sábado, 14 de noviembre de 2015

La Guerra de los mundos: ¿Ficción o realidad?



Este artículo en clave metafórica fue publicado originalmente en el blog de un antiguo amigo en 2005. Ahora lo recupero tras los atentados en París el 13 de Noviembre de 2015.

Hace pocos días se estrenó la última película de Steven Spielberg. Siempre admirado por sus seguidores, que han esperado expectantes más de un año desde que se emitió el primer teaser en los cines. En esta ocasión, basada en la famosa novela de H.G. Wells, “La Guerra de los Mundos”. Gustos personales aparte sobre los actores, la trama brilla por unos sensacionales efectos especiales, destacando los aterradores efectos sonoros que producían las naves invasoras y la lucha de una familia común por sobrevivir en medio del caos mundial.
Por lo que sabemos, el director no ha querido hacer otra película americana estilo “Independence Day”, con los arquetípicos militares y héroes dirigiendo la desesperada defensa del planeta. También ha dejado de lado la imagen bondadosa e inocente de los alienígenas que previamente nos había mostrado en sus anteriores películas como “ET” y “Encuentros en la tercera fase”. Principalmente ha partido del guión de la emisión radiofónica que llevó a cabo el periodista Orson Wells el 30 de octubre de 1938. Spielberg compró en una subasta la única copia disponible ya que el resto de ellas fueron destruidas por el FBI durante la investigación que se llevó a cabo por el escándalo y la alerta nacional que produjo. Como muchos ya saben, la emisión narraba de manera real una invasión alienígena. Wells, de 23 años, “conectaba” con un reportero que iba narrando como un gran objeto metálico se había precipitado sobre Nueva Jersey y los marcianos invadían la ciudad gaseando a toda la población. La histeria se desató en buena parte del país, y más de 1 millón de personas huyeron de las ciudades a las montañas, escondiéndose en los sótanos y ocultando sus rostros en trapos húmedos para evitar inhalar el gas mortal. Mientras, 7000 soldados del ejército de tierra eran aniquilados por una sola máquina marciana. Todo ficción, ¿o no?
En una reciente entrevista, el director afirmó: “Si la tierra fuera atacada por seres de otros planetas, sería muy semejante a lo aquí mostrado”. Habla en futuro. Pero se equivoca. La tierra ya fue atacada y sigue siéndola. Las mismas imágenes de multitudes huyendo despavoridas de los extraterrestres las contemplamos un tal 11 de Septiembre cuando dos “Ovnis” pilotados por “alienígenas” desalmados derribaron dos torres gemelas, matando a miles de inocentes. Desde entonces, el planeta entero está en guerra. Desde entonces nos están invadiendo. En todos los rincones del planeta, desde Nairobi, Dar As Salam, Yemen, Moscú, Jerusalén, hasta Riad, Bali, Estambul, Casablanca, Madrid y Londres. Son sólo algunos ejemplos. Nos golpean y nos vuelven a golpear. Matan y se esconden, esperando el mejor momento para volver a cometer sus fechorías. Nuestras defensas apenas sirven de nada. Controlamos ciertas embestidas, pero no todas.
La palabra extraterrestre tiene un significado muy sencillo: “Que no pertenecen a esta tierra, fuera de nuestro planeta”. Es difícil aceptar la procedencia de nuestros invasores. Es difícil asumir que ya están entre nosotros y que nos rodean. Es dificil comprender cómo son tan fríos y calculadores y al mismo tiempo no conocen la misericordia. Seres que desconocen el significado de las palabras respeto y compasión. Seres que viven en un estado de maldad continua. Seres macabros y crueles con todos aquellos que piensan diferente a ellos y que no se someten a sus creencias y credos. Cobardes que no se enfrentan a los ejércitos, sino a los desprotegidos civiles. Cobardes que se regodean en los daños colaterales. No suelen dar explicaciones racionales, excepto que luchan por no sé que dios. Implacables y destructivos, basados en una “cultura” de odio y muerte. Mientras más muertos haya, mejor: es su doctrina. En este aspecto, el genial Spielberg no ha logrado sorprendernos. Ya los conocíamos.
Nos sorprenden y apabullan la espectacularidad de las imágenes de “La Guerra de los Mundos”. Muertos, heridos, ciudades destruidas, aviones partidos en mil pedazos. Deberían formar parte de la ficción, pero en nuestro día a día se han convertido en imágenes familiares. De nuevo, la realidad supera a la ficción. ¿Preguntas? ¡Muchas! ¿Qué nos deparará el futuro? ¿De cuántos horrores seremos testigos? ¿Cuántos millones de muertos más se “pasearán” por nuestras pantallas de televisión?, ¿Algún día seremos nosotros quienes tengamos que huir? ¿Caeremos en sus manos? ¿Seremos derrotados? ¿Venceremos? ¿A qué precio? ¿Estaremos dispuestos a pagarlo? Nadie en este mundo sabe exáctamente cómo evolucionará todo, ni siquiera visionarios como H.G. Wells, Orson Wells o Spielberg. El tiempo lo dirá.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

* ¿Cerca o lejos de Dios? Motivos y soluciones. Introducción



Pablo afirmó rotundamente hace 2000 años que nada nos podría separar del amor de Dios (cf. Ro. 8:35-39). Sin embargo, hay ocasiones en que somos nosotros quienes nos alejamos de Él. Algunas veces motivado por circunstancias negativas que se presentan en nuestro caminar y que no somos capaces de afrontar, al sentirnos emocionalmente desbordados. En otras, por nuestras propias actitudes. Y, finalmente, por determinados estilos de vida que adoptamos. A pesar de lo que hagamos, el Señor siempre va a seguir cerca de sus hijos. Recordemos que Él es Omnipresente y que Jesús prometió estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt. 28:20).
Por todo esto, he querido reflexionar profundamente al respecto y centrarme en aquellos que, aunque no han negado a Dios con sus palabras, saben que se han alejado de Él en mayor o en menor medida y que están fríos como témpanos de hielo. La inmensa mayoría de personas que experimentan alguna de estas realidades son conscientes de lo que les sucede, ya que no pueden negarlo ante sí mismos, por mucho que aparenten normalidad ante los demás. Aunque en algunos casos concretos la explicación es evidente, el problema mayor reside en que muchos no son capaces de identificar las razones exactas por las cuales están transitando este camino de frialdad espiritual.
Quiero hablarles a todos ellos con libertad y con el corazón en la mano, aunque en ocasiones no me resulte nada cómodo hacerlo ni a ellos leerme. Analizaremos diversos problemas, distintas áreas de la fe y de la vida en general, para que así podamos trabajar en ellas y buscar soluciones. Todo lo que vamos a contemplar no se tiene que recibir como si fuera un método legalista. Tampoco debemos sentirnos angustiados al observar que no siempre alcanzamos los parámetros del Altísimo, puesto que vivimos bajo la gracia y descansamos en ella. Pero sí nos puede servir como baremo para medir nuestro estado espiritual y nuestra relación con Dios. Así podremos analizar qué aspectos debemos cambiar o cuáles podemos mejorar, para seguir creciendo y madurando.
Sé que Dios no quiere que nos quedemos en la arena, sino que nuestra casa esté asentada sobre la Roca; quiere que nos volvamos a enamorar de Él; quiere vernos gozando en Él; quiere escucharnos hablar de Él y de su Palabra; quiere que sigamos aprendiendo nuevas lecciones; quiere que nuestra fe no dependa de nada ni de nadie; quiere que dejemos de justificarnos con mil razones distintas; quiere que volvamos a soñar con el glorioso futuro que nos ha preparado en su casa. 
Es sumamente doloroso ver a una persona alejarse de Dios. Diría que es desgarrador. Junto a personas que se han enfriado sobremanera, en estos últimos años he visto muy de cerca estos casos. En varias ocasiones me ha roto el alma. Por eso entiendo el sentir de Jesús, que lloró por Jerusalén recordando cuántos profetas habían sido enviados para que se arrepintieran, pero ellos no quisieron hacerlo (cf. Mt. 23:37). La primera vez que alguien que yo quería se alejó de Dios creí que no me dolía. Pero con el tiempo me di cuenta de que me estaba engañando a mí mismo, puesto que negar el dolor es un mecanismo de defensa que suele darse entre las personas para evitar el sufrimiento (la primera de las diversas etapas que tiene el duelo).
Esa angustia la he estado experimentado en mis carnes hasta hace unos meses que llegué a mi límite y explotó todo lo que se había acumulado en mi interior durante demasiados años, llegándome incluso a costarme mi salud. La fulgurante e instantánea pérdida del conocimiento, el suelo de mi casa, una ambulancia, y una posterior pérdida del apetito y de peso lo atestiguan.
La realidad es que terminas obsesionado. En parte, es lógico desde una óptica cristiana. Si vieras a un niño corriendo hacia un precipicio, ¿no saldrías como un poseso tras él? Pero, ¿y si el que se quiere lanzar al vacío es un adulto y nada de lo que hagas-digas le detiene? A nivel del Evangelio, sucede exactamente igual. Te pasas noches enteras dando vueltas y más vueltas, pensando en nuevos ejemplos y en explicaciones originales, pidiéndole a Dios que te muestre pasajes bíblicos adecuados, para luego expresarlos e iluminar a esos conocidos, familiares y amigos que están perdidos en la niebla y no lo saben (o no quieren salir de ella). El problema es que se corre el peligro de convertirse en algo enfermizo, porque terminas creyendo erróneamente que no depende de ellos que vayan al cielo o al infierno, sino de ti.
Hasta varias semanas después de aquel espectáculo (una vez que el corazón no podía romperse en más pedacitos), no aprendí a no llevar esa carga ajena. Tras desahogarme en varias ocasiones con un matrimonio amigo, el tormento desapareció por completo. Dios lo sanó todo. Desde entonces, ya no se trata únicamente de saberlo, sino también de sentirlo en lo más profundo de mi espíritu: No es que ya no me importen estas personas, sino el haber aceptado completamente en mi corazón que mi única responsabilidad es predicar el Evangelio (cf. Mr. 16:15), cuidar de mí mismo y de la doctrina (cf. Ti. 4:16), advertir de los problemas y señalar las soluciones, pero no cargar con las decisiones ajenas. Este libro es la prueba de ello; un pequeño legado que le dejo a todos ellos y mi manera de servirles. Aunque sepa a dónde conduce el camino por el cual transitan actualmente y las consecuencias eternas que conlleva, lo que decidan no está en mis manos.
La obra es del Espíritu Santo y la respuesta a la oferta de salvación que ofrece el Mesías (Dios Encarnado) depende única y exclusivamente de las personas que oyen el mensaje. Por mi parte, más no puedo hacer, y por eso he podido volver a dormir a pierna suelta:

Dos barcos de guerra asignados al escuadrón de entrenamiento llevaban varios días en maniobras en medio de un mar embravecido. Yo servía en el barco líder y un día me encontraba observando en el puente mientras caía la noche. La visibilidad era mala debido a la presencia de una neblina irregular, por lo que el capitán se quedó en el puente supervisando todas las actividades. Poco después de oscurecer, el vigía informó:
-´Luces por la popa, a estribor`.
-´¿Están fijas o se mueven hacia la popa?` –gritó el capitán.
-´¡Fijas, capitán!` –respondió el vigía, lo que significaba que estábamos en un peligroso curso de colisión con la otra nave.
El capitán, entonces, llamó al hombre de las señales: ´Indíquele a ese barco: Estamos en el curso de una colisión. Cambie su curso veinte grados`.
La señal de respuesta dijo: ´Le sugiero que cambie usted veinte grados`.
El capitán dijo: ´Dígales: Les habla el capitán. Cambien el curso veinte grados!`.
La respuesta que llegó decía: ´¡Soy un marinero de segunda! ¡Creo que haría bien en cambiar su curso veinte grados!`.
El capitán estaba furioso. Grito otra vez: ´¡Dígales: Soy un barco de guerra. Cambien su curso veinte grados!`.
Llegó la respuesta: ´¡Y yo soy un faro!´.
´Cambiamos de curso`[1].

Soy un simple “marinero” que comunica la posición, pero la voluntad de Dios es como un faro que nos muestra el camino correcto, lo que conlleva implícitamente cuál debemos evitar para no encallarnos en el arrecife, chocarnos contra las rocas y hundirnos. Por muy fuerte que nos creamos, si hacemos nuestra propia voluntad nos ahogaremos. De ti depende cambiar de curso.

Por todo esto, he puesto mi mayor esfuerzo en ponerme en la piel de muchas personas para ir a la raíz de cada conflicto. Siempre hay una explicación última a nuestra forma de ser y de actuar; nadie hace nada sin una razón, aunque en primera instancia parezca oculta a los ojos ajenos. Mi deber es decir lo que creo a la luz de las Escrituras, decida el lector llevarlo o no a la práctica, puesto que eso no depende de mí: “El que oye, oiga; y el que no quiera oír, no oiga” (Ez. 2:7). Excusas siempre habrá para taparse los oídos.
Mi único deseo es que todos nos abramos para que Dios siga obrando en cada uno de nosotros. Por eso, este libro les servirá:  

- A los que se han apartado y/o alejado de Dios.
- A los que están fríos.
- A los que están coqueteando con la idea de apartarse.
- A los que, por el camino que llevan actualmente, corren el serio peligro de caer.
- A los que están confundidos por algunas doctrinas e ideas que les han inculcado.
- A los que tienen que trabajar diversas áreas de su fe.
- A los que conocen a personas cercanas que están enfrascados en alguna de las situaciones descritas para que puedan ayudarles.
- A los que están firmes a día de hoy, para que sean conscientes de los peligros que acechan y de las circunstancias que se pueden encontrar en el momento más inesperado, ya que más vale prevenir que curar. Aquí nos podemos incluir todos.

Que cada uno analice en qué grupo se encuentra.  
A veces el puzzle es complejo, así que lo mejor es poner sobre la mesa todas las fichas boca arriba y analizar cada caso. Soy consciente de que es imposible detallar al máximo cada una de las circunstancias concretas, por lo que haré una panorámica general y que cada cual añada sus propios detalles.
La pregunta principal que tenemos que hacernos es la siguiente: ¿Cuál es la causa (en singular o en plural) que nos puede alejar de Dios?: En algunos casos, la culpa es del propio creyente y de nadie más. En otras, la culpa se reparte entre él, la mala enseñanza y el mal ejemplo de terceras personas. Puede ser una única razón, varias de ellas o una mezcla de muchas (este viene a ser el índice):

1.     Realmente no habías “nacido de nuevo”.
2.     Dejaste de transformarte y de ser un discípulo.
3.     Buscaste la plenitud y el sentido a la vida por medio de las relaciones románticas, de los placeres y el materialismo.
4.     Los afanes y la falta de contentamiento te ahogaron.
5.     Olvidaste para qué fuiste salvado.
6.     Creías que la vida sería un camino de rosas.
7.     Dejaste de sentir culpa por el pecado.
8.     Tuviste problemas con otros cristianos.
9.     Te cansaste de la hipocresía ajena.
10.  Tus mejores amigos no son creyentes.
11.  No le encuentras sentido a la oración.
12.  Apostasía vs Esperanza.

Hay tres razones más que llevan a un creyente a alejarse, incluso a apartarse por completo:

1) La que he visto con mayor asiduidad: noviazgo y/o matrimonio con un inconverso (hago alusión a cuando una persona ya era creyente –o decía serlo-, en el momento de comenzar esta relación). De esta tema hablo profundamente en Crónicas de los solteros (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/07/91-enamorado-de-un-inconverso-es_96.html; http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/07/92-enamorado-de-un-inconverso-cuando.html). Como vemos, el enamoramiento puede llegar a darse, pero unirse en yugo desigual es totalmente contrario a la voluntad de Dios por diversas razones, por mucho que se quiera justificar este tipo de emparejamientos y de revestirlos de buenas palabras e intenciones “en nombre del amor”.

2) La que he visto con menor asiduidad: aquel que deja de creer en los principios básicos del cristianismo, como la existencia de un Creador, la infalibilidad de la Biblia, la afirmación de que Jesús es Dios, la Trinidad, etc. Puede ser que nadie se molestó en explicárselo; que la persona no se esforzó lo más mínimo en saber en qué creía y por qué; que se juntara con malas influencias y amistades de falsas religiones que le confundieron por completo; la lectura de libros anticristianos cuyos argumentos aceptó sin más; etc. Teniendo en cuenta que cualquier ser humano sincero y honesto puede acceder sin problemas a la multitud de literatura sobre apología cristiana que hay en el mercado, y sabiendo que es una minoría la que se aparta del cristianismo bíblico por esta razón (más propio de ateos o agnósticos), dejaré este tema en el tintero para escribir sobre él en otra ocasión[2].

3) La que he observado en alguna que otra ocasión: Creyentes que descubrieron que durante muchos años habían sido engañados con falsas doctrinas (Teología de la prosperidad, confesión positiva, Ungidos de Jehová, etc.) y se desilusionaron del cristianismo en general. No supieron superarlo ni separar la verdad de la mentira, así que se alejaron por completo de la verdadera iglesia.  Si fuera este tu caso, tengo dos libros en los que trato muchas de estas mentiras que enseñan algunos que se hacen llamar “pastores”: Herejías por doquier (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_21.html) y Mentiras que creemos (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html), y la etiqueta Errores doctrinales de este mismo blog. Aparte de un tercer escrito, en un futuro no muy lejano publicaré un libro amplísimo específicamente para personas que han sufrido el abuso espiritual.  

De los doce motivos que he listado (más los tres de los que no hablaré aquí), puede que te hayas sentido identificado con alguno de ellos. Si puedo hablar de todas y cada una de estas circunstancias es porque he pasado por la inmensa mayoría de ellas. Por lo tanto, sé lo que se piensa y se siente. Y las que no, las he podido vislumbrar muy claramente en la vida de personas cercanas a mí.
Pretextos siempre habrá para alejarse. Por eso te dejo con la conclusión a la que llega una chica que se apartó de Dios y descubrió dónde estaba la raíz del verdadero problema: “No fue sino hasta cinco años después de salir de casa que al final encontré mi camino de regreso a Dios. Esos cinco años implicaron un cambio de vida devastador. Le dije a la iglesia que me habían perdido, que de alguna manera era su culpa. No obstante, en realidad, yo misma me perdí. Había perdido el sentido de identidad en Cristo. Tuve que detenerme y darme cuenta de que esto importaba [...] Podía culpar a los demás por los errores pasados, las decisiones que tomé, los amigos que hice, pero al final, todo se trataba de mí. Esto era entre Dios y yo”[3].
Ahora depende únicamente de ti ser valiente para confrontarte con la realidad.



[1] Stephen R. Covey. The Seven Habits of Highly Effective People. Fireside – Simon & Schuster.
[2] En la lista de este artículo, en la categoría Apologética, puedes encontrar los títulos de excelentes libros sobre el tema: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/12/aprender-y-crecer-conformarse-y.html
[3] Kinnaman, David. Me perdieron. Vida.