miércoles, 8 de febrero de 2017

10.5. Family man: un noviazgo basado en la sencillez.



Venimos de aquí: Dos características fundamentales entre novi@s y espos@s: Madurez & Reciprocidad. http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/12/104-dos-caracteristicas-fundamentales.html

Esta es mi reflexión y alegato sobre la búsqueda de la sencillez, y que viene a darle mayor sentido a la lista que mi amigo escribió sobre lo que busca en una mujer, e igualmente aplicable para ellas respecto a los hombres.

¿Sabes qué palabras vienen a mi mente cuando pienso en el tema de la sencillez de la pareja y de la vida en general? Las de Pablo: “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará” (1 Corintios 13:8). ¿Qué reflexión hago sobre este texto al aplicarlo a las relaciones? Sencillo: muchas veces, y aun siendo cristianos, las personas buscan a alguien del sexo opuesto con unos niveles de excelencia prácticamente inhumanos:

- Que tenga los mismos gustos y aficiones (o al menos parecidos)
- Que posea una amplia cultura general y que tenga estudios.
- Que tenga profundos conocimientos teológicos y con algún ministerio eclesial.
- Con diversas habilidades manuales (ej. cocinar) y talentoso en diversas áreas.
- Que sea divertido y con un buen trabajo.
- Que sea elocuente y expresivo, y que transmita bien sus emociones.
- Que resulte sociable y desenvuelto en las relaciones personales.
- Que sepa algún idioma, y que su acento y tono de voz sea sumamente agradable.
- Que vista con clase y posea una estética atractiva.
- Que tenga una amplia pericia en la vida y que sepa manejarse con soltura en ella.

Si no posee alguna de esas cualidades o virtudes, queda descartado. Y lo he visto con mis propios ojos en demasiadas ocasiones. Esta es una manera más de “mundanizar” el concepto del ser humano que tenían los corintios, que valoraban a las personas en función de su cantidad de dones y cualidades.
En ningún momento trato de inculcar la idea de que dos personas tienen que encajar a la fuerza. A veces es imposible por multitud de factores, como por ejemplo  una forma de entender la espiritualidad radicalmente opuesta o de doctrinas que uno acepta como verdaderas sin querer escuchar al otro que le puede demostrar con total certeza que son herejías. También es totalmente desaconsejable que se casen un hombre y una mujer que tienen proyectos de vida opuestos porque acabará en ruina.
Tampoco hago alusión a aquellas parejas que no tienen absolutamente ningún interés en común, porque les será muy difícil ensamblar el tiempo que compartan juntos. Si la esencia no atrae, más allá de la belleza física o de algunas cualidades superficiales, lo mejor es desistir. Por mucho que lo desglosemos, el amor no es una ciencia exacta. Como ya vimos anteriormente, que dos individuos tengan cualidades maravillosas a nivel personal no significa que sean ideales como pareja o que puedan acoplarse.
A lo que aquí me refiero es a la sencillez. Todo debería ser más sencillo (que no simple), pero en muchos casos se complica por esa idea aparentemente sana pero sumamente perniciosa: el hombre y la mujer prácticamente perfectos, llenos de talentos y cualidades, exitosos según el concepto de la sociedad humanista, y con una relación idílica. El problema de esa imagen es que es ficticia y fuera de la realidad. Por esas expectativas desmedidas vienen a posteriori las desilusiones.
Siempre me ha resultado curioso que aquellos que protagonizan las historias de amor más excelsas y maravillosas en la gran pantalla, se divorcian una y otra vez en la vida real.

Family Man
Quiero replicar estos conceptos errados que anidan en la mente de hombres y mujeres analizando una de mis películas románticas favoritas. Ante tantos ejemplos cinematográficos que he puesto una y otra vez, sé que corro el riesgo de que me acusen de ser muy “peliculero”. Y tengo presente que alguna persona lo ha hecho en ocasiones con el deseo de desprestigiarme y burlarse de mí. Pero no me importa. No es que esté sumamente influenciado por el cine, sino que, como ya dije en la introducción, lo uso para mostrar ciertas verdades universales que se visualizan en esos mundos imaginarios y que nos sirven para reflexionar. En este sentido, José de Segovia (periodista, teólogo y pastor) es un ejemplo para mí, ya que le gusta escribir artículos tomando como base determinadas películas para mostrar realidades concretas del mundo y del cristianismo, aunque no siempre comparta sus ideas (como seguro él no compartiría todas las mías si me leyera).
La película en la que me quiero detener se titula “Family Man”, dirigida por Brett Ratner. Al principio de la misma, observamos a nuestro protagonista, Jack Campbell (interpretado por Nicolas Cage), despidiéndose en el aeropuerto de Kate Reynolds (Téa Leoni), su novia desde el instituto, ya que él se marcha a Londres para hacer un Máster durante un año. Ella le ruega encarecidamente que no se marche. Cree que, si se va, nunca más volverán a estar juntos. En un principio parece que da marcha atrás, pero finalmente parte hacia su nuevo destino. Antes de embarcar, le afirma que ni el tiempo ni la distancia cambiarán los sentimientos que le profesa. Aún así, Kate queda destrozada. 
La acción salta 13 años en el tiempo. Vemos a Jack como director de una gran empresa de Wall Street que maneja billones de dólares. Es un hombre que cree firmemente haber alcanzado el éxito: puede pagar cualquier mujer que desee, posee un ropero interminable, vive en un hotel de lujo, el dinero le sobra y conduce un lujoso Ferrari.
Es Nochebuena y, al no tener con quién pasar dicha fiesta, se acerca a comprar a un establecimiento cercano. Allí aparece un tipo peculiar de raza negra que quiere cobrar un premio, pero el dependiente asiático se niega a pagárselo ya que desconfía de él. Tras un cruce de palabras, saca una pistola exigiendo que le paguen, ante lo que interviene Jack, que le ofrece pagar la deuda. Más adelante descubriremos que el atracador resulta ser un “ángel” (eso sí, un tanto díscolo), que montó aquel numerito para llamar la atención de Jack.
Cuando éste despierta a la mañana siguiente, se encuentra en la misma cama de Kate, en un barrio humilde de Nueva Jersey. Allí vive junto a sus dos hijos y un perro baboso del tamaño de un caballo... Su hija pequeña le dice: “Bienvenido a la Tierra”. Aterrado, y sin saber qué ocurre, baja las escaleras y se encuentra con sus antiguos suegros. Tras pedir prestado el coche, se acerca a su hotel, pero ni el portero ni la vecina saben quién es él. Ni siquiera el recepcionista de la empresa lo reconoce. Segundos después, aparece nuevamente el “ángel” en su Ferrari. Sin especificarle el propósito de todo aquello, le dice que todo es una visión de la cual tendrá que aprender algo por sí mismo.
Poco a poco, va descubriendo su nueva vida, que no es ni más ni menos la que hubiera resultado de haberse casado con Kate tras su regreso de Londres. Ella ahora  trabaja de abogada ayudando a los necesitados sin apenas cobrar nada. Por su parte, en esta realidad alternativa, a causa del infarto de su suegro, Jack se hizo cargo de su tienda de neumáticos al por menor.
Las primeras semanas, Jack se siente completamente frustrado, echando de menos su vida anterior. Se considera un auténtico perdedor. Discute con Kate al querer comprarse un traje de 2400 dólares, algo que ellos no pueden permitirse. Según él, con esta indumentaria, “se siente mejor persona”. También se queja amargamente de su vida: “Me despierto cada mañana lleno de baba de perro, acompaño a los niños, y me paso ocho horas vendiendo neumáticos al por menor. Recojo a los niños, paseo al perro, juego con los niños, saco la basura y duermo 6 horas si tengo suerte”. Ella no entiende que él considere esa vida decepcionante, a lo que él responde que podría haber tenido mil veces más éxito en la vida, culpándola a ella de haber renunciado a sus sueños. Jack quiere una vida que los demás envidien. A lo que Kate responde: “¿No has notado que ya nos envidian?”.
Deseando cambiar su situación y su vida, intenta lograr un puesto en la empresa multimillonaria de su “otra” vida, demostrando en la entrevista de trabajo unos conocimientos impropios para un simple vendedor de neumáticos. Así logra un sueldo estratosférico y un piso de lujo en Nueva York, donde sus hijos podrán ir a los mejores colegios del país. Todo esto lo lleva a cabo sin consultar con su esposa. Sin embargo, ella le confiesa que le bastaba estar con él para sentirse feliz, imaginándose que se harían viejos en la humilde casa que ya poseían, donde sus nietos irían a visitarlos cuando fueran viejos y trabajando en el jardín mientras él pintaba la baranda. Aún así, ella está dispuesta a cambiar su vida, a renunciar a todo ello e ir a donde él necesite: “Lo haré porque te quiero y eso es más importante para mí que nuestra dirección. Creo en nosotros”, afirma Kate. 
Para sorpresa y alegría del espectador –entre los que me encuentro-, Jack va acostumbrándose a su rutina diaria, como cambiar pañales, preparar el biberón, la taza de cacao o pasear el perro. Lo mejor de todo es que disfruta plenamente de los pequeños placeres cotidianos que se van dando: unos momentos de risa con su esposa tras tirarse mutuamente a la cara un trozo de tarta de chocolate, una partida de bolos con los amigos que verdaderamente se preocupan por él, la celebración de su aniversario, los minutos que juega con su hija en la nieve para terminar juntos abrazados, etc. Incluso Kate se sorprende de este cambio, al observar la manera especial en que él la mira, como si no la hubiera mirado cada día durante los últimos 20 años.
Jack llega a la conclusión de que prefiere este estilo de vida sencillo donde realmente nada le falta. Ya no quiere volver su vida anterior, esa donde el concepto de éxito se basaba en la imagen externa y en lo material. 
Tristemente para él, el “ángel” reaparece y le dice que ya ha aprendido la lección, por lo que la “visión” acabará pronto. A la mañana siguiente, Jack despierta nuevamente en su vida real, tomando plena conciencia del rumbo tan equivocado que había seguido hasta ahora. Queriendo rectificar, se dirige rápidamente a ver a Kate para convencerla de que no se vaya a París (ahora ella era la “exitosa” que se marchaba) y le dé la oportunidad de tomar un café. Kate no acepta en ese instante, pero Jack la convence tras proclamarle cómo hubiera sido su vida si hubieran permanecido juntos. Y así acaba la película, con ellos charlando amigablemente. El resto queda en nuestra imaginación. 

¡Hazlo sencillo! 
No voy a plantearme ahora la pregunta sobre cómo sería nuestra vida en el presente si hubiéramos tomado algunas decisiones diferentes en el pasado. Eso es algo que queda en cada uno. Pero sí quiero asumir las profundas lecciones que nos deja la historia de Jack y Kate para que meditemos en ellas.
Creo que muchos cristianos se han alejado sobremanera de la forma de entender la vida tal y como la entendía el mismo Jesucristo. Aunque algunos enseñan que no era pobre, la realidad es que Él mismo sentenció que no tenía dónde recostar su cabeza (cf. Mateo 8:20). Lo asombroso es que, sin tener nada, lo tenía TODO. Ni siquiera sus mejores amigos eran cultos o exitosos según los parámetros de nuestra sociedad.
Partiendo de esta premisa, y llevándola de manera opuesta al plano sentimental, nos encontramos con millones de hombres y mujeres que buscan una pareja con cualidades como las que ya cité: prácticamente perfectos, llenos de talentos y cualidades, exitosos según el concepto humano, etc. Todos ellos se han olvidado de la sencillez. Y, para más inri, a nivel material anhelan lo mismo que el resto de la población. Todo esto les lleva a las mismas preocupaciones y estados de ansiedad cuando no alcanzan lo que desean. 
Hoy en día no es muy popular decir que tu espos@ trabaja en un supermercado, o que tu novi@ no tiene estudios y trabaja de dependienta, limpiando casas o cuidando ancianos. Conocí a una mujer que se divorció de su esposo que era barrendero porque era “muy poca cosa” para ella, para casarse con un Guardia Civil. 
A muchos les da vergüenza confesar estas ideas. Incluso si se sienten atraídos por una persona pero escuchan a qué se dedican, no se sienten satisfechos y se alejan buscando una persona sumamente inteligente, versada, con una linda voz, con amplia experiencia ministerial, con un buen trabajo secular, un buen sueldo, un buen coche, etc. En definitiva, una persona de “éxito”. Sinceramente, me resulta triste observar cómo ha calado el pensamiento del mundo entre los creyentes. Incluso a veces los incrédulos nos dan lecciones: “Una persona con muy bajo coeficiente intelectual puede ser amable, concienzuda, sincera y compasiva. Esta persona puede que tenga más paz mental que un destacado líder político, un miembro de la jerarquía eclesiástica, un concertista de piano o un catedrático, porque su inteligencia está compensada con otros aspectos del ser”[1].
Dios mismo nos mostró una lección para que tomáramos cuenta: mientras que los hombres miran la apariencia exterior, Él mira el corazón (cf. 1 Samuel 16:7). Por eso admiro a toda persona que no busca una apariencia de “éxito” en sus pareja, sino que anhela su corazón. De ahí que me fascinen las palabras de Pablo a los corintios: Yo no busco lo que ustedes tienen, sino a ustedes mismos” (1 Corintios 2:14, DHH). 
Al igual que el ejemplo de Jack, tomo para mí las palabras de Thomas Jefferson: “Los mejores momentos de mi vida han sido aquellos que he disfrutado en mi hogar, en el seno de mi familia”. No lo reduzco a las relaciones de pareja, sino a todas las relaciones humanas en general. En mi caso, no busco admiradores ni quiero piropos por las cosas que pueda hacer bien, ni siquiera por los dones que Dios me puede haber dado, ya que no tiene ningún mérito por mi parte. Prefiero no tener NADA, y tener cerca de mí a aquellos que me quieren por lo que soy como individuo.

Dos grupos 
A lo largo de mi vida, y entre todas las clasificaciones que se podrían hacer, he visto que se pueden agrupar a las personas en dos grupos sentimentales:

- Por un lado, están aquellos que buscan un compañero para compartir con ellos el deseo de alcanzar sus metas personales y sus ambiciones.
- Por otro, los que dejan los asuntos materiales en un segundo plano y se centran en aquello que consideran verdaderamente importante en la vida: las relaciones humanas.

¿Con cuál te sientes más identificado? Si eres de los que pertenece al primer grupo, quizá sea hora de reordenar tus prioridades. 
Hasta hace pocas generaciones, la mujer se dedicaba al hogar y a la crianza de los hijos, y el hombre a proveer para la familia, siendo cariñoso con su esposa y protector con sus hijos. No hay ninguna connotación machista en mis palabras, y más siendo consciente que en muchos lugares la esposa era subyugada. Y ni mucho menos estoy en contra de luchar por sanas ambiciones cuando es Dios quien las mueve. Si el hombre y la mujer quieren estudiar y desarrollarse profesionalmente, me parece genial. Y por supuesto que deben usar los dones que el Señor ha depositados en ellos. Tampoco digo que haya que conformarse con mucho menos de lo que se espera de una relación con tal de casarse. Me refiero a la sencillez en la vida personal y en las relaciones amorosas, para que sepas qué es lo verdaderamente importante.
En el mundo real, no todos son ingeniosos o saben contar chistes; no todos tienen una finca con caballos o tienen un descapotable con el que surcar carreteras perdidas; no todos son grandes cocineros; no todos tienen un pasado fascinante que contar ni son grandes narradores de historias; no todos saben bailar un tango o cantar bajo la lluvia como Gene Kelly. En la vida real, no comienza a nevar justo en el momento en que besas a la persona que amas ni suena música de fondo mientras un tierno gorrión se posa en tu hombro. Todos los clichés que he citado aparecen una y otra vez en la inmensa mayoría de las películas románticas. ¿Debe existir romanticismo en una relación amorosa? ¡Por supuesto que sí! Pero no seas tú ese gorrión con la mente en las nubes. 
Ante tantas ensoñaciones, me quedo con las palabras de una amiga de apenas veintiún años: “El dinero no da la felicidad. Yo soy feliz teniendo mi comidita, mi ropita planchada y limpita, y mi camita para dormir. Y me gustaría tener un esposo que me quiera y sea fiel”. Sin ser cristiana, expresa conceptos que sí lo son, más que nada porque son universales.
Si crees que me estoy equivocando, pregúntale a aquellos matrimonios felices que llevan media vida juntos. Durante la juventud, la inmensa mayoría busca una pareja llena de belleza, muy inteligente, con desparpajo y reconocimiento social. Pero cuando un matrimonio llega a la vejez y mira hacia atrás, no recuerda cómo de bien se expresaban hablando en público, ni el número de eventos sociales a los que asistieron, ni el dinero que poseían, ni lo grande de su ministerio, ni el tamaño de la casa donde vivieron, ni los buenos restaurantes donde comieron, ni los chistes que se contaron, ni la popularidad que alcanzaron, ni los conocimientos que adquirieron. 
Robando los términos que emplea Pablo en el texto que cité al principio, todo eso acabará. Sin embargo, el amor permanecerá. Recordarán el cariño que se mostraron el uno al otro. Recordarán las muestras de afecto y ternura que tuvieron entre sí. Recordarán las miradas de amor que se regalaron. Recordarán la unidad que hubo entre ellos cuando pasaron por circunstancias problemáticas, incluso ante la falta de recursos económicos. Recordarán el respeto y el valor que se concedieron mutuamente. Recordarán esas noches en que uno de los dos estaba enfermo y estuvo acompañado por su compañero que lo atendía. Recordarán esas tardes de invierno emocional cuando la vida trajo dolor y las lágrimas rodaron por las mejillas mientras que la pareja sostenía su cabeza en el pecho y lo reconfortaba. Todo eso es lo que se llevarán a la eternidad en sus corazones y perdurará para siempre.

Esta ha sido mi defensa a la sencillez. Esto es lo creo sinceramente que los seres humanos deberían buscar en una relación sentimental. Ahí queda. 
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10.6. Conociendo a tu pareja sentimental: él a ti y tú a él.

 


[1] O´Connor, Nancy. Cómo crecer cuando ya has crecido. Sirio, Editorial S.A.