Esta sección del blog está dedicada a mostrar
“la otra cara de la moneda” en cuestiones que, por norma general, únicamente se
muestra una de ellas.
Posiblemente
hayas oído en más de una ocasión el dicho que dice que el diablo conoce la
Biblia mejor que tú y que yo. Sin necesidad de entrevistarlo, es casi seguro
que así sea. En parte por ese refrán que expone que más sabe el diablo por viejo que por diablo, y por otra por la
misma descripción que Dios hizo de él: “Tú
eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura”
(Ez.
28:12). Aunque corrompió su sabiduría (cf. Ez. 28:17), ha tenido miles de años para leer y escuchar una y otra vez
lo que muestran las Escrituras. Es más, se la citó al Hijo del Altísimo cuando
lo tentó; eso sí, tergiversándola para sus propios intereses. Y puesto que la
conocía, entendía lo que Isaías señalaba de la misión del Cristo: “Despreciado y desechado entre los hombres,
varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el
rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras
enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por
herido de Dios y abatido. Mas él herido
fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra
paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados [...] Con todo
eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por
el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová
será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará
satisfecho; por
su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades
de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes
repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado
con los pecadores, habiendo él llevado
el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (Is.
53:3-5, 10-12).
El plan del diablo
Si nos
atenemos a lo que exposición del Nuevo Testamento, el diablo no quería que Jesús
llegara a la cruz y fuera crucificado. ¿Por qué? Porque sabía el significado
que se escondía detrás de aquella muerte predicha en Isaías: la redención, el perdón de los pecados y la
vida eterna para todos aquellos que creyeran por fe en ese sacrificio. Así
que diseñó un plan para impedir la cruz. Es lo que vemos desde el comienzo del
ministerio de Jesús hasta el final, incluso cuando el Señor estaba agonizando.
A veces directamente, y en otras confundiendo las ideas de otras personas, el
diablo quiso alejar una y otra vez al Mesías de su misión final. Podemos decir
que fue su gran obsesión:
- Quiso
nombrarlo rey del mundo por sus propios métodos: “Y
le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos
de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria
de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú
postrado me adorares, todos serán tuyos”
(Lc.
4:5-7).
- Quiso que la muchedumbre le proclamara
rey tras la multiplicación de los panes y los peces: “Aquellos hombres entonces, viendo la señal
que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de
venir al mundo. Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y
hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo” (Jn.
6:14-15).
- Quiso evitarle la muerte por medio del
“consejo” de Pedro: “Desde
entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a
Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de
los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro,
tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti;
en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro:
!!Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira
en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt. 16:21-23).
- Quiso forzar la situación para que
“fuerzas sobrenaturales” hicieran acto de aparición y así salvar al Hijo de
Dios de ser detenido: “Pero uno de los
que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo
del sumo sacerdote, le quitó la oreja. Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada
a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso
piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce
legiones de ángeles?” (Mt. 26:51-53).
- Quiso que, tras la declaración de
Jesús ante el Sanedrín de que era el Hijo del Hombre, lo demostrara fuera de lugar y de
tiempo: “Entonces
le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban,
diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó”
(Mt. 26:67-68).
- Quiso que Pilato lo liberase, al
contrario que la multitud: “Entonces
Pilato, convocando a los principales sacerdotes, a los gobernantes, y al
pueblo, les dijo: Me habéis presentado a éste como un hombre que perturba al
pueblo; pero habiéndole interrogado yo delante de vosotros, no he hallado en
este hombre delito alguno de aquellos de que le acusáis. Y ni aun Herodes,
porque os remití a él; y he aquí, nada digno de muerte ha hecho este hombre. Le
soltaré, pues, después de castigarle. Y tenía necesidad de soltarles uno en
cada fiesta. Mas toda la multitud dio voces a una, diciendo: !!Fuera con éste,
y suéltanos a Barrabás! Este había sido echado en la cárcel por sedición en la
ciudad, y por un homicidio. Les habló otra vez Pilato, queriendo soltar a
Jesús; pero ellos volvieron a dar voces, diciendo: !!Crucifícale, crucifícale!
Él les dijo por tercera vez: ¿Pues qué mal ha hecho éste? Ningún delito digno
de muerte he hallado en él; le castigaré, pues, y le soltaré. Mas ellos
instaban a grandes voces, pidiendo que fuese crucificado. Y las voces de ellos
y de los principales sacerdotes prevalecieron. Entonces Pilato sentenció que se
hiciese lo que ellos pedían; y les soltó a aquel que había sido echado en la
cárcel por sedición y homicidio, a quien habían pedido; y entregó a Jesús a la
voluntad de ellos” (Lc. 23:13-25).
- Y su último intento a la desesperada –ya crucificado-, donde jugó la
carta que le quedaba: “Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro
a la izquierda. Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y
diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti
mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los
principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los
ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de
Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mt. 27:38-42).
Por eso podemos afirmar que el diablo no
era uno de los que gritaba entre la multitud que crucificaran a Jesús. Más
bien se desgañitaba en su interior: “¡No lo crucifiquéis!”.
El
plan de
Dios
Si hubiera sido el deseo de Jesús, se
habría declarado REY DEL MUNDO en cualquier momento:
- Habría bajado de la cruz instantáneamente, sin heridas y completamente sano.
- Habría fulminado a todos
los impíos.
- Habría permitido que se hubieran hecho
visibles todas las huestes celestiales.
Ninguno de sus contemporáneos entendía
exactamente el plan soberano de Dios, que se estaba ejecutando a la perfección,
y que ni el diablo pudo impedir, siendo éste un actor más en la gran Obra
divina. Incluso Jesús explicó que no era Pilato el que estaba al mando de la situación: “Ninguna autoridad
tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Jn. 19:11).
La idea del Creador transcurría por unos
derroteros muy distantes a los del ángel caído. Si el Hijo hubiera hecho todo
lo que le propusieron, “¿cómo entonces se
cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga? [...] Mas todo esto sucede, para que se cumplan las
Escrituras de los profetas” (Mt. 26:54, 56). ¿A qué Escrituras se refería Jesús? Pablo las resume de
manera concisa y ejemplar: “Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y
que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:3-4).
Aunque
el Hijo vino a anunciar el Reino de Dios (cf. Lc. 4:43), a sanar a los
quebrantados de corazón y declarar libertad a los cautivos (cf. Lc. 4:18), a
servir (cf. Mt. 20:28), a hacer la voluntad del Padre (cf. Juan 6:38), entre
otras cuestiones más, el propósito final de su Encarnación era
claro: “Cuando
cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y
nacido bajo la ley, para que redimiese
a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois
hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama:
!!Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también
heredero de Dios por medio de Cristo” (Gá. 4:4-7).
Consecuencias
de la crucifixión
Es ahí donde vemos las consecuencias de
la muerte de Cristo para los que creen y el porqué el diablo no quería que
ocurriese:
1) Somos perdonados.
2) Somos redimidos (salvados,
rescatados).
2) Somos adoptados como hijos de Dios.
3) Recibimos el Espíritu Santo.
4) Somos liberados de la esclavitud de
la ley y del pecado.
5) Pasamos a ser herederos de las
promesas eternas de Dios.
Como dijo Govett: “Cristo, Hijo de Dios por naturaleza, vino a ser Hijo del Hombre, para
que nosotros, por naturaleza hijos del hombre, pudiésemos llegar a ser hijos de
Dios”. ¡Somos privilegiados!
El lugar donde Cristo pagó por nuestros
pecados, logrando para nosotros la vida eterna y el triunfo sobre las fuerzas
de las tinieblas, fue en la cruz: “Y a
vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne,
os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta
de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de
en medio y clavándola en la cruz, y
despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente,
triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:13-15).
El acta
de los decretos era un documento escrito donde quedaba manifiesto que un deudor
había cancelado su deuda con el acreedor. Hoy en día sería el equivalente a un
recibo o a una factura pagada. Este escrito quedaba expuesto en un lugar
público para que así quedara constancia. Esto es exactamente lo que hizo Cristo
respecto a nosotros. Nuestra infinita deuda para con el Padre, fruto del
incumplimiento de la Ley y del pecado que mora en nosotros, quedó pagada
completamente por Cristo, quién ´hizo pública` la cancelación de la deuda en la
cruz para que fuera manifiesta a todos.
Derrota del diablo & Victoria en Cristo
La descarnizada batalla que llevó al
diablo para impedir esa cruz fue brutal. Puso toda la carne en el asador. Quizá
movilizó a todas sus huestes de maldad para lograr su objetivo, ¡pero fracasó!
Quién sabe si gritó de angustia tras su derrota. Quién sabe si estuvo una
semana dándose cabezazos contra una pared. Pero seguro que tembló y se
estremeció de rabia y de impotencia. ¡Fue derrotado! Por eso Colosenses 2:15
habla del desfile victorioso y triunfal
de Cristo sobre el humillado ejército de las tinieblas.
Es
cierto que la resurrección ofreció el sello distintivo de la obra de Dios y
demostró que la obra redentora era auténtica (venciendo así a la muerte), pero
el paso trascendental se produjo en la cruz. El diablo no estaba tomándose una
copa de Ron Bacardí en el infierno
celebrando la muerte de Jesús. Sabía que había sido derrotado. Sabía que nada
de lo que había intentado logró separar al Altísimo de cumplir sus planes.
Ninguna tentación sirvió. Y seguro que a estas alturas de la histora, durante esos
tres días en que Jesús estuvo en la tumba, tenía muy claro que iba a resucitar.
Si todo lo anterior se había cumplido, ¿qué impediría que se levantara de entre
los muertos? ¡Nada!
- Desde entonces, ni siquiera él puede
acusar ni condenar a los hijos de Dios: “Si
Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él
todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que
también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros” (Ro. 8:31-34).
- Desde entonces, nada nos puede separar
de Su eterno amor: “¿Quién nos separará
del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o
desnudez, o peligro, o espada? [...] Antes, en todas estas cosas somos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni
la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo
presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa
creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro” (Ro. 8:35, 37-39).
En conclusión
Todos
aquellos católicos romanos que “participan” activamente en la llamada Semana
Santa de una manera u otra (procesiones, penitencias, imágenes de vírgenes y de
santos, velas, cofradías, etc.) deben reflexionar a la luz de las Escrituras y darse cuenta que todos esos ritos,
aunque puedan ser muy emotivos y tocar la fibra sensible, son ajenos
a la enseñanza bíblica, ya que fueron añadidos muchos siglos después de Cristo
como tradiciones importadas del paganismo, dando como resultado un llamativo sincretismo religioso. Aunque lo hagan de buena fe y llenos
de devoción, son acciones innecesarias. Con esto no quiero ofender a nadie,
sino respetar su inteligencia en grado sumo animándoles a que lo estudien con
total libertad. Me educaron en tales ideas y sé cuán difícil puede llegar a
confrontarse uno mismo con la Biblia, pero es necesario hacerlo.
Es
bueno y necesario recordar de muchas maneras el sacrificio de Cristo y el
porqué del mismo, pero esto no incluye prácticas que contradicen la verdad
revelada. ¿Y cuál es esa verdad en su conjunto? ¡Que Cristo venció! ¡Que Él y
solo Él es el mediador entre el Padre y nosotros! Y que aceptándolo verdaderamente como Señor y Salvador,
tenemos el perdón de los pecados y la vida eterna. ¡Esa es la gran victoria de
la que nos podemos gozar los creyentes, por siempre y para siempre!
He querido de alguna
manera centrarme en la derrota del diablo para RESALTAR aún más la victoria de
Cristo, y el contraste de la obra de las tinieblas con la de la luz. Tenemos
que ser conscientes de la BATALLA que se desarrolló en la Galilea de hace dos mil
años para concederle el valor que tiene tal triunfo, que Dios comparte con
todos nosotros con alegría infinita: “Con gozo dando gracias
al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en
luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al
reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de
pecados” (Col. 1:12-14).