Salvo contadísimas
excepciones, ni veo ni me gustan las películas de terror, pero tras leer la
sinopsis de la miniserie “Misa de medianoche”, donde se mencionaba un fuerte
componente religioso, decidí darle una oportunidad. Cualquiera
que haya leído una reseña sobre ella, habrá observado que está calificada
dentro del género de terror. No estoy completamente de acuerdo. Sí, tiene escenas que, más que nada,
resultan desagradables, especialmente en sus dos últimos capítulos, y por ello
no se la recomiendo a nadie especialmente sensible o que le afecte la
visualización de escenas de sangre. Pero, calificarla como tal, sin más, es una
opinión muy superficial sobre la obra del
director Mike Flanagan. Existe un elemento de terror y fantasía (el vampiro y
lo que representa), pero dicha figura es
un mero pretexto para tratar temas reales de la vida misma, como es la fe, el
fanatismo religioso, la culpa, el arrepentimiento y la increencia, todo ello
representado en varios de los protagonistas. Al ser tan auténtico lo que
nos muestra, siendo un reflejo de millones de personas, es una ocasión perfecta
para analizar las distintas vertientes en este producto televisivo, y que
puedes leer tanto si la has visto como si no.
Como lo que quiero diseccionar tiene que ver
directamente con algunos de los personajes, me limitaré a hacer un breve
resumen de la trama, para luego saltar a dos de ellos. Más adelante en el
tiempo, me gustaría analizar a otros dos, sumamente interesantes. Pero eso lo
dejo para otra ocasión, ya que de lo contrario este escrito se haría
excesivamente largo.
La acción transcurre
en Crocket Island, una pequeña isla con apenas unas decenas de habitantes,
después de que muchos la abandonaran tras un vertido tóxico en el mar años
atrás, por lo que la vida no es nada fácil. Allí llega Riley Flynn, que ha
estado cuatro años en prisión tras matar accidentalmente a una chica en un
accidente de tráfico, donde él iba borracho. Sus padres católicos le reciben
después de una larga espera; la madre con alegría, el padre no tanto por el
dolor que causó a la familia. Al mismo tiempo, aparece en la isla un nuevo
sacerdote, el Padre Paul, ya que, según sus propias palabras, monseñor Pruitt,
el anterior responsable de la iglesia de San Patricio, está enfermo y
recuperándose en la península.
En la primera misa
que celebra Paul, se encuentra que la iglesia está prácticamente vacía, algo
que en pocos días cambiará por un “milagro”. Leeza, una adolescente y devota,
que quedó paralítica tras recibir un disparo de un lugareño, se levanta ante
las palabras del sacerdote, después de incitarla a hacerlo. A partir de
entonces, otros hechos inexplicables comienzan a suceder: una mujer con
Alzheimer recupera su cordura y, no solo eso, sino su juventud. La madre de
Riley, que usaba gafas, ya no las necesita y ve perfectamente. Su padre, con dolor
crónico de espalda, se recupera completamente, hasta tal punto que baila con su
esposa después de varias décadas. Y eso no será todo, donde incluso la muerte y la
resurrección de los feligreses harán acto de presencia. Pero todo tiene
“truco”...
El líder que
se convirtió en “vampiro”... y que se arrepintió
Aquí tenemos al padre Paul, que realmente es monseñor Pruitt, solo que rejuvenecido
cincuenta años, y por eso nadie lo reconoce. ¿Cómo es esto posible? Él
mismo cuenta lo sucedido: anciano, con demencia senil, en un viaje a Jerusalén
se perdió en medio del desierto. Al borde de la muerte, encontró un templo
semiderruido y enterrado en la arena. Cuando entró, descubrió que no estaba
solo. Una criatura, un vampiro, se abalanzó sobre su cuello para beber su sangre.
En lugar de matarlo, este ser, lo vio como la manera perfecta de poder salir de
allí, por lo que le dio a beber de su propia sangre, sanándolo tanto física
como mentalmente. Pruitt/Paul regresa a Crocket Island con la intención de que
todos puedan experimentar lo mismo, así que, durante la Santa Cena, y sin que
nadie lo sepa, le añade al vino la sangre que el vampiro le va proporcionando.
Esta es la causa de los “milagros”.
En su mente infectada por la religiosidad más
enfermiza, consideró que el vampiro era un ángel. No solo lo creyó en el
momento, sino lo que es peor: cuando ya había recuperado sus facultades. A
partir de entonces, comenzó a creer que oía la voz de Dios casi directamente,
que llenaba su ser de una manera especial y que le revelaba como nunca antes la
verdadera interpretación de la Biblia.
Esto mismo, obviamente sin el componente vampírico, lo
encontramos entre muchos de los que se hacen llamar hoy en día “apóstoles” y
“Ungidos de Jehová”. Consideran que ellos tienen nuevas revelaciones. Si Paul
señala que las recibió en un Templo, estos “apóstoles” afirman recibirlas en
sueños o en profecías dadas por terceras personas. También las “aprenden” en
eventos y congresos, de los cuales regresan entusiasmados, adoptando a
posteriori ciertas prácticas para sus congregaciones, donde Dios les dice a
cada instante qué hacer y cómo guiar a los demás, independientemente de lo que
enseñen las Escrituras, aunque para darles una capa de veracidad la citan
retorcidamente tomando de aquí y de allá.
Se alimentan de los
crédulos de buena fe, de ingenuos y de neófitos. Seducen y persuaden
con palabras firmes, convincentes y llenas de autoconfianza. Con sonrisas por
doquier, sobredosis de amor y colmillos bien afilados, le “sacan la sangre” a
sus fieles, principalmente manipulándolos bajo estados de éxtasis musical y
promesas cercanas y futuras de bendiciones sin fin, casi siempre consistente en
dinero, prosperidad material y una vida mejor, sin dolor ni sufrimiento
terrenal, y llena de éxitos, que, “curiosamente”, solo termina por reportarles
a ellos. Y, por supuesto, donde la enfermedad evitará a toda persona que crea
en sus palabras. Si alguna cae afectado, es por falta de obediencia. Si caen
ellos, señalan que es una prueba de Dios para fortalecerlos. Toda una paradoja
que se convierte en manipulación pura y dura. Jamás se les oirá decir que once
de los doce apóstoles de Jesús murieron mártires; en el caso de que alguno lo
haga, será para dar alguna explicación estrambótica, donde la muerte no tocará a
los que tengan “fe”.
Lo más triste de todo es que, como en el caso de Paul,
se creen sus propias mentiras después de años de entrenamiento. Otros lo hacen plenamente conscientes de sus acciones, a sabiendas, pero se acostumbran a hacerlo de tal manera que lo
justifican ante su conciencia, hasta que ésta se calla y deja de molestarles.
La ética y moral que
tienen es líquida; es decir, cambia constantemente y según les conviene,
ajustándola a sus propios deseos, aunque digan que es parte de “los designios de
Dios”.
Como muchos de ellos están convencidos que sus
intenciones son buenas y loables, son difíciles de vislumbrar a simple vista,
lo que los convierte en peligrosos. No siempre es sencillo distinguir entre lo
sano y lo enfermizo que promulgan, puesto que ambas líneas se difuminan y se
entremezclan con suma facilidad. Por eso es relativamente sencillo caer en sus
redes.
A lo largo de casi toda la serie, el sacerdote Paul no
muestra ningún remordimiento ni culpa, como le confiesa a Riley. Cree que está haciendo la
voluntad de Dios. Y así hasta que llegamos al capítulo final, donde su
conciencia despierta plenamente y observa el horror de sus actos, que le llevan
a sentir ira hacia sí mismo, reconociendo que él y el resto de ellos son los
verdaderos lobos, y que ese supuesto ángel no es tal, sino un monstruo. Estas
palabras suyas lo resumen todo de forma escueta: “Me equivoqué. Nos
equivocamos. Está mal. Hay que detener esto. Yo nunca he sido lo importante.
¡Lo que importa es Dios!”. Aunque ya es tarde para dar marcha atrás, aunque sus
acciones traen como consecuencia la muerte de casi todos los habitantes de la
isla, se arrepiente de su maldad.
¿Sentimos repugnancia
por todo lo que ha hecho? ¡Sin duda! Pero, a los ojos de cualquiera que conozca
la Biblia, y la tenga por norma de fe y conducta, se hacen visibles diversos
textos como “si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca
lana” (Is. 1:18), “todo pecado
y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu
no les será perdonada” (Mt. 12:31) o “si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9), entre otros muchos.
En el alma de todo cristiano, en el corazón de cada
iglesia, en el altavoz de cada púlpito, deberían retumbar las palabras del
salmista respecto a Dios: “Porque más
grande que los cielos es tu misericordia, y hasta los cielos tu verdad”
(Sal. 108:4). Siendo un personaje ficticio, la historia de Paul –el malvado que
se arrepiente y es perdonado-, y la del resto de lugareños que comienzan a
cantar himnos pocos minutos antes de morir por los rayos del sol, es reflejo de
una más entre decenas de ellas narradas en la Biblia, donde millones más se han
dado a lo largo de la historia de la humanidad, y que siguen produciéndose en
el presente. Así será hasta la Parusía.
Esa es la labor del Espíritu Santo: convencer de
pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8). Jesús dijo que todas las cosas son
posibles para Dios (Mr. 10:27). Y, como el Espíritu Santo es Dios, no es
imposible que alguien se arrepienta, sea quien sea o haya hecho lo que haya
hecho. Ese es el Dios de la Biblia, el cual dice que no quiere “la muerte del impío, sino que se vuelva el
impío de su camino, y que viva” (Ez. 33:11). A diferencia de lo que
promulga el humanismo ateo, esta es la teología hecha carne, hecha vida.
La fanática
religiosa que se hizo “vampira”... y que no se arrepintió
Sin duda alguna, Beverly Keane es la
gran villana de la serie. Ni el vampiro ni el sacerdote. Ella. Es el clásico
papel que nos causa repulsa por su hipocresía manifiesta y que, a los
cristianos, nos enoja, al mostrar a los inconversos o recién convertidos una
imagen distorsionada y falsa de Dios.
Antes de desarrollar un poco más la idea, es
completamente necesario hacer una aclaración: aunque a ella la describo como
“fanática religiosa”, hay que saber que no siempre que llaman a una persona
como tal, lo es. A los ateos, a los ex-cristianos que “volvieron a Egipto” y a
los cristianos ligth o fríos como un témpano, les ofende sobremanera los
cristianos que no se desvian ni a izquierda ni a derecha de la voluntad de Dios
descrita en Su Palabra, considerando fanáticos o, como mínimo, “obsesionados”,
a aquellos que se someten a ella en todos los aspectos de la vida, tanto en
asuntos doctrinales como en los éticos y morales. ¿Son “fanáticos”? Desde el punto
de vista de estas personas, sí. Desde el punto de vista de Dios, no. Estos
verdaderos creyentes son los que van por el camino estrecho que conduce a la
vida eterna (cf. Mt. 7:14), y les da igual lo que piensen de ellos.
Dicho esto, sigamos con Beverly. Habla del amor del
Altísimo, pero no hay amor en ella. Predica de la Gracia, cuando carece de la
misma. Desea ver “la iglesia” llena, pero no le preocupan las personas que la
componen. Quiere que el gozo del Señor se extienda, cuando ella está amargada
en el fondo de su alma. Conoce la Biblia, pero la usa de forma distorsionada, a
su antojo, cuándo y cómo le conviene. Habla de la libertad para conocer a Dios,
pero trata de imponer a la fuerza sus creencias. Llama al arrepentimiento, pero
ella no se arrepiente de nada. Anuncia el perdón, pero se venga con sus propias
manos. Tiene un ojo avispado para ver los pecados ajenos, pero está ciega ante
los propios. Quiere quitar la paja del ojo del prójimo, cuando tiene delante de
sí una viga que la tapa por completo. Disfruta diciendo a los demás lo que
tienen que hacer, pero ella solo se somete a sí misma. Dios es simplemente un
instrumento al que usa para llenar su ego y alcanzar su propia gloria.
En la serie podemos
ver a Beverly encubriendo el pecado (todo un asesinato) del sacerdote Paul.
Cuando se encuentra el cuerpo ensangrentado y sin vida de Joe Collie –el borracho que estaba tratando de rehacer su vida tras ser perdonado
por Leeza, la chica a la que dejó inválida de un disparo-, en lugar de
confesarlo ante el resto de los fieles y llamar a las autoridades policiales, le dice al alcalde del pueblo
que lo envuelva en una alfombra y lo arroje al mar. Cuando la confronta, ella
le propina una bofetada y le suelta todo un sermón, que rezuma malevolencia,
aunque lo enmascara usando el nombre de Dios con palabras como estas: “´El
hombre que actúa con osadía, negándose a obedecer al sacerdote que representa a
nuestro Señor, vuestro Dios, ese hombre debe morir` (Deuteronomio)` Este hombre
lleva toda la vida siendo una lacra para toda la comunidad. Es un pecador, un
viejo verde, un pagano de categoría. Es un mutilador de niños, una maldición.
Dios se ha cobrado su deuda”. Resulta espantosa la manera en que pervierte la
enseñanza divina. Su exégesis es blasfema como poco. Mientras que la chica
inválida, siguiendo la verdadera voluntad de Dios, perdonó a Joe, esta
“religiosa” se alegró de su muerte. La diferencia es extremadamente obvia.
Aunque los casos no
suelan ser tan extremos en el mundo eclesial, cuando se convierten en la mano derecha del líder o, al menos, en alguien muy cercano, consideran a este como intocable.
Lo defienden, haga lo que haga, incluso cuando sus acciones no van en
consonancia con las Escrituras, aunque las vende como si lo fueran. Por eso
considera que toda persona que disiente está perdida, en tinieblas o que ha
sido prácticamente poseída por el diablo.
En muchas comunidades cristianas existen personas así,
puesto que el fariseísmo no está limitado a los judíos del siglo primero.
Disimuladamente, cuando caminan entre los pasillos, la mayoría procura
evitarlos. El problema reside en que, si están en puestos de responsabilidad,
terminan por hastiar de tal manera que lleva a muchos creyentes a marcharse de
dicho lugar, normalmente con heridas, traumas y secuelas, que tardan meses o
años en superar. Otros no lo hacen y, lamentablemente, se apartan de Dios,
llenos de amargura, incapaces de separar la bondad del Altísimo de la maldad de
los hombres. Creyéndose libres, se vuelven esclavos de sí mismos. Y, usando las
palabras de Pablo, de nuevo se hace realidad en ellos vivir “sin Dios y sin esperanza en el mundo”
(Ef. 2:12), lo cual es el pozo más oscuro al que se puede enfrentar el alma
humana.
El caso de Beverly es justo el opuesto al del padre
Paul. Si éste renunció a seguir por ese sendero de muerte y a expandir su
“evangelio” por la península, ella no dio un solo paso atrás; incluso
lo llamó fariseo, cuando era ella la farisea. Su final lo vemos justo antes de
que salga el sol, donde ya no puede escapar a su destino: se arrodilla y
comienza a llorar llena de rabia, pero no como signo de arrepentimiento, sino
porque sus planes han sido frustrados,
incapaz de ver sus errores y pecados. Como le dijo Annie
Flynn, la madre de Riley, y en conclusión: no es una buena
persona. No cambió ni ante las puertas de su propia destrucción. Estuvo toda la
vida hablando fervorosamente de Dios, pero nunca lo conoció.
¿Quién eres tú?
Aquí podríamos
terminar, quedándonos con el análisis de la serie y su extrapolación eclesial
en el presente, recreándonos en lo que hemos leído, y pensando en otras
personas en lugar de en nosotros mismos. Pero mi propósito final no es ese,
sino que cada uno se mire a sí mismo, partiendo de este conocido texto: “Examíname,
oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay
en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24).
Ahora que hemos visto
quién es quién, nos queda hacernos algunas preguntas. Y me repito: no para
traer a nuestra mente a otros individuos, sino para que cada uno piense en sí. Para eso, dejo estas cuestiones que ayudarán a la reflexión:
- ¿Algunas de las
características de los personajes descritos forman parte de tu personalidad?
- ¿Eres un verdadero
cristiano o simplemente un religioso?
- ¿Sirves a Dios para
Su gloria, o lo haces para que te aplaudan y te alaben, y así alcanzar tus
anhelos de reconocimiento?
- Bajo la apariencia
de buenas intenciones, ¿has manipulado o manipulas a alguien para lograr tus
propios fines, sean los que sean?
- ¿Estás predicando
la gracia de Dios o solo añades cargas e insultos a otras personas, sean
creyentes o incrédulos?
- ¿Anuncias todo el
consejo de Dios o solo las partes que te gustan, desechando las que no se
ajustan a tu forma de pensar?
- ¿Has rendido todas
las áreas de tu vida al Señor o solo las que te convienen a tu parecer?
- ¿Hablas del amor,
el perdón y la misericordia de Dios, o lo que realmente deseas es la venganza ante
la maldad humana?
- ¿Te fijas
continuamente en los pecados de los demás y no miras el estado de tu corazón?
- ¿Eres consciente de
que Dios te perdona siempre que te arrepientes sinceramente?
- ¿Te preocupas en
estudiar seria y profundamente lo que otros enseñan para asegurarte de que
están en lo correcto, o das por veraces sus palabras por el hecho de ser
quiénes son, como pastores, evangelistas, predicadores o líderes?
- ¿Tu vocabulario es
propio de un cristiano nacido de nuevo?
- ¿Usas tus dones y
talentos para la obra de Dios, o tu tiempo libre solo lo dedicas al ocio y a
algunas aficiones propias?
- ¿Estás preparado,
en paz, para cuando el Dios del universo te llame a Su presencia, sabiendo que
tu nombre está escrito en el Libro de la Vida?
- Y, por último. ¿Tu
fe está edificada sobre la arena, dependiendo de cómo te va la vida (salud,
emociones, dinero, trabajo, amistades, ministerio eclesial), o sobre la roca,
que depende únicamente de Cristo (de lo que Él hizo en la cruz, de su
resurrección y de Sus promesas eternas)?
Reflexiona sobre cada
una de estas cuestiones y responde con honestidad. Ahora estás tú, Dios y tus pensamientos, y
nadie más.
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