martes, 24 de enero de 2017

¡Viva la madre que te parió!



Este artículo no está dedicado a los ultras, radicales o hooligans que se sirven del fútbol o del deporte en general como una simple excusa para llevar a cabo sus actos vandálicos y demás fechorías. Aquí me dirijo al aficionado de a pie, entre los cuales posiblemente estés tú, seas cristiano o el mayor de los ateos. Ya es hora de una vez por todas que muchos se sienten a reflexionar porque hace mucho tiempo que sobrepasaron los límites racionales.   

La polémica viene de bien lejos: desde que el jugador sevillano Sergio Ramos –capitán de la selección española- pasó a formar parte de la plantilla del Real Madrid en el año 2005, cada vez que juega en el Sánchez Pizjuán –el estadio de su antiguo club- un sector de la grada le dedica el cántico “hijo de p...”. Hasta hace poco eran únicamente los llamados “Biris”, una peña radical de dicho equipo que ocupa todo un fondo del recinto. Personalmente, conociendo cómo son esta clase de individuos, no me sorprende en absoluto. Los insultos dicen más de ellos que de aquellos al los que se los dedican. La mala educación que muestran no conoce límites. Cuando las cámaras los enfocan mientras gritan todo tipo de improperios parecen dementes a los que habría que encerrar en reformatorios.
Lo narrado podría parecer una anécdota lamentable, pero tristemente está sumamente generalizada por toda España. Basta con escuchar las melodías que dedican las aficiones locales al equipo visitante, sea el que sea. Les desean la muerte y se dedican a mentar a sus esposas, parejas e hijos, mientras que escupen, lanzan mecheros, botellas, cabezas de cochinillos, a la vez que sacan a pasear peinetas, cortes de mangas y todo tipo de gestos obscenos. Y si pierden el partido, los esperan a la salida para golpear los autobuses como si fueran una manada de búfalos. Incluso llegan a vitorear a un jugador que maltrató a su pareja: “Rubén Castro alé, Rubén Castro alé, no fue tu culpa, era una p…, lo hiciste bien”.
Generalmente, la iniciativa de estas acciones parten de los ultras. En algunos casos, se está logrando controlar por medio de acciones impulsadas por varios presidentes valientes –a pesar de recibir amenazas de muerte-, como Sandro Rosell y Florentino Pérez, que han expulsado respectivamente a los Boixos Nois del Camp Nou y a los Ultra Sur del Bernabéu. Pero en la inmensa mayoría, nada está cambiando: todo se resuelve con multas económicas que pagan los clubs –en el mejor de los casos- o directamente se archivan los casos. 
El problema es que, desde hace ya un tiempo, estas actitudes, que eran parte de una minoría, se están extendiendo al resto de los aficionados, sea que estén presentes en el estadio o viendo el partido a través de la televisión. No forman parte de ningún grupo radical organizado, pero se comportan exactamente igual. Es igualmente bochornoso y deleznable todo lo que se escucha en Pamplona, Bilbao, Madrid, Barcelona, Valencia y en multitud de otros campos de España, como lo que dicen en persona y escriben los aficionados de a pie en las redes sociales, en grupos de wasap y en los comentarios en la prensa escrita. Y esto abarca a todas las etapas de la vida y clases sociales: adolescentes, adultos, estudiantes, universitarios, licenciados, trabajadores, etc. Puede que tú seas uno de ellos; a más de uno conozco, tanto creyentes como los que no lo son. Así que te invito a que leas con detenimiento las siguientes líneas y, sobre todo, a que reflexiones profundamente, en lugar de escudarte en la masa, en el anonimato, en la pasión o en la edad.

Justificando la maldad
Escuché a un periodista decir que el futbolista debe entender que soportar los insultos de la grada va incluido en el sueldo. Es decir, si te insultan, si se acuerdan de tus muertos y de tu familia, te tienes que aguantar, porque para eso cobras lo que  cobras. Esta argumentación solo nos demuestra una vez mas la bajeza moral a la que puede llegar el ser humano para justificar la maldad bajo el escudo de que “el fútbol es pasión” y no se puede controlar.
Podríamos pensar que esta era la opinión de una sola persona. Por eso, al acabar el partido donde Sergio Ramos fue ultrajado, pensé que la afición (insisto: el aficionado de a pie) iba a rechazar mayoritariamente la actitud que tomaron unos pocos miles contra su paisano. ¡Ingenuo de mí! Cuando les preguntaron, todos dijeron lo mismo: “se lo merecía”. Incluso alguna señora mayor lo afirmaba con una sonrisa de satisfacción en la boca. Se me revolvió y se me revuelve el alma escuchando semejantes palabras.
Algunos podrían señalarme y apuntar: “bueno, tu eres seguidor del Real Madrid. Por eso te molesta que insulten a uno de tu equipo”. No señores. Pienso exactamente lo mismo cuando el afectado es cualquier otra persona, se dedique a jugar a este deporte o cualquier otra profesión. Por citar un solo ejemplo de los muchos que podría nombrar: sentí vergüenza ajena en la final de la Copa del Rey de 2011 cuando la afición del club blanco insultó continuamente a Shakira, la compañera sentimental del barcelonista Piqué, y lo condeno de la misma forma.
Con esto no estoy eximiendo de otras cuestiones a muchos de estos deportistas. En demasiadas ocasiones actúan como niños pequeños y mentirosos que tratan de engañar a los adultos: fingen y exageran para provocar la expulsión del contrario, dan patadas y cuando les pitan faltan se quejan airadamente diciendo que ellos no han hecho nada, se tiran al césped como si les hubieran atravesado el pecho con una katana y explotado una granada en sus pies, etc. Eso cuando no se pelean entre ellos y se menosprecian por estar en un equipo mejor o ganar más dinero, tratando de demostrar quién es el más viril de todos. Y, por otro lado, fuera de los terrenos de juego, la ética y moral que ponen en práctica suele ser contraria a los principios establecidos por Dios en su Palabra. Enumerarlos llevaría horas. Pero lo que acabo de señalar es otro tema y no invalida nada sobre la violencia verbal que ejercen los “espectadores”.

¿La pasividad ante la maldad o la toma de medidas?
Especialmente me llamó la atención una aficionada, de unos veinticinco años, que estaba esperando a la salida al jugador para volverlo a insultar de la misma manera. Entre ella y Ramos había una valla y un dispositivo de la Policía Nacional (que pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos). Gritaba desaforada y su rostro agraciado se convertía en uno lleno de odio. Como he dicho, algo así se espera de un ultra, no de una persona aparentemente normal. Pero, por encima de todo, lo que me sorprendió fue la actitud del Policía que estaba a menos de un metro de ella. ¿Qué hizo? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! De brazos cruzados y mirando para otro lado. ¿Cuánto hubiera tardado en sacar la porra si ese mismo insulto se lo hubieran dirigido a él? No sé, quizá no quería meterse en problemas o fuera sordo el hombre...
Esta escena me recordó a otra acontecida con Piqué meses atrás con un final diferente. Sin necesidad de entrar a valorar sus continuas declaraciones polémicas, en una ocasión, cuando bajó del autobús a la llegada de la selección a la ciudad de León, un joven comenzó a insultarle de forma vejatoria. En este caso, un Policía se acercó al susodicho y le habló con toda claridad. Omito parte de sus palabras por el vocabulario que empleó, pero le dijo: “[...] A ver si te damos la nota y luego te cae una multa de 300 euros [....] ¿Vale? Por insultar...”[1]. Y se hizo el silencio por parte del seguidor.
¿Persona que insulta? Se le expulsa del campo y se le multa. ¿Reincidente? Se le quita el abono, el carnet de socio y se aumenta considerablemente la cuantía económica. ¿Exagerado? Ni por asomo. O se toman medidas ya o esto se termina por ir de las manos. Cuando comiencen a darse casos y el público comprenda que se va completamente en serio y hasta el final, comenzarán a tomárselo como deben y a cambiar porque no les quedará más remedio. Mientras tanto, parece que solo se toman medidas cuando hay muertos de por medio.
Hay jugadores de color que se han marchado de un terreno de juego en señal de protesta cuando parte del graderío ha imitado el sonido de un mono. Me parece sensacional. Pues, en mi opinión, lo mismo deberían hacer los equipos cuando se entonen cánticos de pura afrenta. Y así hasta que se cumplan las normas antiviolencia.
Todos sabemos cómo reaccionó hace unas semanas un repartidor cuando un youtubers le llamó “cara anchoa” en una supuesta broma de cámara oculta: éste se llevó de regalo una sonora bofetada. No justifico la reacción, pero ponte en la piel de un afectado: ¿te quedarías impasible si se dirigieran a ti en términos ofensivos? ¿Si llamaran a tu madre lo que ya sabes? ¿Si hicieran presentes a todos tus difuntos? ¿De verdad reirías la gracia? Empatía chavales, empatía.

La parte que te toca: reeducarte
Cuando leo a personas decir –citando nuevamente el caso de Ramos- que él provocó con su gesto (olvidando que los insultos a su persona vienen de muchos años atrás), lo que realmente están haciendo es esquivar el debate que no les interesa porque les destapa como lo que son: culpables. No puede ser que este deporte se haya convertido en un espacio donde muchos se reúnen para sacar lo peor de sí mismos y donde todo está permitido. No puede ser que haya leyes no escritas donde se ha regularizado e institucionalizado lo que es aberrante de por sí.
¿Deberían los jugadores mantenerse ajeno a todo y no responder a los insultos? Sí, ahí estoy de acuerdo. No deberían entrar al trapo ni responder. Pero la verdadera cuestión es: ¿por qué se debe tolerar lo intolerable? ¿Por qué un individuo tiene que escuchar como injurian a su madre? ¿Por qué una madre debe escuchar ciertas palabras contra ella?  ¿Por qué un arbitro, un juez de línea y un entrenador deben soportar todo lo que soportan? ¿Por qué los jugadores del Barcelona y del resto de equipos españoles deben soportar todos los años a la Curva Nord de Valencia (por citar un único ejemplo), que se dedican todo el partido a brindarles todas las groserías que se encuentran en el diccionario? ¿Cuánto y hasta cuándo esos ambientes hostiles, donde parece que se va a la guerra? ¿Es que la tolerancia consiste en que no haya límites?
Si no recuerdo mal la fecha, hace un par de años le planteé en una entrevista digital este tema a Carlos Carpio –subdirector del periódico Marca y uno de los periodistas más ecuánimes que conozco-, y me confesó con tristeza que no llevaba a su hijo pequeño a los partidos porque era monstruoso todo lo que allí se escuchaba, y que afecta incluso a los más pequeños de la casa, como el ejemplo del jovencito de la imagen que encabeza el artículo. Al que nunca haya ido a un gran estadio, le diré que en la televisión no se escucha prácticamente nada de todo lo que se oye presencialmente. Esta una de las razones principales por las que yo mismo llevo años sin asistir.
Una de las enseñanzas bíblicas más claras de todas es la que hace referencia a la naturaleza caída del hombre y que nos señala a todos nosotros como culpables delante de Dios: No hay justo, ni aun uno. [...] por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:10, 23). Si omites esta contundente conclusión, lo fácil es decir: “Pero yo no soy un ultra ni pertenezco a ninguno de estos grupos. No hago apología de la violencia, ni física ni verbal. Jamás le he pegado a nadie ni hago nada malo. Al contrario que otros, cuando se me escapa algo no lo digo con maldad. Y tampoco tiene tanta importancia”. ¡Venga, sé honesto contigo mismo, y deja de compararte con otros! Que cada uno someta a prueba su propia obra” (Gá. 6:4). Jesús dijo que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6:45). Lo que sale por tu boca es lo que hay en tu corazón, así que no hay excusas posibles.
Considero que –en lugar de lanzar balones fuera- no hay persona más humilde que aquella que es capaz de reconocer sus errores con la intención de rectificar. ¡Debes cambiar y reeducarte! Si eres cristiano, las fuerzas para hacerlo ya sabes de quién proceden. Si no lo eres, cambia al menos tu actitud.
Que tengas un mal día en el trabajo con tu jefe, con tu familia, con tu novia, esposa o con quién sea, no te da derecho a soltar esa ira reprimida y a desfogarte con nadie. Pagar por una entrada o por un refresco en un Bar para verlo por la televisión no te concede ningún derecho a faltar el respeto.
Es que el fútbol es pasión, dicen muchos para disculpar ciertas conductas. ¡Mentira! El insulto barato y el desprecio hacia el prójimo es una pasión con un enfoque completamente errado. ¡¡¡¡¡¡Esto es un juego!!!!!! ¿Que del mismo se hace un show, un espectáculo o algo divertido? De acuerdo: lo acepto como animal de compañía; todo lo demás no (como expresé en Fútbol: ¿Juego o idolatría?: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/05/futbol-juego-o-idolatria.html). 

Conclusión
¿No quieres que el equipo contrario logre la victoria? Lógico. Yo no quiero que el Barcelona gane ni al parchís, pero no le deseo ningún mal a sus jugadores ni a la institución. ¿Quieres que el equipo que te gusta triunfe? Disfrútalo si es así. ¿Qué pierde? Que tu estado de ánimo no dependa de esto. Tal y como está articulada nuestra sociedad –que me recuerda mucho a Panem[2]-, es comprensible que los niños y adolescentes sean presa de esta trampa anímica, pero entre adultos es poco maduro, por no decir que nada en absoluto: Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Co. 13:11). No cito estas palabras de Pablo para decir que no podamos ser bromistas o risueños como un jovenzuelo, sino para recalcar que una de las señales externas que diferencia a un niño de un hombre es que éste sabe concederle importancia a lo que verdaderamente la tiene, y el fútbol no entra dentro de esta categoría.
¿Y si los los que tienen la misma afición que tú continúan con los mismos comportamientos? ¿Y si nadie y nada cambia? ¿Y qué? ¡Hazlo tú! ¡Reacciona! ¡Despierta de la hipnosis a la que te tienen sometido determinados medios de comunicación y prensa escrita que, implícitamente, incitan al odio y alimentan el peor de los fuegos en el corazón humano mofándose de otros equipos! ¡Huye de esos periodistas encendidos que hablan de temas meramente deportivos como si la vida y la muerte dependieran de ello! ¡Deja de dramatizar como si fuera una tragedia griega! ¡Deja de reírle las gracias a esos deportistas que desprecian al contrario! ¡Deja de infravalorar las victorias ajenas! ¡Deja de burlarte del que es derrotado! ¡Deja de ver al que defiende otros colores como un enemigo al que destrozar y vilipendiar? ¡Desmárcate de los que parecen fanáticos sectarios defendiendo a sus dioses! Si tienes que dejar de conversar con algunas personas sobre deportes, ¡hazlo! ¿No te das cuenta de que todo esto es enfermizo, insano, infantil y ridículo? ¡No seas una oveja más que forma parte de una masa! ¡Sé diferente!



[2] Panem: el nombre que recibe la antigua América del Norte en la trilogía distópica “Los Juegos del Hambre”, y que está dividido en 13 distritos, siendo el Capitolio la capital de la nación. Un país donde las desigualdades sociales resultan abismales y solo una pequeña parte de la población –la que reside en la capital- posee todos los lujos, riquezas y comodidades que se les niega a los habitantes de los distritos. “Panem deriva de la frase en Latín panem et circenses, que literalmente se traduce como pan y circo. La frase en sí es usada para describir el entretenimiento usado para distraer la atención del público de otros asuntos más importantes” (http://los-juegos-del-hambre.wikia.com/wiki/Panem).   

martes, 10 de enero de 2017

El cristianismo convertido en un show para el beneficio y el lucimiento personal



Esta sección del blog está dedicada a mostrar “la otra cara de la moneda” en cuestiones que, por norma general, únicamente se muestra una de ellas.

Jesús entró en Jerusalén montado en un pollino de asna mientras que las multitudes “tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: !!Hosanna! !!Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Jn. 12:13). En la actualidad, esta misma escena habría sido muy diferente. Un periodista imparcial la narraría así:

“El burro que llevaba a Jesús comenzó a rebuznar nervioso porque los miles de flash de los teléfonos móviles y tablets le cegaban. Mientras que los verdaderos apóstoles no querían ningún protagonismo y se echaban a un lado, otros que se consideraban los ungidos de Jehová –pero a los que Jesús no conocía- desfilaban con guardaespaldas y coches blindados decretando todo tipo de bendiciones económicas y de prosperidad, al mismo tiempo que recibían el diezmo y las ofrendas de los asistentes para recibir sanidad. La policía urbana tuvo que situarse entre el llamado Hijo de Dios y las multitudes, puesto que éstas se peleaban tratando de acercarse al Maestro para hacerse un selfie. Mientras tanto, chicos y chicas adolescentes venidos de todo el mundo gritaban hasta quedarse afónicos y lloraban desconsolados rogando por un autógrafo en sus camisetas. Los servicios sanitarios tuvieron que atender a muchos de ellos, presos de diversos desmayos tras estar varias horas brincando al son del estribillo ´salta, salta, salta para Cristo`, que resonaba en veinte altavoces de mil megavatios de potencia cada uno. El evento atrajo a varias cadenas de comida rápida que recaudaron millones de dólares. También se vendieron incontables llaveros, pins, cd´s y pósters conmemorativos, dinero que fue usado a posteriorí para comprar nuevos instrumentos musicales y cámaras de video. ¿Biblias? Tres en total y de diversos colores, que fueron olvidadas en los asientos. Los más felices eran los dos ganadores del sorteo, que se llevaron como premio un crucero de ´avivamiento` por las Islas Caimán. Una vez finalizado el entretenimiento, cada uno de los asistentes siguió su camino y se marchó a casa sin ningún cambio apreciable, aparte de la euforia del momento y de las fotos hechas para subirlas a Instagram. Por su parte, la presencia de Jesús fue ignorada a los pocos minutos de su entrada en la ciudad santa”.

El que tenga un mínimo de imaginación, habrá entendido perfectamente la ilustración y cuán real es su triste extrapolación a parte del “cristianismo” contemporáneo.

Reallity show
Menos mal que el plan y la voluntad soberana de Dios se cumplió a la perfección, y nació en el momento que Él había prefijado, como atestiguan las profecías del Antiguo Testamento. De lo contrario, habrían querido envolverlo en todo esto y hacerlo partícipe de un reallity show, de la misma manera que en su época quisieron hacerlo rey y alejarlo de la cruz.
¿Cómo hubiera sido esa telerrealidad en el siglo XXI?:

- Entrevistas en directo con los apóstoles, con preguntas como: “Pedro, ¿te pareció bien que Jesús sanara a tu suegra?”.
- Debates acalorados a altas horas de la madrugada donde participarían fariseos, sauduceos, miembros del Sanedrín y centuriones romanos. Y, en ocasiones especiales, invitados como Herodes y la esposa de Poncio Pilatos. Entre el público, algún esclavo.
- Visita guiada por el museo de Jerusalén, donde estaría expuesto el pez disecado del cual Jesús sacó la moneda.
- Las mismas cadenas de televisión le habrían entregado a Judas las 30 monedas de plata para aumentar la audiencia.
- Jesús sanando a los leprosos: imágenes a cámara lenta con una gopro en 3D, cinco mil repeticiones de la secuencia y desde cincuenta ángulos diferentes, incluyendo “a vista de dron”.
- Catadores de vino en las bodas de Caná para que comprobaran la calidad del mismo tras el milagro.
- Casting para elegir a los 12 apóstoles. Por supuesto, todos los candidatos estarían formados por adinerados, modelos, actrices famosas, cantantes y universitarios exitosos.
- Serie de televisión de más de mil capítulos narrando las vivencias diarias de Juan en su destierro en la isla de Patmos.

La realidad presente
Todo esto –que suena a broma- es parte de la realidad que se ha instalado en el cristianismo en las últimas décadas en otras formas. Una Iglesia que, en lugar de impactar al mundo, se está disolviendo en él adoptando sus modas, aceptando ideologías y costumbres de la sociedad imperante: matrimonio homosexual, normalización del divorcio y del yugo desigual, consumo de alcohol, tatuajes, piercing, formas de vestir desinhibidas, asistencia a discotecas y clubs nocturnos, etc. Ante estas cuestiones, sus defensores argumentan que lo que Dios mira realmente es el corazón o que hay asuntos más importantes sobre los que discutir y que nos dediquemos a predicar el mensaje de salvación y punto.
En muchos lugares que tienen la coletilla de cristianismo, ya ni siquiera se presenta a Jesús como el único camino para ir al Padre (cf. Jn 14:6); también tienen cabida lo bueno de diversas filosofías orientales o religiones como el Islam, donde lo importante es ser honesto con uno mismo y las creencias personales.
Por otro lado, basta con asistir a alguna mega-iglesia, ver infinidad de vídeos en youtube, canales como “Enlace” y centenares de libros donde se presenta a los “ungidísimos por el Señor” (a los que por supuesto no se puede juzgar), que lo único que hacen es esparcir puro veneno motivacional con su confesión positiva, donde:

- No paran de decretar –como si Dios estuviera al servicio de los seres humanos- y llaman al resto a hacer lo mismo. ¿Tienes una muela picada o juanetes? Declara a pleno pulmón y sin cesar que todo queda sanado, mientras que atas al diablo y dejas caer en la canasta un billete, cuanto más grande mejor.
- Establecen la jerarquía piramidal, donde lo que diga el pastor hay que obecederlo sin rechistar ya que tiene conexión directa con el cielo, al contrario que tú, cuya señal de radio está llena de interferencias.
- Expanden la teología de la prosperidad, que, curiosamente, únicamente es para un selecto grupo. ¿Y para el resto que son pobres? ¿Y si es tu caso? No te preocupes. El año que viene vendrá la gran cosecha... y si no, el año siguiente.... y si no, el siguiente. Y si tarda es porque estás en pecado o te falta fe...
- Ofrecen sanidades que parecen hechas por el médico que aparece en Los Simpson, junto a lluvia de bendiciones (polvo de oro y diamantes, etc), bailes de todo tipo, musica atronadora y vacía de contenido bíblico pero que hace vibrar, etc.

Todo lo descrito –con un buen toque de sarcasmo-, es la pura realidad que se observa en demasiadas iglesias locales, cuyos tronos están ocupados por lobos con piel de cordero (como describimos en El verdadero lobo: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/11/el-verdadero-lobo.html).  
Han convertido el evangelio en un espectáculo lamentable al estilo de “Los Juegos del Hambre”: diversión para algunos y sufrimiento para el resto que no se someten a sus postulados y están fuera de onda. Gracias a Dios, muchos hermanos se están dando cuenta de estas y otras falsas doctrinas, y se han alejado de ellas como de una explosión: corriendo.

La distorsión de la realidad
Amplios sectores del cristianismo –partiendo en su origen desde el continente americano en el siglo pasado y que ha sido exportado al resto de continentes- se han dejado arrastrar por muchas modas en las últimas décadas: evangelio distorsionado y mercantilizado, conciertos pirotécnicos que se presentan como si fueran “darle la excelencia a Dios” (aunque nada de esto venga en la Biblia) –en cuya logística se invierten cantidades de dinero que podrían aprovecharse para verdaderas necesidades de la sociedad y que provocan vergüenza ajena-, bailes inmundos, paganismo extático, doctrinas de procedencia demoniaca que se enseñan como si vinieran del cielo (escobas, trapos, gasolina, agua y aceites, todo esto “ungido” por el profeta de turno), exaltación y adulación de pastores, predicadores y cantantes estrellas, etc.
No ha sido la sociedad caída que gobierna este mundo quien ha llevado a cabo este cambio en la esencia cristiana; han sido ellos solitos. Han creado una nueva religión de diversión donde lo que se busca es el paroxismo. Literalmente, viven en un mundo de fantasía. Eso sí, cuando vienen los problemas se estrellan contra la realidad y todo se desmorona. Algunos incluso pierden la fe. Y todo por manipular las Escrituras y alejarse de la sencillez mostrada en ella. ¿Por qué han confundido y embaucado a tantas personas sinceras y genuinamente cristianas? Sencillo de explicar:

- Muchas de sus doctrinas esenciales son correctas (Trinidad, Encarnación de Cristo, etc.).
- Llevan a cabo grandes obras sociales.

El problema reside en que sutil y paulatinamente ha habido un proceso de sincretismo con el gnosticismo y otras religiones, al estilo del que llevó a cabo el catolicismo romano a partir del siglo III con el paganismo. Esta mezcla de verdad y de mentira se ha fusionado de tal manera que hace difícil en ocasiones separar la una de la otra, recordando en gran manera a la iglesia de Pérgamo y Tiatira, las cuales eres leales a Cristo, tenían obras, amor y servicio, pero, a la vez, toleraban herejías (cf. Ap 2:12-29).

Los selfies y la cultura del postureo
A título individual se ha llevado todo esto un paso más, y lo que más se observa es el llamado postureo. Este es, ni más ni menos, que aparentar una imagen en todo momento de felicidad, alegría, euforia y llenura emocional, destacando especialmente las actividades que uno lleva a cabo. Una especie de carpe diem sin fin. Podemos verlo en este corto titulado “A social life” (https://www.youtube.com/watch?v=GXdVPLj_pIk). Esta moda –por llamarla de alguna manera- se ha infiltrado en la mentalidad de muchos cristianos, especialmente entre los jóvenes inseguros, con complejos de inferioridad o poca estima propia, y con deseos de ser amados. Para esto no hay nada mejor que llamar la atención sobre uno mismo y mostrar:

- “qué espiritual soy”.
- “qué grandes obras hago”.
- “cuán entregado estoy”.
- “cómo oro y adoro”.

Esto se consigue inmortalizándo el momento con fotografías para que el mundo pueda verlas en Internet. Todo esto rezuma altas dosis de vanidad, orgullo y vanagloria, la cual “no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn. 2:16). Viene a ser el equivalente a esa práctica tan extendida entre la población y que les termina obsesionando: subir una foto luciendo una cara bonita y/o tipazo –sea hombre o mujer- para que el resto los piropee. La realidad que suele darse es lo que esconde: a mayor cantidad de fotos exhibicionistas, mayores son los complejos que oculta la persona.
¿Se imagina alguien a Jesús haciéndose un selfie con los leprosos, mientras leía el libro de Isaías, cuando se transfiguró, u orando en el huerto de Getsemaní? Bueno, pues algunos lo hacen rodeados de personas enfermas y pobres, mientras que otros cuando leen la Biblia u oran para que el prójimo los vea. ¿Se imagina alguien a Eliseo grabándose en video mientras hacía flotar el hacha? ¿Entra en nuestra mente la imagen del ángel Gabriel haciéndole una foto al arcángel Miguel mientras éste adoraba y subiéndola al face-celestial para que el resto de ciudadanos del cielo se maravillara? ¿Nos podemos imaginar igualmente a Pedro haciéndose un selfie mientras se hundía en el agua y, segundos después de ser rescatado por Jesús, colgándola en las redes sociales? Hubiera logrado miles de “me gusta” e infinidad de comentarios espirituales y grandilocuentes: “Grande hermano Pedro, el Señor te ha bendecido. Eres un coloso entre los grandes”. Otros se habrían burlado y los insultos habrían comenzado a llover: “Tu fe es débil Pedro. Estuviste a punto de ir al infierno por toda la eternidad”. El pobre apóstol no habría dormido esa noche pensando en las opiniones de los dos polos opuestos. Su estado emocional se hubiera visto afectado para bien o para mal.
Puede sonar cómico, pero basta con mirar atentamente para comprobar cuán cierto es. Se puede ver día tras día en las fotos que se ven entre los cristianos, y que ellos mismos hacen o les hacen: primerísimos planos mientras toman la Santa Cena, con los ojos cerrados y los brazos levantados mientras cantan, líderes y pastores con rostros serios y miradas profundas predicando desde el púlpito, cantantes que llegan a los llamados “conciertos cristianos” como si fueran rockeros, misioneros con pobres descalzos y medio desnudos mientras les dan un paquete de arroz o una limosna, etc.

La humildad de corazón y la sencillez
Aunque prefiero vivir el momento, disfrutar de él y guardar el recuerdo en el corazón –puesto que ahí no se borra- no tengo nada en contra de las fotografías per se, pero el postureo cristiano no es correcto ni sano. ¿Quieres que te hagan fotos y hacerte selfies? Hazte todos los que quieras: subiendo a un árbol, de paseo con tus amigos, tomando un helado gigantesco, en una boda o en alguna celebración familiar, pero no mezcles esa parte de tu vida con las acciones puramente espirituales, que son para el reino de Dios y Su gloria, dejando también esa ofuscación de querer llamar la atención sobre ti mismo.
Me encontré en Internet un montaje en forma de gif animado de varios actores donde todos asentían mientras aparecía la frase: “¿Y si hacemos buenas obras sin tomarnos selfies?”. Es una buena pregunta para reflexionar.
¿Recuerdas estas palabras de Jesús?: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:5-6). Es lo mismo que Él hacia: se apartaba para orar a solas.
Deberíamos grabar a fuego esas palabras puesto que son igualmente aplicables a muchas otras esferas de nuestra vida como creyentes: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mt. 6:1-4). Tenían el aplauso de los hombres pero no el de Dios.
¿Un gran ejemplo para nosotros?: el de la viuda que ofrendó (cf. Mr 21:1-4). Nadie se percató de ella y nadie la alabó, excepto el que tenía que hacerlo: Jesús. Es quien debe mirarte, no los demás.
Él mismo se guardó de convertir sus milagros en un espectáculo de masas como si fuera un circo. Sus acciones sobrenaturales tenían el propósito de respaldar sus palabras e identidad, pero en ocasiones –a pesar del reproche de sus hermanos-, las llevó a cabo en la intimidad y sin deseo de que se diera a conocer tal acción, como cuando resucitó a la hija de Jairo: “Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro? Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente. Y no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo. Y vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho. Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente. Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo que se le diese de comer” (Mr. 5:35-43). Es lo mismo que hizo con el sordomudo tras sanarlo: “Y tomándole aparte de la gente [...] Y les mandó que no lo dijesen a nadie” (Mr. 7:33, 36).

¿Quiénes somos nosotros? ¿Para quién es la gloria?
A todos aquellos que sienten esa imperiosa necesidad de darse a conocer o temen que si no lo hacen son invisibles, el mismo Pablo les habla muy claro: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Co. 3:5-7).
Es cierto que no hay nada más grande que dar a conocer la obra de Dios en nosotros. Es lo que Jesús le dijo al endemoniado gadareno tras ser liberado: “Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él” (Lc. 8:39). Pero cuando alguien se cree algo y busca el reconocimiento o los aplausos, está olvidando que es un servidor de Dios y, literalmente, está usurpado Su lugar. Es ruin y moralmente reprobable usar al Altísimo y Su obra para el propio enaltecimiento, cuando el propósito debe ser poner las miras en lo alto: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5:16).
Algunos tienen miedo al pensar que su trabajo no tiene valor si no es reconocido. De ahí que se afanen en que les conozcan. Si ese es tu pensamiento, ten presente la historia de Jesús con los diez leprosos: aunque solo uno se lo agradeció, sanó a los diez. La obra estaba hecha, independientemente de que fuera correspondido o no. Si era Dios y logró 1 de 10, ¿qué pasará con nosotros que no somos ni remotamente perfectos? Puede que 0 de 10. Así que no te extrañes si nadie agradece tus obras, pero toma el mensaje de Pablo y aprópiate del mismo: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gá. 6:9). Ese “a su tiempo” en ocasiones puede ser en esta vida, pero casi siempre se producirá –sin duda alguna- en el cielo. 

¿Qué sentido tiene las maneras de actuar que hemos señalado como erróneas? ¡Ninguna! Son áreas en las cuales muchos creyentes tienen que revisar y reflexionar para despertar, aunque eso suponga nadar contracorriente. Esto incluye también a las iglesias locales que se mueven por estos principios y que deben reeducarse, aunque eso les suponga no ser tan prestigiosas.