Si hiciéramos una encuesta a nivel
mundial, que incluyera a cristianos, miembros de diversas religiones, ateos y psicólogos
humanistas, la inmensa mayoría diría que debemos perdonar siempre, incluso a
aquellos que nos han ofendido gravemente, aunque no nos hayan pedido perdón ni muestren
un verdadero arrepentimiento. Partiendo de la misma premisa, también deberíamos
esperar que nos perdonaran aquellos a los que hemos ofendido aunque no le
pidamos perdón ni nos arrepintamos. Es una “ley” tan clara en nuestras mentes
como que 2 + 2 son 4. Muchos creen que si no pensamos de esa manera es porque
nuestra educación ética y moral ha sido deficiente. Por medio de libros,
conferencias, exhortaciones y sermones, se ha enseñado de generación en
generación que debemos conceder el perdón de forma gratuita. Internet está
llena de imágenes con frases y refranes populares que difunden tal idea. Respetando
otras opiniones y a aquellos que no comparten mi misma fe, y puesto que lo que
expongo a continuación se basa en la Biblia, este estudio está dirigido
exclusivamente a cristianos que creen que ella es la Palabra de Dios. Por eso
está en la etiqueta “errores doctrinales” dentro del blog.
Hoy en día, la simple insinuación de
defender el planteamiento contrario al “perdón sin arrepentimiento” es tachado por
algunos como herético y maligno:
-Si no perdonamos, se nos dice que somos
personas inmaduras o malvadas.
-Si no perdonamos, se nos señala como
cristianos que no están llenos del Espíritu Santo, sino de amargura (o incluso
se duda de que realmente seamos creyentes).
-Si no perdonamos, se piensa que estamos
moralmente enfermos.
-Si no perdonamos, se nos acusa de desobedientes
a Dios, y de carecer de amor y de misericordia.
-Si no perdonamos, se nos indica que
somos nosotros los que vivimos en el error y pecando gravemente.
Por todo esto, puede que te pongas a la
defensiva con lo que voy a decir: Dios NO enseña que debamos perdonar al
prójimo si no se arrepiente[1],
al igual que “no perdonar” no tiene que ser sinónimo de “guardar amargura y
rencor”. El perdón unilateral no es bíblico. Como vamos a ver, la “predisposición”
a perdonar sí es unilateral (al depender solo de una parte), pero la “concesión”
del perdón es bilateral, al depender de las dos partes.
Puede que mentalmente estés buscando a
toda prisa versículos que contradigan severamente las afirmaciones que acabo de
realizar. En este preciso instante, tienes dos opciones: dejar de leer para no
entrar en ningún tipo de conflicto contigo mismo, o escuchar mis argumentos y “usar
tu mente para pensar”. Si eliges la segunda opción, cuando termines de analizar
el estudio al completo (no solo partes aisladas o algunas líneas), tendrás que
hacer lo que siempre señalo: escudriñar honradamente por ti mismo este tema una
vez más en las Escrituras y no por lo que digan los demás, tomando en cuenta
que fue la misma exhortación que Jesús le hizo a los judíos (cf. Jn. 5:39). Si lo haces, contextualiza
todos los pasajes, y no olvides dejar a un lado los prejuicios personales y las
tradiciones que has heredado durante los años que llevas de cristiano
genuino.
La base de mi argumentación es clara:
tenemos que saber qué dice el conjunto de toda la Escritura para llegar a firmes
conclusiones, en lugar de basarnos en fragmentos o partes aisladas del texto
bíblico. Si no lo hacemos, estaremos cometiendo graves errores:
1)Estaremos forzando textos bíblicos
para que encajen en nuestros propios preconceptos.
2)Estaremos desnaturalizando el
verdadero significado de multitud de pasajes.
3)Estaremos adoptando pensamientos profanos
como si fueran bíblicos.
4)No permitiremos que Dios hable por
medio de su Palabra. Como dice José María Martínez: “Los reformadores aseveraron que la Escritura Sagrada es interprete de
sí misma. Se daba así a entender que ningún pasaje bíblico ha de estar sometido
a la servidumbre de la tradición o ser interpretado aisladamente de modo que
contradiga lo enseñado por el conjunto de la Escritura. Con este principio,
fundamental en la hermenéutica bíblica, se establecía la base del libre examen,
del derecho de todos los fieles a leer e interpretar la Biblia por sí mismos.
Por supuesto, nunca pensaron los reformadores, como muchos de sus detractores
han afirmado, que el libre examen fuese sinónimo de examen arbitrario que
justificara el epigrama satírico evocado por algunos: Este es el libro en que cada
uno busca su opinión; y en él cada cual halla también lo que busca”[2].
Veamos qué nos enseña la Biblia respecto
al perdón entre “Dios y el hombre” y “en las relaciones interpersonales entre
los seres humanos”.
El
perdón entre Dios y el hombre
Las Escrituras nos muestran una y otra
vez que el perdón que Dios concede tiene que venir precedido del
arrepentimiento. Así ha sido a lo largo y ancho de la historia:
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y
oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces
yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Cr. 7:14).
“Lavaos
y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad
de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al
agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice
Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la
nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como
blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no
quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de
Jehová lo ha dicho” (Is. 1:16-20).
“Mas
el impío, si se apartare de todos sus pecados que hizo, y guardare todos mis
estatutos e hiciere según el derecho y la justicia, de cierto vivirá; no
morirá. Todas las transgresiones que cometió, no le serán recordadas; en su
justicia que hizo vivirá. ¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor.
¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?” (Ez.
18:21-23).
“Tú, pues, hijo de hombre, di a la casa de
Israel: Vosotros habéis hablado así, diciendo: Nuestras rebeliones y nuestros
pecados están sobre nosotros, y a causa de ellos somos consumidos; ¿cómo, pues,
viviremos? Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del
impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos
de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel? (Ez.
33:10-11).
“Conviértase
cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se
volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no
pereceremos? Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino;
y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo” (Jon.
3:8-10).
“En
este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos
cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo
Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas,
eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales
cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos
los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente” (Lc.
13:1-5).
“Así que, arrepentíos y convertíos, para que
sean borrados vuestros pecados” (Hechos
3:19).
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9).
Dios concede el perdón si hay
arrepentimiento. Por la misma regla, no perdona sin arrepentimiento. Es lo que
se conoce con el término legal latino Condicio sine qua non (“condición sin la cual no”): “Se refiere a una acción, condición o
ingrediente necesario y esencial —de carácter más bien obligatorio— para que
algo sea posible”[3].
Si el perdón respecto a Dios fuera gratuito, nadie iría al infierno, cuando
bíblicamente sabemos que esto no es así[4]. Creer
en Cristo como Salvador es el camino al cielo. No creer en Cristo como Salvador
es el camino a la condenación: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3:16). Charles H. Spurgeon lo
explicó con un juego de palabras: “El pecado y el infierno están casados, a menos que el arrepentimiento declare el divorcio”.
Hay cristianos que se
apoyan en las palabras que Cristo pronunció en la cruz para defender su tesis
del perdón incondicional: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Quienes creen que
Dios estaba perdonando porque Su Hijo así lo solicitó, están olvidando que esa
fue una petición y un deseo del corazón compasivo de Jesús[5],
no una orden. De la misma manera, Jesús no muere perdonando a toda la humanidad
unilateralmente, sino pagando la deuda contraída del ser humano con Dios; muere
ofreciendo el perdón, pero que depende de cada uno de nosotros aceptar.
El mismo Pedro acusó a la multitud de
haber matado al Autor de la vida, aunque por ignorancia (Hch. 3:15-17). ¿Fueron
todos perdonados automáticamente?: Ni mucho menos. ¿Cuál fue la condición?: “Arrepentíos, y bautícese cada
uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch. 2:38-41). ¿Quiénes fueron
perdonados? ¿Todos los que oyeron el mensaje?: ¡No! Solo los que se
arrepintieron tras aceptar el mensaje de Pedro, unas 3000 personas (cf. Hch. 2:41). Así mismo se lo dijo
Jesús a sus discípulos: “A quienes
remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les
son retenidos” (Jn. 20:23). Aquellos que creyeran el Evangelio, serían
perdonados. Por el contrario, aquellos que no creyeran en las “Buenas Nuevas”,
no serían perdonados. Así de simple.
Cuando Jesús enseñó a
los discípulos a orar, les mostró con estas palabras tal verdad: “Y perdónanos nuestras deudas” (Mt.
6:12). Por lo tanto, es evidente que sin confesión no hay perdón ni remisión de
pecados.
El
perdón en las relaciones interpersonales
Cuando dije que posiblemente estarías
buscando en tu mente textos para respaldar la idea de perdonar al prójimo
aunque no pida perdón ni se arrepienta de sus actos, quizá vinieron a ti las
palabras de Pablo: “Perdonándoos unos
a otros” (Ef. 4:32). Como vamos a ver,
este es un claro ejemplo de hasta qué punto se puede manipular un texto bíblico
partiéndolo por la mitad, obviando a su vez el conjunto global de las
Escrituras respecto a la cuestión que estamos tratando. Este y otros pasajes
son claros como el agua cristalina: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos
unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo [...] De la
manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Ef. 4:32; Col. 3:13). Los textos son contundentes.
Tenemos que perdonar “como Dios nos perdonó” y “de la manera que Cristo os
perdonó”. ¿Cómo aconteció este perdón? ¿Cómo y en qué manera nos perdonó el
Señor?: Como ya hemos visto, tras el arrepentimiento por nuestra parte.
En el trato entre
hermanos la mecánica del perdón es exactamente la misma que entre Dios y el
hombre: “Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere,
perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día
volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale”
(Lc. 17:3-4). Nuevamente vemos el principio Condicio sine qua non. Es un “si”
condicional. Cuando perdonamos sin que la persona se haya arrepentido,
nos situamos por encima de las normas establecidas por Dios al respecto, como
si nosotros fuéramos libres para llevar la Gracia un paso más allá de la que Él
ofrece. Cuando nos dicen: “Tú perdónalo en tu corazón aunque no se haya
arrepentido”, nos están enseñando directamente que nos situemos un peldaño por
encima del Señor, exigiéndonos lo que ni Él exige para sí mismo, puesto que el
arrepentimiento es el requisito que demanda. Conceder el perdón a quien no se
arrepiente, en el sentido de absolución y cancelación de la deuda pecaminosa,
no es amor. El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer (opositor al
régimen nazi, que murió asesinado poco antes del final de la Segunda Guerra
Mundial), lo llamó acertadamente “gracia barata”: “La predicación del perdón sin requerir arrepentimiento”. Y, sin
duda, esta “gracia” no procede del cielo. Es una imposibilidad y una
incongruencia teológica.
Recordemos que las relaciones humanas
siempre son bilaterales, en ambas direcciones, no unilaterales. Así lo muestra
también la Biblia. No depende de nosotros unilateralmente conceder el perdón, puesto
que debe ir acompañado del arrepentimiento de la parte ofensora. En el caso en
que seamos nosotros los culpables, el mecanismo es exactamente el mismo:
debemos arrepentirnos para ser perdonados. Si a pesar de nuestras disculpas,
éstas no son aceptadas, el problema será de la otra
persona. Es un asunto del que ya estaremos excluidos: será la otra parte quien
deberá solucionarlo en su conciencia y ante Dios.
Es en todo este contexto donde las
palabras de Cristo cobran su verdadera dimensión: “mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6:15). Este texto al que algunos aluden, no se refiere a perdonar
“sí o sí”. Los términos totales de la Escritura van por otro camino: Si una
persona nos pide perdón y no la perdonamos, tampoco Dios nos perdonará a
nosotros.
Como veremos en la segunda parte, aquí
no estamos hablando de ofensas menores que se pueden pasar por alto, sino de
asuntos graves.
El perdón no es gratuito. Si lo fuera,
no hubiera hecho falta que Cristo muriese por nuestros pecados. En las
relaciones personales, nuestro deber ético es reprender al hermano que nos ha
ofendido. Si se arrepiente, debemos perdonarle, aun cuando nuestro corazón no
sienta de hacerlo. En caso contrario, la deuda seguirá pendiente y la comunión
será imposible.
[1]
Por citar dos ejemplos de autores conocidos que ofrecen el mismo punto de
vista: Gary Champan en su libro Los cinco
lenguajes de la disculpa, y John Townsend en Más allá de los límites.
[4]
Cuando Pablo dice que “todo
Israel será salvo” (Romanos 11:26), se refiere a todos los judíos que hayan
creído, no al resto de incrédulos (aunque sean hebreos de nacimiento).
[5] Son las mismas palabras que salen del
corazón misericordioso de Esteban cuando estaba siendo apedreado (cf. Hechos 7:60). Y es un ejemplo a
imitar. Pero esto no implica que estuviera en su mano conceder el perdón a sus
asesinos.
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