Tras semanas sin poder asistir a las
reuniones por diversos factores tanto de salud como familiares, un hermano en la fe –con serios problemas de ira impulsiva-, me
“regaló” un sermón totalmente
personalizado. Sin conocerme de nada, sin haberme llamado para interesarse por
los motivos de mi ausencia, y desconociendo por completo en qué empleé aquél
tiempo, me recalcó solemnemente la importancia de que asistiera a una reunión
que llevaban a cabo durante la semana el grupo de hombres. Sus sentencias me
dejaron estupefacto: que lo único que necesitaba para ir era ser “muy
cristiano”; que “primero debía buscar el reino de Dios y su justicia”; que “por
mi parte siempre habría excusas”,
citando el ejemplo de aquel que se justificó para no seguir a Jesús porque
primero tenía que enterrar a su padre. Y prosiguió: “Aprende de este otro
hermano. Hay reunión y viene a la iglesia. Hay alguna actividad, y aquí está.
Verdaderamente entregado al Señor y buscando el rostro del Altísimo”. Para
rematar su argumentación me soltó sin más el pasaje del rico (cf. Mr.
10:17-23). Y concluyó con una nueva arenga: “No digas que ya irás. Ve”,
recordándome a las palabras que Yoda le dedicó a Luke Skywalker en El Imperio
Contraataca...
Todo esto fue acompañado de un rostro
serio como un Terminator y una mirada fría como el hielo. Implacable. Mi cara
ante la situación era un auténtico poema.
¿Cristianos
perfectos o imperfectos?
¿Qué sucede cuando nos enamoramos? Que
creemos –o al menos tenemos esa ilusión- que la otra persona es perfecta y sin
defectos, que siempre estará de buen humor, que no tendrá malos días, que nunca
estará triste, que no se enojará, que siempre tendrá en su boca una sonrisa que
nos deslumbrará, que siempre tendrá la palabra adecuada para nosotros, que los
problemas que surjan serán tratados con sosiego y madurez, y que siempre
deseará abrazar y ser abrazada.
¿Qué ocurre al conocer al Señor? Que
creemos que todos los cristianos son perfectos y sin defectos, que siempre
estarán de buen humor, que no tendrán malos días, que nunca estarán tristes,
que no se enojarán, que siempre tendrán en sus bocas una sonrisa que nos
deslumbrará, que siempre tendrán la palabra adecuada para nosotros, que los
problemas que surjan serán tratados con sosiego y madurez, y que siempre
desearán abrazar y ser abrazados.
¿La realidad? Un día amanece y nos
damos cuenta de que nadie, ni la persona que más amamos en el mundo ni el
cristiano más fervoroso, es perfecto. Peleas, discusiones, malas caras, celos,
envidias, desprecio, arrogancia, deslealtad, etc. Si has pertenecido a una
congregación cristiana, posiblemente hayas visto todo esto y más. Yo mismo he
sido testigo de todo un cóctel explosivo en más ocasiones de las que me hubiera
gustado.
Nada de esto es nuevo. Basta ver la
iglesia de Corinto del primer siglo para comprobar que sus problemas eran
similares. Todos nacimos con una naturaleza caída y moriremos con ella, y
cuando le concedemos la oportunidad de manifestarse, sale lo peor de nosotros: “En el fondo puede haber (y a menudo hay) graves defectos de educación a
nivel humano, amplias zonas del carácter no santificadas o simplemente una
falta de desarrollo de la personalidad, lo que una y otra vez da lugar a
reacciones primarias. Multitud de personas adultas se comportan toda su vida
como niños mayores [...] así como hay personas que, por su idiosincrasia, crean
a su alrededor una atmósfera de concordia, las hay que son causa de malestar y
disensión”[1].
Puede que tú fueras el que tenías que soportar
a ciertos creyentes que provocaban que te hirviera el alma. O que fueras tú
también el que entrabas al trapo y te peleabas, discutías, ponías malas caras,
tenías celos, sentías envidia, despreciabas o te mostrabas arrogante. Quién y
qué son detalles que solo sabes tú.
Conozco con todo lujo de detalles esa
sensación que se apodera del corazón cuando no quieres ver a nadie que lleva el
sobrenombre de “cristiano”. Es difícil soportar a aquellos que llevan décadas
en el Señor pero te hablan sin sabiduría alguna y mirándote por encima del
hombro cuando disientes de sus opiniones. Incluso sé de una persona que afirma que sus peores recuerdos en la vida,
sus peores experiencias, sus peores traumas y sus peores amigos han sido fruto
del mundo “cristiano”. Tristísimo y lamentable. Por eso entiendo que
haya multitud de creyentes que, literalmente agotados emocional y
espiritualmente, se hayan alejado de la Iglesia y no quieran saber absolutamente
nada de ella. Pero, comprendiendo este hecho, no es aceptable bajo ningún
concepto que esta sea una razón para alejarse o apartarse de Dios.
¿Tolerancia
o intolerancia?
Tienes
que aprender cómo comportarte de cara a los demás y cómo relacionarte con otros
cristianos, aun entre los que son difíciles de sobrellevar. Haciendo un juego
de palabras, es imprescindible que “te conviertas en una persona tolerante
dentro de lo que se puede tolerar para que sepas cómo tolerar a los
intolerantes”.
Para
empezar, podemos ver que una de las raíces principales que se esconden detrás
de los problemas en las relaciones con otros cristianos es la intolerancia
doctrinal en muchos aspectos. Como dije en la introducción del libro Herejías por doquier (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_21.html): “Diferimos en
diversos asuntos como la escatología, la soteriología, la eclesiología o la
carismatología. Unos creen que la salvación se puede perder, y otros que es
imposible dejar de ser un hijo de Dios puesto que hemos sido escogidos; unos
consideran que la Gracia es resistible, y otros que no; unos piensan que los
dones espirituales siguen vigentes, y otros que fueron exclusivos para la época
apostólica; unos admiten que la mujer puede desempeñar labores de liderazgo, y
otros lo niegan; unos creen en un Rapto de la Iglesia años antes de la Segunda
Venida de Cristo, y otros señalan que ambos son el mismo acontecimiento; unos
creen en el Milenio literal, y otros que es simbólico. Si a ello le añadimos
otras cuestiones menores, la lista se hace interminable: el uso de instrumentos
musicales en la congregación, la celebración de la Navidad, la asistencia a
espectáculos deportivos, la posibilidad de escuchar o no música secular, etc.
Así podríamos seguir hasta el infinito”[2].
Aprende a respetar estas diferencias.
No vuelvas a llamar “hereje” o a acusar a otros de enseñar doctrinas de
demonios porque no piensen igual que tú en estos aspectos que no repercuten en
la salvación. ¿Qué creencias tienes que tener en común con todos los cristianos?:
“El pecado original, la salvación por
gracia, la Trinidad, la divinidad de Cristo, su encarnación, que fue concebido
por el Espíritu Santo de María virgen, su muerte expiatoria en la cruz que
canceló de una vez y para siempre nuestra deuda con el Padre, su resurrección
corporal de entre los muertos y posterior ascenso a los cielos, y la segunda
venida para juzgar a los vivos y a los muertos y establecer su Reino por la
eternidad”[3].
Haz tuyas estas palabras: “En los puntos
esenciales, unidad; en los puntos no esenciales, libertad; y en todas las
cosas, amor”[4].
¿Y
cuándo tú eres tolerante, sigues los principios que hemos visto, pero es a ti a
quien no respetan? Dije que te convirtieras en una persona
tolerante, pero especifiqué “dentro de lo que se puede tolerar”. No se puede
admitir falsas enseñanzas como el “Legalismo”, la “Teología de la Prosperidad”,
la “Confesión Positiva”, las “Maldiciones generacionales”, la creencia de que
los pastores son los “ungidos de Jehová” a los que no se pueden juzgar, la
oferta de un evangelio de rebajas donde lo que prima es el éxito y la propia
gloria, y que elude el sufrimiento, la santidad y la integridad, siendo Dios el
que está al servicio del hombre y no a la inversa. Por eso lo que escribí en Herejías por doquier y Mentiras que creemos (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html)
es tan impopular y rechazado por los sectarios. Tenemos –tienes y tengo- el
deber moral de denunciar este tipo de cuestiones, hablando la verdad en amor (cf.
Ef. 4:15). Si aun así, esta es la línea que toman esos creyentes y no hay
posibilidad de cambio, la solución no es abandonar a Cristo, sino buscar a
otros cristianos (ya que no todos son iguales); aunque sea a uno.
Las
críticas contra nuestra persona
¿Y qué haces cuando te critican? Ante
esta tesitura he visto multitud de reacciones: algunos se
encogen de hombros, otros agachan la cabeza ante esas palabras incómodas,
responden en voz baja o no se defienden, se ríen de forma nerviosa, etc. La
realidad es que muchos arden en ira. Se convierten en sujetos pasivo-agresivos.
Pasivos externamente pero agresivos en su interior. Es una ira que van
acumulando hacia los que le rodean y que en algunos casos extremos termina por
saltar en situaciones límites. No sé si es tu caso, pero quién sabe.
Hay decenas de predicaciones y libros
que nos recalcan constantemente el daño que puede provocar nuestra lengua, el
poder que hay en ella para bendecir o maldecir, para que así estemos vigilantes
ante ella. Por el contrario, no se nos enseña qué hacer cuando somos nosotros
los afectados y caen esas pequeñas bombas atómicas que arrasan nuestro corazón.
Quizá tu sueño sea que nunca más
vuelvan a hacer un comentario negativo sobre tu persona. Siento decirte que
mientras seas habitante de este planeta eso resultará imposible. Si el mismo
Jesús fue criticado siendo puro, perfecto y sin mancha, cuánto más nosotros. Él
soportó todo tipo de críticas, la inmensa mayoría de ellas llenas de malicia.
Le llamaron comilón y bebedor de vino, amigo de pecadores y publicanos. Y, para
rematar la faena, endemoniado (cf. Mt.
11:18-19; Jn. 8:48-49). Sin embargo, nunca se amilanaba. A
veces respondía con valentía. Otras sencillamente se iba. Y algunas veces hasta
guardaba silencio. Es el modelo a seguir. Lo importante es que no permitía en
su foro interno que los demás marcaran negativamente su carácter. La imagen que
este grupo de personas tenía de Él no le llevaba a cambiar su forma de pensar o
su estilo de vida.
Tienes que aprender y aceptar que ser
criticado, incluso cínicamente, no cambia tu valor ante Dios. Tienes que
aprender y aceptar que no todas las personas –cristianos incluidos-
estarán de acuerdo en todo momento con tus opiniones, comentarios, creencias, e
incluso con tu forma de ser en general (forma de expresarte, acento, manera de
vestir, gustos culinarios, aficiones, y mil detalles más). Tienes que aprender
y aceptar que es imposible caerle bien a todo el mundo. Incluso habrá partes de
ti que no le agraden a tus seres más queridos. Algunos te aceptarán y otros no.
¿O acaso te encantan todas las facetas del carácter de las personas que más
quieres? Todos los que sinceramente te aman, te van a apreciar por tu forma de
ser en general, no por los errores que todos cometemos. Mientras no aceptes
estas verdades, vivirás amargado en tu corazón.
Hallar este principio en las Escrituras
fue totalmente liberalizador para mi vida. Se basa en unas breves palabras de
Pablo: “Examinadlo
todo; retened lo bueno” (1 Ts. 5:21). Aquí el principio reside en el hecho de
que, si alguien piensa negativamente de ti, no tiene por qué significar que sean
ciertas sus afirmaciones. Tienes que hacer distinción entre las críticas
constructivas y las destructivas. Si es la primera, acéptalas y aprende de
ellas, y más si proceden de personas íntegras y sensatas. Sé que aun así duele,
porque te señala un error, pero hay que quedarse con la parte positiva. Puede
incluso que la forma en que sea dicha no sea la más adecuada, pero puede
servirte para corregir una mala actuación personal de la cual no estabas siendo
consciente. Quédate con esta frase: “Los más nobles saben reconocer los
errores, los inteligentes aprenden de ellos y los sabios evitan repetirlos”.
Criticas
destructivas
¿Qué puedes hacer cuando las críticas son dañinas,
maliciosas y destructivas? Haz caso nuevamente a las palabras de Pablo. Si al
examinar la crítica encuentras que es falsa, deséchala por completo. Y, en el
caso de que hubiera una pequeña parte de verdad, retén esa cantidad para tu
propio crecimiento personal. Consiste en
aprender a separar lo bueno de lo malo, el trigo de la cizaña.
Pablo lo puso en
práctica consigo mismo respecto a su relación con un grupo numeroso de
creyentes que le juzgaban: “Yo en muy
poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me
juzgo a mí mismo.Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy
justificado; pero el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes
de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las
tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno
recibirá su alabanza de Dios” (1 Co. 4:3-5).
Siempre me sorprendió que dijera que de
nada tenía mala conciencia. La cuestión es que él no estaba afirmando que nunca
hubiera pecado. Estaba haciendo alusión a que, en su llamado –el de predicar el
evangelio a los gentiles y en su servicio en general a Dios-, no tenían nada
que reprocharle, porque era fiel y tenía su conciencia muy tranquila. Por eso,
en el lenguaje coloquial de hoy en día, y citando a William Barcley, “le importaba un pimiento lo que pensaran de
él”[5].
¿Por qué? Porque el ser humano suele pensar y actuar por prejuicios y valora a
las personas contando únicamente con una pequeña parte de información. Ve algo
–o cree ver algo-, o siente algo –o cree sentir algo-, y ya se forma una
opinión, muchas veces de manera errónea.
La realidad es que es Dios en exclusiva
quien conoce todas las circunstancias de cada uno de nosotros, los pensamientos
más íntimos que jamás hemos revelado a nadie, los sentimientos más profundos
que anidan en nosotros, nuestras luchas, victorias y fracasos, errores y
aciertos, y aquello que hacemos cuando nadie nos ve. Solamente Él ve toda la
panorámica. Todo esto Pablo lo sabía muy bien. Por eso no actuaba movido por lo
que los demás dijeran sobre él y no tenían ningún reparo en decirle a algún entrometido cristiano de Corinto que lo
dejase tranquilo.
Buscando soluciones
El último
supuesto sería cuando te encuentras con personas
emocionalmente inestables, entrometidas, carentes de empatía y que
continuamente están promulgando sentencias absolutas, puesto que creen que la
visión que tienen de la vida es la única correcta. Y sí, estoy incluyendo a
cristianos, sumamente inmaduros, tengan la edad que tengan. ¿Cómo mantener una
simple conversación con alguien que te silencia con su mirada y que cree que
todo lo sabe? ¡Imposible! ¡Cuánto más mantener una relación!
Ni mucho menos descarto que haya
personas a las cuales se las pueda ganar con amor. Lo he visto con mis propios
ojos y es asombroso. Innumerables relatos a lo largo de la historia junto a los
bíblicos lo confirman. El amor de Dios puede actuar por medio de nosotros para
tocar la vida de este tipo de personas a las cuales el Señor también quiere
cambiar. El mismo Pedro nos indica cual
debe ser nuestra actitud hacia los que nos hacen daño: “Pues
para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;el cual no hizo pecado, ni se
halló engaño en su boca;quien cuando le maldecían, no respondía con maldición;
cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga
justamente” (1 P.
2:21-23). Sé que es difícil, pero esa es la voluntad de Dios. Dejarse llevar por la ira puede ser un drama
mortal. En su lugar, deberías hacer todo lo que esté en tu mano para no devolverle
la ira con más ira. Déjalo en manos de Dios: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira
de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”
(Ro. 12:19).
Para los
problemas entre hermanos la solución bíblica es bien clara: “Surgida la
disensión, una de las cuestiones a decidir es quién debe dar el primer paso
para la reconciliación. Según el Nuevo Testamento, cualquiera de las dos partes
(ofensora u ofendida) tiene el deber moral de aproximarse a la otra con objeto
de restablecer la buena relación entre ambas: ´Por
tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene
algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda,
reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda`
(Mateo 5:23-24; ´Por tanto, si tu hermano peca contra
ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu
hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de
dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la
iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano` (Mt. 18:15-17)”[6]. ¡La de problemas que se solucionarían si estos pasos
se llevaran a cabo!
Alejarse ante situaciones extremas
Cuando estos mecanismos se ignoran o no se ponen en
práctica –siendo desgraciadamente lo más habitual en muchas iglesias locales-, puede
darse el extremo donde solo quede una solución: alejarse de esa persona o grupo
de personas. En una ocasión leí a Charles Swindoll refiriéndose a este
tema y ponía el ejemplo del halcón cuando es atacado por los cuervos. En lugar
de contraatacar, se elevaba más y más alto, volando cada vez en círculos más
amplios hasta que los cuervos lo dejaban tranquilo. Esto no es despreciar a
nadie sino guardar ciertas distancias y protegerse. No es lo idílico, pero hay
ocasiones en que no queda más remedio.
Jesús se encontró ante esa misma
situación en muchas ocasiones. Observa cómo actuó en dos de aquellas
circunstancias: “Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira; y
levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del
monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas
él pasó por en medio de ellos, y se fue” (Lc. 4:28-30). Mira sus pasos:
1) Habló la verdad.
2) No
le escucharon.
3)
Quisieron matarlo.
4) Se
fue.
¿Acaso
querremos ser más que el Hijo de Dios? En otra ocasión no quiso responder ante
una pregunta hecha con malicia:“Sucedió
un día, que enseñando Jesús al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio,
llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, y le
hablaron diciendo: Dinos: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el
que te ha dado esta autoridad? Respondiendo Jesús, les dijo: Os haré yo también
una pregunta; respondedme: El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los
hombres? Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo,
dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, todo el
pueblo nos apedreará; porque están persuadidos de que Juan era profeta. Y
respondieron que no sabían de dónde fuese. Entonces Jesús les dijo: Yo tampoco
os diré con qué autoridad hago estas cosas” (Lc. 20:1-8).
Si un “cuervo” viene a destruirte, vuela,
vuela y vuela. Pablo dijo: “Si es
posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Ro. 12:18). De ahí entendemos que
no depende de nosotros en su totalidad estar en paz con todo el mundo. En la
parte que nos toca, sí; en el global, no. Hacer el bien depende únicamente de
nosotros –de forma unilateral-, pero las relaciones humanas de intimidad son
bilaterales, y depende de las dos partes.
Pídele al Señor discernimiento para
saber cuándo debes hablar, cuándo callar y cuándo irte de un lugar o alejarte
de algunas personas. Gracias a Dios, hay cristianos sencillos, humildes y sin
malas pretensiones. Es tu misión buscarlos
y asociarte con los humildes (cf. Ro. 12: 16). Y como he dicho, ¡al menos con uno!
Aprende a separar el
desprecio que otros te pueden mostrar en ocasiones con el verdadero amor de tu
Padre, del cual nada ni nadie podrá separarte (cf. Ro. 8:38-39). Así limpiarás
tu mente y tu corazón. Nada que los
seres humanos hagan desacredita a Dios ni le contradice, puesto que
Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (cf. He. 13:8). Así que,
por favor, si te alejaste de Él o te enfriaste por los problemas que tuviste
con otros cristianos, vuelve a Su presencia.
Martínez, José M. Ministros de Jesucristo
(vol. 2). Clie.
Guerrero Corpas, Jesús. Herejías por
doquier. Logos.
No se sabe con exactitud si estas palabras son de Agustín de Hipona o del
teólogo alemán Ruperto Meldinius.
Barclay, William. Comentario al Nuevo
Testamento. Clie.
Martínez, José M. Ministros de Jesucristo
(vol. 2). Clie.