Nos encontramos en un futuro muy cercano, donde en un
país, del que nunca sabemos su nombre, se libra una terrible guerra civil. Las
ciudades están destruídas y las muertes se cuentan por millones. Los
supervivientes hacen lo que pueden por escapar. Sin embargo, mientras trata de
huir en su vehículo junto a su hija, los disparos comienzan a resonar a su
alrededor. A pesar de que ambas se esconden esperando que los militares pasen
de largo, Caroline es golpeada y dejada inconsciente, mientras que su pequeña
adolescente es arrastrada y llevada lejos de ella.
Así comienza la impactante película “Cangrejo negro”,
basada en la novela de Jerker Virdborg. Está filmada de una manera tan realista
que resulta terrorífica y descorazonadora a los ojos del espectador, donde la
población es meramente carne de cañón. En ese aspecto, recuerda mucho a lo que
está sucediendo en la guerra de Ucrania.
A partir de los hechos descritos, observamos que
Caroline –interpretada por la actriz Noomi Rapace-, es obligada a luchar en uno
de los dos bandos –no se nos explica las causas del conflicto ni quiénes son
ambos-, siendo muy buena en su “trabajo” como soldado. A ella y a un pequeño
grupo le encargan una misión que, según sus superiores, acabará con la guerra:
tendrán que llevar a la resistencia, que se encuentra oculta en el otro lado,
un maletín, sin conocer lo que hay en su interior. Nuestra protagonista señala
que es una misión suicida, pero la convencen con un único argumento: su hija se
encuentra en el lugar de destino. Evidentemente, su motivación cambia por
completo, y estará dispuesta a hacer lo que sea necesario por reencontrarse con
su hija, independientemente de lo que esté transportando, que también desconoce
y no le importa. En medio de todo tipo de penalidades, de la traición, de la
muerte de algunos de sus compañeros y de crueles enfrentamientos con el enemigo
en un escenario helado, descubre qué contiene el maletín: un arma biológica.
Todos deciden lanzarlo al fondo del mar... menos ella: su hija está por encima
de todo y al precio que sea.
¿Cómo concluye todo? Para aquellos que quieran verla y
no hacer más spoiler, lo omitiré. Pero sí citaré unas palabras que dice Nylund,
uno de los combatientes que estaban a favor de abortar la misión: “La única
forma de ser libre en esta guerra es negarse a obedecer órdenes. Negarse a
hacer lo que dicen”. Y así es: hay ocasiones en la vida en las que es
completamente necesario desobedecer órdenes, provengan de un militar de rango
superior o de un pastor evangélico, incluso de los propios padres.
Lo que acabo de decir contradice a lo dicho en Hebreos
13:17: “Obedeced a vuestros pastores, y
sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de
dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os
es provechoso”. Llegados a este punto, lo fácil es dejar de leer y
señalarme directamente de hereje. La cuestión es que voy a exponer bíblicamente
mis argumentos, los cuales considero irrefutables, porque se basan directamente
en la Palabra de Dios y no únicamente en un versículo bíblico, como hacen los
que hablan de la “obediencia incondicional” que se le debe a un pastor.
La Orden
Jurídica Barbarroja en las iglesias
Todos conocemos la historia de la 2ª Guerra Mundial.
Alemania, comandada por el autócrata Adolf Hitler, junto a Italia y Japón,
quiso cambiar el orden mundial y tomar la hegemonía del planeta, empezando por
Europa. Tras vencer a casi todos sus adversarios, se lanzó contra la Unión
Soviética del también dictador Stalin. Los planes de Hitler no se limitaban a
vencerlos, sino a exterminarlos. Su plan era dejar a una parte de la población
rusa viva, pero viviendo en suburbios y granjas apartadas, donde recibirían una
educación básica para que pudieran ser útiles en determinados trabajos básicos,
“sin tener derecho a asistencia sanitaria; en la depravada mente de Hitler, la
salud precaria serviría como un regulador natural para evitar así el
crecimiento de la población autóctona”[1].
La barbarie necesaria para llevar a cabo dicha tarea
necesitaba que los soldados nazis masacraran libremente tanto al ejército ruso
como a la población civil, sin tomar ni siquiera prisioneros. Al fin y al cabo,
era una guerra de exterminio, para que, finalmente, solo existiera una raza
sobre la faz de la Tierra: la aria. Como explica el historiador Jesús
Hernández, se dictó “la Orden Jurídica Barbarroja, por la que los soldados
alemanes quedaban eximidos de los crímenes que pudieran cometer en Rusia”[2].
Ninguna de las reglas establecidas en los convenios internacionales tenía ya
ninguna validez para ellos. Podían hacer lo que quisieran con sus enemigos, que
sus actos no tendrían ninguna consecuencia: podían fusilar a quien quisieran en
el acto y matarlos en combate de cualquier manera imaginable, fueran hombres,
mujeres o niños. Por eso, ante el juicio que enfrentaron tras la guerra –el
conocido como los “Juicios de Núremberg”-, apelaron en su defensa a la conocida
“obediencia debida”: decían que, en su “deber”, sencillamente se limitaban a
cumplir órdenes, fueran las que fueran, sin pensar si eran justas o no, buenas
o malvadas.
Evidentemente, algo tan extremo no llega a producirse
entre las iglesias cristianas, pero el principio genérico de hacer lo que diga
un pastor sí suele enseñarse sin descanso. Si no te han dicho nunca las
siguientes palabras, considérate afortunado: “Tú obedécelo en todo. Si se
equivoca, ya Dios le pedirá cuentas a él, pero no a ti”. Durante ocho años –al
igual que muchos amigos y hermanos en la fe- creí a pies juntillas ese supuesto
mandamiento. Todos los “pero” que había en mi interior, y que mi conciencia
gritaba cuando no entendía algo, terminaban por aplacarse ante el recordatorio
de la “obediencia debida”. Como no quería ser considerado un “rebelde”, el
“corderito” –en este caso, yo- terminaba por balar. Pero, ¿cómo puedo mostrarme
así de irónico? ¿Acaso no enseña la Biblia que obedezcamos siempre? Pasemos a
explicar la falacia que supone ese “siempre”.
“Obediencia”:
¿cuándo sí y cuándo no, y a quién?
Dios mismo ha delegado una autoridad jurisdiccional en los pastores. Eso
significa que está limitada a los asuntos claramente reflejados en la Biblia:
- si un pastor enseña que no nos unamos en yugo
desigual, no estará enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a
la enseñanza divina (2 Co. 6:14).
- si un pastor enseña que no tengamos relaciones
sexuales antes o fuera del matrimonio, no estara enseñando según sus propios
pensamientos, sino conforme a la enseñanza divina (Gn. 2:24; 1 Co. 6:18-20).
- si un pastor enseña que no devolvamos mal por mal,
no estará enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a la
enseñanza divina (Ro. 12:17).
- si un pastor enseña que nos guardemos de los ídolos,
no estará enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a la
enseñanza divina (1 Jn. 5:21).
- si un pastor enseña que no nos hagamos tesoros en la
tierra, no estará enseñando según sus propios pensamientos, sino conforme a la
enseñanza divina (Mt. 6:19).
si un pastor enseña que nos vistamos con ropa
decorosa, con pudor y modestia, no estará enseñando según sus propios
pensamientos, sino conforme a la enseñanza divina (1 Ti. 2:9).
En todos y cada uno de esos casos –y muchos más que
podríamos añadir-, tenemos la obligación de obedecer al pastor. No “porque él
lo diga”, sino porque “Dios lo dice”. No hacerlo sería desobedecer directamente
al Altísimo.
Limitaciones
de la autoridad
Ahora bien, la jurisdicción de la que hemos hablado
tiene dos matices:
1) Está limitada a las ordenanzas bíblicas. En
cuestiones de la vida personal, el pastor puede ser un buen consejero al que
escuchar atentamente, pero nadie tiene la obligación de seguir sus palabras, ya
que, al fin y al cabo, son “sus palabras”, “sus consejos”, no “la voz de Dios”.
Es el creyente el que tiene la responsabilidad final de tomar una decisión u
otra en aspectos que no estén legislados por el Señor. Decirle a un cristiano:
“Tienes que estudiar esta carrera”, “tienes que casarte con esta persona en
concreto”, “no puedes hablar con tus padres ni ir a casa de tus familiares”, es
extralimitarse en demasía, más propio de una dictadura religiosa que de una
iglesia.
Como bien expresa el pastor David Johnson: “Una dirección, guía o palabra correctiva
del Señor, ya sea que venga de las Escrituras o en forma de don espiritual, te
la confirmará el Espíritu Santo que vive en ti. Hasta que este la confirme, no
la recibas como palabra del Señor, aun si viene de un anciano o de un pastor.
Lo que es más, estamos convencidos de que es incorrecto (incluso peligroso)
aceptar una directriz espiritual y actuar conforme a ella porque ´uno debe ser
sumiso` o porque alguna persona ´tiene la autoridad`. Al final, todos debemos estar
solo de parte de Dios; Él es el único a quien debemos responder”[3].
Muchos pastores y sectas no entienden que el consejo,
por muy bueno que sea, nunca es doctrina. Al ignorar esta diferencia
primordial, se enojan con extrema facilidad al que “no les hace caso”, llamando
oveja negra al “disidente”, al que coartan, atosigan, abroncan, marginan y
tratan de convertir en una marioneta. Te dicen que en la obediencia a ellos
está la libertad. Mentira. Eso es esclavitud y legalismo.
El cristiano que, por las razones que estime
oportunas, decide no hacer caso al consejo extrabíblico de un pastor, ni es un
rebelde ni está en tinieblas. Si yerras o aciertas en determinadas decisiones
personales, será tu error o tu acierto; nada más. Eso no te asemejará a Saúl o
Absalón, ni significará que hay dureza de corazón en ti, ni gaitas. Estarás
ejerciendo la libertad de conciencia que Dios te otorgó al crearte.
2) No pueden contradecir en ningún aspecto la voluntad
de Dios decretada en Su Palabra. Esto es igualmente aplicable en lo que
respecta a la obediencia a:
- Los gobernantes. Dice Pablo: “Sométase toda persona a las autoridades superiores;
porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido
establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo
establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí
mismos” (Ro. 13:1-2). Pero si esas mismas autoridades
nos “ordenan” golpear, matar, violar o torturar, nuestra obligación es
desobedecer, aunque eso nos conduzca a nuestra propia muerte. Recordemos, por
ejemplo, que Daniel desobedeció el edicto del rey Darío, quien prohibió la
oración que no fuera dirigida a él (cf. Dn. 6:4-8). Por eso, Pedro y los
apóstoles, cuando se les prohibió predicar el Evangelio, dijeron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a
los hombres” (Hch. 5:29).
- Los padres. Pablo enseñó a los hijos
a que obedecieran en todo a los padres porque es lo que agrada al Señor (cf.
Col. 3:20). Pero supongamos que el padre le dice al hijo que tome la cartera de
la madre y le robe el dinero que ella tenga, ¿acaso debería obedecer y pecar?
Ni mucho menos. La máxima del texto bíblico es hacer “lo que agrada al Señor”. Aun siendo su padre, y aunque fuera el
mismísimo pastor de su congregación, si obedecerle supusiera ir en contra del
principio establecido en la Palabra de Dios, debería desobedecerlo. Como señala
el pastor Ken Blue: “Toda apelación a la
autoridad basada en la posición, el cargo, el título o la función es falsa. La
única autoridad que Dios reconoce y a la que debemos someternos es a la verdad”[4].
Deseo de corazón que hayas aprendido
cuándo hay que obedecer y cuándo no, y las razones para ello. No dejes que te
manipulen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario