Hay películas que realmente son incómodas de
contemplar, especialmente aquellas que están basadas en hechos reales como
secuestros y asesinatos, o como la que nos atañe y que posiblemente hayas
visto: Spotlight, ganadora al Oscar a la mejor película y al mejor guión en
2016, y protagonizada por grandes actores como Michael Keaton, Rachel McAdams y
Mark Ruffalo, entre otros. En ella se nos cuenta los descubrimientos que lleva
a cabo la sección de investigación del Boston
Globe (Spotligth, de ahí el título) sobre los numerosos casos de abusos
sexuales a menores perpetrados por distintos sacerdotes católicos y que habían
sido tapados por el cardenal Bernard Law. Dicho periódico ganó el Premio
Pulitzer en 2003 por el trabajo que llevó a cabo.
Pensé en escribir sobre este tema tan desagradable
cuando se estrenó la película, pero habría sido tendencioso e injusto por mi
parte ya que solo habría mostrado cuando el abuso provenía de las filas
católicas. Ahora que se ha conocido un multitudinario caso entre pastores
evangélicos, es el momento adecuado para mostrarse equilibrado, aunque contraríe
a ambos bandos, que no deberían mirar
para otro lado sino reflexionar. Y esa es mi intención. Que lo hagan o no
ya no depende de mí.
Cruce de
condenaciones entre católicos y evangélicos
A raíz del conocimiento de este terrible caso –ni el
primero ni el último que se ha dado a conocer en los últimos años- leí
infinidad de comentarios de evangélicos en las redes sociales y en la prensa lanzando
todo tipo de improperios contra los que profesan la fe católica. Aunque
bíblicamente el catolicismo romano no tiene defensa alguna en muchas de sus
doctrinas, puedo afirmar que buena parte de lo que leí contra sus miembros me
hizo sentir vergüenza ajena. Expresiones como “arderéis en el infierno” eran
las más suaves, y las palabras malsonantes que muchos les profesaron prefiero
omitirlas para no herir la sensibilidad de nadie. Si yo fuera católico, no me
acercaría a menos de diez kilómetros de estas personas que afirman ser
cristianas.
Sin duda, y como dijo Jesús y he repetido hasta la
extenuación en otros escritos, somos llamados a juzgar “con justo juicio” (Jn. 7:24) toda acción, toda enseñanza (cf. Hch.
17:11), todo espíritu (cf. 1 Jn 4:1), toda profecía (cf. 1 Co. 14:29) y a todo aquel que se hace llamar “apóstol” (cf.
Ap. 2:2). Pero esto no implica insultar y, sobre todo, condenar de forma definitiva a nadie. Sí, es cierto que
Jesús habló claramente de la gravedad que suponía hacerle daño a un niño que
creyera en Él, tanto que señaló que cualquiera que le hiciera tropezar “mejor le
fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le
hundiese en lo profundo del mar” (Mt.
18:6), pero ¿ya no recordamos que uno de los ladrones de la cruz,
que a su vez era un asesino, se arrepintió en los últimos instantes de su vida,
y que Jesús lo perdonó, prometiéndole que estaría ese mismo día en el paraíso?
(cf. Lc. 23:42-43).
De igual
manera, y como no podía ser de otra manera conociendo nuestra propia
naturaleza, cuando hace apenas unos días se conoció los más de 700 casos de
abuso sexual en las iglesias bautistas de Estados Unidos, muchos católicos en
Internet se tomaron la revancha contra los evangélicos y respondieron después
de mucho tiempo aguantando el chaparrón. En términos humanos, los comprendo. Si
alguien no para de burlarse de ti por algo que has hecho y luego tú haces lo
mismo, lo normal es que te pague con la misma moneda.
En este
aspecto, tanto evangélicos como católicos cometen dos errores: uno, el más
irracional: pensar que todos son iguales. Ni todos los sacerdotes son
abusadores ni lo son todos los pastores. Y dos: defender su propia
“institución” o “grupo” por encima de todo echándose en cara los unos a los
otros el famoso “y tú más”:
- “Tú enseñas
herejías”; “Y tú más”.
- “Tú te quedas
con el dinero de los feligreses”; “Y tú más”.
- “Tú manipulas
a las ovejas”; “Y tú más”.
- “Tú abusas
espiritualmente de tus seguidores”; “Y tú más”.
¿El sentido de
autocrítica? En busca y captura.
Contradictorio
Esta misma semana se publicaron los datos del
Ministerio del Interior en España: la violaciones consumadas crecieron un 22,8%
el año pasado[1].
Todavía más terrible si cabe es cuando leemos casos de violaciones llevadas a
cabo por varios hombres a la vez. En mi país hemos tenido recientemente el caso
de “La Manada”, donde cinco jóvenes abusaron sexualmente de una chica de dieciocho
años durante las fiestas de San Fermín en Pamplona (Navarra) en el verano de
2016. Siempre que escuchamos este tipo de historias suelen ser en países donde
la democracia brilla por su ausencia, en barriadas de suma pobreza, de
abundancia de tráfico de drogas, y donde la mujer es vista prácticamente como un objeto desde la misma
infancia. Pero aquí este hecho fue algo novedoso y por eso conmocionó a
toda la sociedad que pedía justicia, y con razón.
Dentro de la animalidad del acto, un cristiano puede
entender que algo como lo descrito es posible que suceda porque ni más ni menos
es la expresión de una obra de la carne llevada a cabo por aquellos que no
tienen a Dios como el Señor de sus vidas ni los principios que Él ha
establecido para la humanidad: “Y
manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,
inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos,
celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios,
borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os
amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios” (Gá 5:19-21).
Lo contradictorio y chocante viene cuando alguna de
estas acciones –en este caso, el abuso y/o pederastia- las cometan personas que
se dicen cristianas. Así que, antes de explicar el porqué se dan este tipo de
historias entre católicos y evangélicos, hay que empezar haciendo unas
matizaciones fundamentales y que mis lectores conocerán puesto que las he citado
en más de una ocasión:
1) La Iglesia cristiana no está formada por aquellos
que dicen ser cristianos o llevan a cabo actividades religiosas, sino única y
exclusivamente por los que han sido salvados, los cuales son aquellos que han
nacido de nuevo, como Jesús le dijo a Nicodemo: “De cierto, de cierto te
digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Esto ya lo explicamos
claramente en “No soy religioso, ni católico, ni protestante;
simplemente cristiano” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
Solo ellos son “hijos de Dios”: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de
sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn
1:12-13).
2) Existen los falsos cristianos. Afirmar creer en
Dios no significa nada por sí mismo. Santiago dijo que incluso los demonios
creen (cf. Stg. 2:19).
3) El fruto del Espíritu (cf. Gá. 5:22-23) y las obras
son pruebas de la autenticidad de la fe: “Por
sus frutos los conoceréis” (Mt. 7:20). Así de tajante fue Jesús al
respecto: “¿Por qué me llamáis, Señor,
Señor, y no hacéis lo que yo digo? [...] No todo el que me dice: Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí;
apartaos de mí, hacedores de maldad” (Lc. 6:46; Mt. 7:21-23).
Como
dije en “Cuando los cristianos
ofrecemos un mal ejemplo y se nos acusa con razón de hipócritas” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/09/1-cuando-los-cristianos-ofrecemos-un.html), “el individuo que vive en adulterio, que es un
mentiroso crónico, que está lleno de rencor, que paga mal por mal, que odia a
los enemigos, que no ora exclusivamente a Dios en el nombre de Jesús sino
también a figuras religiosas, que manipula a las masas para enriquecerse y
vivir en prosperidad, etc., con total seguridad no es cristiano en el sentido bíblico del término”. No
hablo de los que caen y se levantan (aunque sea tiempo después, como el rey
David), sino los que viven instalados en dichos pecados. E igualmente podríamos
decir de aquellos que:
- Sistemáticamente tienen relaciones sexuales antes o fuera del matrimonio.
- Sistemáticamente se emborrachan.
- Sistemáticamente consumen pornografía.
Y así con una extensa lista. Son “aquellos cuyas
vidas y palabras no representan adecuadamente un Dios santo, justo, compasivo y
amoroso”[2].
Los abusos
sexuales en los sacerdotes católicos
Por mucho que traten de negar esta realidad los
postmodernistas, la raíz del problema que nos conduce a hacer el mal es
exactamente la misma para todos los seres humanos, sea uno católico, protestante, musulmán, budista o el mayor de los ateos:
nuestra naturaleza caída: “Así que,
queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque
según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley
en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva
cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Ro. 7:21-23). Aunque
uno esté dispuesto a hacer el bien, nuestra carne está inclinada hacia el mal,
sea en forma de pensamientos, sentimientos o acciones, entendiéndose “el mal”
como todo aquello que está fuera de la ley de Dios.
En el caso del
catolicismo romano, le ha dado a esa “carne” una forma de crecer aún más entre
los que quieren servir como sacerdotes: el celibato obligatorio, y que es una
carga antibíblica en general. La suma de estos dos factores explican el porqué de infinidad de abusos.
Pablo, de forma profética, ya avisó que algunos denegarían la posibilidad de
contraer matrimonio: “Pero el
Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán
de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la
hipocresía de mentirosos que, teniendo
cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse
de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos
los creyentes y los que han conocido la verdad” (1 Ti. 4:3).
¿Y cuándo sucedió esto? En los dos concilios de
Letrán, el primero en el año 1123 y el segundo en el 1139, muchos siglos
después de Cristo. Eso sí, el germen ya estaba presente desde mucho antes: en
el año 567, en el Concilio de Tours II, se estableció que todo clérigo que
fuera hallado en la cama con su esposa sería excomulgado por un año y reducido
al estado laico. ¡Menuda barbaridad! ¡Que se lean por favor ese libro sobre el
erotismo conyugal llamado el Cantar de los Cantares y que está en la Biblia! Y,
de paso, las palabras de Pablo: “El
marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el
marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni
tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os
neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para
ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no
os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia” (1 Co. 7:3-5).
Servir a Dios –incluso
“a la manera católica”, que a mi entender es errada- y estar casado no es
incompatible, como lo demuestra el hecho de que los mismos apóstoles tenían
esposas, incluso Pedro, a quien el catolicismo considera el primer “Papa”: “¿No tenemos
derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros
apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?” (1 Co. 9:5). ¿Cómo tratan entonces algunos círculos
católicos de justificar bíblicamente el celibato? Citando este texto: “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas
ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque
por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos
los que estaban con él, asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran
compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás
pescador de hombres. Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le
siguieron” (Lc. 5:8-11). Según ellos, “dejándolo todo” incluyó también que abandonaron
a sus esposas. Una verdadera falacia puesto que las palabras de Pablo diciendo
que sus mujeres les acompañaban fueron escritas varias décadas después.
A pesar de la claridad de los textos expuesto, todos
los Papas se han negado una y otra vez a eliminar dicha imposición, a pesar de
que en 1993 el Papa Juan Pablo II dijo esto: “El celibato no es esencial para
el sacerdocio; no es una ley promulgada por Jesucristo”.
No todo el mundo está preparado para vivir en
celibato, aunque sea un excelente cura católico. ¿Cómo se defienden ellos ante
estos hechos de pederastia que salen a la luz cada poco tiempo! Diciendo que
esos “curas” realmente no tenían vocación sacerdotal. Suena hasta grotesco. ¡La
de infinidad de casos de abusos sexuales a menores que se habrían evitado –y se
evitarían- si permitieran el sacerdocio tal y como ellos lo entienden pero con
la posibilidad de contraer libremente matrimonio si así lo desean! Algo que
tristemente tengo bastante claro que no va a suceder porque ellos anteponen la
tradición y el Magisterio a la Biblia. Como dijo el Papa Francisco en fechas
recientes en referencia al celibato: “Este no es un dogma de fe sino una
reglamento de la Iglesia”. Lo dicho: el reglamento por encima de las
Escrituras.
Es cierto que la
eliminación del celibato no eliminaría todos los casos de abuso, pero, en mi
opinión, sí se reducirían considerablemente, incluso cuando son monjas las
afectadas. Aunque lo quieran tapar, aunque pidan perdón en nombre
de otros, aunque trasladen a los acusados de parroquia, el mar de fondo siempre
existirá, y buena parte de la culpa la tiene las normas humanas que ellos han
establecido. Por eso, el documental que se emite estos días titulado “Examen de
conciencia”, que narra los testimonios de hombres que fueron abusados por
miembros del clero en España, seguirán tristemente siendo algo habitual cada
cierto tiempo (el tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=qxxXomjeSXc). Carne más carne es igual a tentación.
Los abusos
sexuales en los pastores evangélicos
Puesto que la inmensa mayoría de los pastores
evangélicos están casados, podríamos creer que están exentos de ser tentados
con deseos sexuales inapropiados. Nada más lejos de la realidad. Aunque es más
habitual conocer casos de adulterio o fornicación entre algunos de ellos,
también está el que se acaba de revelar: casi 220 líderes bautistas del Sur de
Estados Unidos fueron condenados por abuso sexual. Entre ellos hay pastores,
ministros, pastores juveniles, maestros de escuela cristianos, diáconos y
voluntarios del programa de la iglesia. Los casos registrados superan los
setecientos en los últimos veinte años[3].
Como solo Dios sabe la verdad y el número, no sabemos
cuántos de estos pastores que han abusado son verdaderos cristianos que se
dejaron consumir por una de las pasiones
más bajas y despreciables en las que puede caer un ser humano, y cuántos de
ellos sencillamente son lobos con piel de cordero. Si eran/son o no “nacidos de
nuevo”, los calvinistas tendrán una opinión y los arminianos otra. La mía ya la
expresé en “Silencio: ¿cristianos
que apostatan?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/silencio-cristianos-que-apostatan.html) y “¿Puede
volver a Dios un “cristiano” que ha negado a Cristo con sus palabras o sus
obras? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/puede-volver-dios-un-cristiano-que-ha.html).
Dado que actualmente muchos pastores son vistos como
auténticas “estrellas de rock” por muchos cristianos ingenuos, es relativamente
sencillo que más de uno, de los que se hacen llamar a sí mismos los Ungidos de Jehová, sientan que su
posición de privilegio les permite hacer lo que quieran sin rendir cuentas a
nadie con todo tipo de autojustificaciones que han terminado por creerse. Y
terminan aprovechándose de los más débiles: niños y niñas. El sentimiento de
impunidad y la carne los domina. Lo terrible es que algunos de ellos sigan en
el púlpito y al frente de dichas congregaciones.
Luego hay otro tipo
de abuso del cual no hay estadísticas y no se puede cuantificar el
alcance del mismo, pero también existen: aquellos pastores/líderes que, usando su
posición y carisma, intentan –y a veces logran- seducir con fines sexuales a
miembros de la congregación. Cuando estos lobos lo hacen con personas adultas,
el hecho en sí es deleznable e inmoral. En menores de edad –incluso si es “consentido”-
constituye un acto delictivo en términos penales y que no habría que pasar nunca
por alto, a pesar del silencio de las víctimas que callan por temor o por sentirse también culpables.
Si a todo esto le añadimos los datos de esta encuesta
realizada entre pastores sobre el consumo de pornografía, tenemos la ecuación completa:
“The Barna Group [...] en base a un
estudio online que incluyó a 432 pastores adultos y 338 pastores jóvenes [...] revela
que el 57% de los pastores adultos admitieron luchar actualmente o haberlo
hecho en el pasado contra este tipo de consumo. Un porcentaje que sube al 64%
de los pastores jóvenes. El 14% de los líderes de mayor edad dijeron que
actualmente están aún sumergidos en este mal, porcentaje que llega al 21% de
los líderes de menor edad. Más de uno de cada 10 pastores jóvenes describieron
su lucha con la pornografía como una adicción y uno de cada 20 pastores adultos
también la consideran así. [...] El 86% de los pastores que lo practican
afirman sentir mucha vergüenza por esto y el 55% viven en el constante temor de
ser descubiertos”[4]. Carne más carne es igual a vicio y perversión.
Puntos en
común entre ellos y nosotros, entre tú y yo
Seguramente la persona que me está leyendo al otro
lado de la pantalla no es un sacerdote o un pastor que ha caído en las aguas
pantanosas de las que hemos hablado. Pero, el hecho de que la gran mayoría de
cristianos no haya cometido tales actos de vileza, no significa que podamos
jactarnos de nada: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En
ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos
están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay
quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se
hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro.
7:21-15).
Me arriesgaría a
afirmar –y si me equivoco, lo siento-, que todos tenemos puntos débiles ante
los cuales nos sentimos inclinados y tentados, sabiendo que están fuera de la
voluntad de Dios. Por eso Jesús nos enseñó a pedir en el Padre Nuestro que no
nos dejara caer en la tentación y nos librara del mal (cf. Mt. 6:13). Puede que
esa “debilidad” sea algo llamativo, externo y de conocimiento público. O puede ser
algo interno que solamente tú conoces. No es un tema del que vaya a hacer una
encuesta: cada uno sabe lo que hay en su ser.
Así que recordemos que todos estamos incluidos, que Cristo derramó su
sangre y murió en la cruz tanto por el pederasta y el asesino como por ti y por
mí, por lo que no podemos mirar a nadie por el encima del hombro creyéndonos mejores y superiores. Al
final, nuestra única esperanza, y en la cual hemos puesto nuestro destino, es
en Él: “!!Miserable de mí! ¿quién me
librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor
nuestro” (Ro. 7:24-25).
Y por último: respecto
a los que están perdidos, grabemos a fuego en nuestra mente las palabras que
todos conocemos y casi siempre olvidamos a la hora de la verdad: “Id, pues, y aprended lo que significa:
Misercordia quiero, y no sacrificio. Porque no ha venido a llamar a justos,
sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt. 9:13).