Cuentan las cronologías que, hace siglos, en algún
lugar del Oriente Medio, una serie de personas anunciaron al mundo una terapia revolucionaria:
no se centraba en sanar las enfermedades físicas, sino, de forma sorprendente,
las del alma. Desde entonces, se la llamó “La Cura”, cedida por un Maestro
Divino para el bien de la humanidad.
Al comienzo, de forma humilde, abrieron pequeños
centros de reunión, para que, todo aquel que quisiera, libremente, se acercara
a probar su “alquimia”. Muchos de los que la inocularon, afirmaban, sin ningún
género de duda, que resultaba completamente efectiva y real: como si les
hubieran quitado un peso de encima junto con la pena que embargaba sus
corazones, se sentían alegres y vitales, e iban proclamando que “habían nacido
de nuevo”. ¡Realmente funcionaba! Desde entonces, a estas personas, se les
llamó “Los Despiertos”, puesto que antes estaban “Dormidos”.
Entusiasmados, unidos en un mismo sentir y propósito,
y deseosos de dar a conocer al mundo dicho milagro, empezaron a compartir “La
cura”, llenos de algarabía con los que se iban cruzando. Con el paso de los
años, su mensaje fue creciendo en popularidad y comenzaron a expandirse por
distintos continentes, hasta alcanzar los cuatro puntos cardinales del planeta.
En algún momento, nadie sabe exactamente cuándo, a sus descendientes, el éxito les sobrepasó y empezaron a exaltarse unos a
otros. Algunos dicen que sus corazones siempre fueron así, desde los mismos
comienzos, y otros que la vanidad y la vanagloria les pudo. Fuera como fuera, perdieron
el norte, donde lo importante dejó de ser “La cura” que tenían entre sus manos,
y pasó a ser ellos mismos.
Ese día –conocido como “El día de la Infamia”-, ocurrió
una desgracia: al introducir nuevos elementos, a los que los expertos identificaron
con los nombres de “herejías”, “autoritarismo”, “soberbia”, “sumisión ciega”,
“chantaje emocional”, “doble moral”, “manipulación mental” y “narcisismo”, la
fórmula original dejó de ser pura.
En aquellas semanas, sucedió una horripilante
mutación: todos los que habían sido vacunados, comenzaron a enfermar de nuevo en
sus almas. Y lo más grave: se sentían incluso peor que antes de pasar por el
proceso. Los efectos fueron conocidos por las multitudes: ataques de ansiedad,
estallidos de ira, desorientación y tristeza continua.
Alarmados, “Los Despiertos” dieron voces para poner
freno a tal sangría y que el mal no fuera a más. Pero los causantes de la
mutación, a los que se les puso el sobrenombre de “Las Sombras” –porque parecían
seguirte a donde fueras y estaban en todas partes-, no quisieron rectificar y asumir
su culpa, la cual arrojaron sobre los demás, acusándoles de sus propias
desdichas. Nunca dieron su brazo a torcer, a pesar de que cayeron en desgracia,
y ya no podían ocultar sus actos ante “Los Despiertos” ni “Los Dormidos”.
Con el tiempo, se desató una guerra virulenta y sin
cuartel, que causó centenares de víctimas inocentes: por un lado, aquellos infectados
por la mutación, muchos de ellos engañados, que defendían a capa y espada a “Las
Sombras”. Por el otro, “Los Despiertos”, que alertaban sin descanso del mal que
se escondía detrás. Lo más llamativo era que, ambos grupos, años atrás, se
habían amado con pasión, hasta que se expandió el Virus V y se crearon los
bandos. Mientras tanto, y hasta el día de hoy, ante semejante carnicería, el
nombre del Maestro era blasfemado por “Los Dormidos”.
¿Cómo terminó todo? Nadie lo sabe, por la sencilla
razón de que dicha batalla se sigue escribiendo con fuego y sangre, y nadie
conoce su final.
La solución sería evidente: que “Las Sombras” renunciaran
a todo, se apartaran para siempre, arrojaran sus armas y volvieran a la fórmula
inicial. Esto les conduciría a reconocer sus propias tinieblas y a asumir cuánto
mal han provocado a diestro y siniestro. Solo así podrían despojarse de dicha
oscuridad, ser envueltos por “La Luz” y hallar la paz, dedicando el resto de
sus vidas a restaurar la desolación que dejaron a su paso, haciendo el bien que
hicieron en sus orígenes. Para que esto sucediera, debería producirse una catarsis
que, quién sabe si, en algún momento del futuro, se hará realidad, o caerá en
saco roto.
Hasta que esto no acontezca, la muerte seguirá campando a sus
anchas y los muertos llenando los campos. Y no precisamente por culpa de “Los
Despiertos”, sino por los que siguen insuflando en el aire el Virus V.
Todavía están a tiempo. De lo contrario, “Las Sombras”
pagarán un alto precio, ya que, tarde o temprano, el Maestro que les cedió la
fórmula, les pedirá cuentas por el uso que hicieron de ella.