Venimos de aquí:
La presión de grupo a la que son sometidos los jóvenes y adolescentes (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/08/7-la-presion-de-grupo-la-que-son.html).
Hablar de ciertos temas complejos con los adolescentes
puede parecer difícil, y más los concernientes a la Teología y sus principios
éticos y morales. La realidad es que depende en gran medida del expositor
convertir dichos asuntos en soporíferos o en interesantes. Hay predicadores que
no se esfuerzan en empatizar con los oyentes y, en lugar de predicar las Buenas
Nuevas, parece que están predicando las Malas Nuevas. Aparte de las caras largas,
se muestran fríos y monótonos. Que una cuestión sea seria y merezca dicho
tratamiento, no significa que haya que dejar la emoción a un lado. Jesús es el
ejemplo a seguir: se mostraba emotivo, sensible y apasionado, y sabía adaptarse
al público que tenía delante.
En la mayoría de las ocasiones, la Teología suele ser
aburrida para el joven porque se le presenta de forma completamente contraria a
como lo hacía el Maestro. Se le habla de forma insípida, sumamente técnica y
sin ninguna aplicación práctica, explicándole conceptos extraños que no
entiende realmente, y que, por lo tanto, no puede asimilar de manera natural.
¿Cómo remediar esto? ¿Cómo se le puede hablar –como
vamos a hacer en este caso-, del principio de la naturaleza caída que reside en
todo ser humano y que nos inclina hacía el mal (entendiendo el mal como lo
contrario a la voluntad perfecta de Dios), de forma clara y realista? La
respuesta es sencilla. Los niños aprenden con juegos, canciones y, sobre todo,
con historias que les conduce a formularse preguntas sobre los personajes,
sobre sus motivaciones y sobre sus destinos. En definitiva, son ellos los que
lo desmenuzan todo, pensando y reflexionando. Pensamientos teóricamente
abstractos y complejos se convierten en realidades sencillas. Es ahí donde
deben llevarles los educadores; en este caso, los padres.
Este método de enseñanza se abandona al llegar a la
pubertad, creando así personas mentalmente pasivas a las que se les ofrece
información ya masticada –llena de datos, que más temprano que tarde
desaparecerán de la memoria-, para que memoricen y escriban sobre una hoja de
papel. Así funciona el sistema educativo y así se califica el conocimiento, lo
cual considero un grave error. Es la misma conclusión a la que llega Augusto
Cury, quién dice que:
- Los exámenes escolares cerrados no miden el arte de
pensar. A veces, anulan el razonamiento de alumnos brillantes.
- La cantidad exagerada de información que se da en la
escuela es estresante.
- La mayoría de los datos se pierden en los laberintos
de la memoria y nunca más serán recordados.
- El modelo escolar que privilegia la memoria como
almacén de conocimiento no forma pensadores, sino reproductores.
- El objetivo fundamental de la memoria es dar soporte
a una inteligencia creativa, esquemática, organizativa y no a recuerdos exactos[1].
Analizando objetivamente cada uno de estos aspectos,
la sensación personal que queda es que buena parte del paso por la escuela fue
una pérdida de años de vida y de oportunidades de aprender realmente.
Además, se enseña desprovisto de emoción, como si el
saber fuera aburrido, cuando debería ser todo lo contrario. Como apunta
nuevamente el señor Cury: “Los maestros y
los padres que no provocan la emoción de los jóvenes no educan, sólo informan”[2].
El padre que quiera ser buen maestro debe buscar la
manera en que su hijo sea capaz de llegar a conclusiones por sí mismo y a poder
expresarlas con sus propias palabras, no como un loro parlanchín que repite
ideas ajenas. Así es como se aprende realmente. Así es como la enseñanza se
asimila y permanece toda la vida. Es la forma en que verdades profundas llegan
a ser fáciles de comprender.
La propuesta
a los padres
Como para un adolescente, la etapa de leer a
Blancanieves o Caperucita Roja quedó atrás, ahora hay que probar narraciones
adultas pero asequibles a su inteligencia en expansión. Tengamos siempre en
cuenta que, por mucho pavo que pueda
aparentar o tener un joven, no tiene ni
un pelo de tonto. La historia que propongo para que los padres pueden
explicarle a sus hijos el mayor problema que hay en ellos –y, consecuentemente,
en todos los seres humanos-, es la atemporal novela El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde[3],
escrita a finales del siglo XIX por R.L. Stevenson. Para esto, deberá ser leída
tanto por unos como por otros: padres e hijos.
De los progenitores dependerá en gran medida
convertirlo en algo soso o en verdaderamente ilustrativo: preguntando,
explicando, dialogando. También les servirá para traer a la primera línea de
pensamiento la verdadera razón por la cual les resulta tan difícil cambiar
ellos mismo y tan complejo educar a un hijo. Incluso cuando éstos sean
retraídos o poco interesados en ciertas materias, poseen el mismo cerebro para
que lo usen, y muchas veces lo único necesario es darles un empujoncito para
motivarlos y que se pongan en marcha. Pero, para esto, son el padre y la madre
los primeros que tienen que hacerlo y ser de ejemplos.
Que los padres dejen a su aire las lecturas de sus
hijos –“ya tendrán tiempo de
aprender”- es un error. Ya no estamos hablando de niños, sino de chicos y
chicas en plena pubertad, con edades comprendidas entre los 12 y los 16 años.
De ahí que sea perfectamente compatible la lectura de, por ejemplo, novelas de
ciencia ficción o fantasía, con otros libros que sirvan para pensar.
También serán los padres –y no yo, puesto que no soy
el progenitor de sus hijos-, quienes deberán hacer el esfuerzo y adaptar la
exposición que voy a hacer a la capacidad intelectual de sus retoños y al
lenguaje de ellos, sin que esto suponga un menosprecio, y para esto es
imprescindible que cada uno conozca a sus hijos mejor que a nadie.
Los padres
tienen el deber de desafiar la
inteligencia de los jóvenes. Si solo se conversa con ellos para
criticarlos, para ver cómo les va en el instituto, para decirles que tengan
cuidado con ciertas amistades, de que no beban, de que dejen el móvil de una
vez, o para charlar de deportes, de películas o de diversos hobbies, buena
parte de la inteligencia quedará sin explorar y el cerebro se atrofiará, siendo
el joven uno más entre la masa.
Recordad lo citado líneas atrás: es el joven el que debe pensar y reflexionar en última instancia.
Es la única manera en que aprenderá verdaderamente. De lo contrario, será un
simple adoctrinado, que pensará y dirá sin convencimiento
alguno lo que sus padres le han dictado.
Muchos padres dirán
que esto es un peligro, y es verdad. Pueden tener miedo a que rechacen
ciertos valores. Pero así construye personas y no clones. No
olvidemos nunca que la educación
no consiste en hacer robots en serie, sino en educar a personas que, cuando
llegue el momento y no estén sus padres presentes, sepan tomar decisiones
maduras y acertadas por sí solos, acordes a los principios cristianos.
Continuará en: El mayor problema que tienen los jóvenes y
adolescentes: Doctor Jekyll y Mr. Hyde.
*
Antes de comenzar con el análisis del libro y llevarlo al terreno bíblico,
dejaré unas semanas (hasta principios o mediados de septiembre) para que, aquellos que no lo hayan leído,
puedan hacerlo.
[1] Cury,
Augusto. Padres brillantes, maestros
fascinantes. Booket. Pág.
153.
[2] Ibid. Pág. 145.
[3] Stevenson, R.L. Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El Mundo, unidad editorial, S.A.
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