Esta sección del blog está
dedicada a mostrar “la otra cara de la moneda” en cuestiones que, por norma
general, únicamente se muestra una de ellas.
Vivimos en una sociedad donde cohabitan millones
de individuos que son negativos en grado sumo. Y esa negatividad la expresan
principalmente de varias maneras:
- Tienden a criticar a todo el mundo a
la mínima ocasión, sea de frente o por la espalda.
- Señalan sistemáticamente los errores y
defectos que ven en el prójimo, y nunca –o casi nunca- destacan sus virtudes.
- Alzan su voz cuando se les lleva la contraria.
- Se hacen las víctimas cuando se las
quiere corregir de buena fe.
- Siempre piensan lo malo de los demás y
creen que esconden malas intenciones.
Emocionalmente pocas cosas son más
agotadoras que tener alrededor de uno a este tipo de personas, sea en el lugar
de trabajo, en los estudios o dentro de la propia familia. Boicotean la salud
mental de los que se acercan y contagian a los demás que, sin darse cuenta –a
menos que sean conscientes del problema-, pueden verse arrastrados al mismo
juego pernicioso. Suelen darse de forma muy habitual en los típicos corillos
que se forman alrededor de una taza de café para murmurar de fulanita y
menganito, señalando cuán malo es y cuántos defectos tiene, aunque las
acusaciones sean completamente falsas o magnificadas al extremo. Pueden parecer
pastelitos de crema ya que son dulces al paladar pero resultan veneno para el
corazón: “Las palabras
del chismoso son como bocados suaves, y penetran hasta las entrañas” (Pr. 18:8).
Algunas de estas personas pueden tener
un carácter agrio y arisco, pero por norma general son normales y corrientes, incluso
muy simpáticos y agradables en otras circunstancias, con la salvedad de que
tienen este distinguido rasgo de críticar de forma muy marcada. Por eso pueden
convertir un hogar tranquilo en un infierno de disputas continuas y un lugar
que debería ser de quietud en uno del que se quiere huir, ya que la paz brilla
por su ausencia. Son capaces de destruir el amor propio, la autoestima, las amistades,
la familia, los noviazgos, los matrimonios, las relaciones entre compañeros, e
incluso ser piedra de tropiezo en cuanto a la fe: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada.
[...] cava en busca del mal, y en sus labios hay como llama de fuego. [...] levanta
contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Pr. 12:18;
27-28).
La presencia de alguien así puede ser un
martirio y difícil de soportar a largo plazo. Por eso, si estás en el bando de
los que sufren o has sufrido a este
tipo de individuos, estas líneas van dirigidas a ti –partiendo de la base de
que el mismo Jesús padeció el mismo trance a lo largo de su ministerio público-,
ya que puedes estar buscando compensar las críticas negativas hacia ti de una
manera errónea y ni siquiera saber el porqué.
¿Por
qué hay personas tóxicas?
En términos bíblicos, la pregunta es sencillísima
de contestar ya que basta con citar a Pablo: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No
hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su
garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está
llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre;
Quebranto y desventura hay en sus caminos; Y no conocieron camino de paz. No
hay temor de Dios delante de sus ojos” (Ro. 3:10-18).
Todos nacemos con una naturaleza caída
que nos hace propensos al mal y con debilidades. La única diferencia es que
unos alimentan una parte de esa naturaleza y otros alimentan otra; de ahí que
se manifiesten distintas obras según a qué parte se le dé de comer: “adulterio, fornicación,
inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías” (Gá 5:19-21). De ahí que haya personas que puedan ser bondadosas y,
sin embargo, estar teniendo relaciones sexuales sin estar casados. O puede que sean
buenos esposos, pero que sean airados con sus empleados. O que sean dadivosos con
todo el que les pide algo, pero que cada fin de semana se emborrachen hasta no
poder ni caminar. O que sean muy cariñosos con sus amigos, pero crean en puras
herejías.
En el caso del que
estamos hablando –la crítica constante hacia los demás- es una obra más de la
carne. Y esto sucede en todos aquellos que no han
nacido de nuevo, quienes no tienen a Dios en sus vidas y/o no se rigen por sus
principios. Pueden tener tal grado de ceguera que les incapacite para ver las
virtudes en otros.
Cuando es un cristiano el que se
comporta de dicha manera, el asunto ya es bastante grave. Demuestra inmadurez y
una doble cara.
La
manera en que muchos buscan contrarrestar la negatividad que reciben
Más de una vez habrás leído de mi pluma decir
que toda actitud tiene un porqué, una explicación, una causa velada, un motivo
que se esconde detrás de todo, sea justificable o no. Y aquí lo vemos una vez
más: ante tanta negatividad a nuestro alrededor, sea a nivel social o personal,
los seres humanos buscan métodos de autocompensación: si tienen superávit de
críticas negativas, buscarán elogios; si no tienen autoestima, buscarán alguien
que se las proporcione; si son desaprobados por sus familiares (padres,
hermanos, tíos, etc.), buscarán aprobación en otras personas. Sintetizando la
idea, buscarán en otro lugar lo que desean: “por favor, dime lo bueno que soy,
que me quieres y hazme sentir especial”.
Todo esto es algo que se comprueba con
una claridad rotunda en las fotos que se suben a las redes sociales:
- Se observa a millones de chicos y
hombres adultos que suben fotos y vídeos con una camiseta de tirantes –o
directamente sin ella- marcando músculos en el gimnasio. ¿Dónde quedó la
verdadera hombría que no dependía del físico?
- Se observa a millones de chicas jóvenes
y mujeres adultas agotando la batería de sus móviles haciéndose selfies prácticamente
desnudas y en poses sensuales, sea en bikini, en vestidos minimalistas o en
escotes hasta el ombligo. ¿Dónde quedó el pudor sano?
- Se observa a millones de parejas dándose
apasionados besos en ambientes y paisajes idílicos. ¿Dónde quedó la
intimidad y la exclusividad?
- Se observa a millones de adolescentes mostrándose
con sus trajes de gala en medio de fiestas/discotecas/pubs/botellonas, como si
eso proporcionara caché.
- Se observa a padres exhibiendo a sus
hijos semana tras semana como si fuera un juego –aunque sea de buena voluntad y
por orgullo- en el que los pequeños no tienen conciencia ni voto para decir si
quieren exponerse públicamente ante desconocidos. Estos progenitores han
perdido todo sentido de discreción. ¿Dónde han quedado los álbumes familiares de
fotos –o la tablet si queremos apurar- que se enseñaban únicamente a los seres
más cercanos?
Ya se
han dado varios casos de hijos que han denunciado a sus padres por subir fotos
de ellos a las redes sociales (http://www.abc.es/sociedad/abci-condenan-madre-subir-fotos-hijo-facebook-201801181003_noticia.html;
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/tecnologia/2016/09/15/denuncia-padres-subir-facebook-fotos-infancia/0003_201609G15P69995.htm).
Esto es algo que, si no se le
pone remedio, sucederá con mayor asiduidad en el futuro cuando los pequeños
vayan creciendo y vean la realidad de las que les han hecho partícipes sin
desearlo.
- Se observa a niñas –sí, niñas-
colgando vídeos en youtube donde ellas mismas se graban despertándose,
levantándose de la cama, vistiéndose, cepillándose los dientes, peinándose y
desayunando. Una especie de “Show de Truman”, donde a saber qué tipo de
“espectadores” hay al otro lado de la pantalla. ¿Dónde quedó el sentido común?
En muchas ocasiones todo esto es como una
especie de montaje cinematográfico: se muestra la imagen que se quiere
proyectar –una mera apariencia-, que oculta la realidad y los problemas reales,
y se fuerzan las circunstancias para que parezcan naturales cuando es creado artificialmente.
¿Para
qué?
¿Qué buscan con todo esto? Antes de dar
una respuesta “made in siglo XXI”, mostraré varios textos bíblicos donde Jesús
hablaba de los hipócritas:
- “Guardaos
de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos” (Mt.
6:1).
- “Cuando,
pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los
hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres” (Mt. 6:2).
- “Y
cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las
calles, para ser vistos de los
hombres” (Mt. 6:5).
- “Cuando
ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus
rostros para mostrar a los hombres
que ayunan” (Mt 6:16).
¿Estoy queriendo decir que aquellos que
suben fotos y vídeos a las redes sociales son hipócritas per se? No, para nada. Es más: hay muchas fotos que no tienen nada
de malo y solo buscan compartirlas con las amistades cercanas. Así que no es
ahí donde quiero dirigir mi atención, sino a la conjunción “para” que he
resaltado en negrita. ¿Para qué...
hacían justicia?: para ser vistos (vr. 6:1).
daban limosna?: para ser alabados (vr. 6:2).
oraban?: para ser vistos (vr. 6:5).
ayunaban?: para mostrar (vr. 6:16).
La finalidad no era hacer justicia, dar
limosna, orar y ayunar. Todo eso era un medio para alcanzar un fin:
1) Mostrarse a sí mismos.
2) Ser vistos.
3) Ser alabados.
En definitiva: el autobombo, la vanidad
y la exaltación del ego. Como en aquella época no existía facebook ni
Instagram, se hacía todo en directo.
Es lo mismo que nos encontramos en este
siglo pero de forma digital: niños, niñas, jóvenes y adultos que suben los
tipos de fotos y vídeos que hemos citado con anterioridad, con el propósito de
obtener afirmación y autoestima. Buscan leer este tipo de expresiones:
- “¡Qué guapa eres y que tipazo tienes!”.
- “¡Qué cuerpazo te has formado a base
de ejercicio, hombretón!”.
- “¡Que buena pareja formáis!”.
- “¡Qué divertido eres!”.
- “¡Qué ricura de hijos has criado!”.
- “¡Qué bien te lo pasas!”.
- “¡Qué vestido más bonito te has
comprado!”.
En definitiva, se vende la intimidad de
forma pública ante cientos de personas que no se conocen más allá de Internet
para recibir un alimento que consiste
en cariño, aprecio, admiración y un sucedáneo de amor. Todo ello de forma
cibernética: con palabras escritas, “me gusta”, pulgares arriba, corazoncitos y emoticonos. Hasta que no lo
consiguen, la ansiedad que sienten no se calma. Y así hasta la próxima vez que
suben una foto. Si no reciben lo que buscan, se sienten mal consigo mismos,
infravalorados e ignorados.
Y en ambientes “cristianos” se anhela lo
mismo: que les digan “que iglesia más bonita tienes”, “que coro más
impresionante”, “que bien predicas”, “que bien cantas”, “qué de obras lleváis a
cabo”, “cuánta bondad mostráis con los necesitados”, como ya vimos en El cristianismo convertido en un show para
el beneficio y el lucimiento personal (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/01/el-cristianismo-convertido-en-un-show.html).
La línea que separa “dar a conocer la obra de Dios” de la “vanidad” es muy
fina.
¿Sano
o enfermizo?
Muchos psicólogos llevan ya años
advirtiendo de los peligros y las dependencias emocionales que provoca todo lo
que hemos reseñado hasta ahora, junto al hecho de “contemplar” las vidas ajenas
y las comparaciones consecuentes que se hacen con la propia.
Por ejemplo, la psicoterapeuta Mariela Michelena en su libro Me
cuesta tanto olvidarte dice que “mientras más tiempo dediquemos a mirar
las fotos de otros, más riesgo tenemos de desarrollar cierto sentimiento de
envidia (nada sana)”. Otros estudios
afirman que “Facebook te puede hacer creer que la vida de los otros es más
interesante que la tuya y que, por contraste, eres un aburrido. [...] La gente
tiende a atribuir a los contenidos positivos publicados por otros la categoría
de estado permanente cuando la mayoría de las veces se trata de situaciones
circunstanciales. [...] La gente no sube cualquier foto a Instagram, solo
imágenes bonitas, originales, molonas, incluso algunos usuarios tienen un
pretendido sentido artístico en su selección. [...] Tú haces lo mismo pero
quizás alguna vez te dé por pensar que el resto de la humanidad vive
permanentemente en un atardecer de Bali. Nada es feo en Instagram, son imágenes
idealizadas de uno mismo. ´Una foto es
muy poderosa, crea una comparación social inmediata y produce sentimientos de
inferioridad`, dice a Slate Magazine Hanna Krasnova autora del
estudio They are happier and having better lives than I am: The impact of
using Facebook on Perceptions of other's life”[1].
Por lo tanto, la pregunta que tenemos
que hacernos es si es sano o enfermizo para el alma exponer la propia vida para
recibir likes y aumentar el número de
seguidores, mientras se compara con
la de otros. Si eres completamente sincero contigo mismo ya sabes la respuesta,
pero te ofreceré la mía haciendo un juego de palabras: una cosa es que te digan
algo bonito sin buscarlo y sin lucirse, y otra muy distinta es hacer algo para
que te digan palabras bonitas. Lo primero es sano, natural y agradable. Lo segundo
es forzado y emocionalmente insano. ¿Por qué? Pues porque estás dejando en
manos de otros tu estado de ánimo y tu valor como persona. La intención y lo
que se busca es lo que lo cambia todo y le da un matiz u otro.
En los casos más graves se puede llegar
al suicidio: personas que se sintieron despreciadas e incomprendidas y no
pudieron aguantar la presión. Podría citar muchos casos, pero con el de Amy “Dolly”
Everett es suficiente: una modelo australiana de 14 años que se suicidó hace
unos días abrumada por el bullying que padecía en Internet. En lugar de atender
a las voces correctas, escuchó, leyó y creyó las palabras contra ella. Dejó que
otros le dijeran quién y cuál era su valor. Durísimo.
Hazte también estas preguntas como
complemento: cuando publicas algo, ¿buscas bendecir a otros desinteresadamente o
que te elogien? ¿Das like buscando recibir
a cambio otro like? ¿Castigas sin like al que no te da like?
¿Buscas trascender, prestigio social, caché o aparentar lo
importante que eres por medio de una foto? ¿A más like mejor te sientes, y a menos peor? Y
como conclusión: ¿te das cuenta de cuán absurdo es todo esto y de cómo una
trivialidad te esclaviza?[2]
Los padres deben tomar seriamente esto
en cuenta, ya que los que andan a la caza de aceptación en las redes no son un
buen ejemplo para sus hijos en esta área –aunque sí los sean en otras muchas- y
deberían rectificar lo antes posible para no transmitirles la misma idea
errada. Deben reeducarse ellos mismos y educar a sus hijos en otros valores,
algo que veremos en otro escrito cuando analicemos a los “famosos” que tienen los
retoños por modelos muy desafortunados.
Tu
lugar y tu valor están en Dios
Hace más de una década comprendí y
aprendí que no podía dejar que mi valor como persona y como cristiano
dependiera en absoluto de las opiniones ajenas. A lo largo de mi vida me han
dicho piropos bonitos y casi siempre de las personas más inesperadas, pero
también me han dedicado palabras que, en su momento, me dejaron hecho añicos. Por
eso no puedo –ni podemos- depender de la aprobación o desaprobación de los
demás, sean quienes sean. Si las 7000 millones de personas que habitan en este planeta te
conocieran en profundidad, habría 7000 millones de opiniones sobre ti. Algunos
te amarían y te admirarían; otros te odiarían y te mirarían con mala cara. ¿Qué
harías entonces si hicieras caso a ambos pareceres? ¡Te volverías loco! Un día
saltarías de alegría y a los pocos segundos te darían ganas de tirarte de la
parte más alta del Golden Gate.
A Jesús le dijeron que era un borracho,
hijo del diablo y que sus obras procedían de este ángel caído. Le abofetearon y
le azotaron, mientras se burlaban y le escupían. Otros dijeron sobre Él que era
el Hijo del Dios viviente, el Santo de Israel y el Mesías prometido, y una
mujer derramó su perfume sobre su cabeza. Dos actitudes completamente opuestas.
Si Jesús le hubiera hecho caso al primer grupo, habría ido al psiquiatra con
una depresión tremebunda.
Si hubiera nacido en el siglo XXI no
hubiera buscado aprobación y amor en las insustanciales redes sociales,
subiendo una foto con sus amigos de vacaciones o luciendo un nuevo peinado.
Hubiera hecho exactamente lo mismo que hizo hace 2000 años: acudir al Padre. A
Él le bastaba y le sobraba con estas palabras: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:17). ¡Jesús, también en este aspecto, es el ejemplo PERFECTO a seguir por todo el
mundo!
Me encanta cuando dice en Mateo 6:8: “vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis
necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Creer que estas palabras de la
oración del Padre Nuestro se limitan a lo externo es ser muy simplistas. Dios también
sabe de tu necesidad de amor, de aceptación y de valoración, sin necesidad de
recurrir a fuentes externas. Todo eso te
lo dio en la cruz. Como dice Salvador Menéndez en
su libro La esencia del cristianismo:
“El amor de Dios es tan grande que no se
puede medir ni calcular. Para que Dios actuara así tuvo que ver algo muy
hermoso y muy valioso en los seres humanos. Nadie nunca, aparte de Cristo, ha
visto a un ser humano con los ojos de Dios. Cristo vio la dignidad cuando otros
veían la vergüenza, Cristo vio la belleza más allá de la lepra, Cristo vio la
vida cuando otros se centraban en la enfermedad y en la muerte, Cristo vio el
futuro cuando otros veían su presente o el desastre de su pasado. Nada es más
importante para Dios que un ser humano”[3].
No es en un chat, en
facebook o en Instagram donde debes buscar ese amor que anhelas, porque, parafraseando la
conversación entre Cristo y la mujer samaritana, es agua que te volverá a dar
sed, “mas el que bebiere del
agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (cf.
Jn. 4:14). ¡Jamás!
¡Ya tienes la aprobación de Dios! ¡Ya tienes el
reconocimiento de Dios! ¡Ya tienes el amor de Dios! ¡Él es quien de verdad te
valora! Ahora tienes que ser consciente de esta realidad para aceptarla,
interiorizarla y hacerla tuya. Bienaventurado serás al creerla.