lunes, 9 de agosto de 2021

8.1. Cómo enseñar a pensar a los jóvenes y adolescentes –puesto que todos son inteligentes-, para que aprendan por sí mismos

 


Venimos de aquí: La presión de grupo a la que son sometidos los jóvenes y adolescentes (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/08/7-la-presion-de-grupo-la-que-son.html).

Hablar de ciertos temas complejos con los adolescentes puede parecer difícil, y más los concernientes a la Teología y sus principios éticos y morales. La realidad es que depende en gran medida del expositor convertir dichos asuntos en soporíferos o en interesantes. Hay predicadores que no se esfuerzan en empatizar con los oyentes y, en lugar de predicar las Buenas Nuevas, parece que están predicando las Malas Nuevas. Aparte de las caras largas, se muestran fríos y monótonos. Que una cuestión sea seria y merezca dicho tratamiento, no significa que haya que dejar la emoción a un lado. Jesús es el ejemplo a seguir: se mostraba emotivo, sensible y apasionado, y sabía adaptarse al público que tenía delante.
En la mayoría de las ocasiones, la Teología suele ser aburrida para el joven porque se le presenta de forma completamente contraria a como lo hacía el Maestro. Se le habla de forma insípida, sumamente técnica y sin ninguna aplicación práctica, explicándole conceptos extraños que no entiende realmente, y que, por lo tanto, no puede asimilar de manera natural.
¿Cómo remediar esto? ¿Cómo se le puede hablar –como vamos a hacer en este caso-, del principio de la naturaleza caída que reside en todo ser humano y que nos inclina hacía el mal (entendiendo el mal como lo contrario a la voluntad perfecta de Dios), de forma clara y realista? La respuesta es sencilla. Los niños aprenden con juegos, canciones y, sobre todo, con historias que les conduce a formularse preguntas sobre los personajes, sobre sus motivaciones y sobre sus destinos. En definitiva, son ellos los que lo desmenuzan todo, pensando y reflexionando. Pensamientos teóricamente abstractos y complejos se convierten en realidades sencillas. Es ahí donde deben llevarles los educadores; en este caso, los padres.
Este método de enseñanza se abandona al llegar a la pubertad, creando así personas mentalmente pasivas a las que se les ofrece información ya masticada –llena de datos, que más temprano que tarde desaparecerán de la memoria-, para que memoricen y escriban sobre una hoja de papel. Así funciona el sistema educativo y así se califica el conocimiento, lo cual considero un grave error. Es la misma conclusión a la que llega Augusto Cury, quién dice que:

- Los exámenes escolares cerrados no miden el arte de pensar. A veces, anulan el razonamiento de alumnos brillantes.
- La cantidad exagerada de información que se da en la escuela es estresante.
- La mayoría de los datos se pierden en los laberintos de la memoria y nunca más serán recordados.
- El modelo escolar que privilegia la memoria como almacén de conocimiento no forma pensadores, sino reproductores.
- El objetivo fundamental de la memoria es dar soporte a una inteligencia creativa, esquemática, organizativa y no a recuerdos exactos[1].

Analizando objetivamente cada uno de estos aspectos, la sensación personal que queda es que buena parte del paso por la escuela fue una pérdida de años de vida y de oportunidades de aprender realmente.
Además, se enseña desprovisto de emoción, como si el saber fuera aburrido, cuando debería ser todo lo contrario. Como apunta nuevamente el señor Cury: “Los maestros y los padres que no provocan la emoción de los jóvenes no educan, sólo informan”[2].
El padre que quiera ser buen maestro debe buscar la manera en que su hijo sea capaz de llegar a conclusiones por sí mismo y a poder expresarlas con sus propias palabras, no como un loro parlanchín que repite ideas ajenas. Así es como se aprende realmente. Así es como la enseñanza se asimila y permanece toda la vida. Es la forma en que verdades profundas llegan a ser fáciles de comprender.

La propuesta a los padres
Como para un adolescente, la etapa de leer a Blancanieves o Caperucita Roja quedó atrás, ahora hay que probar narraciones adultas pero asequibles a su inteligencia en expansión. Tengamos siempre en cuenta que, por mucho pavo que pueda aparentar o tener un joven, no tiene ni un pelo de tonto. La historia que propongo para que los padres pueden explicarle a sus hijos el mayor problema que hay en ellos –y, consecuentemente, en todos los seres humanos-, es la atemporal novela El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde[3], escrita a finales del siglo XIX por R.L. Stevenson. Para esto, deberá ser leída tanto por unos como por otros: padres e hijos.
De los progenitores dependerá en gran medida convertirlo en algo soso o en verdaderamente ilustrativo: preguntando, explicando, dialogando. También les servirá para traer a la primera línea de pensamiento la verdadera razón por la cual les resulta tan difícil cambiar ellos mismo y tan complejo educar a un hijo. Incluso cuando éstos sean retraídos o poco interesados en ciertas materias, poseen el mismo cerebro para que lo usen, y muchas veces lo único necesario es darles un empujoncito para motivarlos y que se pongan en marcha. Pero, para esto, son el padre y la madre los primeros que tienen que hacerlo y ser de ejemplos.
Que los padres dejen a su aire las lecturas de sus hijos –“ya tendrán tiempo de aprender”- es un error. Ya no estamos hablando de niños, sino de chicos y chicas en plena pubertad, con edades comprendidas entre los 12 y los 16 años. De ahí que sea perfectamente compatible la lectura de, por ejemplo, novelas de ciencia ficción o fantasía, con otros libros que sirvan para pensar.
También serán los padres –y no yo, puesto que no soy el progenitor de sus hijos-, quienes deberán hacer el esfuerzo y adaptar la exposición que voy a hacer a la capacidad intelectual de sus retoños y al lenguaje de ellos, sin que esto suponga un menosprecio, y para esto es imprescindible que cada uno conozca a sus hijos mejor que a nadie.
Los padres tienen el deber de desafiar la inteligencia de los jóvenes. Si solo se conversa con ellos para criticarlos, para ver cómo les va en el instituto, para decirles que tengan cuidado con ciertas amistades, de que no beban, de que dejen el móvil de una vez, o para charlar de deportes, de películas o de diversos hobbies, buena parte de la inteligencia quedará sin explorar y el cerebro se atrofiará, siendo el joven uno más entre la masa.
Recordad lo citado líneas atrás: es el joven el que debe pensar y reflexionar en última instancia. Es la única manera en que aprenderá verdaderamente. De lo contrario, será un simple adoctrinado, que pensará y dirá sin convencimiento alguno lo que sus padres le han dictado.
Muchos padres dirán que esto es un peligro, y es verdad. Pueden tener miedo a que rechacen ciertos valores. Pero así construye personas y no clones. No olvidemos nunca que la educación no consiste en hacer robots en serie, sino en educar a personas que, cuando llegue el momento y no estén sus padres presentes, sepan tomar decisiones maduras y acertadas por sí solos, acordes a los principios cristianos.


Continuará en: El mayor problema que tienen los jóvenes y adolescentes: Doctor Jekyll y Mr. Hyde.

* Antes de comenzar con el análisis del libro y llevarlo al terreno bíblico, dejaré unas semanas (hasta principios o mediados de septiembre) para que, aquellos que no lo hayan leído, puedan hacerlo.


[1] Cury, Augusto. Padres brillantes, maestros fascinantes. Booket. Pág. 153.

[2] Ibid. Pág. 145.

[3] Stevenson, R.L. Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El Mundo, unidad editorial, S.A.


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