“Si dedicases todo tu talento, esfuerzo
y ganas en producir vida y no en confrontar la iglesia serías una bomba”. Este
es el comentario que una persona me envió hace unos días al blog sobre el
artículo que le dediqué a mi segundo libro: “Mentiras que creemos” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html).
El mensaje no ha aparecido publicado ya que prefiero responderlo ampliamente.
No lo hago porque lo necesite, ya que no me desanima la crítica negativa, como tampoco se me sube a
la cabeza la positiva; las agradezco, acepto ambas y aprendo de ellas. Si
defiendo mi cometido es para animar a todos aquellos que llevan a cabo la misma
labor que yo, puesto que muchos se sienten desalentados (incluso intimidados)
ante este tipo de “consejos/exhortaciones/sentencias absolutas/deseos de
terceras personas”.
Al igual que la chica que me escribió a
favor del aborto (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/respuesta-un-anonimo-favor-del-aborto.html),
esta escueta frase ha sido enviada de forma anónima. ¿Por qué el anonimato? Es
algo que no entiendo. Ni siquiera mi blog es anónimo y es totalmente público.
¿Tan difícil resulta identificarse y decir el nombre y apellido? Así que,
querido comentarista, como no sé si eres hombre o mujer, usaré el género
neutro.
Sin más preámbulos, comencemos. Como
siempre digo, me encanta escuchar las opiniones de otras personas porque me
enriquecen, aun cuando sean contrarias a las mías. Que me digan: “He leído todo
lo que dices y no estoy de acuerdo porque...”, sí me vale; lo demás, no. Su
frase va directa a la yugular sin exponer ningún argumento. Por lo tanto, es
solemne pero pobre. Muestra el final de la película, la conclusión del libro,
sin desarrollar nada. Doy por hecho que usted no ha leído ninguno de mis libros
porque tampoco señala las razones bíblicas por las que puede creer que estoy
errado. Y lo que es peor, parte de dos premisas completamente equivocadas:
-Premisa Nº 1: “No debería dedicarme a
confrontar a la iglesia”. Y yo pregunto: ¿Por qué no debería hacerlo? ¿Solo
está prohibido para mí o para todo el mundo? ¿Está prohibido confrontar los
errores? Impedir que se cuestionara a la Iglesia dio lugar a una de las épocas
más oscuras de la historia de la cristiandad en la época medieval. Las
consecuencias fueron funestas. Y hoy en día, aunque no se quema a nadie por
disentir, existe otro tipo de Inquisición sobre aquellos que ponen las
Escrituras por encima de todo: se les manda callar y se les arrincona todo lo
posible.
Todo cristiano auténtico debe creer en: el pecado original, la salvación por gracia,
la Trinidad, la divinidad de Cristo, su encarnación, que fue concebido por el
Espíritu Santo de María virgen, su muerte expiatoria en la cruz que canceló de
una vez y para siempre nuestra deuda con el Padre, su resurrección corporal de
entre los muertos y posterior ascenso a los cielos, y la segunda venida para
establecer su Reino por la eternidad. Son las verdades del
cristianismo y, como tales, son las que creo.
El problema es que, aunque el verdadero
cristiano cree estas verdades, muchos han aceptado mentiras, doctrinas falsas,
herejías y malas praxis eclesiales, sin ser conscientes de ellas, que están
siendo expandidas por medio de predicaciones, literatura, vídeos y audios. ¿Qué
hago ante tal panorama? ¿Me quedo solo con lo bueno y miro para otro lado con
lo malo? ¿Me callo? Sería sumamente culpable si guardara silencio. Por eso no
lo hago y nunca lo haré. Es como
si un médico decide no tratar el cáncer que está destrozando el estomago de un
enfermo porque el preparador físico le ha dicho que su paciente tiene unos
abdominales perfectos. ¡Absurdo!
¿Acaso la Iglesia es infalible por el
hecho de ser Iglesia? La Iglesia está formada por las personas que han sido
redimidos por Cristo. Pero, como seres humanos que somos, seguimos siendo
falibles. Y ahí, por supuesto, me incluyo. El error, sea el que sea, hay que
encararlo de frente.
Confrontar no es atacar. La definición
según la RAE es: “Comparar una cosa con otra, y especialmente escritos:
confrontar el original con la copia”[1].
Es lo que hace en la actualidad cualquier cristiano que sea consciente de la
importancia que este asunto posee: comparar el “original” (la Biblia) con la
“copia” (las ideas erradas que otros enseñan). En mi caso, entiendo que es la
manera de sacar la mentira a la luz y refutarla. Como señaló Salvador Menéndez
en su crítica de mi primera obra: “Este libro debe verse como una defensa de la
fe cristiana. Pertenece al ámbito de la ´apologética` (defender algo) y no de
la ´epitesética` (atacar algo). Predicar la sana doctrina, enseñar la verdadera
fe, nunca debería considerarse como un ataque. Si la enseñanza fiel de la
Palabra de Dios resulta amenazante para el cristianismo, entonces eso debería
bastarnos para entender como ciertos sectores, tristemente, han abrazado sin
discriminación doctrinas extrañas y ajenas a la Biblia”.
El deseo que lleva implícito confrontar
es el de corregir, tanto enseñanzas y prácticas erradas, como actitudes
pecaminosas. Ni más ni menos. Y es lo que me esfuerzo en hacer con el mayor
respeto posible, puesto que no es un derecho en exclusiva de los pastores o de
algunos privilegiados, sino el deber de todo el cuerpo de Cristo: “La palabra
de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a
otros en toda sabiduría” (Col. 3:16). Por esa misma razón quiero que me confronten si soy yo el
que se equivoca.
El “método” que empleo para ello lo
imitó de Jesús mismo. Veamos cómo lo hacía Él con dos sencillos ejemplos: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y
cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que
cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio. [...]
Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que
cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su
corazón” (Mt. 5:21-22; 5:27-28). Primero sacaba a relucir los
mandamientos de Dios tal y como fueron establecidos. Luego llevaba a sus oyentes
a lo que ellos creían en sus propios pensamientos. A continuación
mostraba el error de esos pensamientos. Y, para terminar, ofrecía muy
claramente la verdadera interpretación a los mandamientos de Dios.
De
igual manera, Dios confrontaba a Israel cada vez que se desviaba del camino.
Natán confrontó al mismísimo rey David. Pablo confrontó a Pedro por consentir
con los judaizantes. Pablo confrontó a los corintios por permitir el pecado en
la congregación. Juan confrontó las falsas doctrinas para defender la
Encarnación de Cristo. Jesús confrontó a diversos sectores del judaísmo una y
otra vez. El Señor confrontó/confronta a las iglesias de Apocalipsis. Lutero y
el resto de reformadores confrontaron a la institución católica. Martin Luther
King confrontó el racismo y las desigualdades sociales. Los ejemplos son
interminables. No me comparo ni mucho menos con ellos, pero los tomo como
modelo a seguir.
-Premisa Nº2: “Debería dedicar todo lo
que soy a producir vida”. Siguiendo
la lógica de su frase, está claro que, para usted, “producir vida” no es
precisamente “confrontar a la Iglesia”. ¿Cree que confrontar el error no es
producir vida? ¿No dijo Jesús que conocer la verdad nos haría libres? (cf. Jn.
8:32). Lo que produce vida es la
verdad en Cristo y de Cristo, no la mentira ni los errores. Él mismo señaló en
una ocasión: “si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc.
13:3) ¿Era un mensaje duro? Sin duda. ¿Era un mensaje de condenación y muerte?
Ni mucho menos. ¡Era un mensaje de vida! Todo aquel que se arrepintiera y
creyera en Él, tendría vida eterna (cf. Jn. 3:16-17).
Hay personas que se quieren quedar solo
con los mensajes positivos y los aspectos “hermosos” del Evangelio: “Dios es
bueno”, “Jesús te ama” y “Pedid y se os dará”. ¡Pero ay cuando alguien le
desafía a escudriñar por sí mismo las Escrituras sin prejuicios!
Por otro lado, y como usted no lo
define, me tomaré la libertad de ampliar el significado de lo que yo entiendo
por “producir vida”: para mí es llevar a cabo la obra de Dios en la tierra.
Según el Nuevo Testamento, esta obra puede ser (en plural y entre otras
muchas):
- Predicar el evangelio (cf. Mr. 16:15).
-
Ayudar
a los pobres, visitar a los huérfanos, a las viudas y a los presos (cf. Gá.
2:10; Stg.
1:27; He. 13:3).
- Restaurar al hermano que ha caído (cf.
Gá. 6:1).
- Alentar al de poco ánimo y
sostener al débil (cf. 1 Ts. 5:14).
- Ayudar a otros hermanos en sus cargas,
sean espirituales, físicas, emocionales o sentimentales (cf. Gá. 6:2).
- Servir con amor a los hermanos en la
fe (cf. Gá. 6:10; He. 6:10).
- Dar en lugar de esperar recibir (cf.
Hch. 20:35).
- Ser un pequeño pacificador allí donde
haya conflictos (cf. Mt. 5:9).
-
Usar
los dones que Dios nos ha dado (cf. Ro. 12:6-8).
-
Ser
gentil y hospitalario (cf. Fil. 4:5; Ro. 12:13).
-
Bendecir
al que nos maldiga, no pagar mal por mal y amar al enemigo (cf. Ro. 12:14,
17; Mt. 5:44).
-
Honrar
a nuestros padres (cf. Ef. 6:2).
-
Vivir en paz con todo el mundo, siempre y cuando sea posible (cf. Ro.
12:18).
-
Orar por toda alma viviente, sean ateos, agnósticos o miembros de otras
religiones (cf. 1 Ts. 5:17).
-
Ayudar económicamente en la medida de las posibilidades y según nos haya
prosperado el Señor (cf. 1 Co. 16:2).
- Dar testimonio de tu fe, especialmente en las pruebas, y que el fruto del Espíritu sea real (cf.
1 P. 3:15).
Y todo se resume en amar a
Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y a tu prójimo
como a ti mismo (cf. Mt. 22:37-40).
¿Da usted por hecho que dedico todo mi
talento (gracias por el piropo), esfuerzo y ganas en “confrontar a la Iglesia”
(las mentiras que algunas enseñan), y que no llevo a cabo ninguna de estas
otras obras en mi vida diaria fuera de las redes sociales? Creer que me limito a confrontar esos
errores que se han infiltrado en la Iglesia es una visión muy subjetiva de la
realidad; más concretamente, de mi realidad. Es no conocerme ni saber en qué
maneras sirvo a Dios, por el simple hecho de que rehuyo los focos y no doy a
conocer muchas cosas. Procuro que solo se enteren los beneficiados de mis
acciones. Creo que es lo que más concuerda con las enseñanzas de Jesús.
Vayamos terminando. Si su
consejo/crítica/deseo (no sé exactamente cómo considerarlo) viene motivado
porque los dos libros que he publicado hasta ahora tratan temas parecidos, le
diré que:
1)Para su tranquilidad, informarle que
de esta temática me queda un libro más, quizá dos, pero que después tengo
programado otros libros que, si Dios quiere, saldrán a la luz en el futuro y
que no tienen nada que ver con herejías o errores eclesiales.
2)Como es imposible que publique en
papel todo lo que escribo, decidí hacer un blog. Y así lo dije por primera vez
en mi muro de facebook: “He
creado un blog personal dada la celeridad que me da para escribir (mucha más
que el tiempo que me llevará publicar nuevos libros), la libertad que me ofrece
para tratar todo tipo de temas, y el hecho de que no todo el mundo tiene
facebook. Así lo haré a partir de ahora en lugar de hacerlo en esta red social,
aunque aquí pondré cada nuevo enlace para que sea público”.
Si se detiene brevemente en el mismo,
verá que hablo de todo lo humano y lo divino, de todo lo relacionado con la
vida y con la muerte, del aborto, de la homosexualidad, críticas a películas,
recomendaciones de libros, citas a ONG´s, artículos de actualidad, palabras de
aliento y consuelo, etc. ¡Si hasta tengo un reportaje sobre OVNIS! Y todo lo
que me queda por escribir...
Con
todo lo dicho, mi consejo (dicho con todo cariño y respeto), es que, antes
de escribirle de forma anónima, breve y tajante a todos aquellos que piensan
como yo, conózcalos y escuche atentamente sus argumentos. Parafraseando su
propia frase: dedique su talento, esfuerzo y ganas en esto. Posiblemente se
llevará una sorpresa, incluso puede que agradable, y aprenderá de ellos cosas
que desconoce de la Biblia.
Concluyo
con las palabras que me escribió un amigo pastor que también confronta los
errores de la iglesia: “Confrontar el error con la verdad siempre produce
conflicto, es inevitable, debemos contar con ello... pero un día, el de la
redención final, acabará toda lucha y las cosas vendrán a ser de otra manera,
un reino en el cual mora la justicia...”.