lunes, 18 de febrero de 2019

Spotlight: El porqué de los abusos sexuales de sacerdotes católicos y, sí, también, entre pastores y líderes evangélicos

Hay películas que realmente son incómodas de contemplar, especialmente aquellas que están basadas en hechos reales como secuestros y asesinatos, o como la que nos atañe y que posiblemente hayas visto: Spotlight, ganadora al Oscar a la mejor película y al mejor guión en 2016, y protagonizada por grandes actores como Michael Keaton, Rachel McAdams y Mark Ruffalo, entre otros. En ella se nos cuenta los descubrimientos que lleva a cabo la sección de investigación del Boston Globe (Spotligth, de ahí el título) sobre los numerosos casos de abusos sexuales a menores perpetrados por distintos sacerdotes católicos y que habían sido tapados por el cardenal Bernard Law. Dicho periódico ganó el Premio Pulitzer en 2003 por el trabajo que llevó a cabo.
Pensé en escribir sobre este tema tan desagradable cuando se estrenó la película, pero habría sido tendencioso e injusto por mi parte ya que solo habría mostrado cuando el abuso provenía de las filas católicas. Ahora que se ha conocido un multitudinario caso entre pastores evangélicos, es el momento adecuado para mostrarse equilibrado, aunque contraríe a ambos bandos, que no deberían mirar para otro lado sino reflexionar. Y esa es mi intención. Que lo hagan o no ya no depende de mí.

Cruce de condenaciones entre católicos y evangélicos
A raíz del conocimiento de este terrible caso –ni el primero ni el último que se ha dado a conocer en los últimos años- leí infinidad de comentarios de evangélicos en las redes sociales y en la prensa lanzando todo tipo de improperios contra los que profesan la fe católica. Aunque bíblicamente el catolicismo romano no tiene defensa alguna en muchas de sus doctrinas, puedo afirmar que buena parte de lo que leí contra sus miembros me hizo sentir vergüenza ajena. Expresiones como “arderéis en el infierno” eran las más suaves, y las palabras malsonantes que muchos les profesaron prefiero omitirlas para no herir la sensibilidad de nadie. Si yo fuera católico, no me acercaría a menos de diez kilómetros de estas personas que afirman ser cristianas.
Sin duda, y como dijo Jesús y he repetido hasta la extenuación en otros escritos, somos llamados a juzgar “con justo juicio” (Jn. 7:24) toda acción, toda enseñanza (cf. Hch. 17:11), todo espíritu (cf. 1 Jn 4:1), toda profecía (cf. 1 Co. 14:29) y a todo aquel que se hace llamar “apóstol” (cf. Ap. 2:2). Pero esto no implica insultar y, sobre todo, condenar de forma definitiva a nadie. Sí, es cierto que Jesús habló claramente de la gravedad que suponía hacerle daño a un niño que creyera en Él, tanto que señaló que cualquiera que le hiciera tropezar mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mt. 18:6), pero ¿ya no recordamos que uno de los ladrones de la cruz, que a su vez era un asesino, se arrepintió en los últimos instantes de su vida, y que Jesús lo perdonó, prometiéndole que estaría ese mismo día en el paraíso? (cf. Lc. 23:42-43).
De igual manera, y como no podía ser de otra manera conociendo nuestra propia naturaleza, cuando hace apenas unos días se conoció los más de 700 casos de abuso sexual en las iglesias bautistas de Estados Unidos, muchos católicos en Internet se tomaron la revancha contra los evangélicos y respondieron después de mucho tiempo aguantando el chaparrón. En términos humanos, los comprendo. Si alguien no para de burlarse de ti por algo que has hecho y luego tú haces lo mismo, lo normal es que te pague con la misma moneda.
En este aspecto, tanto evangélicos como católicos cometen dos errores: uno, el más irracional: pensar que todos son iguales. Ni todos los sacerdotes son abusadores ni lo son todos los pastores. Y dos: defender su propia “institución” o “grupo” por encima de todo echándose en cara los unos a los otros el famoso “y tú más”:

- “Tú enseñas herejías”; “Y tú más”.
- “Tú te quedas con el dinero de los feligreses”; “Y tú más”.
- “Tú manipulas a las ovejas”; “Y tú más”.
- “Tú abusas espiritualmente de tus seguidores”; “Y tú más”.

¿El sentido de autocrítica? En busca y captura.

Contradictorio
Esta misma semana se publicaron los datos del Ministerio del Interior en España: la violaciones consumadas crecieron un 22,8% el año pasado[1]. Todavía más terrible si cabe es cuando leemos casos de violaciones llevadas a cabo por varios hombres a la vez. En mi país hemos tenido recientemente el caso de “La Manada”, donde cinco jóvenes abusaron sexualmente de una chica de dieciocho años durante las fiestas de San Fermín en Pamplona (Navarra) en el verano de 2016. Siempre que escuchamos este tipo de historias suelen ser en países donde la democracia brilla por su ausencia, en barriadas de suma pobreza, de abundancia de tráfico de drogas, y donde la mujer es vista prácticamente como un objeto desde la misma infancia. Pero aquí este hecho fue algo novedoso y por eso conmocionó a toda la sociedad que pedía justicia, y con razón.
Dentro de la animalidad del acto, un cristiano puede entender que algo como lo descrito es posible que suceda porque ni más ni menos es la expresión de una obra de la carne llevada a cabo por aquellos que no tienen a Dios como el Señor de sus vidas ni los principios que Él ha establecido para la humanidad: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,  idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gá 5:19-21).
Lo contradictorio y chocante viene cuando alguna de estas acciones –en este caso, el abuso y/o pederastia- las cometan personas que se dicen cristianas. Así que, antes de explicar el porqué se dan este tipo de historias entre católicos y evangélicos, hay que empezar haciendo unas matizaciones fundamentales y que mis lectores conocerán puesto que las he citado en más de una ocasión:

1) La Iglesia cristiana no está formada por aquellos que dicen ser cristianos o llevan a cabo actividades religiosas, sino única y exclusivamente por los que han sido salvados, los cuales son aquellos que han nacido de nuevo, como Jesús le dijo a Nicodemo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Esto ya lo explicamos claramente en “No soy religioso, ni católico, ni protestante; simplemente cristiano” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
Solo ellos son “hijos de Dios”: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn 1:12-13).

2) Existen los falsos cristianos. Afirmar creer en Dios no significa nada por sí mismo. Santiago dijo que incluso los demonios creen (cf. Stg. 2:19).

3) El fruto del Espíritu (cf. Gá. 5:22-23) y las obras son pruebas de la autenticidad de la fe: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7:20). Así de tajante fue Jesús al respecto: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? [...] No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Lc. 6:46; Mt. 7:21-23).
Como dije en “Cuando los cristianos ofrecemos un mal ejemplo y se nos acusa con razón de hipócritas” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/09/1-cuando-los-cristianos-ofrecemos-un.html), “el individuo que vive en adulterio, que es un mentiroso crónico, que está lleno de rencor, que paga mal por mal, que odia a los enemigos, que no ora exclusivamente a Dios en el nombre de Jesús sino también a figuras religiosas, que manipula a las masas para enriquecerse y vivir en prosperidad, etc., con total seguridad no es cristiano en el sentido bíblico del término”. No hablo de los que caen y se levantan (aunque sea tiempo después, como el rey David), sino los que viven instalados en dichos pecados. E igualmente podríamos decir de aquellos que:

- Sistemáticamente tienen relaciones sexuales antes o fuera del matrimonio.
- Sistemáticamente se emborrachan.
- Sistemáticamente consumen pornografía.

Y así con una extensa lista. Son “aquellos cuyas vidas y palabras no representan adecuadamente un Dios santo, justo, compasivo y amoroso”[2].

Los abusos sexuales en los sacerdotes católicos
Por mucho que traten de negar esta realidad los postmodernistas, la raíz del problema que nos conduce a hacer el mal es exactamente la misma para todos los seres humanos, sea uno católico, protestante, musulmán, budista o el mayor de los ateos: nuestra naturaleza caída: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Ro. 7:21-23). Aunque uno esté dispuesto a hacer el bien, nuestra carne está inclinada hacia el mal, sea en forma de pensamientos, sentimientos o acciones, entendiéndose “el mal” como todo aquello que está fuera de la ley de Dios.
En el caso del catolicismo romano, le ha dado a esa “carne” una forma de crecer aún más entre los que quieren servir como sacerdotes: el celibato obligatorio, y que es una carga antibíblica en general. La suma de estos dos factores explican el porqué de infinidad de abusos. Pablo, de forma profética, ya avisó que algunos denegarían la posibilidad de contraer matrimonio: Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad” (1 Ti. 4:3).
¿Y cuándo sucedió esto? En los dos concilios de Letrán, el primero en el año 1123 y el segundo en el 1139, muchos siglos después de Cristo. Eso sí, el germen ya estaba presente desde mucho antes: en el año 567, en el Concilio de Tours II, se estableció que todo clérigo que fuera hallado en la cama con su esposa sería excomulgado por un año y reducido al estado laico. ¡Menuda barbaridad! ¡Que se lean por favor ese libro sobre el erotismo conyugal llamado el Cantar de los Cantares y que está en la Biblia! Y, de paso, las palabras de Pablo: “El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia” (1 Co. 7:3-5).
Servir a Dios –incluso “a la manera católica”, que a mi entender es errada- y estar casado no es incompatible, como lo demuestra el hecho de que los mismos apóstoles tenían esposas, incluso Pedro, a quien el catolicismo considera el primer “Papa”: “¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?” (1 Co. 9:5). ¿Cómo tratan entonces algunos círculos católicos de justificar bíblicamente el celibato? Citando este texto: “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron” (Lc. 5:8-11). Según ellos, “dejándolo todo” incluyó también que abandonaron a sus esposas. Una verdadera falacia puesto que las palabras de Pablo diciendo que sus mujeres les acompañaban fueron escritas varias décadas después.
A pesar de la claridad de los textos expuesto, todos los Papas se han negado una y otra vez a eliminar dicha imposición, a pesar de que en 1993 el Papa Juan Pablo II dijo esto: “El celibato no es esencial para el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo”.
No todo el mundo está preparado para vivir en celibato, aunque sea un excelente cura católico. ¿Cómo se defienden ellos ante estos hechos de pederastia que salen a la luz cada poco tiempo! Diciendo que esos “curas” realmente no tenían vocación sacerdotal. Suena hasta grotesco. ¡La de infinidad de casos de abusos sexuales a menores que se habrían evitado –y se evitarían- si permitieran el sacerdocio tal y como ellos lo entienden pero con la posibilidad de contraer libremente matrimonio si así lo desean! Algo que tristemente tengo bastante claro que no va a suceder porque ellos anteponen la tradición y el Magisterio a la Biblia. Como dijo el Papa Francisco en fechas recientes en referencia al celibato: “Este no es un dogma de fe sino una reglamento de la Iglesia”. Lo dicho: el reglamento por encima de las Escrituras.
Es cierto que la eliminación del celibato no eliminaría todos los casos de abuso, pero, en mi opinión, sí se reducirían considerablemente, incluso cuando son monjas las afectadas. Aunque lo quieran tapar, aunque pidan perdón en nombre de otros, aunque trasladen a los acusados de parroquia, el mar de fondo siempre existirá, y buena parte de la culpa la tiene las normas humanas que ellos han establecido. Por eso, el documental que se emite estos días titulado “Examen de conciencia”, que narra los testimonios de hombres que fueron abusados por miembros del clero en España, seguirán tristemente siendo algo habitual cada cierto tiempo (el tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=qxxXomjeSXc). Carne más carne es igual a tentación.

Los abusos sexuales en los pastores evangélicos
Puesto que la inmensa mayoría de los pastores evangélicos están casados, podríamos creer que están exentos de ser tentados con deseos sexuales inapropiados. Nada más lejos de la realidad. Aunque es más habitual conocer casos de adulterio o fornicación entre algunos de ellos, también está el que se acaba de revelar: casi 220 líderes bautistas del Sur de Estados Unidos fueron condenados por abuso sexual. Entre ellos hay pastores, ministros, pastores juveniles, maestros de escuela cristianos, diáconos y voluntarios del programa de la iglesia. Los casos registrados superan los setecientos en los últimos veinte años[3].
Como solo Dios sabe la verdad y el número, no sabemos cuántos de estos pastores que han abusado son verdaderos cristianos que se dejaron consumir por una de las  pasiones más bajas y despreciables en las que puede caer un ser humano, y cuántos de ellos sencillamente son lobos con piel de cordero. Si eran/son o no “nacidos de nuevo”, los calvinistas tendrán una opinión y los arminianos otra. La mía ya la expresé en “Silencio: ¿cristianos que apostatan?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/silencio-cristianos-que-apostatan.html) y “¿Puede volver a Dios un “cristiano” que ha negado a Cristo con sus palabras o sus obras? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/puede-volver-dios-un-cristiano-que-ha.html).
Dado que actualmente muchos pastores son vistos como auténticas “estrellas de rock” por muchos cristianos ingenuos, es relativamente sencillo que más de uno, de los que se hacen llamar a sí mismos los Ungidos de Jehová, sientan que su posición de privilegio les permite hacer lo que quieran sin rendir cuentas a nadie con todo tipo de autojustificaciones que han terminado por creerse. Y terminan aprovechándose de los más débiles: niños y niñas. El sentimiento de impunidad y la carne los domina. Lo terrible es que algunos de ellos sigan en el púlpito y al frente de dichas congregaciones.
Luego hay otro tipo de abuso del cual no hay estadísticas y no se puede cuantificar el alcance del mismo, pero también existen: aquellos pastores/líderes que, usando su posición y carisma, intentan –y a veces logran- seducir con fines sexuales a miembros de la congregación. Cuando estos lobos lo hacen con personas adultas, el hecho en sí es deleznable e inmoral. En menores de edad –incluso si es “consentido”- constituye un acto delictivo en términos penales y que no habría que pasar nunca por alto, a pesar del silencio de las víctimas que callan por temor o por sentirse también culpables.
Si a todo esto le añadimos los datos de esta encuesta realizada entre pastores sobre el consumo de pornografía, tenemos la ecuación completa: “The Barna Group [...] en base a un estudio online que incluyó a 432 pastores adultos y 338 pastores jóvenes [...] revela que el 57% de los pastores adultos admitieron luchar actualmente o haberlo hecho en el pasado contra este tipo de consumo. Un porcentaje que sube al 64% de los pastores jóvenes. El 14% de los líderes de mayor edad dijeron que actualmente están aún sumergidos en este mal, porcentaje que llega al 21% de los líderes de menor edad. Más de uno de cada 10 pastores jóvenes describieron su lucha con la pornografía como una adicción y uno de cada 20 pastores adultos también la consideran así. [...] El 86% de los pastores que lo practican afirman sentir mucha vergüenza por esto y el 55% viven en el constante temor de ser descubiertos”[4]. Carne más carne es igual a vicio y perversión.

Puntos en común entre ellos y nosotros, entre tú y yo
Seguramente la persona que me está leyendo al otro lado de la pantalla no es un sacerdote o un pastor que ha caído en las aguas pantanosas de las que hemos hablado. Pero, el hecho de que la gran mayoría de cristianos no haya cometido tales actos de vileza, no significa que podamos jactarnos de nada: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 7:21-15).
Me arriesgaría a afirmar –y si me equivoco, lo siento-, que todos tenemos puntos débiles ante los cuales nos sentimos inclinados y tentados, sabiendo que están fuera de la voluntad de Dios. Por eso Jesús nos enseñó a pedir en el Padre Nuestro que no nos dejara caer en la tentación y nos librara del mal (cf. Mt. 6:13). Puede que esa “debilidad” sea algo llamativo, externo y de conocimiento público. O puede ser algo interno que solamente tú conoces. No es un tema del que vaya a hacer una encuesta: cada uno sabe lo que hay en su ser.
Así que recordemos que todos estamos incluidos, que Cristo derramó su sangre y murió en la cruz tanto por el pederasta y el asesino como por ti y por mí, por lo que no podemos mirar a nadie por el encima del hombro creyéndonos mejores y superiores. Al final, nuestra única esperanza, y en la cual hemos puesto nuestro destino, es en Él: “!!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Ro. 7:24-25).
Y por último: respecto a los que están perdidos, grabemos a fuego en nuestra mente las palabras que todos conocemos y casi siempre olvidamos a la hora de la verdad: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misercordia quiero, y no sacrificio. Porque no ha venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt. 9:13).

lunes, 4 de febrero de 2019

10.7.1. Aprende a expresar tus pensamientos y sentimientos a tu pareja


Venimos de aquí: ¿Hasta qué punto son importantes la diferencia de edad y la atracción física? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/09/1066-en-una-relacion-sentimental-hasta.html).

Hasta ahora hemos visto la base y lo que resulta básico. Doy por hecho que todo debe comenzar conociendo la “superficie” y lo “profundo” del otro, y que eso sirva para ir asentando los pilares en los cuales sustentar la relación. Pero también es fundamental ser conscientes de que hay otros aspectos y facetas que no puedes pasar por alto.

Expresando los sentimientos
¿Qué ocurre cuando comienzas a expresar tus sentimientos más íntimos? Te sientes vulnerable. En el caso de la mujer, es más propensa por su naturaleza a abrir su corazón. Le resulta más natural. Desea mostrarse en su totalidad al hombre. Dada su especial y –por norma general- encantadora sensibilidad en el área afectiva, para ella es un pilar innegociable en su vida emocional.
Sin embargo, el hombre asocia “vulnerabilidad” con “debilidad”, por lo que no suele abrirse con la misma facilidad. No quiere que crean que es débil. Es un riesgo que cuesta asumir: “Lo primero que me pareció claro fue conversar a fondo sinceramente con mi mujer sobre muchos pensamientos, recuerdos, temores, defectos de los que nunca había hablado. Me parecía [...] que perdería toda su confianza. [...] Yo le exponía mis ideas, en lo que me sentía seguro; ella me admiraba y aprobaba. Pero una cosa es hablar de nuestras ideas y otra muy distinta hablar de uno mismo. Ella dijo: ´Hasta aquí eras mi médico, mi psicólogo, mi capellán, más que mi marido`. Así, en mi deseo de ayudarla en la vida, mi desempeño profesional había venido a ocultar la personalidad del marido”[1].
Por otro lado, hay muchas personas (tanto hombres como mujeres) que se sienten heridas cuando reciben una crítica, incluso cuando son bienintencionadas y dichas con amor, porque en el pasado les hicieron daño. Si es así, es importante que la pareja hable de ello.
Por esto, a algunos hombres les resulta más sencillo abrirse con un desconocido que con alguien cercano. Cuando se muestra vulnerable/débil con su pareja, puede tener miedo a que use esa información en su contra en cualquier momento. Esa también es la explicación de el porqué al hombre le cuesta mostrarse emotivo. En ese aspecto, es ejemplarizante y hermoso la actitud que tuvo Jacob con Raquel. Se emocionó de tal manera al besarla que lloró de emoción. Todo su ser se estremeció. Hoy en día, un hecho así sería considerado como poco masculino, cuando en la realidad es todo lo opuesto. No hay nada más sano que mostrar aquello que reside en lo más profundo del alma.
La mujer debe entender todo esto y ver el porqué de las reticencias del género masculino a mostrar todo lo que hay en su ser. Lo que para ella es normal en una relación de confianza, para él no lo es tanto, especialmente al principio, donde la imagen que desea ofrecer es de fortaleza: Una especie de Tarzán que pueda proteger de todo peligro a su Jane.
Ambos deben comprender que, en la vulnerabilidad que supone mostrar lo que verdaderamente hay en ellos, es donde nacerá la verdadera y autentica complicidad. ¿Acaso no ocurre así en las amistades? Igualmente en las relaciones de pareja, donde poder mostrarse el uno al otro todo lo que son: Lo que sienten, lo que piensan, lo que creen y dejan de creer, lo que les hace felices o les duele, etc.
Esta es la única manera en la que podrán superar cualquier situación cuando surjan los conflictos. Para ello debes sentirte libre para expresar tus sentimientos. Muchas parejas se centran en llevar a cabo multitud de actividades, pero se olvidan (o no quieren) abrirse totalmente. Casi nunca exponen sus sentimientos. Reprimen su esencia. De nuevo el origen de todo es el miedo a mostrarse tal cual, por ese pánico al rechazo que muchos llevan cargando de por vida a sus espaldas.
Así que, visto lo visto, tienes que preguntarte: ¿Puedo expresar mis pensamientos y sentimientos? Si al abrir tu corazón, la otra persona se centra en tus defectos o en lo que no le gusta de ti, y muestra rechazo, será una pista inconfundible sobre los verdaderos sentimientos. Si al manifestar estas emociones (sean positivas o negativas), te rechazan, manifiestan indiferencia, te señalan con acidez, te juzgan, humillan o menosprecian, y una larga lista (ni mencionar ya la agresividad física o verbal), está bien claro lo que debes hacer: ¡¡Huir de esa relación!! El respeto no se exige, te lo tienen que ofrecer sin más. O te lo dan o no te lo dan. O la persona es respetuosa o no lo es.

La comunicación
Para poder expresar los sentimientos es fundamental la comunicación, “asignatura” de la cual nunca nos han dado clases. La falta de comunicación, y con ello la falta de la manifestación de los sentimientos, conduce en muchas ocasiones a los resentimientos. Todo lo que se reprime trae esa consecuencia. Por eso tantos problemas, que se podrían haber solucionado de manera relativamente fácil si se hubieran comunicado en su momento, con el paso del tiempo se convirtieron en autenticas bombas de relojería que explotaron tal cual bomba atómica destruyendo todo a su paso.
¿Qué es lo primero que hacemos los seres humanos cuando queremos “castigar” a alguien?: Le retiramos el habla y guardamos silencio[2]. La aparente indiferencia. Una falsa apariencia de fortaleza. Dejamos de comunicarnos. Pocas armas son tan efectivas. En una relación de pareja, la incomunicación es un castigo cruel que no conduce a nada, excepto a la disolución. Aun así, miles de matrimonios conviven bajo el mismo techo donde la comunicación brilla por su ausencia. Muertos en vida. Todo debido a los silencios que cada vez se hicieron más prolongados en el tiempo.
Si los sentimientos negativos no se expresan, automáticamente bloquean los positivos. Ambas emociones son incompatibles. Es muy diferente comenzar una discusión donde cada uno defienda su posición a capa y espada tratando de imponer su postura, a iniciar una conversación donde ambos expresan sus puntos de vista y de forma paulatina se llegan a acuerdos. No se trata de eludir las posibles desavenencias, sino de enfrentarlas de la mejor manera posible. El objetivo primero y último de toda discusión debe ser llegar a una solución consensuada, y para ello hay que ponerse en la piel del otro. En definitiva, tener empatía. Pablo dijo que el amor todo lo cree. Si creéis el uno en el otro, bajo este manto de amor podréis encontrar caminos que os unan, incluso cuando disintáis. Recuerda que tu pareja no es tu enemigo sino tu mejor amigo y, aun así, alguien que piensa de manera diferente a la tuya en determinados asuntos. Y hay que respetar estas opiniones dispares. Si no lo haces, le estarás diciendo que tampoco le respetas a él. Y si experimenta esa emoción negativa sentirá que no le amas.
En la comunicación entra un factor fundamental: Saber escuchar. Y con eso no me refiero a entender gramaticalmente las palabras que se están pronunciando, sino a las ideas que esas palabras quieren transmitir. Grábate eso a fuego: Si la persona emisora no se siente comprendida en sus sentimientos, de nada servirá el resto. Para ello es necesario el respeto y el afecto mutuo.

La expresión de los sentimientos negativos
Existe otro tipo de “comunicación”: Aquella que solamente incluye reproches, críticas, mandatos o actitudes manipuladoras. Desde señalar con el dedo cada vez que el otro comete un error, hasta su disgusto por los asuntos menores. Pocas cosas molestan más a los adultos que los corrijan como si fuera sus padres quienes lo hicieran (eres su pareja y no su padre), que les digan cómo tienen que hacer las cosas y cómo deben correguir aspectos que ni ellos mismos consideran errores. Ni hablemos ya cuando encima se plantea como exigencia. Sí, puede que decida cambiar aspectos por ti, pero el cómo lo digas y en qué temas te inmiscuyas influirá mucho en su forma de aceptarlo. Recuerda: Nadie puede ni debe intentar cambiar la esencia de una persona. Esto es obra exclusiva de Dios. Debes de aprender qué puedes cambiar del otro y qué no.
El problema suele surgir cuando se manifiestan los sentimientos negativos. El emisor suele expresarlos usando palabras acusatorias, añadiéndole un tono de voz más propio de una “posesión demoniaca” (modo ironía-on) que de una persona. El receptor, como es lógico, no lo recibe con agrado. ¿Resultado?: Rechaza esos sentimientos y el otro no se siente comprendido. La cuerda se tensa por ambas partes al convertirse en un círculo vicioso: ninguno de los dos se siente amado y ambos se encierran en sí mismos. De ahí esa reflexión irónica de Woody Allen, que explicó la razón por la cual los hombres casados viven mas años: “¡Eso dicen las estadisticas! Y está claro por qué. Porque cuando sufres el ataque al corazón discutiendo con tu mujer, ella está allí para llamar a la ambulancia”[3].
En las siguientes conversaciones, los sentimientos estarán a flor de piel. Ante esta situación, pregunto: Si no se puede expresar las desilusiones y frustraciones ante la persona que tienes delante (lo cual es parte de la relación), ¿ante quién lo vas a hacer? Ahora bien, lo que se expresa y el cómo se hace juega un papel determinante. Aquel que manifiesta sus sentimientos negativos, si desea recibir comprensión y empatía, deberá mostrarse de la misma manera. Una cosa es ser honrado, y otra gritar a pleno pulmón, esperando luego a cambio aceptación y comprensión, cuando sabemos que la palabra áspera hace subir el furor (cf. Pr. 15:1). No puedes mostrar una doble cara, una ante los hermanos en Cristo y otra a solas con tu compañero sentimental: “Con ella (la lengua) bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así” (Stg. 3:9-10).
Los miembros que conforman una pareja están literalmente cansados de que usen con ellos un tono de voz despectivo y áspero, cansados de malas caras y de que salten a la mínima y, sin embargo, conserven la paciencia ante los demás. Por eso, como dice la Escritura: Mejor es morar en tierra desierta que con la mujer rencillosa e iracunda” (Pr. 21:19). Igual de aplicable al hombre. Es algo que hay que corregir porque afecta en gran medida a la salud emocional de la pareja.
Se suele recomendar que, en caso de que se esté emocionalmente muy alterado o contrariado por algún suceso en concreto, y ante la más que posible incapacidad de guardar las formas sin causar un gran destrozo (del cual solo quedará la culpa y la necesidad de pedir perdón a posteriori), lo mejor es batirse en retirada hasta que se haya recobrado la tranquilidad, el buen juicio y la mente fría, sin necesidad de reproches y expresiones incendiarias. Hay que aplicar las palabras de Pablo, quien muestra cuál debe ser la actitud entre los creyentes, y eso incluye a la pareja: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef. 4:29). Las palabras pueden destruir sin remedio el amor y acabar con una relación sentimental por las heridas tan profundas que provocan. Por eso es conveniente llegar a un acuerdo previo y mutuo, que incluya llevar a cabo esta retirada hasta que los ánimos se hayan calmado y la emotividad dé lugar al juicio objetivo donde podáis edificaros el uno al otro. También es aconsejable posponer una conversación seria cuando uno de los dos está enfermo, muy cansado o en medio de un gran estrés.

El perdón
Creo que todos somos conscientes de que no somos perfectos. Y eso significa que cometemos errores, lo que incluye que pecamos. Por eso Eclesiastés 7:20 dice que “no hay nadie tan justo que haga el bien y nunca peque”.
Una palabra fuera de lugar o una mirada hiriente son ejemplos que crean tensión dentro de una pareja. En muchas ocasiones ocurrirá sin premeditación, debido a un mal día en el trabajo o simplemente a causa del agotamiento físico. Aun así, creo que dos personas maduras no se harán daño intencionadamente (y mucho menos de forma malintencionada) porque el amor no hace nada indebido (cf. 1 Co. 13:5). Y, si lo hacen, el dolor que ellos mismos sentirán al haber provocado tal daño a la persona que aman les martirizará hasta que expresen de corazón sus disculpas por lo acontecido.
Es muy usual que, al principio de la relación, todo se perdone o se pase por alto. Pero, con el transcurrir del tiempo, sucede lo contrario: cualquier signo de contradicción que difiera con la propia manera de pensar es tomado a la tremenda, como si fuera una afrenta personal. Ambos deben aprender a no tomarse cada situación de conflicto como si fuera el fin del mundo, sabiendo que en toda relación humana siempre hay discrepancias. También deben entender cómo ciertas actitudes pueden lastimar al otro. Es aquí donde no cabe el orgullo y entra la necesidad de perdonar. En unas ocasiones serás tú quien falle y en otras tu pareja. Esto no significa que haya que pasarlo todo por alto, aunque en ocasiones lo más conveniente será hacerlo, puesto que no tendrá mayor importancia o serán asuntos sin relevancia: “La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa” (Pr. 19:11). Sé sabio: “El necio da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al fin la sosiega” (Pr. 29:11).
Jamás se debe guardar rencor. En primer lugar, porque es un mandamiento de Dios. Segundo, por la propia salud espiritual y emocional. Y tercero, por el bien de la relación. El infractor deberá arrepentirse con humildad y sinceridad de lo que haya podido hacer, reconociendo su error y aceptándolo. Si tiene que restituir algo tendrá que hacerlo. Así ambos podrán seguir el curso de la relación con normalidad. Cuando esto suceda, saldrán fortalecidos y más unidos. Cuando te pidan disculpas, a menos que sean falsas y motivadas una y otra vez por el mismo asunto (lo cual le desacredita), créelas, porque el amor todo lo cree (cf. 1 Co. 13:7).
Es imprescindible cerrar el asunto una vez que se ha tratado. De lo contrario, el resentimiento seguirá latente y en la próxima discusión saldrá a relucir, cuando nuevamente Pablo nos señala que el amor no guarda rencor (cf. 1 Co. 13:5). Hay personas que guardan en su corazón todo el mal del pasado y cada cierto tiempo lo echan en cara. Nunca se les puede llevar la contraria, continuamente están disgustadas y parece que disfrutan discutiendo por todo. Tener por pareja a alguien así es insoportable. Por eso mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa” (Pr. 21:9). Es como tener continuamente un cuchillo sobre la garganta: vives con la tensión de no saber cuándo te cortarán el cuello.
Hay otras personas que saltan a la mínima y te fulminan con la mirada o te castigan con su silencio. De nuevo la Palabra de Dios nos habla al respecto si somos nosotros los que actuamos de tal manera: “El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad” (Pr. 14:29).
Por todo esto, podemos comprender la razón por la cual la Escritura enseña a no dejar que el sol se ponga sobre nuestro enojo (cf. Ef. 4:26). No recuerdo exactamente cuántos años llevaban casados, pero apareció en televisión una pareja asiática que era la más longeva del mundo. Cuando les preguntaron cuál era el secreto para mantenerse unidos tantas décadas, dijeron: “Aunque nos peleemos durante el día, nunca nos vamos a dormir sin haber hecho antes las paces”. Ni que decir que ambos ancianitos se besaron tiernamente ante las cámaras.

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[1] Tournier, Paul. De la soledad a la comunidad. Clie. P. 43.
[2] Aunque es evidente en que hay muchas ocasiones en que el silencio es sinónimo de paz y de estar disfrutando del simple hecho de tener cerca a la pareja.
[3] Entrevista publicada en La Vanguardia 16-12-98. http://www.megustaleer.com/libros/sexo-sabio/P886590/fragmento/