Para no perder mis
buenas costumbres, puedo decir que, como en otras muchas ocasiones[1], una película que ha recibido críticas muy
desiguales entre los periodistas y buena parte del fandom, me ha emocionado por su historia y, sobre todo, fascinado
por su mensaje. Y lo ha hecho tanto que, aunque sigo convaleciente sin un
diagnóstico claro, con pocas fuerzas y a la espera de más pruebas, en un
proceso que se está haciendo eterno, me ha hecho ilusionarme lo suficiente como
para dedicar un tiempo a escribir este artículo a lo largo de los momentos en
los que el dolor y las vicisitudes correspondientes me han ofrecido una tregua,
después de muchas semanas sin teclear. Un buen amigo me
recomendó no verla, pero no le hice caso (lo siento) y la disfruté desde el
segundo cero hasta el cameo final en medio de los postcréditos. No se me hizo
larga a pesar de su extensa duración. Me estoy refiriendo –como ya habrás
podido adivinar por el título- ni más ni menos que a la segunda parte de Wonder
Woman, que sigue las aventuras de Diana, interpretada por la actriz israelí Gal
Gadot, y que ha hecho suyo por completo al personaje. Lo único que lamento es
no haberla visto en el cine a causa de la pandemia en la que estamos envueltos.
En pantalla grande el espectáculo visual habría sido aún mayor.
Si su predecesora
estaba ambientada en la Primera Guerra Mundial, donde se nos narraba el origen
de la Amazona y sus primeras aventuras tras salir de Themyscira, aquí la trama salta al año 1984. Para aquellos que de niños vimos un
millón de veces al difunto Christopher
Reeve enfundado en el traje de
Superman, lo primero que observamos es que tanto el tono como la forma de ambas
películas se asemejan sobremanera, salvo en la calidad de imagen y sonido, a
causa, evidentemente, de los avances de reproducción que el mundo
cinematográfico ha experimentado en estas cuatro décadas que separan la una de
la otra. Mientras que en la historia primaria de Diana predominaba la oscuridad
y la tragedia, aquí son los colores brillantes, la abundancia de luz y las
vestimentas excéntricas propias de la época las que toman el poder.
Los deseos de héroes y villanos
La heroína, que sigue
ayudando siempre que la ocasión lo requiere, se esfuerza en mantener su
presencia oculta a los ojos humanos, llevando una existencia solitaria, y con
el pesar de la pérdida que sufrió de su amado Steve Trevor, quién murió
cuarenta años atrás. Desde entonces, ha esquivado a los hombres y no se ha
permitido amar a ninguno. Actualmente trabaja en arqueología y antropología. Al
inicio de la historia, conoce a Barbara Minerva, una chica con estudios en
geología, gemología, litología y criptozoología, aunque a nivel social es
bastante insegura y patosa, siendo rehuida sistemáticamente por todo el mundo,
a pesar de que es muy inteligente, divertida y afable.
(Barbara y Diana, el día que se conocieron)
El trabajo de Barbara
consiste en investigar una piedra misteriosa que el FBI le ha enviado para su
análisis. Aunque en primera instancia parece una baratija, más tarde
descubrimos que fue creada por Dolos, el dios de la mentira, el Duque del
Engaño, quien concede deseos, sean cuales sean[2]. Como este dato
todavía lo desconocen, en una especie de juego y anhelo, Diana pide que Steve
vuelva a la vida. Por su parte, Barbara desea ser como Diana e implora por su
belleza, sensualidad y capacidad de atracción hacía los demás; en definitiva,
en ser especial. El anhelo de ambas mujeres se hace realidad: Steve reaparece
–aunque en otro cuerpo- y Barbara pasa a ser el centro de atención. Además, de
regalo y sin saberlo –al rogar ser como Diana- adquiere su fuerza y agilidad. Por su parte, Maxwell
Lord (junto con Lex Luthor, uno de los grandes villanos del universo DC, y cuyo
carácter tiene nexos en común con el desarrollado por Gene Hackman en 1978),
divorciado y padre de un hijo, famoso en la televisión por hacer anuncios
comerciales, empresario petrolero pero arruinado, busca desesperadamente dicha
piedra puesto que conoce sus poderes. Cuando la logra, dice así: “Deseo ser tú,
la mismísima Gema de los Sueños”. Al lograr dicha potestad, puede darle
cualquier cosa a los que se lo piden, y él, a cambio, tomar lo que desee de
ellos. Esto hace que él mismo se convierta en una especie de genio de la
lámpara.
La situación, de
forma progresiva, se vuelve caótica a nivel mundial. Un mundo donde cada uno de
los seres humanos pueden ver realizados sus deseos más ocultos: fama, venganza,
la muerte de un conocido, riqueza, un porche, una granja, etc. Incluso el presidente
de los Estados Unidos –en plena guerra fría- pide tener más armas nucleares en
las fronteras rusas, lo que provoca que sea inminente una conflagración contra
la Unión Soviética, y con ello el fin de la civilización.
Así logra Maxwell
poco a poco que el mundo se ponga a sus pies, conquistando su mayor anhelo: la
grandeza. Hacía el final de la historia, sabemos por varios flashback el porqué de su deseo: cuando
era niño, su padre lo maltrataba y humillaba, pegaba a su madre y sufría
bullying en la escuela. Esa falta de amor y vacío interior que acumuló quería
compensarla de adulto logrando el poder absoluto, la admiración de todos y el
control de los que le rodeaban. En ese aspecto, analizando los detalles de su
infancia, su deseo era comprensible, aunque no el método para alcanzarlo.
¿Cuál es el problema,
el truco que hay detrás de la piedra, “la pata de mono”? Que todo deseo que se
hace realidad conlleva una pérdida y te quita algo:
- Diana –la cual es
inmortal y una semidiosa-, es herida y comienza a perder su fuerza y
habilidades sobrehumanas, llegando a sangrar ante las balas.
- Barbara pierde
progresivamente su dulzura, su alegría y su humanidad en conjunto, terminando
por convertirse en un ser monstruoso (Cheetah, “leopardo”) llena de rencor y
amargura.
- La salud de Maxwell
se deteriora gravemente a cada deseo que otorga.
Al resto de la
humanidad le sucede lo mismo en distintos aspectos. El planeta se convierte en
un caos donde prima la violencia desmedida.
Nuestros deseos
Los deseos, sean
cuales sean, dentro del orden moral establecido por Dios, pueden llegar a ser
lícitos: el amor en el caso de Diana, las amistades íntimas en el de Barbara, y
el afecto, la cercanía y el reconocimiento en el de Mawxell. Cada uno de
nosotros tiene “deseos”, y todos ellos nacen en el corazón. La pregunta, visto
lo visto, que tú tienes que plantearse seriamente, es si esos deseos que anidan en ti están dentro de la voluntad divina y cuáles
son los propósitos que pretendes alcanzar con ellos.
Todos conocemos las
palabras de Jesús: “Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los
adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las
blasfemias” (Mt. 15:19). Recordemos que hay deseos que tienen su contrapartida y,
aunque sean alcanzados, traen consecuencias negativas en las propias personas o
incluso una gran desolación a los que les rodean:
- Lo vemos en los que
quieren ser admirados y cuyo precio que tienen que pagar es venderse a sí mismos de maneras poco o nada sanas, como contar a desconocidos detalles muy íntimos
de la vida privada en redes sociales, mostrando buena parte de la desnudez en
fotos y vídeos, exhibiéndose físicamente, etc.
- Lo vemos en
aquellos que se esfuerzan por alcanzar con afán y al precio que sea puestos y
cargos políticos, eclesiales, laborales o de cualquier otro tipo. Muchos lo
logran, pero a costa de pisotear a unos y otros. Ganaron de aquella manera el
puesto, pero perdieron humanidad.
- Lo vemos en muchos
gobernantes, cuyas intenciones iniciales era mejorar la calidad de vida del
pueblo, pero cuando llegaron al poder solo buscaron el beneficio propio.
- Lo vemos en
individuos llenos de complejos y de aires de grandeza que están al frente de
iglesias, y que usan sus privilegios para imponer sus propias normas que
sobrepasan el despotismo.
- Lo vemos en los que
luchan con ahínco por tener cierto estatus económico para tener una vida más
holgada, pero con el tiempo se vuelven avariciosos y soberbios, terminando por
mirar con superioridad a los que no llegan a su altura, perdiendo con ello la
humildad y dadivosidad que pudieron tener en el pasado.
- Lo vemos en los que
mienten o defraudan, que pueden salirse con la suya, pero dejándose en el
camino la propia integridad.
- Lo vemos en
aquellos que buscan y encuentran aventuras extramatrimoniales –físicas o
emocionales- y que tarde o temprano destruyen la relación y el corazón de sus cónyuges, marcándoles de por vida.
- Lo vemos en los
terroristas y en los sectarios nacionalistas que buscan alcanzar sus ideales e
imponer sus ideologías intransigentes por encima de la mayoría y del respeto
básico a la vida.
- Lo vemos entre
aficionados de algún equipo deportivo que, sin llegar a la violencia física de
los ultras, usan palabras hirientes y descalificantes para los seguidores de
otros colores.
- Lo vemos en
aquellos que bucean por Internet anhelando el contacto humano, pero terminan
enfrascados en una relación tóxica, en pornografía, en lujuria o en
fornicación.
- Lo vemos entre los
negacionistas del virus, que se creen más listos que nadie, y entre aquellos
que, aún aceptando la realidad, no se ponen la mascarilla, no guardan las
distancias de seguridad o asisten a fiestas clandestinas. El “yoismo” y el
individualismo en su máxima expresión.
- Y, no lo olvidemos,
lo vemos en nosotros mismos, cuando nuestros deseos caen en el egocentrismo,
anteponiendo en todo momento el “yo” por encima del “tú” y del “nosotros”. Por
poner un solo ejemplo, uno muy reciente: en estos casi dos meses que llevo de
“peregrinaje” por el ambulatorio y el hospital, he podido comprobar de primera
mano la forma en que, en medio de la situación que estamos padeciendo por el
Covid, resalta sobremanera todo esto entre los pacientes de otras dolencias
menos graves. Si ya de por sí la paciencia y el sosiego no suelen ser virtudes
que suelan brillar como norma general entre la especie humana, en estos
momentos menos aún. Todo el mundo quiere que le atiendan el primero. La
crispación se palpa en el aire. Las críticas no tardan en aparecer si la
realización de una radiografía se demora diez minutos. Las malas caras son la
tónica porque los resultados de los análisis se demoran, como si no hubiera más
personas esperando lo mismo. Todos se quejan a la más mínima. Nadie da las
gracias. Nadie le dedica unas palabras de amabilidad o una media sonrisa de
complicidad a los sanitarios. Entiendo perfectamente –y hablo también por mí-
que, cuando se está enfermo, el estado de ánimo no es el mejor, y menos en la
situación actual que, usando el lenguaje coloquial, “nos tiene quemados”. Pero
de ahí a que nadie se ponga en la piel de los otros pacientes y, sobre todo, de
los médicos y enfermeros, a pesar de que están experimentando un estrés
constante y que les está afectando su salud física y psicológica, dista un
abismo. El deseo siempre es el mismo: “yo”, “mío”, “ahora”, “ya”.
Imagina un mundo
donde las personas no tuvieran la clase de “deseos” que he citado y, por lo
tanto, no se llevarán a cabo. Desde el mayor gobernante del país más poderoso
del mundo, pasando por aquellos que se basan en la autocracia, acabando con el
más sencillo de los mortales, entre los que nos encontramos tú y yo. ¡Sería
algo completamente diferente!
Muchos siguen sin
comprender estas palabras que Dios le dedicó a Caín respecto a los deseos
pecaminosos y que son igualmente aplicable a nosotros: “Si bien hicieres, ¿no
serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo
esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Gn. 4:6-7). El pecado no tiene
que controlarnos porque ya no es nuestro “Señor”. Como señala Bob Davies: “No reclamamos que somos perfectos. El pasado siempre va a
estar en el fondo, existen luchas ocasionales, pero no rigen mi vida. Es una
decisión progresiva la de rendirnos al llamado de Cristo”. Lo
mismo que apunta Mike Haley: “Aunque las tentaciones ocasionalmente siguen
llegando las comparo con una mosca molesta. Pasan junto a mí y me molestan
durante un minuto. Las ahuyento y se van”.
No olvidemos que, al
fin y al cabo, la causa de que la sociedad sea tal cual contemplamos es,
sencillamente, por los deseos egoístas de cada una de los individuos que
queremos hacer nuestra propia voluntad, como el pueblo de Israel cuando no
quiso un profeta que les dictara los mandamientos de Dios sino un rey para ser “como todas las naciones” (1 S. 8:20), y
cuyas consecuencias todos conocemos. Ya lo explicó Juan a la perfección y en
pocas palabras hace dos mil años: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la
carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la
voluntad de Dios permanece para siempre”
(1 Jn. 2:16-17). Y Santiago
terminó de rematar la idea: “¿De
dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras
pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis;
matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no
tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no
recibís, porque pedís mal, para gastar
en vuestros deleites” (Stg. 4:1-3).
Un canto de esperanza
(Diana con la Armadura Aguila Dorada, que en
el pasado perteneció a Asteria)
Recuerdo que, cuando
estrenaron en 2016 “Batman v Superman: El amanecer de la justicia”, la
criticaron por ser argumentalmente “demasiado oscura y dramática”. Ahora con
“Wonder Woman 1984” la critican por lo opuesto: por una supuesta conclusión pretenciosa y
llena de ñoñería por un “exceso de luz”. Los aficionados no saben ni lo que
quieren y rara vez están satisfechos.
Entre las críticas
positivas que he encontrado de esta secuela de La chica maravilla, todas tienen
un denominador común, y que es la misma con la que me siento identificado tras
visualizarla: el mensaje actual e
imperecedero que transmite sobre cómo podemos cambiar las personas –cada
uno de nosotros- desde el momento en que renunciamos voluntariamente a ciertos deseos: los malos
mayormente, y algunos lícitos que lo mejor es dejarlos pasar, porque, por unas
razones u otras, no nos convienen: cierto trabajo, cierta amistad, cierta
pareja sentimental, cierta afición, ciertos beneficios económicos, etc. Por eso
toca a cada uno reflexionar en ambos aspectos: los deseos lícitos y los
ilícitos (cada uno sabe cuáles son los suyos), y más si algunos de ellos se han
logrado ya de formas “poco honestas”.
Diana renunció a
Steve a cambio de sanar físicamente, recuperar sus poderes y ayudar a la raza
humana; Barbara renunció a ser igual a Diana y recuperó su antiguo ser; Maxwell
renunció al reconocimiento y al poder a cambio de salvar a su propio hijo por
puro amor. A todos ellos les dolió en lo más profundo de su corazón desistir,
pero lo hicieron por un bien mayor.
(Diana y Steve en el momento de la
despedida)
(Maxwell abrazando a su hijo tras el reencuentro)
Por último, la propia
Wonder Woman, usando el Lazo de la Verdad atado al cuerpo de Maxwell para
comunicarse con toda la humanidad a la vez, convenció a ésta de renunciar a sus
malos deseos con estas palabras: “El mundo era un lugar precioso tal y como
era, y no se puede tener todo. Solo se puede tener la verdad. Y la verdad es
suficiente. La verdad es preciosa. Mira el mundo y mira lo que tu deseo le está
costando. Tienes que ser un héroe. Solo tú puedes salvar el presente. Renuncia
a tu deseo si quieres salvar el mundo. Porque tú no eres el único que ha
sufrido, que quiere más. Que quiere recuperar a alguien. Que no quiere volver a
tener miedo. O sentirse solo. O asustado. O impotente. Porque tú no eres el
único que ha imaginado un mundo donde todo era diferente. Mejor. Por fin. Un
mundo donde ser amado, tenido en cuenta y valorado. Por fin. ¿Pero qué precio
has pagado? ¿Ves la verdad?”.
Su mensaje es
coincidente con el bíblico por tres razones:
1) Si la primera
parte se centraba en cómo el amor podía salvar el mundo, en esta continuación
se añade el poder de la verdad y la anteposición del “nosotros” por encima del
“yo”. En el largometraje, el dios de la mentira –Dolos-, en la Biblia es el
diablo, “padre de mentira” (Jn. 8:44) y el mayor ególatra de todos los tiempos.
Este ser lleva haciendo promesas de felicidad desde el comienzo de la historia
que solo traen desgracias presentes y eternas. Tristemente, los seres humanos
siguen picando sin aprender de sus predecesores.
Por su parte, que
Jesús es la personificación de la Verdad (Jn. 14:6), la cual hace
verdaderamente libre al que la acepta (Jn. 8:36).
2) El mundo era un
lugar precioso en el Edén antes de que entraran los deseos del hombre ajenos a
las intenciones de Dios: “Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y
por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12).
3) Aunque Diana
derrotó a Barbara usando la fuerza (en primera y última instancia, sigue siendo
una película de superhéroes), la gran victoria no la logró usando los puños
sino hablando a lo más profundo del corazón, tal como hizo Dios en la cruz por
medio de Cristo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn. 3:16-17).
Conclusiones
Por todo lo narrado
en esta película, más allá de sus espectaculares escenas de acción, de la
vibrante banda sonora del siempre genial compositor alemán Hans Zimmer y de
cómo refleja la mitología que se lleva mostrando en las viñetas de los cómics
desde el año 1941, trae un mensaje de
esperanza y de luz en un mundo actual donde ambas escasean. Nos muestra que
nuestro panorama personal interno y la forma en que vemos la vida depende de
nuestros propios deseos. Y ojo, no me estoy refiriendo a esa falsa teología y
filosofía que enseña falazmente que son nuestros pensamientos los que “crean”
nuestra realidad. Eso es falso. Millones de personas pasan por este mundo con
nobles deseos y no tienen una vida destacada ante sus semejantes ni su mundo es
de color de rosa.
Si se llevara a cabo
la enseñanza que se transmite en esta fantasía, la vida en este planeta sería
radicalmente distinta. Dicho esto, y como siempre repito: no va a haber cambios
globales a mejor. El mundo y su moral va a ir seguir yendo a peor hasta la
parusía, puesto que la propia maldad no la vemos únicamente ya entre individuos
sino de forma institucionalizada con leyes que atentan directa y flagrantemente
contra los designios divinos.
Por lo tanto, el
cambio debe ser “personal”, en lugar de dejarnos llevar por la corriente de
este mundo, teniendo claro que nuestros deseos no pueden ser los mismos antes
de la conversión que después de ella: “Todos
nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne,
haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza
hijos de ira, lo mismo que los demás” (Ef. 2:3).
Como dijo Pablo
insistentemente en diversas cartas: “Vestíos
del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.
[...] Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la
carne... los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones
y deseos. [...] En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo
hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos. [...] Haced
morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones
desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría. [...]
enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos,
vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Ro. 13:14; Gá. 5:16,
24; Ef. 4:22; Col. 3:5; Tit 2:12).
Espero que hayas
comprendido que “el deseo de la carne es
contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne” (Gá. 5:17) y en
qué manera cambia la vida presente, el futuro y la eternidad en función de
cuáles sean tus deseos. En ti queda qué hacer al respecto.