lunes, 2 de septiembre de 2024

¿Qué tiene que decir el cristianismo sobre la supuesta caída de Occidente a manos del Islam? (2ª parte)

 


Venimos de aquí: ¿Caerá Occidente a manos del Islam? Según Arturo Pérez-Reverte, sí. pero... (1ª parte): https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/08/caera-occidente-manos-del-islam-segun.html

¿Es posible romper con el pasado?
Según me ha contado también José Ángel en alguna ocasión, y ha dejado por escrito en varios de sus artículos –los cuales recomiendo-, los hijos de inmigrantes de origen árabe y religión islámica, al criarse en una cultura totalmente diferente, como es la nuestra, están rompiendo con las costumbres que traen los progenitores de sus lugares de origen.
Hace escasos días, tras encontrármelo casualmente por la calle, me numeró esta serie de particularidades: narró que muchas de estas jóvenes van a la piscina con sus amigas españolas del instituto, salen con chicos españoles, se casan con chicos que no son musulmanes, visten con minifalda, llevan el pelo suelto (algo que yo mismo he comprobado) y no van de vacaciones con sus padres a Marruecos; país que ni conocen ni al que quieren ir. Como le dije, sería muy llamativo contemplar in situ cómo reacciona un padre practicante, acérrimo del Islam, ante la “rebeldía” de su hija.
De nuevo, José Ángel y Arturo aquí tienen ideas diferentes, y mientras uno se muestra esperanzado, el otro expone una cara completamente desolada:

- “La esperanza para la deseable plena integración está en las segundas generaciones de esas familias que emigraron a Algeciras desde Marruecos hace poco más de veinte años. Esos jóvenes, nacidos y educados en España, ya han optado o no por el islam de manera libre y personal. Saben lo que es la libertad de expresión, y no la cambiarían por nada. Quieren formarse académicamente hasta donde se lo permitan sus neuronas. Opinan sobre política española y votan. Creen que un musulmán o una musulmana no tiene por qué vestir de una manera especial. Aprueban los valores que consagra la Constitución. Admiten los matrimonios mixtos. No tienen inconveniente en tomar algo de alcohol o, al menos, sentarse en mesas donde otros sí lo beben. No conciben que a nadie se le pueda obligar a abrazar una fe determinada. Y, lo más importante, no ven que el islam esté amenazado ni que vaya a desaparecer: por eso tal vez no refuerzan los signos externos de identidad islámica, como sí lo hacían sus padres”[1], explica José Ángel.

- “Uno de cada dos o tres jóvenes de origen musulmán coloca su identidad religiosa por encima de la nacional –y también la del país de origen antes que el de acogida-, está de acuerdo con la ley islámica y sostiene que la transgresión debe castigarse con dureza. [...] El insumiso se ve condenado a muerte social, boicotean su negocio, marginan a su familia”[2], indica Arturo.

Según Arturo, la identidad religiosa y cultural que traen de serie no tiene arreglo, porque es “imposible” librarse de ella o, al menos, tomar otro camino sin una serie de funestas consecuencias. Según José Ángel, sí es posible.
Sobre estos dos puntos de vista contrapuestos, he leído y escuchado otros muchos, y que se alinean en bandos distintos, por lo que pienso que tal dicotomía se basa en las esperanzas o desesperanzas de cada uno, en cómo perciben la realidad, y en las propias experiencias personales, según el barrio, la ciudad y el país de Europa donde viven. ¿Cuál postura es objetiva y cuál subjetiva? Eso lo dejo en manos del lector, para que reflexione por sí mismo.
El tiempo, juez implacable, nos dirá hasta qué punto esta ruptura con lo antiguo se normaliza y expande, o si se queda en una minoría anecdótica, y si logran apreciar el legado de nuestra historia, incluyendo las humanidades en todo su esplendor, como el arte, la música y la filosofía.
Por mi parte, y que no se me enfade mi amigo: sus planteamientos, que siempre me encanta leer y escuchar, son loables en grado sumo, y eso es digno de aplaudir y admirar. Ahora bien, conociendo el corazón humano en general, veo sus optimistas palabras un tanto inalcanzables, al menos de forma genérica y en ciertos matices. Eso sí, y permítaseme la licencia science-fiction: desde este lugar del multiverso, le animo a no dejar atrás su animosidad, que falta hace, y mucha.
Tampoco quiero instalarme en el pesimismo absoluto de Arturo. Una vez más, serán los acontecimientos futuros los que nos dirán qué realidad se establecerá, para qué lado se inclinará la balanza o si habrá cierto equilibrio en ella.

¿Es mejor la alternativa moral que tiene para ofrecer Occidente al Islam?
Más allá de todo lo descrito, para mí el problema es más peliagudo. La cuestión es que la moral occidental –dominada por el ateísmo, el hedonismo más exacerbado, el egoísmo y la indiferencia- poco tiene que ofrecer como alternativa y que mejore lo que el Islam promulga.
Es cierto que aquí pueden encontrar una libertad social, unos derechos para la mujer, unas infraestructuras desarrolladas y unas condiciones higiénico-sanitarias y de vida que mejoran en gran manera a las de sus países de origen. Buscan un mundo mejor que el suyo, y no se les puede culpar: nosotros haríamos lo mismo en el caso de vernos en su situación. Y ojo, lo vuelvo a recalcar: con esto no estoy apoyando la suicida y demencial política migratoria actual, sino poniéndome en la piel de ellos. Pero, al fin y al cabo, se trata de dos cosmovisiones que chocan frontalmente: libertad contra represión, libertinaje contra principios, nos gusten estos más o menos. Por citar solo tres ejemplos:

- Mientras que aquí las mujeres reniegan de la maternidad, o abortan si un embarazo llama a la puerta, para ellos la familia y los hijos son sagrados.

- Mientras que aquí la mujer es sexualizada desde la adolescencia y viste semidesnuda, para ellos es un ser inferior al hombre, que debe dedicarse en exclusiva a las tareas del hogar y que no debe mostrar su cuerpo en público.

- Mientras que aquí el sexo prematrimonial, las relaciones abiertas, el consumo de pornografía y las canitas al aire son el pan de cada día, para ellos la poligamia es aceptable si se dan las condiciones adecuadas.

Por eso, ¿asimilar costumbres? ¿Cuáles? Porque si nos referimos a los principios morales, Occidente tampoco es de buen ejemplo. ¿Queremos que asimilen la promiscuidad, el rollito de una noche, el consumo masivo de alcohol y tabaco, que vayan en microbikinis y tangas a la playa, que hagan Top Less entre las masas o que se abran un OnlyFans? ¿Le enseñamos a “normalizar” el aborto para que lo practiquen cuando se queden embarazadas? ¿Los volvemos adictos a los videojuegos y la pornografía? No confundamos enseñarles libertad con libertinaje, que es lo que aquí impera.
Es curioso que ambos se consideren superiores al contrario. La realidad es que la hipocresía y la inmoralidad es un denominador común, puesto que el mal anida en el corazón de todo ser humano.
De igual manera, el cristianismo actual, dividido como nunca, formado por falsos cristianos, sincretismo y “ateos en la práctica”, cuya moralidad apenas se distingue de la sociedad caída, encerrado cómodamente entre cuatro paredes, donde muchos abrazan la ideología de género y los postulados LGTBIQ+, tampoco les resulta una alternativa llamativa; más bien, todo lo contrario. Les genera un rechazo atroz, y con toda la razón.

El mensaje, inalterable, de Jesús para nosotros ante esta compleja situación
Tras el análisis político-cultural que hemos llevado a cabo en estos dos escritos, e independientemente de lo que acontezca en las próximas décadas, no me queda más remedio que volver a lo único que todo cristiano debe tener claro, y que son las palabras de Jesús: “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18:36).
Muchos cristianos “pelean” por hacer de esta tierra la suya, de este mundo el suyo, deshumanizando a los que no son como ellos, considerándolos como bestias salvajes a las que tener bien lejos. Al final, no nos diferenciamos de aquellos a los que señalamos. Y es ahí donde incontables cristianos fallamos –en ocasiones, por ignorancia, en otras, por dejarnos llevar por las emociones más viscerales-, y no hacemos nada por dar a conocer ese “otro reino” a los que andan en este.
Salvo entre los misioneros de algunas congregaciones o denominaciones religiosas, en ninguna iglesia –al menos, que yo conozca-, se capacita a los fieles de a pie para llegar al pueblo musulmán que nos rodea. Yo mismo me considero falto de preparación, y es una laguna de conocimiento a la que, más temprano que tarde, debo poner solución, por medio del estudio. Por eso, reto a todo creyente a cultivarse al respecto. Solo de esta manera podrá ver, al que considera “enemigo”, como un alma perdida, necesitada del Dios vivo, que murió en la cruz para regalar la misma salvación que recibimos nosotros por pura gracia.
Nuevamente Jesús lanzó una declaración de intenciones contundente: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). ¡Toda criatura! Y eso no excluye a nadie, sea de una raza, etnia, religión o estatus social: “Dios no hace acepción de personas” (Hch. 10:34). Así que es hora de que empecemos a aplicarnos el cuento, y nos confrontemos ante el espejo de nuestra propia alma, en lugar de ir de santurrones altivos. Es hora de dejar nuestros prejuicios –fundados o infundados, con razón o sin parte de ella- y aplicarnos la verdad bíblica, y que está por encima de cualquier creencia política o ideológica que podamos tener.
¿Qué la tarea es ardua? Muchísimo. ¿Qué es un camino fácil? Ni muchísimo menos. Pero el camino a seguir es el que nos mostró, nuevamente, Jesús: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen. [...] Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo” (Lc. 6:27, 32, 33).
¿Cómo hacerlo de forma práctica y concreta? La respuesta daría para otra disertación, y previamente debo reflexionar sobre ella. Cuando lo haga, retomaré esta tesis, pero como no sé cuándo sucederá, sería conveniente que cada cual empezara a hacerlo ya por su cuenta.
Mientras tanto, concluyo estas líneas con las palabras de Alfonso Ropero: “El horizonte cristiano no está limitado por una cerrada geografía de nación santa localizada en un pedazo de tierra, sino que corresponde al horizonte cósmico de un pueblo universal, compuesto por todas las lenguas y todas las razas”[3].

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