Nadie se puede imaginar cuánto he dudado sobre si abordar o no este
asunto concreto porque sé que es entrar en terreno pantanoso, pero finalmente
he decidido plantear el debate antes que omitirlo, que sería lo sencillo. Me
expongo a que me lapiden verbalmente
por expresar mi opinión. Así que, por si acaso, me he comprado un kit de supervivencia, que consiste en un
chaleco antibalas, una réplica del escudo del Capitán América, un paracaídas y
un libro titulado Sobrevivir en una isla
desierta (para el caso de que me exilien). Aparte, he dejado escrito mi
testamento... Usando diversos apuntes irónicos y cómicos, comencemos.
No es que yo me escandalice fácilmente como algunos pueden llegar a
pensar, ni mis palabras son fruto de un arrebato incendiario. Tampoco pretendo
hacer una teología del bikini, pero
voy a exponer las conclusiones a las que he llegado a estas alturas de mi vida
desde una óptica y ética cristiana. Mi deseo es volver a provocar la reflexión
profunda como ya hice con la ropa. Antes de desechar alguno de las
argumentaciones y alternativas que propongo, medítalas tranquilamente. Puede
que estés de acuerdo en algunas cosas y en otras no, pero recuerda que los “no”
tendrás que razonarlos bíblicamente.
¿Qúe cubre y qué función
tiene?
El bikini fue inventado en el ya lejano 1946 por el
francés Louis Reard[1]. Esta prenda no es ni más ni menos que ropa
interior femenina pero de una tela diferente, más o menos sexy que ésta y supuestamente menos
transparente, específica para el baño en lugares públicos, donde ambas cubren
prácticamente la misma cantidad de piel de la anatomía femenina; a saber: la
zona púbica e íntima, 3/5 del pecho y, hablando fino, 3/4 partes de las partes
bajas de la nalgas (los llamados cachetes).
Y esto siendo generosos, porque muchas veces cubre menos, aunque en ocasiones –las
que menos-, cubre algo más. Basta con ver la fotografía que encabeza estas
líneas para ver la evolución que ha
sufrido en las últimas décadas. Lo llamativo es que nada de esto se considera
ya desnudez. Recuerdo
a una chica que, cuando iba a la playa con amigos de ambos sexos y se quería
bañar, en el trayecto hacia el agua iba con una pequeña tabla de surf tapándose
sus “posaderas”. ¿Por qué? ¿Acaso iba desnuda? Ni mucho menos. Pero sabía que,
al andar, esta prenda de baño, al ser tan ajustada, tiende a encogerse, y dejaba al descubierto
pequeñas zonas que, por norma general, no se muestran en público. Por eso se
tapaba por detrás hasta que el agua la cubría.
En su día, los franceses
consideraron este invento un sinónimo
de libertad y el feminismo como un gran triunfo, que fue recibido por los
hombres con suma estupefación al principio y como una alegría inesperada para la vista después. ¡Qué precio más alto
ha tenido que pagar la mujer por esa libertad
y esa victoria, principalmente la
pérdida del pudor! ¡La de ansiedades, dolores de cabeza, culto al cuerpo,
complejos y situaciones comprometidas que se evitarían muchas si esta prenda no
hubiera sido inventada a mitad del siglo XX!
¿Cuál es una –entre varias- de las consecuencias? Que
la noche de boda quedará muy poco nuevo por
mostrar; prácticamente estará todo visto. Lo que únicamente debería ver el
marido, habrá sido contemplado durante años por multitud de hombres.
Repitiéndome respecto al apartado anterior: hay ciertos encantos personales que son parte del regalo exclusivo que se ofrecen el esposo y la
esposa dentro del matrimonio. Recordemos que la visualización de los cuerpos que se
describen en el Cantar de los Cantares es para el matrimonio, ni antes ni fuera
de él.
Inherentemente de por sí el cuerpo no tiene nada de malo –ninguna parte-
ni tenemos que avergonzarnos de él. Tampoco debe considerársele como algo
pecaminoso (como señalaban erróneamente los gnósticos y algunos filósofos de la
antigüedad), ya que Dios mismo lo creó.
Así que mis planteamientos no van por ahí. La base principal sobre la que se
sostienen mis argumentos es el que ya he citado: la idea de que la contemplación del cuerpo de la persona del sexo
opuesto es un regalo único que se ofrece en el matrimonio. En definitiva, a una única persona; no
como si fuera una “posesión-celosa” (puesto que eso caería en la categoría del
maltrato psicológico y físico) sino con
libertad bajo el parámetro de la exclusividad. Cuando se asimila esto,
cambia nuestra percepción sobre el tema de la ropa, sea el bikini o cualquier
otra prenda de vestir. Por eso pienso que, de la misma manera que abrimos
nuestro corazón únicamente a personas muy cercanas e íntimas, deberíamos hacer
lo mismo con nuestro cuerpo.
Con la idea que he expuesto, por favor, esfuérzate en leer
cada párrafo desde esa perpectiva. ¿Idealista por mi parte? Posiblemente,
pero me gusta serlo, y aunque quizá para esta generación de cristianos sea
tarde y se encuentren con serias dificultades para enseñar a otros lo que ellos
mismos no han hecho, deseo que parte de los futuros creyentes que hoy están en
la infancia lleguen a tener en el futuro unos valores sobre el pudor más
radiantes que los que se manifiestan en la sociedad presente.
Cuando la sociedad pierde la
integridad y el sentido del pudor
Seamos totalmente claros: en el presente, la mujer (el hombre también) ha
ido perdiendo progresivamente el sentido del pudor (un pudor sano), llevándose
al extremo con prácticas como el topless
y el uso del tanga delante de todo el mundo. O la última
moda: los mini-shorts (por llamarlos
de alguna manera) que dejan al descubierto casi la mitad del pompis.
Hace unos meses llevé a mi sobrino a ese paraíso llamado Burker King. Era pleno verano, así que
la cola era kilométrica. En la primera fila había una chica que no superaba los
14 ó 15 años (por lo tanto, ya formadita) y llevaba ese tipo de pantaloncito.
Como suelo hacer para contemplar la reacción de los demás, miré disimuladamente
a los ojos de las personas que me rodeaban: puedo asegurar que casi nadie
estaba mirando el menú de las hamburguesas, sino a la jovencita, y no
precisamente su rostro. Incluso las mujeres la miraban, no sé si sorprendidas o
qué. Hubiera estado completamente fuera de lugar, y a saber qué me hubiera
dicho ella y su madre que la acompañaba (eso me sorprendió más), pero me habría
encantado preguntarle cuál era la razón exacta para llevar esa prenda. Sé que era agosto y hacía calor,
pero...
Cuando le he preguntado a otras mujeres maduras sobre qué lleva a una
chica a vestir de esa manera desde tan temprana edad, me han contestado que ya
suelen ser conscientes del poder sexual que tienen entre manos y lo usan para
atraer miradas y deseos.
Está claro que ser discreto y reservado ya no está de moda. Es algo que
se comprueba especialmente en las nuevas generaciones. Basta con ver los tipos
de baile de los videoclips (donde
todo el mundo pone morritos y caras
de estreñimiento), llenos de
sensualidad, puramente provocativos, y cuyos movimientos luego se reproducen en
gimnasios, discotecas y pubs nocturnos. No estoy diciendo –¿oh sí?- que
tengamos que hacer el payaso como en el famoso baile de Carlton Banks en El Príncipe de Bel Air[2], pero
¡con la de bailes hermosos y divertidos que existen y se pueden hacer sin
necesidad de caer en la vulgaridad! Por
citar un ejemplo de uno magnífico: la coreografía que se marca Emma Watson (más
conocida por interpretar a Hermione en Harry
Potter) con su compañero de pista en el ensayo del rodaje de la película Las ventajas de ser un marginado (https://www.youtube.com/watch?v=Q67h0NKas68)[3],
mientras suena la clásica “Dexy's
Midnight Runners - Come On Eileen”.
Al igual que esos incalificables mini-bañadores de hombres, o el hecho de
que los chicos lleven ridículamente bajados los pantalones (dejando a nuestra
desdichada vista los calzoncillos),
cualquier prenda que deja al descubierto buena parte de la anatomía femenina y
la exhibe ante cualquier hombre, es únicamente una consecuencia más de
la moda de la sociedad que hemos aceptado en las últimas décadas. Podríamos
añadir las microfaldas (que ya no son
ni mini puesto que se llevan
prácticamente a la altura del cinturón), los mini-short, los mini-top y
demás prendas cuyos nombres prefiero ignorar o directamente se escapan a mis
conocimientos. En definitiva, todos los Minions
posibles, y que se usan con fines muy concretos cuando se sale de fiesta: ligar, seducir, llamar la
atención sobre uno mismo con ciertas
intenciones, lucimiento sin más o a saber qué: “andan en la vanidad de su mente,
teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia
que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se
entregaron a la lascivia para cometer
con avidez toda clase de impureza” (Ef. 4:17-19). Es
lo que sucede cuando se pierde la vergüenza.
Todo esto es fruto de la “educación” y la “cultura” que se promueve e inculca desde los medios de comunicación en
general (Internet, prensa, televisión, etc.), que sacan a relucir lo peor de la
naturaleza caída humana y que las personas llevan décadas absorbiendo como
esponjas. Así hasta llegar a los niveles de inmoralidad que observamos hoy en
día en todo el planeta. Basta con ver como ejemplo dos famosas series de
televisión, Médico de Familia
(1995-1999) y Aquí no hay quien viva
(2003-2006), para comprobar cómo en pocos años cambió la moralidad, la ética,
el lenguaje, las actitudes, etc. Podríamos decir que, quizá, ambas eran
extremistas y mostraban de formas exageradas lo bueno y lo malo, pero no
olvidemos que a edades muy tempranas los jóvenes no tienen la madurez ni la
formación suficiente como para distinguir una cosa de la otra, y que lo que ven
se convierte en modelo de imitación. Al final, con el paso del tiempo, una vez
que se ha asimilado y puesto en práctica tales enseñanzas, los medios se limitan a reflejar las conductas sociales
consecuentes y generalizadas (retroalimentándose mutuamente): relaciones
sexuales entre adolescentes, promiscuidad, lenguaje vulgar y obsceno, abuso del
alcohol, adicción a la pornografía, consumo de drogas, embarazos no deseados,
abortos, etc. Hemos pasado de la represión y de tener un concepto sucio del
sexo a la cultura del destape y el libertinaje, ambos extremos negativos y
desequilibrados.
A lo “malo” se le dice “bueno” y a las “tinieblas” “luz” (cf. Is. 5:20),
y a los que denunciamos estos tipos de depravaciones se nos llama retrógrados o fanáticos religiosos. Curiosamente, los que nos dedican estos piropos son los mismos que luego se
escandizan de la situación del mundo desde que hay memoria de él, y creen que
todo se solucionará algún día con nuevos líderes, grandes medidas políticas y
fascinantes hallazgos científicos. Todos ellos olvidan que el problema principal
del ser humano reside en nuestro interior, y que únicamente Cristo y su
sacrificio en la cruz tienen el remedio para dicho mal.
Que esto suceda en una sociedad donde Dios ha sido
dejado de lado es algo normal. Entendiendo Iglesia como el
conjunto de personas redimidas cuando se reúnen (ese es el concepto bíblico) y
no al edificio, templo, local o lugar de reunión (concepto errado del término
que emplea el católicismo romano y parte del protestantismo), el problema reside cuando algunas de estas prácticas
citadas u otras se normalizan, integran e institucionalizan en la Iglesia para, según algunos, adaptarse a
los nuevos tiempos y ofrecer una imagen de modernidad. Como dije en un taller
que trataba el porqué de la situación actual de la llamada cristiandad: “La carne y el pecado han entrado en la Iglesia”.
Paulatina, silenciosa e inconscientemente, nuestras conciencias se han sido
insensibilizando. Los adultos no se han dado cuenta (incluso los cristianos
maduros) y los jóvenes ni lo saben (por lo que no sienten que haya nada malo).
Pero que nos hayamos acostumbrado a algo y que nos parezca incluso “normal” no
significa que sea lo ideal, lo mejor o lo adecuado. Tengamos en cuenta una vez
más que la conciencia no debe regirse
tanto por nuestros propios pensamientos, sino por lo que dicta los principios
bíblicos. Nuestros pensamientos deben almordarse a ellos y no al revés.
Diversas actitudes ante el
bikini
Sé que para muchísimas mujeres el bikini es
sencillamente un cómodo traje de baño, y se sitúan con otras amigas en zonas
apartadas para evitar miradas ajenas, o lo usan únicamente en piscinas de su
propiedad. Siguiendo esta línea de pensamiento, y con los matices que expondré
unas líneas más adelante, en esos lugares y siendo prudentes, su uso, en mi opinión,
puede ser defendible.
El problema reside en que para otras muchas tiene un
propósito diferente: el puro lucimiento personal. Mujeres que, en lugar de
centrarse en cultivar un carácter cristiano con los valores de Dios, se vuelcan
casi exclusivamente en el físico, la estética y la moda. En estos casos, a
menos que genéticamente sean privilegiadas, el bikini viene a ser una manera
más de exponer lo que han logrado a lo largo del año a base de deporte y dieta;
por norma general, sudando a rabiar en un gimnasio y pasando hambre (¡Con lo
maravilloso que es disfrutar de la comida!). Finalmente, caen en el pecado de
las hijas de Sion, que “se ensoberbecen,
y andan con cuello erguido y con ojos desvergonzados; cuando andan van
danzando, y haciendo son con los pies” (Is. 3:16), sea en la playa o fuera
de ella con minifaldas, escotazos y demás. Mientras mejor tipo poseen, más
enseñan. Vuelven a vender la imagen de que valen
lo que aparentan, cayendo en la pura vanidad, porque buscan lucirse y ser
el foco de atención de los hombres que puedan contemplarlas. Luego se sienten
ofendidas con ellos, a menos claro que el chico sea guapo y les interese; entonces
les encanta y se sienten especiales. En ese caso, puede que muestren una
sonrisa falsamente tímida o alguna mirada cómplice y picarona. Por el
contrario, si es feo el que mira piensan “que
es un cochino” y se muestran asqueadas.
Lo sepan o no, los hombres nos damos perfectamente
cuenta de la imagen que están vendiendo con este tipo de actitudes. Lo que
quizá pasen por alto es que, aunque las respeten (porque a toda mujer hay que
respetarla, vista como vista), los hombres que se precien de serlo y que poseen
un carácter maduro –no los babosos-,
y que ven estos intentos de lucimiento, no tienen un buen concepto de ellas.
Piensan que son superficiales, y las equiparan con las mujeres que solo ven en
televisión programas del corazón y que no les interesa lo más mínimo la
cultura. En el hombre, el equivalente sería el típico que va de Macho King, pavoneándose con su tableta de abdominales que
reluce en su físico hercúleo como si fuera un pavo real, mientras gruñe en su interior con voz cómica pero de
ogro al estilo supervillano: “Miradme pequeñas criaturas, y contemplad la
perfección, jo, jo, jo”. Este tipo de hombres y mujeres anidan en el mundo como
los Barbie y los Ken:
personas superficiales que si les quitas la belleza física, junto a sus
historias amorosas y dramas sentimentales, se quedan en nada.
Algunas preguntas
En una ocasión, le planteé el tema a una chica de esta
manera:
- “¿Irías por la
calle en ropa interior?”.
- “No”.
- “¿Entonces
porqué vas en bikini por la playa que cubre la misma cantidad de tu cuerpo?”.
- “(palabra no reproducible). ¡Es verdad! ¡Nunca lo había pensado!”.
Es cierto que la playa es diferente, en el sentido de
que todo el mundo viste igual y que
desde pequeños muchos se han acostumbrado a ir de esta manera como algo
natural, por lo que no les resulta extraño ni incómodo. Ese suele ser el
argumento para defender su uso. Pero tengamos en cuenta que no es lo mismo la
infancia que la vida adulta. Por eso quiero plantear una serie de
preguntas:
1. Aunque la tela del bikini es menos delicada y sexy que la ropa interior o la lencería,
¿por qué la mujer al usar esta prenda de baño deja al descubierto partes de su
cuerpo que nunca mostraría en ningún otro lugar?
2. ¿Por qué un hombre que no es tu esposo debería ver
el 90% de tu cuerpo desnudo?
3. ¿Te sentirías cómoda si un hombre te observara por la ventana de tu
casa? Entonces, ¿porqué no habrías de
sentirte incómoda si sabes que sucede lo mismo en la playa, donde vas con mucha
menos ropa que en casa?
4. Si en el presente, tu futura esposa (que todavía no conoces) tiene a
otro hombre por novio, ¿te gustaría que él la viera con tan poca ropa? ¿No te
gustaría ser tú el primero y el último? Si tú eres ella, ¿no te gustaría que
fuera tu futuro esposo el primero y el último que te viera? ¿No sería para los
dos también más especial y romántico?
5. Si se pusiera de moda que todas las mujeres fueran
por la calle en braguitas y sujetador,
¿se convertiría en una moda aceptable para las cristianas?
6. ¿Te sientes cómoda sabiendo que los hombres miran a
tu madre, y los chicos jóvenes a tu hermana o hija adolescente cuando van en
bikini?
7. Si tuvieras novio o esposo, aunque fuera un hombre
íntegro, ¿te gustaría que una mujer, aunque fuera tu amiga, estuviera cerca de
él en bikini?
8. Si estuvieras casada y le dijeras a tu esposo que
te llevara a un lugar lleno de mujeres en bikini que se pasearan continuamente
por delante de vosotros, ¿crees que tendrías derecho a quejarte si él mirase?
¿Por qué tendrías que exponerlo a buena parte de la desnudez de otras? ¿No
sabes que si cada vez que pasa una mujer así (aunque él no albergara ningún
deseo carnal en su interior) tiene que enterrar su cabeza debajo de la arena,
ponerse vizco o doblar el cuello para no ver absolutamente nada, terminará con
un tremendo dolor de cabeza y una tortícolis brutal?
¿Entonces es correcto usarlo o
no?
Lo que aquí estoy planteando no es una lista de
prohibiciones o legalismos, sino un reenfoque
de la realidad y de las actitudes.
Como ya he dicho, es evidente de que no todas las
mujeres tienen las mismas intenciones. Hay muchas que, aunque estén rodeadas de
desconocidos en la playa, no son altivas ni tienen el propósito de lucirse, ni
están pendientes de si las miran o no. Sencillamente, van a pasar un buen día
de playa y a disfrutar del mar y el sol. Cada mujer en su foro interno sabe qué
propósito tiene al respecto. Por eso no todo es blanco o negro. Dejando a un lado a los que van
por la vida como esa canción que dice hay
qué guapa soy, qué tipo tengo, que lo usan por puro exhibicionismo y para presumir de mira qué tipazo tengo (que lo primero que
necesitan es un corazón regenerado por Dios), hay un punto
intermedio, que es donde yo me quiero situar y no quedarme en la simplicidad de
una respuesta de sí o no. Por eso me dirijo a la mujer
cristiana madura del tipo no-altiva que
va a la playa a pasarlo bien, sin más.
Para explicar mi idea al respecto, usaré un ejemplo
que creo será bastante claro: hay personas que viven solas y
van en ropa interior por su casa o que duermen desnudas. Llámalo comodidad, costumbre o como quieras, pero por sí mismo no
hay nada de malo en ello. Ahora bien, si vienen invitados a casa, ya es otro
cantar. No creo que anden por casa de esa manera ni que duerman la siesta a
vista de todos como vinieron al mundo, en cueros. Mi opinión sobre el bikini
sigue el mismo patrón de razonamiento. Teniendo en cuenta todo lo que hemos
visto (tanto en este apartado como los anteriores), deberíamos centrarnos
en:
1. “Alternativas”
Como el plan no consiste en cubrirse con burkas o con
la alfombra de Aladdin, ¿no existe la
posibilidad de que se busquen alternativas a esta prenda minimalista?
Nuevamente, es ahí donde pongo el énfasis. ¿Y qué alternativas? Si nos parece
ridícula la ropa
interior antigua y nos reímos al verla no es realmente por lo mucho que tapaba,
sino por la estética. Quizá es ahí
donde habría que trabajar: una prenda para bañarse, decente, pudorosa, y con la
cual, a la vez, la mujer se sienta cómoda. Basta con ver un catálogo de los
centros comerciales para comprobar que la moda actual no ofrece alternativas, y
puesto que no soy modista ni entiendo del
tema, lo dejo en las manos y en la imaginación de las mujeres. ¿Qué le parece
raro a la sociedad que las cristianas decidan no ir medio desnudas? ¿Y qué?
Hagan lo que hagan los demás, bien nos dejó dicho Pablo: “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo” (Ro.
12:2; NTV).
2. “Ante quiénes”
Como ya vimos en Cómo sienten la sexualidad hombres y mujeres, el hecho de que el hombre contemple un cuerpo
femenino no tiene necesariamente que significar un problema de
lujuria, sino que la belleza no puede dejar de apreciarse, y más el hombre que
es un género predominantemente visual
que disfruta de la belleza. Además, como ya apunté ahí mismo, “no hay nada más hermoso que una
mujer. Sin duda lo más hermoso de la creación. Ni las estrellas, ni la Luna, ni
el mar ni cuentos. La mujer”. La belleza masculina palidece ante la femenina.
Entonces, ¿ante quiénes mostrarse con tal prenda de baño? Pues a pesar de
que esto irá en contra del pensamiento general (o, al menos, el que más he
escuchado hasta el día de hoy) lo diré. Aunque no quiero promover una especie
de apartheid y
segregar a mujeres por un lado y a hombres por otro, sí creo que es necesario
marcar ciertas pautas: a menos que se encuentre una
alternativa al bikini y éste se quiera seguir usando, creo que únicamente se
debería mostrar ante el esposo, hijos, amigas y personas del mismo sexo. Si se
encuentra una alternativa que esté a la altura de las circunstancias, entonces
no vería problema en que se estuviera delante de otras personas.
No creo que el argumento de “la libertad en Cristo” de los creyentes sea
válido para este tema ni creo que esta libertad permita vestir de dicha manera
ante un hombre, puesto que la licencia entre los cristianos tiene un límite
(que analizamos en ¿Cómo debe vestir una mujer cristiana?). Citando nuevamente parte de las palabras de David
Hormachea: “Dios no culpa a la mujer por
los pecados de los hombres, pero la culpa por su descuido y falta de pudor ya
que no sólo tienta al hombre, sino que también lo lleva a cometer pecado.
Nosotros debemos ser parte de la solución, no de los problemas. Ninguna mujer
es culpable de que un hombre se sienta infatuado y excitado al verla, pues
nadie se excita a la primera mirada, sino cuando continuamos mirando. Es el
hombre el culpable de seguir mirando y dando rienda suelta a su imaginación la
que lo lleva al camino de la tentación. Pero también debo decir que la mujer
que dice amar a Dios y la pureza, pero que le gusta vestirse sensual y
atractiva, debe saber que es culpable de la provocación que produce un cuerpo
en el que se exalta la sensualidad”[4].
¿Por qué tendría un hombre que estar cerca de una mujer (aunque sea
hablando en la playa con una amiga), mostrando ella buena parte de sus pechos,
sus nalgas, sus caderas y sus muslos en todo su apogeo, y más cuando el bikini
se moja y ya no se diferencia la prenda de la piel y lo marca prácticamente
todo? ¿Acaso ella iría al cine con su amigo dejando al descubierto todas esas
partes de su cuerpo y con la camiseta mojada? Creo que no, ¿verdad? Ya vimos
que el problema no es la mirada en sí, sino la mirada que codicia. Ahora bien: aunque
tu amigo no sea débil en la fe (sino todo lo contrario), te respete y no tenga
ningún problema de pureza, ten presente que, aunque te mire directamente a los
ojos sin pestañear y esté completamente sumergido en una conversación contigo,
la visión periférica que todo ser humano posee le hará ver ese 90% de tu cuerpo
desnudo, y todo eso sin que tenga pretensiones de ningún tipo y sin necesidad
de mirar con el rabillo del ojo. Así
que lo vuelvo a repetir: ¿Por qué debería verte así si no es tu esposo?
Por otro lado, aunque no haya ninguna intención por tu
parte, tampoco tiene ningún sentido que se suban a las redes sociales ese tipo
de fotos personales (los selfies que
se hacen algunas mujeres parecen portadas del Playboy) ni que las vean otros hombres. Además, nunca se sabe en
manos de quiénes va a caer, aunque se crea que únicamente las ven las
amistades.
3. “¿En qué lugares?” “Dónde sí” y
“dónde no”: Algunas respuestas para hombres y mujeres
Con lo que he
explicado, parece difícil que una mujer pueda ir a la playa, a la piscina, a un
río o a un lago. Pero si lo has leído
con atención verás que no es así. Basta
con tener un poco de discernimiento y ver dónde
ir y con quién. Al igual que
cuando te vas a la ducha cierras la puerta, en este caso es buscar y encontrar
zonas lejos de las miradas ajenas. ¡Hay lugares de todos los perfiles!
Respetando a
todo el mundo, al igual que no me entra en la cabeza que haya hombres y mujeres
que se pasen horas y horas, día tras día, tumbados al sol sin hacer mucho más
durante los meses veraniegos, con el único fin de ponerse morenicos y estar más
guapos/lucir piel brillante (achicharrándose las primeras veces y acabando
con la piel enrojecida, que muestran orgullosos a sus amigos como si fuera una
prueba que han superado heroicamente),
tampoco entiendo que haya personas que disfruten yendo a una playa masificada,
donde si te despistas un poco te atraviesan el pecho con el palo de la
sombrilla. Aunque para gustos los colores,
a mí me resulta completamente estresante.
¿Qué hago
entonces en verano si quiero refrescarme y relajarme? Los que me conocen saben
que hace años que no voy a la playa por la simple razón de que nunca me ha
entusiasmado. Así que muy de vez en cuando voy a una piscina comunitaria donde
vive mi hermana, a veces solo y otras con mis sobrinos, principalmente al
mediodía, porque lo que busco es tranquilidad, y a esas horas apenas hay nadie,
y suelen ser preadolescentes o niños muy pequeños que viven en la urbanización.
Mezclo ratos de lectura con chapuzones. Pura paz. Los fines de semana ni se me
ocurre pasarme por allí por varias razones: porque hay más personas por metro
cuadrado que en la cola del paro; porque el agua está más caliente que un
volcán; y porque tampoco tengo que ir mostrando mi cuerpo ante otras mujeres,
aun sabiendo que ellas miran de manera diferente. Aunque me he centrado principalmente en la mujer al
ser ellas las que suelen llevar esta prenda tan minimalista, los principios que he expuesto son
igualmente válidos y aplicables para el hombre. ¿Que hasta hace unos años
iba a lugares donde sí había amigas y desconocidas en bikini? Sí, pero es parte
del pasado, antes de detenerme a estudiar este tema.
Es cierto que hay momentos puntuales en que hay dos o
tres madres con sus hijos pequeños, y como puedes imaginar ellas van en bikini.
¿Qué hago? En mi caso personal, aunque suene cómico, cuento con una ventaja llamada miopía. Uso gafas ya que de lejos no veo todo lo bien que me
gustaría. Sin gafas, a partir de los tres o cuatro metros, veo menos que un
gato de escayola. Todo se difumina. Así que uso este “defecto visual” en mi
favor, ya que no me llevo las gafas. Que nadie piense que me vuelvo ciego, que
voy chocándome contra las paredes o que me tiro de cabeza donde no hay agua,
pero sí es cierto que las formas y
las curvas no las percibo, por lo que
no tengo que preocuparme del tema.
¿Y los hombres que no tienen deficiencias visuales? ¿Y
si ese fuera mi caso? Todo esto parece muy complicado, pero nada más lejos de
la realidad; simplemente es una rutina. Vuelvo nuevamente a indicar que hay que
tener discernimiento y sabiduría para saber dónde ir, con quién y a qué no
exponerse. Y en el caso concreto del varón, ya expliqué claramente en apartados
anteriores que el problema principal reside principalmente en la mirada que
codicia y en lo que hay en el corazón. Si tienes dudas al respecto, vuelve a
releer todo lo anterior. Incluso en el caso de que no tuviera ningún problema de
pureza, me repito: el hombre no
debería estar en compañía de mujeres en bikini que no son su esposa, y la mujer
debería dejar la contemplación de buena parte de su cuerpo para su esposo como
un regalo.
¿Y si los creyentes no cambian sus costumbres y todo
sigue igual en los tres aspectos que he señalado? Amig@, recuerda que esto es
algo entre Dios y tú, y no depende de lo que hagan o dejen de hacer los que te
rodean. Es algo que aprendí hace mucho tiempo.
Algunas conclusiones sobre la
ropa
Antes de tachar de machista y mojigato a los que exponemos abiertamente
el tema de la vestimenta femenina en general, alguna hermana debería reflexionar y cambiar en este asunto, aunque
eso suponga no ir tan espectacular a algunos eventos ni
exponerse en la vida real y en la redes sociales de la manera en que alguna lo
hace con esos llamativos canalillos.
Es un área del corazón que debe rendir a Dios. No tanto por los demás, ni por
lo que piensen o dejen de pensar los hombres, sino por ella misma. Todo
consiste en cambiar el enfoque: debe gozarse al saber que está guardando la
contemplación de su cuerpo exclusivamente para su futuro esposo, como un regalo
que ella le ofrece a él y a nadie más.
Pregúntate también cuál es tu propósito al vestir de determinada manera.
El argumento que se suele usar para contrarestar las ideas de este apartado y
el anterior es que Dios mira el corazón. Y sí, es cierto. Pero, al igual que de
la abundancia del corazón habla la boca, la manera de vestir revela mucho de lo
que hay en él: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados
ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del
corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de
grande estima delante de Dios” (1 P.
3:3-4).
Que cada mujer cristiana se ponga en la piel de los
hombres para ayudarlos. Si te ves a ti misma tirando
de la minifalda hacia abajo o vigilando continuamente el estado y la posición
de tu blusa (se vaya a escapar algo),
tendrás que replantearte estas cuestiones. Los hombres ya tienen suficientes
luchas con su propia naturaleza caída, los deseos de la carne, las ofertas
pecaminosas de la sociedad, y la manera en que se exponen y exhiben las mujeres
que no conocen a Dios, como para encontrarse también la tentación dentro del
cuerpo de Cristo.
Todo esto incluye a las mujeres casadas. El hecho de que ya no estén
disponibles no significa que sean invisibles para el resto o que tengan un
derecho ilimitado a mostrarse como quieran. Que reserven sus encantos para sus maridos. El resto de
los mortales quedan excluidos.
A modo de colofón
Vivimos en una sociedad hipersexualizada donde a la
mujer se la usa como un trozo de carne para vender productos (desde un coche
hasta un yoghourt) y animar a los
hombres (stripper, go-go, cheerleader, modelos de Victoria`s Secret,
presentadoras de televisión, etc).
Personalmente, ver a una mujer delgada marcando
costillas y huesos me provoca rechazo. No me gusta nada en absoluto. La
cuestión es que eso se promueve como el prototipo perfecto. La sociedad
occidental le concede una importancia suprema al cuerpo y a la silueta, donde
las modelos suelen ser extremadamente delgadas, siendo éste el ideal supremo,
fomentando directamente la obsesión por la imagen e indirectamente la anorexia,
en la que muchas caen en mayor o en menor medida. Tenemos también el éxito de
la cirujía plástica (implantes de mamas, liposucciones, botox, etc.) y de los
centros de estética con sus miles de productos para la piel, el cabello, las
pestallas y todas las partes imaginables del cuerpo. Tampoco es una mera
casualidad la extensa red de gimnasios que hay en todo el mundo con infinidad
de actividades. Como más de una vez he dicho, cuidarse de una manera u otra es
necesario para la salud, y el deporte es sanísimo y muy divertido. Pero cuando
todo esto se convierte en un medio para basar ahí nuestra estima propia y que
la vida gire en torno a estas cuestiones, se convierte en un verdadero
problema, incluso de salud mental y emocional, cuando no de egolatría. Tienes que recordar que tu valor no depende de tu
físico, de la talla de tus pechos, de tu peso, del contorno de tus muslos, del
brillo de tu cabello, del número de arrugas, de la longitud de tus pestañas, de
tu índice de grasa corporal o de cuán estirada esté tu piel. Toma conciencia de
que nuestros valores éticos están siendo influenciados día sí y día también por
la corriente de este mundo, pero que los principios cristianos son inalterables
y eternos (cf. Ro. 12:2). Conócelos para moverte por ellos y no por lo que
otros te quieran vender. Para que no seas esclava de la tiranía de esta
sociedad, asimila los conceptos que hemos desarrollado. ¡Mayor será tu libertad
* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en:
8.1. ¡VIVE! Disfrutando sanamente
http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html
Aunque
“el bikini tiene su origen
alrededor de unos 2.000 años, según atestiguan los mosaicos decorados con
imágenes de mujeres en vestido de dos piezas encontradas en la Villa romana del
Casale en la localidad de Piazza Armerina en Sicilia (Italia)”.
https://es.wikipedia.org/wiki/Bikini
Hormachea, David.
El adulterio: ¿Qué
hago? Nelson. Pág. 46-47.
En el capítulo Enamorado
de un verdadero creyente habrá un apartado donde hablaré de cómo debe
proteger el hombre a la mujer en lo concerniente al plano emocional y sexual,
aunque sea algo mutuo.