* El lector debe tener presente en todo
momento estas palabras: soy consciente de que hay partes que no son fáciles de
asimilar, pero la línea de actuación que aquí muestro se basa en los principios
bíblicos y en las leyes del hombre respecto a estos casos. Ahora bien,
manifiesto abiertamente mi incapacidad humana para saber si una persona que
comete tales actos es un cristiano genuino o un falso creyente. Creo que cada
caso es distinto y hay que analizarlo individualmente, y que será la evidencia
externa, global y mantenida en el tiempo, la que apunte en una dirección u
otra. Somos completamente libres de formarnos una opinión y tomar partido. En
caso de que nos tocara juzgar, que Dios nos dé sabiduría.
En una reciente entrevista, el conocido escritor
peruano Mario Vargas Llosa, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2010,
narraba cómo se sintió y las consecuencias que trajo sobre su persona un
intento de abuso sexual por parte de un sacerdote cuando todavía era un niño.
Esto es algo que, lamentablemente, ocurre tanto en el mundo católico como en el
evangélico, tal como mostré en “Spotlight: El porqué de los abusos sexuales de
sacerdotes católicos y, sí, también, entre pastores y líderes evangélicos” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/02/spotligth-el-porque-de-los-abusos.html).
A partir de aquí, voy a usar varios extractos de sus
declaraciones para ahondar en este tema, que muchos tratan de ocultar bajo una
alfombra cuando ocurre, pero que se olvida de las víctimas y del agresor,
cayendo en actitudes que no solucionan el problema ni van a la raíz del asunto.
¿Una fe
destruida por el abuso?
“Quedé muy fastidiado [...] Ocurrió cuando yo estaba
en sexto de primaria. Al año siguiente el curita estaba muy avergonzado, no se
atrevía a saludarme en los recres, cuando ya ni siquiera yo estaba
ya en su clase. [...] La única consecuencia que tuvo esta historia fue que yo,
que había sido muy católico, empecé a darme cuenta de que yo ya no creía. La
religión se convirtió en una especie de cosa puramente formal, y yo había sido
bastante creyente. Pero tomé una distancia con eso, la religión dejó de ser un
problema para mí, al contrario que para algunos compañeros que estaban muy
obsesionados con el tema religioso. La verdad es que en el caso mío aquello fue
un pequeño incidente. [...] aquello fue apenas un momento. Pero si tuvo el
efecto de apartarme de la religión, de desinteresarme de ella, y me di cuenta
de que ya no creía, que mi relación con la Iglesia era una actitud
completamente formal en la que no había un empeño interior como el que tenía
antes ante la cosa religiosa. [...] En algunas personas tuvo unas consecuencias
traumáticas, pero no fue mi caso. Ese curita no llegó a cosas mayores. Cuando
sentí sus manos buscando en la bragueta me puse muy nervioso, salí
completamente de la habitación, y él también fue atacado de igual nerviosismo”[1].
La vivencia del señor Vargas Llosa sucedió cuando él
era muy joven, cuyos conocimientos sobre Dios y la espiritualidad se resumían a
la ejecución de una serie de rituales y actividades dictadas por terceras
personas. En muchos adultos suele suceder igual o de forma parecida: se
congregan, llevan a cabo A, B y C, que, por norma general, mezcla Biblia y
legalismo, pureza y carga, verdad y mentira, y así viven una religión a la que
llaman cristianismo pero que, en puntos esenciales, difieren considerablemente
de la fe predicada por Jesucristo. El ser interior no ha sido renovado ni
transformado, solo en apariencia ante el resto del grupo, donde se vive por
mero emocionalismo y por lo que dicta un líder carismático.
Ante esta realidad, que lleva a los afectados por un
abuso sexual a apartarse de Dios, hago una y otra vez hincapié en la sublime
importancia de adquirir una fe conceptual. Tener una “creencia” sin saber por
qué se tiene es un suicidio intelectual. Seguir la línea marcada por otras
personas, sean los padres o “líderes” eclesiales, sin plantearse las razones ni
reflexionar, es construir la casa sobre la arena. La historicidad de las
Escrituras, las profecías sobre Jesús, Su resurrección, el problema del mal en
el mundo o el matrimonio y la sexualidad, deberían ser temas que todo creyente
debería dominar. No meramente para tener el conocimiento, sino para que dichas
verdades le lleven a la profunda decisión de transformarse, hacer la voluntad
de Dios y seguirle, al precio que sea y suceda lo que suceda.
Tristemente, como en la situación de Mario, a pesar de
que él mismo reconoce que no le dejó ningún trauma y que fue más un susto que
no pasó a mayores, se alejó y dijo “adiós”, en lugar de hacerse las preguntas
correctas y buscar las respuestas de
Dios y en Dios. Hoy en día se
reconoce como agnóstico, a pesar de que, llamativamente, afirma que la religión
es uno de los ingredientes fundamentales de la convivencia humana y del orden.
Como he dicho, lo que suele acontecer en muchos casos
es que el individuo se vuelve hacía sí mismo, comienza a vivir según su propia
voluntad, se amolda a imagen y semejanza del mundo, y adopta las costumbres de
la sociedad caída, entre otros aspectos. Creyéndose libre, se vuelve esclavo.
Ahora bien: no creo que todos los que se renuncian a
la fe después de una vivencia terrible como el abuso sexual sean meramente
religiosos. Por mi parte, pienso que entre ellos puede haber cristianos
“nacidos de nuevo”, ya que las reacción del alma humana ante un trauma de
semejantes proporciones es imprevisible, donde la persona no razona con
claridad, le cuesta tomar decisiones, se encuentra desorientada y no piensa a
medio o largo plazo. A ellas me dirigiré más adelante.
Sé que los calvinistas dirán, tanto del agresor como
del agredido que se apartan, que nunca fueron cristianos, y que, si realmente
lo eran, tarde o temprano volverán al Camino. Por su parte, los arminianos
señalarán que, posiblemente, sí lo eran, pero al apostatar en la práctica, el
Espíritu Santo se retiró y sus nombres fueron borrados del Libro de la Vida. Como
he descrito en muchas ocasiones, (a pesar de tener mi opinión, expresada en “Silencio:
¿cristianos que apostatan?”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/silencio-cristianos-que-apostatan.html y “¿Puede
volver a Dios un “cristiano” que ha negado a Cristo con sus palabras o sus
obras?: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/puede-volver-dios-un-cristiano-que-ha.html), dicho debate es irresoluble mientras estemos en
este mundo, por mucho que calvinistas y arminianos digan lo contrario. Una vez
más, las discusiones las dejo para ellos, puesto que pensar de una manera u
otra no afecta a nada de lo que estoy exponiendo.
¿Qué hacer?
El caso concreto del célebre escritor, quedó en un
intento de abuso –intento inexcusable e igualmente deplorable-, pero en otros
chicos sí llegó a consumarse, provocándoles serios traumas. Cuando se producen
abusos o acosos sexuales, aunque seguramente los habrá que callan de por vida,
los más jóvenes no suelen contar nada hasta que transcurren muchos años y se
sienten con fuerzas para hacerlo. La primera reacción de un afectado suele ser:
- Callarse por vergüenza.
- Callarse por el miedo al qué dirán.
- Callarse por miedo a las represalias por parte del
abusador.
- Callarse por albergar sentimientos de culpa, al
creer que podía haberlo evitado.
- Callarse porque piensa que no le creerán.
Aquí podríamos hablar de tres tipos de abuso:
1) El abuso sexual directo (violación), donde se usa
la fuerza física para someter a la víctima contra su voluntad. Un ejemplo
bíblico lo encontramos en Amnón, que violó a su hermanastra Tamar (2 S. 13).
2) El abuso sexual sutil, donde se usa la posición
eclesial, la admiración que provoca en otros o el sex-appeal, para seducir al individuo y manejarlo a su antojo. Sin
ser plenamente consciente, el afectado está siendo manipulado por un lobo eclesial, como vimos en “El
carácter maquiavélico y oscuro de los lobos eclesiales” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2014/11/el-verdadero-lobo.html).
3) La relación sexual consentida, donde la persona no
es forzada físicamente, y posee la suficiente madurez y capacidad para decir
que “no” a las proposiciones verbales del interesado y, aun así, da rienda
suelta a sus deseos y pasiones, “tras ser manipulada psicológicamente”.
En todas estas coyunturas, vamos a señalar una misma
línea de actuación: la víctima siempre debe dar a conocer la situación. Nunca
debe callar. Aunque sean los primeros pasos a dar, no basta con escapar de la escena del crimen y del criminal. En primera instancia, tiene
que buscar y encontrar a verdaderos cristianos que tomen cartas y hagan
justicia ante el resto del cuerpo de Cristo. En segundo lugar, debe denunciarlo
ante las autoridades policiales y no solo ante la iglesia local, y, a la vez,
rodearse de personas que le apoyen. Por su parte, la iglesia debe ARROPAR a la
víctima, en lugar de TAPAR al abusador.
Es cierto que Jesús dijo: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y
él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano” (Mt. 18:15), pero aquí no
estamos hablando de un simple pecado más, sino de algo que va más allá de una
falta moral, sino de una violación que está penada por la ley de cualquier país
civilizado, y el violador, abusador o acosador, debería pagar por ello ante la
justicia humana, según esté estipulado.
¿Qué será fácil? Con total seguridad, no. Es un paso
que marcará a muchos y traerá daños colaterales. Pero cualquier herida que no
se cura y lesión del alma que no se
extirpa, termina por gangrenar al afectado, eternizando el trauma, llenándolo
de amargura y resentimiento, incluso de odio, siendo el caldo de cultivo
perfecto para que la víctima renuncie a todas sus creencias anteriores como
forma de huida mental. Y, también, por qué no decirlo, impedirá que el abusador
se enfrente a su propio mal, desposeyéndole de la oportunidad de pedir perdón,
arrepentirse profundamente y empezar de nuevo.
Recordemos que, un hombre, al que la Biblia
consideraba “conforme al corazón de Dios”
(1 S. 13:14), llegó a cometer la vileza de adulterar con Betsabé y mandar a
matar indirectamente a su marido para tratar de ocultar su maldad. Si algo así
lo hizo alguien tan apegado al Señor, ¡cuánto más es posible que llegue a caer
un falso creyente o un creyente light!
Pero su vida no acabó ahí. Observó las consecuencias de sus actos tras las
palabras del profeta Natán, que le señaló su pecado con toda crudeza usando una
fábula (2 S. 12). Su casa y su familia pagaron el precio de por vida. Pero, en
la gracia de Dios, se le concedió la oportunidad de arrepentirse. Si no hubiera
sido así, no habría escrito uno de los grandes salmos de la historia, el 51,
conocido por todos los cristianos del mundo, y que comienza así: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu
misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Sal. 51:1-2).
Dicho esto, dejo claro un punto para que no haya lugar
a malentendidos: que la persona se arrepienta y el efectado lo perdone, no
significa que deba librarse ante la ley de sus fechorías.
La iglesia
debe actuar sin demora
Por todo lo dicho, estoy completamente convencido de
que tales acciones –la denuncia y encarar el problema-, deberían llevarse a
cabo lo antes posible. Se puede
entender el silencio, dada la situación inicial de shock, por el miedo a la
confrontación y, sobre todo, cuando el afectado es un crío, como el narrado por
Vargas Llosa.
De ahí que resulte
injustificable la manera en que la
iglesia trató el caso del difunto Revi Zacharias, el apologeta y conferenciante
evangélico[2],
el cual no solo mantuvo relaciones sexuales con decenas de mujeres, sino que
acosó a otras muchas. Aunque se ha tenido constancia que amenazó a varias de
ellas si lo contaban, la Organización de Revi falló miserablemente en
protegerlas, al no sacar la verdad a la luz. No es de recibo que se ignoraran,
marginaran, acusaran y apartaran a todas aquellas personas que preguntaron
sobre el comportamiento de Zacharias, algo que suele ser la norma en demasiadas
ocasiones. Así es como funcionan las sectas, no la Iglesia de Cristo.
Por otro lado, aunque
el resultado de la investigación ha sido claro sobre su falta de ética sexual,
señalar los abusos que cometió en vida tras su defunción, y no antes, no me
parece la ética cristiana que nos enseña la Biblia, que se resumen de nuevo en
lo que Jesús mostró: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y
repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si
no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres
testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia;
y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mt. 18:15-17). Mientras el culpable esté con vida, hay tiempo para afrontarlo y hacer
que pague. Luego, tras su muerte, solo sirve para relatar las calamidades que
llevó a cabo, y nada más.
El propósito es:
- mostrar el pecado.
- hacer justicia.
- proteger al agredido y al resto del cuerpo de Cristo.
- apartar al agresor de la comunión de los santos para
impedir que prosiga con su maldad.
- permitir la restauración, aunque esté en la cárcel
varios años o el resto de sus días.
- en caso de que no exista arrepentimiento, expulsarlo
ipso facto.
Si nada cambia en él, entonces, dicho individuo dejará
de ser parte de la iglesia universal, no se le considerará más como cristiano,
ni se le tratará como hermano. Solo quedará predicarle el Evangelio como a un
inconverso, mientras que paga su delito ante la justicia humana.
Cuidado con
prejuzgar
Antes de la Pandemia, se puso de moda –fuente de
infinitos memes-, el estribillo compuesto por el feminismo radical que decía
“el violador eres tú”, donde se venía a afirmar que todos los hombres somos
potenciales violadores, y que siempre hay que creer a la mujer que denuncia
cualquier tipo de abuso. Esto es una injusticia, ya que destruye por completo
la presunción de inocencia, donde podrían acusar a tu propio padre, hermano o
hijo, y quedar estigmatizado de por vida si la acusación fuera falsa. En el
cristianismo no debe ser así, por lo que no se debería haber tapado el caso de Revi
Zacharias y otros muchos que, lamentablemente, se siguen produciendo. Aunque
tendría que haber pagado ante las autoridades y con la cárcel, el principio a seguir con él
debería haber sido el mismo que nos dejó por escrito el apóstol Pablo: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en
alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de
mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”
(Gá. 6:1). Es llamativo que dice “si alguno fuera sorprendido”; es decir: aquí
no es el ofensor el que confiesa su pecado por propia voluntad, sino que,
sencillamente, “le han pillado”. Ante esta persona, incluso así, los principios
son los mismos: “restaurarle (si se diera el caso y fuera su deseo) con
espíritu de mansedumbre”.
Cuando no se siguen las instrucciones divinas, pasa lo
que pasa: la iglesia es desacreditada, el daño se perpetua y los inconversos
nos observan como hipócritas de doble rasero, creyendo que nos consideramos
mejores, y que tratamos de ocultar el mal que anida en el alma de cada ser
humano.
¿La búsqueda
de venganza o de la justicia?
Hay individuos que lo que lo que quieren es realmente
venganza, usando la violencia física, lo cual es terrible, como vimos en Respondamos
sinceramente: ¿deseamos justicia o venganza? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/09/respondamos-sinceramente-deseamos.html). Teniendo en cuenta la gravedad que supone un abuso
sexual, sin ponerme ni mucho menos del lado del agresor –el cual me produce
náuseas-, los principios divinos y nuestra conducta son INALTERABLES. Podemos
verlos en algunos textos, entre otros muchos que podría citar:
- “De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a
los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; pero
cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás
perdón, sino que es reo de juicio eterno” (Mr. 3:28-29).
- “Cuando se
cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para
ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él, los cuales fueron y entraron
en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativos. Mas no le
recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén. Viendo esto sus
discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda
fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces volviéndose él, los
reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo
del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para
salvarlas. Y se fueron a otra aldea” (Lc. 9:51-55).
- “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia
quiero, y no sacrificio. Porque no he
venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt. 12:7).
- “No os venguéis vosotros mismos,
amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la
venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Ro.
12:19).
- “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte
del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Ez. 33:11).
En mi caso, ante aquellos que abusaron espiritualmente
de mí, ¿deseo justicia? ¡Obvio! Y eso no es venganza ni rencor. En parte, ya la
ha tenido, porque están pagando: fueron expulsados de la congregación que
pastorearon –más bien, destrozaron-, durante varias décadas. Aparte, han perdido la reputación y el buen nombre –aunque, autoengañándose, crean lo contrario-, con el descrédito que eso conlleva a sus espaldas. Todo el mundo sabe ya cómo son. Si siguen
como hasta ahora, yendo de víctimas, cuando son los únicos culpables, y sin
reconocer todo el mal que han causado, junto a todos los cadáveres que dejaron a su paso, seguirán sufriendo las
consecuencias, sea en esta vida o en la otra; no solo por mi historia –que es
una más-, sino por la de centenares de personas. Dios no olvida ni perdona al
que no se arrepiente.
A pesar de todo lo que les ha acontecido, y todos los
“Natán” que les han confrontado, no han modificado su conducta ni un ápice,
acusando a los demás de calumnias –cuando se limitan a narrar la verdad de hechos
verificados-, o proclamando de forma bochornosa que Dios está haciendo
“limpieza”. Aunque se les llena la boca con sonrisas hablando del Señor, al que
no conocen –solo religiosamente-, actúan como Faraón ante Moisés, endureciendo
más y más sus corazones.
¿Les deseo la condenación? Ni mucho menos. Sigo
anhelando que, de alguna manera, algo suceda –el qué, no lo sé, puesto que nada
de lo acontecido hasta ahora les ha llevado al cambio-, que les haga
enfrentarse al espejo oscuro de sus malas acciones. Y esto no es “buenismo” ni
“ingenuidad” por mi parte. Sé perfectamente cómo son y lo que hay, pero lo
vuelvo a repetir: me ciño a los deseos del propio Jesús de Nazaret y de Su
Evangelio. Solo de esta manera, cuando fallezca, me los podré encontrar en la
presencia de Dios y abrazarlos.
Por el lado contrario: al que quiere vengarse por sí
mismo, o pide que sean otros los que lo lleven a cabo por él, o les desea el
mal, desobedece directamente al Señor, se aleja de Su deseo y de Su corazón, y
es reprendido como Juan y Jacobo.
¿Es normal sentirse airado ante un abuso, sea físico,
emocional o espiritual? ¡Por supuesto! Lo extraño sería lo contrario. Pero de
nuevo Pablo nos muestra que airarse (sentimientos de enojo y emociones de
rabia) y pecar (desear el mal, pagar con el mismo mal, con actos o deseos) no
son iguales: “Airaos, pero
no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Ef. 4.26). Es un tema que está tan claro en la
Biblia, y que todo cristiano debería tener asimilado, que me resulta hasta
redundante insistir en él.
Superar los
traumas
Sigamos citando a Mario Vargas Llosa: “Chicos de mi
barrio no se recuperaron nunca. [...] Es difícil para los chicos, lo era en mi
época, tocar estos temas, los silenciaban sin saber que esto iba a tener
consecuencias trágicas en sus vidas”.
Como hemos visto, un denominador común entre muchas
víctimas es que guardan silencio. Por lo tanto, y lo vuelvo a repetir, el
primer paso a dar es obvio: hablar, hablar y hablar. Llorar, llorar y llorar.
Descansar, descansar y descansar. Apoyarse día tras día en los verdaderos
amigos. Y un punto importante: desahogarse, que significa exponer todos los
sentimientos negativos y de dolor que anidan en el corazón, sea por escrito
como auto terapia o conversando el tiempo que sea necesario.
Experimentar emociones como la ira y la impotencia son
muy naturales. Las personas que no siguen estos pasos de manera saludable y
“vomitando” lo que llevan dentro, terminan albergando sentimientos de puro odio
contra al agresor. Algunos de ellos, hasta se ponen en contacto de alguna
manera con su agresor, al que llegan a desear la muerte. Eso no es liberación,
sino aferrarse todavía más a los hechos, y quedar emocionalmente atado al
agresor, haciéndose daño a sí mismo. Es el mayor error que se puede cometer:
roba la paz y alimenta el odio, siendo éste uno de los peores cánceres
que existen, ya que destruye el alma de forma virulenta. Aunque crea que se
quitado una carga, al guardar ese rencor, una parte de su corazón estará
siempre herida, y lo arrastrará el resto de su vida.
Además, aunque su dolor es completamente lógico y
comprensible, es una oportunidad que se desaprovecha de poner realmente en
práctica varios principios bíblicos: “Amad
a vuestros enemigos. [...] No paguéis a nadie mal por mal... No os
venguéis vosotros mismos” (Mt. 5:44; Ro. 12:17, 19). Este tipo de mensajes
no son para cuando la vida sonríe o las personas nos aman, sino precisamente en
los momentos opuestos.
Puede que, más adelante, quizá mucho tiempo después,
sea un paso que se desee dar, aunque no es obligatorio: ya en paz, enfrentarse
cara a cara con él. Decirle el dolor que provocó, pero no para odiarlo, sino
como paso final para terminar de cerrar la herida y seguir viviendo.
Como la superación de un abuso sexual implica muchos
aspectos (miedo, culpa, vergüenza, soledad, baja autoestima, ira, desconfianza,
malos recuerdos, insomnio, pesadillas, ansiedad, cambios bruscos en el estado
de ánimo, desesperanza, intimidaciones de terceras personas, etc.), y al tener
incontables nexos en común con el abuso espiritual (ya que afecta a la misma
esencia del ser humano), me explayaré en los diez apartados de los que está
conformado el capítulo quince del libro “Sobrevivir al abuso espiritual”, y que
estoy publicando en el blog.
Hasta entonces, espero que lo escrito hasta aquí haya
servido para sacar el tema a la luz y comenzar el camino de la recuperación.
Eso sí: nada de lo que yo diga quita de pedir ayuda a personas capacitadas para
hacerlo.
A los afectados, ¡os mando todo mi ánimo y el mayor de
los abrazos!