Aunque no es la primera vez que escucho proclamas
semejantes, nunca había leído a un escritor famoso hacer semejantes
aseveraciones: según Arturo Pérez-Reverte, en su reciente escrito “Oikofobia: odiar
la casa donde vives”, estamos asistiendo, a cámara lenta, pero de forma
inevitable e irreversible, a la caída de Europa a manos del Islam, por medio de
la inmigración, tanto legal como ilegal. ¿Las causas que él expone? La podéis
leer cómodamente en https://www.zendalibros.com/oikofobia-odiar-la-casa-donde-vives/.
Por si hay algún perezoso que no se quiere molestar en
leerlo –mi tirón de orejas para él-, le diré que, resumiendo al extremo, entre
los motivos, señala la debilidad de los propios ciudadanos europeos, más la
cobardía y la colaboración implícita de los gobernantes europeos, junto al
miedo de ser acusados por los medios como racistas, islamófobos, fascistas y de
ultraderecha.
¿Lleva razón
Arturo? Una opinión divergente
Le compartí el escrito de Pérez-Reverte a un amigo,
José Ángel Cadelo, algecireño, también escritor, experto en Cultura y Religión
Islámica, y que suele abordar sin tapujos dichos asuntos en las colaboraciones
que lleva a cabo en el periódico “Europa Sur” –lo que le ha suscitado enemigos por ambos bandos-, para que me
diera su parecer.
Me señaló algunos
aspectos que no comparte: datos sacados de contexto y tremendamente exagerados,
donde Reverte se dirige a un público en concreto, con el que conecta a través
del drama y el caos, en una visión apocalíptica. En este aspecto, no lo
aprueba, ni aprecia, ni recomienda este tipo de periodismo. Por otro lado, le
parece bien que saque a colación ciertos asuntos y que ponga ciertos puntos
sobre las íes al respecto de esas políticas buenistas, tanto de Bruselas como
de muchos gobiernos europeos, que durante muchos años hemos padecido ante la
migración. De esta manera, ve
correcto que asuste un poco a la sociedad, para que esa opinión pública demande
a sus gobiernos actitudes más duras ante la migración.
Algunos parecen que
ya lo están haciendo, aprobando planes para revertir la situación, aunque, por
ahora, no se aprecian los resultados porque apenas han tenido recorrido desde
que se pusieron en marcha. Conforme se desarrollen, se irá viendo.
¿El sentir de la población?
En el caso de que
todo siga igual, el problema se multiplicará, y más si los datos referentes a
la delincuencia aumentan, van aparejados a este sector de la población o se les
asocia por costumbre –estigmatizando a todos por igual, por medio de esos
vídeos en redes sociales que se hacen virales-, que es lo que ya está
sucediendo y hemos visto en los últimos años.
Entre los autóctonos, salvo entre aquellos que siguen en la inopia o están ideológicamente lobotomizados,
queriendo acoger absolutamente a todos los inmigrantes, ya se percibe un hastío
del tema. Esto lo hemos comprobado en determinados conatos de implosión, como
aconteció semanas atrás a lo largo y ancho en Reino Unido, con disturbios de
considerable violencia, o en manifestaciones pacíficas de miles de personas,
como en Gran Canaria, desbordados ante las olas migratorias que padecen.
Además, el hecho de que los medios de comunicación tradicionales
sesguen la verdad, desinformen, tergiversen o, directamente, ignoren ciertos
sucesos –aunque, a decir verdad, no es la
única materia en la que manipulan-, aumenta más el furor y el auge
de determinadas masas descontentas, que acceden a otras fuentes de información
y, a su vez, están perdiendo el miedo al uso de la fuerza, lo cual no es un
buen síntoma.
Esta turba, si no se
frena a tiempo, apaciguándola, por medio de las medidas adecuadas respecto a la
inmigración, puede crecer y explotar como la pólvora. Por ejemplo, si sucediera
de nuevo un gran atentado en suelo europeo, o se cometiera un crimen atroz
llevado a cabo por personas que se consideren parte activa del Islam, lo sean o
no realmente.
Por todo lo citado, y
apoyando las palabras de Cadelo, entre las afirmaciones de Peréz Reverte,
considero una falacia que diga que “la inmigración ni se debe parar ni es
posible hacerlo, porque además de inevitable es necesaria. Sin esa mano de
obra, sin sangre nueva, la vida aquí sería insostenible, la economía acabaría
yéndose al diablo, la pirámide de población se invertiría de forma monstruosa y
la seguridad social sería imposible”. Y yerra porque, si se quiere, la
inmigración se puede controlar: solo hace falta voluntad política y los medios
para aplicar las leyes.
¿Traer inmigrantes?
Sí, pero solo los que pueda absorber el país, y más si están cualificados, en
lugar de abrir las puertas de par en par a los más de 1400 millones de
habitantes que hay en África. Y no olvidemos la otra cara de la moneda: hay que
fomentar la natalidad entre los nacionales con todo tipo de ayudas e
incentivos, y para eso es imprescindible un cambio absoluto en las políticas
económicas de este país, que no para de despilfarrar millones y millones de
euros en puras sandeces o en proyectos no prioritarios. Menos gastárselos en
promover la cultura de la muerte, que enseña
a la mujer a acabar con la vida del bebé que lleva en su vientre, y más
ayudar a los padres. Si esto no se lleva a cabo, la sustitución poblacional,
aunque tarde varias generaciones, sí que se convertirá en inamovible, siendo
nosotros los extranjeros, donde
pasaremos a ser lo que ya muchos denominan Eurabia.
¿En qué
aspectos queremos que se integren los musulmanes?
Queremos que se
integren. Pero, ¿qué entendemos por integración? Que respeten las leyes y no
delincan, lo que incluye todo lo básico y de sentido común: no robar, no matar,
no violar, no dedicarse al tráfico de drogas y no ocupar propiedades ajenas.
Que no traten de establecer la Sharia, como ya sucede en algunas barriadas de
Londres, sino que respeten los derechos humanos. Que acepten el sistema
democrático europeo, y que no traten de establecer un Califato, como pidieron
públicamente en una manifestación en Hamburgo. Que permitan a sus hijas
trabajar fuera del hogar si lo desean y casarse por amor con quienes quieran,
en lugar de obligarlas de forma concertada con algún primo o por interés. Que
no les amputen sus genitales. Que no se las obligue a llevar un hiyab, sino que
luzcan su rostro como les plazca. Queremos que no vengan de manera
descontrolada o, simplemente, a vivir de los recursos del Estado, sino de forma
proporcional y con el deseo de aportar al bienestar social general.
En definitiva, lo
mínimo que se le pediría a cualquier persona civilizada, proceda de una parte
del mundo u otra. Y eso es algo que, para que todo cambie, se debería enseñar
desde la misma infancia en los colegios a esos jóvenes que han nacido aquí,
aunque sean de padres inmigrantes.
¿Es posible el multiculturalismo?
Aquí Arturo y José
Ángel difieren, al menos en el trasfondo. El primero dice: “El multiculturalismo es un cuento chino. La Historia
demuestra que unas culturas empujan a otras impregnándose de ellas, pero
siempre acaba imponiéndose la más vigorosa”. Al respecto, siempre se ha citado
a Toledo, conocida como la “ciudad de las tres culturas”, donde vivían
musulmanes, judíos y cristianos, como ejemplo de convivencia pacífica en los
siglos XII y XIII. Sin embargo, muchos historiadores consideran esto como una fake news: coexistían, pero no
convivían, y aunque en lo cultural hubo grandes frutos, tenían considerables
refriegas violentas. Según Arturo, en el momento en que numéricamente unos son
más, prevalecen, y los contrarios terminan siendo súbditos, en mayor o en menor
medida, donde hay salvadas excepciones y que no representan la norma.
Por su parte, Cadelo, en contraste, hace este apunte,
junto a la única solución posible, tomando como ejemplo nuestra ciudad: “Los
escasos problemas de convivencia que surgen, en ciudades como Algeciras, entre
los miembros de unas y otras civilizaciones, no tienen nada que ver
con las religiones respectivas ni el modo de dirigirse a Dios; más bien, con la
herencia cultural y política de
cada comunidad. Ha quedado demostrado que seguidores de diferentes tradiciones
espirituales (también los
agnósticos y los materialistas) son capaces de coexistir e incluso mantener una
cívica y suficiente relación de vecindad. Eso es evidente; pero la verdadera
convivencia exige necesariamente que todos los colectivos implicados en ella
compartan, como mínimo, una misma idea de libertad, de respeto a la libertad del otro,
de diversidad y de tolerancia. [...] Existen ciudades en otros países europeos
con una presencia histórica de inmigrantes, en las que musulmanes,
hindúes, cristianos, budistas, judíos y otros van a los mismos bares y salas de fiesta, asisten juntos
al cine, opositan a las mismas plazas, comparten departamentos en las
facultades, se apuntan a los mismos talleres de teatro o danza, votan y se
presentan como candidatos, se casan entre ellos y hasta participan juntos en
las fiestas de sus respectivas tradiciones: la Navidad, el Año Nuevo Chino, la Fiesta del Cordero,
el Holi, el Sucot... [...] Pero para que llegue ese día aún tienen las
diferentes comunidades que aprender mucho más las unas de las otras,
profundizar en la razón de las diferencias culturales y superar algunas
barreras y tabúes de origen histórico. Para entonces la condición de ciudadano
estará por encima de la de musulmán, cristiano, ateo o agnóstico. De eso se
trata”.
Cada uno es libre de quedarse con una opinión u otra.
Y para eso seguiremos profundizando en la continuación.
Continuará en “¿Qué tiene que decir el cristianismo sobre la
supuesta caída de Occidente a manos del Islam? (2ª parte)
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