el artículo 30: “Inversión de la carga de la prueba: de acuerdo con lo
establecido por las leyes procesales y reguladoras de los procedimientos
administrativos, cuando la parte actora o el interesado aleguen discriminación
por razón de orientación sexual, identidad de género o expresión de género y
aporten indicios fundamentados de ello, corresponde a la parte demandada, o a
quien se impute la situación discriminatoria, la aportación de una
justificación objetiva y razonable, suficientemente probada, de las medidas
adoptadas y de su proporcionalidad”.
Una ley
muy semejante se ha aprobado en la comunidad de Madrid (llamada “Ley de
protección integral contra la LGTBIfobia”), entrando en vigencia el 11 de
agosto de este año 2016. Al ritmo que llevamos y lo que se visualiza en el
horizonte, este tipo de medidas se irán extendiendo al resto de la nación casi
con total seguridad.
Estas
leyes son totalmente contrarias a otras en Occidente respecto a cualquier otro
tema. Ningún otro grupo (personas de otras étnias, discapacitados, profesantes
de diversos credos, etc.) tiene el derecho y el privilegio de denunciar de tal
manera que sea el demandado el que tenga que defenderse. Así que es evidente el
peligro de que te acusen jurídicamente –seas profesante de una religión o
completamente ateo- por expresar ante los demás que no compartes los ideales
LGTBI o porque éstos se sientan ofendidos por una opinión contraria. Puede que
llegue el día en que disentir conduzca a la cárcel.
¿De brazos cruzados?
Cuando
leemos mensajes en Internet como “si a
usted no le gusta el matrimonio gay, no se case con gays. Si a usted no le
gusta el aborto, no aborte. Si a usted no le gusta las drogas, no las use. Si a
usted no le gusta el sexo, no lo haga. Si a usted no le gusta la pornografía,
no la vea. Si a usted no le gusta el alcohol, no lo beba. Si a usted no le
gusta que violen sus derechos, simplemente, no viole los de los demás”,
¿qué nos están queriendo decir implícitamente, aparte de lo obvio? Que nos
mantengamos al margen, que no nos impliquemos ni inmiscuyamos. En definitiva,
que nos quedemos de brazos cruzados mientras ellos implementan su agenda, moldeando
la sociedad y las leyes a su gusto. Pues no señores.
A
aquellos que quieren llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo
sexo: háganlo, pero no esperen que el resto hagamos lo mismo ni apoyemos leyes
al respecto. A aquellas parejas homosexuales que quieran adoptar hijos: que
sepan que nosotros lucharemos hasta el infinito para que un retoño tenga un
padre y una madre. A aquellos que quieren abortar libremente: manifiéstense
para lograr sus objetivos mientras que nosotros haremos lo mismo por defender
la vida del feto y denunciar las eliminaciones sistemáticas de los niños no
deseados que se llevan a cabo en las clínicas abortistas. A aquellos que
quieren consumir drogas y pornografía: que tomen conciencia de que nosotros
lucharemos por erradicarlas y por educar a una juventud sana que no las
consuma. A aquellos que no quieren que hablemos del amor de Dios y de la obra
redentora de Cristo en la cruz, y dicho con todo mi cariño: no se preocupen,
seguiremos haciéndolo.
Mientras
que haya personas que no estemos de acuerdo con el puro relativismo moral que
se basa en “hago lo que quiero, cuándo quiero, cómo quiero y porque quiero”,
seguiremos alzando nuestras voces. ¿No dan a conocer sus reivindicaciones a
través de manifestaciones y campañas? ¿No buscan que prevalezcan sus criterios
por medio del activismo? ¿Es que únicamente ellos pueden manifestarse, hacer
campañas y ser activistas?
Y que
todo el mundo tenga esto muy presente: no lo hacemos porque nos creamos mejores
personas (otra de las falacias que arrojan contra nosotros sin venir a cuento),
sino porque consideramos que el orden concreto en el que creemos es el mejor para
el desarrollo íntegro del individuo en todas sus facetas –conforme a su sexo biológico
y atestiguado por la propia naturaleza-, como para el conjunto de la sociedad: hijos
con un padre y una madre, y el hombre para la mujer y la mujer para el
hombre, complementarios en todos los aspectos, incluyendo la sexualidad.
Y sin más, hasta aquí la otra cara de la
moneda.