Por desgracia, los seres humanos
tendemos a prejuzgar sin conocer realmente a las personas y sin saber cómo
piensan. A su vez, dentro de los prejuicios, la humanidad suele dividir a la
población en dos sectores: los que tienen éxito en la vida y los que fracasan en
la misma.
El problema –que habría que señalar en
mayúscula porque muchos cristianos cometen la misma falta tanto con los demás
como con ellos mismos-, es el concepto que se suele tener de lo que se entiende
por éxito y por fracaso. Cuando esos principios están errados –y lo están, y
mucho- y nos valoramos a nosotros mismos y al prójimo creyendo ideas erradas,
se cae en un terrible disparate de consecuencias funestas.
Para corregir muchas
ideas desacertadas que están instaladas en la mente y en el corazón de millones
de personas, aparece la película islandesa Corazón
gigante (titulada Virgin mountain
en inglés y Fúsi en el original, el
nombre del protagonista), premiada en el Festival de Cine de Tribeca de 2015 al
mejor argumento y mejor actor (Gunnar Jónsson), y en el Festival de Valladolid
también al mejor intérprete, y que se ha convertido en una joya trascendente
para todo los que se hayan detenido a contemplarla. Las sensaciones y la
entrañable ternura que transmite la interpretación del actor principal son
impagables. Es imposible no empatizar y no sentirse identificado en algún
aspecto porque, como él, es muy fácil sentirse “inadaptado” a este mundo y
desorientado.
¿Quién
es Fúsi?
Fúsi es un hombre a punto de cumplir
los cuarenta y dos años, y que pesa, calculando a ojo, unos 150 kilos. Lleva el
pelo largo sujeto a una coleta, la cual no oculta su incipiente calvicie.
A simple vista, podemos ver que es
introvertido y poco hablador, apenas ríe, tiene pocas habilidades sociales, es
asustadizo y no destaca precisamente por su inteligencia. Tiene un trabajo
completamente rutinario como mozo de carga y descarga en un aeropuerto, donde
sus compañeros se mofan de él, le acosan y le gastan bromas pesadas. Sus
aficiones son las figuras (que él mismo pinta), las maquetas de la 2ª Guerra
Mundial y el heavy metal. Desayuna cada día cereales con leche, llama cada
noche a la misma radio para pedir una canción y todos los viernes va a cenar sin
la compañía de nadie a un restaurante chino, donde siempre pide el mismo plato.
Solo tiene un amigo con el que juega a recrear batallas de la susodicha guerra.
Aparte de este compañero de juegos, nadie le hace partícipe de su vida.
Por lo demás, vive con su madre (viuda
o divorciada, nunca se especifica), que está con un hombre que se burla de sus
“juguetes” y de su forma de ser. Para animarlo, y sin decirle nada a Fúsi, le
apuntan a clases de country. Al
principio no quiere ir, pero se arma de valor y allí se presenta. Dada su
torpeza y timidez, se marcha y se queda en su coche, mientras que una tormenta
de nieve arrecia. Una chica de la clase se le acerca y le dice si puede
llevarla a casa dado el temporal, a lo que accede.
¿Enamoramiento, amor y happy end?
Seguramente,
tras leer la última línea, habrás pensado –o al menos yo lo pensé así en un
principio-, que todo cambiaría para Fúsi a partir de entonces: se enamoraría de
una buena chica, su carácter sería transformado y todo acabaría con fuegos
artificiales de felicidad. Mmm... pues no. Poco a poco descubrimos que ella es
emocionalmente inestable y que suele caer en severas depresiones que la lleva a
no comer y a encerrarse en su casa. Aún así, él se siente atraído y se enamora,
algo normal, ya que son pocos los que se muestran amables y atentos hacia su
persona, y ella, en principio, solía serlo. En pocos días, comienzan una relación sentimental, lo cual siempre es
una malísima decisión con alguien tan voluble (en este caso, la chica), que un
día está en las nubes y otro por los suelos.
Cuando
parece que ella mejora, le dice a Fúsi si quiere irse a vivir con ella. Aquí ya
estamos cerca del happy end: él lleva
todas sus posesiones a su nueva casa y le regala a su vecinita todos sus
muñecos. Pero cuando llega a la vivienda se encuentra a su “novia” diciéndole
que no puede hacerlo. No sé a quién se le quedó peor cara con esta escena de la
película, si a Fúsi o a mí. Un verdadero palo.
Sueños
rotos en cuestión de segundos. Un proyecto de nueva vida que se evapora
instantáneamente. Un castillo de naipes que se desmorona irremediablemente. Un
corazón roto en mil pedazos y que llevará mucho tiempo reconstruir. Y vuelta a
empezar: vuelta a casa; vuelta a vivir con la madre; vuelta a tomar sus
cereales con leche; vuelta a trabajar de mozo en el aeropuerto. Muchos, en
otras circunstancias, hemos experimentado sensaciones parecidas y sabemos lo
que se siente.
¿Te sientes identificado con Fúsi?
Muchos
creyentes dirán que a los cristianos no les suceden las mismas historias que a
Fúsi ni pasan por circunstancias semejantes. Craso error. Posiblemente, si has
llegado hasta esta altura del escrito, es porque te sientes en parte como él:
rodeado de individuos que te excluyen sistemáticamente de sus vidas, marginado
e ignorado por pensar de manera diferente a la mayoría, sin amigos de verdad, con
gustos muy personales que pocos entienden o comparten contigo, sin compañero
sentimental, con un trabajo monótono (si es que lo tienes) que no te hace
destacar entre nada ni nadie, y con una experiencia vital que no es para lanzar
cohetes. Sumando todo esto, te sientes un fracasado ante ti mismo, ante los
demás, e incluso ante la “iglesia”:
- No tienes
pareja.................................... FRACASADO
- No tienes
estudios................................. FRACASADO
- No tienes grandes talentos y dones.... FRACASADO
- No tienes un físico
llamativo.............. FRACASADO
- No tienes trabajo.................................. FRACASADO
- No tienes amigos................................... FRACASADO
- No tienes casa
propia........................... FRACASADO
- No tienes
coche..................................... FRACASADO
- No tienes mucho dinero..................... FRACASADO
La
realidad es que es la sociedad caída la que te ha dicho que la suma de esos
elementos son los que te indican si eres una persona exitosa o fracasada. También
tiene su culpa parte de ese cristianismo fantasioso actual que vive instalado
en el mundo del mago de Oz, que no
para de hablar de sueños delirantes de grandeza, de prosperidad económica, de
ministerios “apostólicos”, y que deprimen, cargan, frustran y culpabilizan a
los que no logran tales metas.
Tanto
lo que enseña esa sociedad como ese cristianismo “mágico” es una mentira tan
grande como el tamaño del universo: infinito o cuasi.
La
buena noticia, la gran noticia, es que Dios no piensa así de ti. Sus valores
son radicalmente opuestos a los del mundo. Sus valores son infinitamente
superior a los que imperan a tu alrededor. Mientras que los individuos que
conforman este mundo se afanan por lograr dinero, ropa nueva, éxito
sentimental, un cuerpo deseable en el gimnasio o en el quirófano, fama en la
vida real, autoestima en las redes sociales, muchos amigos de fiesta, diversión
y ocio, la Biblia dice sobre estas cosas: “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, todo es vanidad”
(Ecl. 12:8). O
como traduce dichas palabras la NVI: “Lo
más absurdo de lo absurdo, ¡todo es un absurdo! —ha dicho el Maestro”.
En definitiva, todo eso es una necedad,
cuyos sinónimos son aún más explícitos en el lenguaje coloquial: estupidez,
majadería, disparate, memez, cretinismo, sandez, idiotez, imbecilidad,
tontería, bobada[1].
¿Cómo era Fúsi en realidad?
Para
responder a esa pregunta, recuerda el título de la película: Corazón gigante.
Y así era; tenía un corazón que no le cabía en el pecho. Era:
a)
Dadivoso.
b)
Servicial.
c)
Amable.
d)
Educado.
e)
Respetuoso.
f)
Sincero.
g)
Sencillo.
h)
Humilde.
i)
Manso.
j)
Bondadoso.
Todo
muy semejante al fruto del Espíritu: “Mas
el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza” (Gá 5:22-23).
Lo
podemos ver una y otra vez a lo largo del largometraje:
- A
una vecinita de apenas 5 ó 6 añitos, y que había perdido las llaves de su
casa, la invitó a merendar a su casa mientras llegaba su padre, mientras que le
enseñaba sus maquetas. Curiosamente, y siendo una verdadera lección ante los adultos, la pequeña era la única que no lo
consideraba un bicho raro.
- A uno de los compañeros del trabajo,
a pesar de que éste le faltaba el respeto, le arregló el motor del coche.
- Le hacía de comer cada día a su novia
cuando pasaba por una de sus crisis y acudía al trabajo por ella para que no lo
perdiera.
- Después de que ella rompiera con él,
le compró y le acondicionó un local para que abriera su propia floristería, que
era el sueño de la chica, y sin pedir nada a cambio.
- Siempre que le pedían algo, si estaba
en su mano hacerlo y podía, lo llevaba a cabo, incluso cuando abusaban de su confianza.
Apuesto a que Jesús lo habría tomado
por discípulo ya que Él no miraba –ni mira- lo que los seres humanos ven
importante en los demás.
Lo que Dios valora y te hace realmente grande
Recuerda y grábatelo a fuego: lo que te
hace grande ante Dios no es tu físico (sea el que sea), el grado de
inteligencia (sea mayor o menor), tu dinero (sea mucho o poco), tu trabajo (lo
tengas o no), el número de amigos (muchos o inexistentes), y ni siquiera tus
estudios, tus habilidades sociales o el tener o no un ministerio cristiano de
renombre, sino tu corazón, tu forma
interna de ser y de actuar. Puedes no tener nada y ser GRANDE ante los ojos
del Altísimo: “Jehová no mira lo que mira
el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová
mira el corazón” (1 S. 16:7). Piensa, siente y vive en consecuencia.
Aunque otros tengan “recompensas
temporales”, tu “trabajo en el Señor no
es en vano” (1 Co. 15:58). Cuando llegue la hora de la verdad en la otra vida,
serás ampliamente recompensado: “Y todo lo que
hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo
que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor
servís” (Col. 3:23-24).
Espero que estas sencillas
líneas te sirvan para reflexionar profundamente y puedas vivir en paz y con
sencillez ante esta sociedad que ha perdido completamente el norte, valorando en ti mismo y en los demás lo que Dios aprecia de verdad. Si lo haces, dejarás muchas cadenas en el camino y te sentirás como cristiano y persona aún más libre.