Venimos de aquí: Dejaste de transformarte y de ser un
discípulo:
Me resulta muy
difícil hablar de aquellos que se alejaron de Dios a causa de la sociedad que
nos rodea. Un cristiano sabe perfectamente que vive en el mundo pero no
pertenece a él, puesto que Cristo dijo que su reino no es de este mundo (Jn.
18:36). Por eso jamás
entenderé a aquellos que dicen que quieren probarlo.
¿Probar qué? ¿Para qué? ¿No han visto lo que provoca? Lo que querían palpar termina
por gustarles y alejándoles de Dios. No hay argumento válido que justifique este tipo de
decisiones. ¿Por qué dejar de mirar a la cruz donde Cristo pagó los pecados?
¿Por qué dejar de seguirlo? ¿De verdad “el mundo” es mejor que Él? ¿De verdad
“el mundo” ofrece lo que Él regala? ¿De verdad “el mundo” ama como Él lo hizo?
¿Cuándo olvidaron que Él dio su vida por ellos a precio de sangre? ¿No saben
que se puede disfrutar de los sanos placeres sin dejar a Dios a un lado? ¿Por
qué han omitido de sus
conciencias la parábola de las diez vírgenes, donde cinco de ellas fueron
insensatas y no mantuvieron encendidas sus lámparas con aceite a la espera de
que el esposo viniera? ¿Por qué vender la heredad que se les regaló a cambio de
un plato de lentejas? (cf. Gn.
25:30-31). Todas estas preguntas son para que ellos mismos se respondan.
Entiendo sin
problemas que la carne es sumamente débil y que cualquiera puede caer en un
momento de debilidad personal, pero apartarse lenta y progresivamente de forma
consciente, habiendo conocido la verdad, resulta inconcebible en mi mente. Las consecuencias son claras: “Todo aquel que viene a mí, y oye mis
palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre
que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y
cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no
la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su
casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y
luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa” (Lc. 6:47-49).
Buscando
la plenitud por medio del “amor” y de las relaciones románticas
Jesús dijo que “ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y
muchos son los que entran por ella” (Mt. 7:13). En mi opinión, las
relaciones de pareja es una de las maneras mas habituales por la cuales las
personas se conducen ellas mismas a la condenación eterna. ¿Por qué? Basándose
en la idea errada del mito de la media naranja (¿Incompletos sin pareja?: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/04/2-incompletos-sin-pareja.html), tanto hombres como mujeres viven por y para encontrar el amor de sus vidas que los llene y los complete.
Si no lo encuentran, siguen buscando sin descanso. Si lo encuentran, se vuelcan
en esa relación. En este caso, se ven felices y sonrientes. Y si rompen, el
ciclo de búsqueda vuelve a empezar. ¿El problema? Que no conocen a Dios. Por
supuesto, para ellos, Jesús no es Señor ni Salvador. Tanto si están buscando
como si ya han alcanzado lo que anhelaban –el amor-, no se esfuerzan lo más
mínimo en buscar al Creador ni creen necesitarlo al considerarse
autosuficientes.
De esta maneras, las parejas, tomadas de la mano, se
encaminan directamente al precipicio sin salida ni retorno. Si esto no les hace
estremecerse nada lo hará, porque si fueran mínimamente conscientes de esta
realidad estarían aterrados ante tal posibilidad, pero por sus vidas
contemplamos que ni piensan en ello. Por eso vemos que viven según los valores del
príncipe de este mundo, el diablo (cf.
Jn 16:11):
1. Se conocen.
2. Se gustan.
3. Tienen relaciones sexuales.
4. Se enamoran.
5. Se van a vivir juntos.
6. A veces se casan.
7. Tienen hijos, y no siempre.
El mundo al revés. Los puntos del dos al siete se
alternan según las parejas, pero al fin y al cabo viene a ser lo mismo: están
fueran del orden que Dios estableció para el matrimonio.
Estas personas están en la mayor de las cegueras y
llegará el momento en que ya será demasiado tarde para ellas. Si están leyendo
estas palabras, aún hay tiempo. Pero cuando la eternidad se haga presente, las
puertas del cielo estarán cerradas para siempre. Solo quedará la desesperación
y el llanto por los siglos de los siglos. ¡Terrorífico!
Buscando
la plenitud por medio de los placeres
El “placer sensorial”
–comúnmente conocido como hedonismo- conduce
directamente a las borracheras, a las relaciones sexuales antes y fuera del
matrimonio (incluso con personas casadas), a la inmoralidad, a la lascivia y a
la pornografía. Otro detalle concreto que se observa en estas personas es la
actitud atrevida que comienzan a mostrar
con las personas del sexo opuesto, aparte de que el vocabulario se transforma
de manera evidente. Ya no sienten reparo alguno en usar palabras malsonantes.
Si es tu caso, puede que comenzaras a experimentar
aquello que la sociedad te decía que te estabas perdiendo: fiestas, alcohol, sexo prematrimonial,
todo tipo de música, bailes sensuales, formas de vestir desinhibidas, etc. La realidad es que el que se entrega a los placeres, viviendo
está muerto (cf. 1 Ti. 5:6). Por
muy glamuroso que esto parezca, son muertos
vivientes.
Luego hay otro grupo
que no participa de nada de lo citado o no toma actitudes extremistas, pero aún
ellos viven según la cultura y los valores terrenales, sin sabiduría, donde lo
importante es el éxito, la estética, la belleza, la popularidad y la diversión,
por encima de la integridad, la pureza, la santidad, la fe y un carácter
conforme al de Dios.
Como ya vimos, hay
otro tipo de placeres que son lícitos, como la buena música, la práctica de
deportes, la comida, etc. (Disfrutando sanamente: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html). El problema reside cuando la vida gira
en torno a esto, convirtiéndolo en una forma más de idolatría. Esto se observa
claramente en buena parte de la sociedad, cuyas vidas se dividen únicamente en
dos compartimentos: estudio o trabajo y, el resto del tiempo, ocio.
Buscando
la plenitud por medio del materialismo
Basta con observar brevemente la sociedad que te rodea
para que te des cuenta de que se promueve el bienestar por encima de cualquier
otro valor. Como afirma el psiquiatra Enrique Rojas: “El ideal de consumo de la sociedad capitalista no tiene otro horizonte
que la multiplicación o la continua sustitución de objetos por otros cada vez
mejores. Gente repleta de todo, llena de cosas, pero sin brújula, que recorren
su existencia consumiendo, entretenidos en cualquier asuntillo y pasándolo bien
sin más pretensiones”[1].
Esta idea consumista suele ser transmitida principalmente por la televisión, la
cual “embota los sentidos, fomenta la
decadencia, estimula el escapismo, infantiliza, nos hace pasivos y
superficiales”[2]. Una sociedad ciega que conduce a la misma ceguera y que nos
incita continuamente a poseer más y más.
La oferta que nos podemos encontrar incluye todo tipo
de adelantos tecnológicos y comodidades. Es cierto que en buena parte resultan
de gran utilidad los beneficios que nos han proporcionado muchos de los
inventos que nuestros ojos ven día tras día. No tenemos que encender velas o
antorchas como en la antigüedad puesto que existen modernos sistemas eléctricos
que proporcionan luz a buena parte del planeta. Tampoco es necesario que
recorramos decenas de kilómetros cargando con cubos de agua, puesto que por
medio de enormes presas las podemos almacenar en cantidades inimaginables y por
distintos mecanismos llegan hasta nuestros hogares con un sencillo movimiento
de muñeca.
Vivimos en un
mundo hipertecnificado donde se da por normal lo que hace pocas décadas eran
ensoñaciones más propias de la ciencia ficción que de la realidad. ¿Quién se
iba a imaginar que podríamos interactuar con un monitor de televisión que
reflejara nuestros movimientos como hacen las videoconsolas modernas? ¿Quién
soñaba con poder comunicarse en tiempo real con cualquier persona del otro
extremo del mundo? ¿Cómo íbamos a pensar hace unos siglos en que recorreríamos
miles de kilómetros en apenas unas horas en un avión con capacidad para varios
centenares de individuos? ¿Quién creería que se podría trasplantar un corazón
en una operación donde el cuerpo del paciente fuera abierto sin que ello le
provocara la muerte? El simple hecho de no tener que lavar la ropa a mano es un
sueño que no entraba en la imaginación de las generaciones pasadas. Así
podríamos continuar indefinidamente mostrando todos los avances que han
repercutido positivamente en nuestro bienestar. ¡Y lo que nos queda por ver!
La cuestión es: ¿qué
quedaría de ti si te quitaran todo eso? ¿Qué quedaría de nosotros? La tecnología
está al servicio del hombre, pero cuando te conviertes en esclavo de ella
tienes un serio problema. Basta con ver
la adicción que tienen los jóvenes y no tan jóvenes a los móviles, a las
aplicaciones de mensajería instantánea, a las redes sociales y a los
videojuegos. Esta pequeña historia, titulada “Eutanasia en los jóvenes”,
refleja dicha realidad: “Anoche mi madre
y yo estábamos sentados en la sala hablando de cosas de la vida. Entre otras,
estábamos hablando del tema de la vida y la muerte. Le dije: ´Mamá, nunca me
dejes vivir en estado vegetativo, dependiendo de máquinas y líquidos de una
botella. Si me ves en ese estado, desenchufa los artefactos que me mantienen
vivo. Prefiero morir`. Entonces, mi madre se levantó con cara de admiración y me
desenchufó el televisor, el DVD, el cable de Internet, el PC, el mp3/4, la
PlayStation, la PSP, la WII, el teléfono fijo, me quitó el móvil, el Ipod y el
Blackberry. ¡CASI ME MUERO!”.
En la película
“Contact”, uno de los protagonistas hace esta reflexión: “La pregunta que me hago,
¿somos más felices los seres humanos? ¿Es este mundo nuestro un lugar mucho
mejor debido a la ciencia y a la tecnología? Compramos desde casa [...] pero al
mismo tiempo nos sentimos más vacíos, más alejados de nuestros semejantes que
en cualquier otro momento de la historia. Nos hemos convertido en una sociedad
programada [...] porque buscamos un sentido a las cosas, ¿cuál es su sentido?
Tenemos trabajos rutinarios, vacaciones frenéticas, hacemos excursiones
ruidosas a los centros comerciales para comprar más cosas con que llenar ese
gran vacío que se abre en nuestras vidas, ¿es de extrañar que estemos
desorientados?”.
¿Viviendo
noblemente? Igualmente lejos de Dios
Teniendo siempre presente que todo el que no ha nacido
de nuevo está condenado y literalmente muerto en sus delitos y pecados (cf. Ef. 2:1), puede que no hayas tomado
un camino de oscuridad y pecaminosidad absoluta. Puede que estudies o trabajes honradamente, que disfrutes de la
familia y de buenos amigos, que seas una persona sana en muchos aspectos, etc.
Pero esa senda es igual de peligrosa que
la otra. Es otro camino de perdición. Con luces de otros colores pero con
el mismo resultado: lejos de Dios y vacío de Él. El
actor y director Woody Allen lo expresó perfectamente: “Lo cierto es que me considero una persona increíblemente afortunada.
Estoy felizmente casado, tengo dos niños excelentes, mi salud es buena y espero
vivir tanto como mis padres, disfruto al máximo de mi trabajo [...] vivo cómodamente, pero eso no parece ser
suficiente. No me quejo de nada, pero creo que lo dije hace años en
´Interiores`: nada te salva, nada te libera. No hay nada que te haga feliz, ni
el éxito, ni la fama, ni el dinero [...] Nada te rescata del drama de la
existencia humana”[3]. Allen confiesa ser un ser humano lleno a nivel emocional,
sentimental y material, pero al que el vacío de la realidad lo envuelve.
Conozco personalmente a un veinteañero que, aunque no
es tan famoso como Woody Allen, hace unos días llegó a las mismas conclusiones
que el cineasta: “El mundo de los vivos
ya no me conforta. Antes me llenaba ir a la piscina. Era feliz con un Mcdonals
y una película, y ahora no”. La cuestión es que estas reflexiones están
motivadas por un periodo de crisis personal tras una ruptura sentimental. Cree
que la madurez consiste básicamente en aprender a disfrutar de las cosas y de
las personas antes de perderlas. Y está convencido de que se le debe algo, ya
que, como no todo le sale como quisiera, ha sido maldecido por la vida.
A pesar de que tienen todo lo necesario para vivir y
mucho más –puesto que no viven en países tercermundistas ni enfrentan
situaciones como una guerra, catástrofes naturales o hambrunas-, millones de
personas del mundo occidental piensan igual que él. Es una de las enfermedades del siglo XXI: sus ojos
están puestos únicamente en lo terrenal, nunca están satisfechos y tienen una
baja tolerancia a la frustración.
Dos
posibilidades
En todos aquellos que pasan por las mismas vicisitudes
de tristeza o por otro tipo de dificultades, se dan dos posibilidades:
1. Cuando la pequeña depresión es superada todo vuelve a
la normalidad anterior. Sentirán que han aprendido alguna lección que les llevará
a creer que han “crecido” como seres humanos y, a continuación, buscarán
llenarse nuevamente de las tres maneras citadas en este capítulo. Quizá
variando detalles, dejando algunas cosas y probando otras nuevas, pero en
definitiva la esencia no cambiará. Esta suele ser la senda que toma la inmensa
mayoría: “ancha es la puerta, y espacioso el camino
que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Mt. 7:13).
2. Buscarán sincera y apasionadamente a Dios, se
convertirán y el velo que ciega sus almas será quitado (cf. 2 Co. 3:16). Entonces la cosmovisión les cambiará por completo
al basarse en la enseñanza que Dios enseña en su Palabra: hallarán por fin el
sentido a la existencia, la trascendencia más allá de lo terrenal y temporal,
cambiarán sus prioridades y valores, junto a la ética y la moral. Esta es la
puerta que solo una minoría decide traspasar: “estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva
a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt.
7:14). Esta es mi esperanza para todos aquellos que conozco, sean familiares,
amigos, conocidos o desconocidos.
Qué camino tomar de los dos –puesto que no hay más-
depende de una decisión personal e intransferible.
Dos serios
problemas
El problema que suele repetirse con insistencia en
estas personas es que creen que tienen todo el tiempo del mundo para “encontrar”
a Dios, pero esta idea es errónea y acarrea dos serios problemas:
1. El hecho de ser jóvenes les hace creer que tienen toda
la vida por delante para buscar respuestas espirituales: “Cuando termine
Bachillerato. Cuando termine la universidad. Cuando tenga trabajo estable. Cuando
tenga tiempo libre. Cuando tenga novia. Cuando me case. Cuando tenga casa
propia. Cuando tenga a mis hijos criados. Cuando me jubile. Cuando...”. Excusas
infinitas y llenas de autoengaño. Esta confianza insensata les ciega por
completo porque la realidad es que nadie sabe cuando va a llegar su hora. Puede
que sea dentro de setenta años, pero puede también que sea mañana. Por eso dice
la Escritura: “Buscad al SEÑOR mientras
puede ser hallado, llamadle en tanto que está cerca” ya que “he aquí ahora el día de salvación” (cf. Is. 55:6 LBLA; 2 Co. 6:2). ¡Hoy, no
mañana! ¡Hoy, mientras hay tiempo!
2. Creen que, algún día, sentirán algo especial y eso les
hará creer. Por el contrario, Dios mismo puso una condición para encontrarle: “me buscaréis y me hallaréis, porque me
buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:13). El requisito es tajante: ¡buscarle
de todo corazón! En consecuencia, el que no lo hace no lo hallará.
Buscar el sentido a la vida y a la
existencia sin Dios es la mayor necedad que existe. Lo único que logra es
acrecentar la desesperanza ante el vacío de la eternidad. Como le dijo Jesús a la mujer samaritana, es beber del
“agua” que vuelve a dar sed (cf. Jn.
4:13): “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me
dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas
que no retienen agua” (Jer. 2:13).
Buscar la complacencia obviando a Dios no tiene
sentido alguno. Jamás tu ser se sentirá realmente vivo sin Él. Y aunque
logres todo lo que te propongas en esta vida (un gran trabajo, una gran esposa,
buenas amistades, un buen coche, una buena casa, buenas vacaciones, multitud de
actividades divertidas, todo lo material que desees, etc.) estarás tratando de llenar de forma inadecuada un
pozo sin fondo: “¿Por qué
gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia?
[...] Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os
saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el
que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto” (Is. 55:2; Hag. 1:6).
El error de creer que en nuestro interior
reside la plenitud
El humanismo enseña erradamente que la plenitud está
dentro de nosotros, como trata de reflejar esta historia:
En tiempos
remotos, durante la creación de la Tierra, hallábase los dioses hindúes
reunidos en asamblea para decidir un importante asunto. Estaban preocupados
porque querían esconder el secreto de la felicidad para que los mortales no
pudieran descubrirlo, pues querían conservarlo sólo para ellos. Shiva opinaba
que debían guardarlo en lo más profundo de los océanos, pero Brahma, que había
convocado la Asamblea, le recordó que los mares podrían secarse. Sugirieron
dejar su secreto en el fondo del volcán más tenebroso, pero otra vez Brahma se
negó porque los volcanes también podrían extinguirse. Devandiren, rey de los
semidioses, propuso guardar el secreto en los cielos, pero tampoco fue
escuchado ya que, dijeron los demás, algún día un mortal podría volar como un
pájaro. Después de años enteros de discusiones, Brahma se pronunció y, muy
solemnemente, les dijo a los demás dioses: “Ya he tomado una decisión. Vamos a
guardar nuestro secreto en un lugar en el que los mortales jamás buscarían”.
“¿Dónde, hijo mío?”, le preguntó Paraxati, y Brahma, su hijo y su esposo, le
contestó: “Lo esconderemos dentro de ellos mismos”[4].
La realidad es que la
plenitud no está en nuestro interior, sino “en Dios”, “por medio de Cristo” y
“a través del Espíritu Santo” que mora en el creyente. La
Escritura es contundente a la hora de señalar que “en Cristo” estamos completos (cf. Col.
2:10) y que es en Él donde hayamos la verdadera plenitud. Teresa de Jesús lo
expresó perfectamente: “Quién a Dios
tiene, nada le falta: sólo Dios basta”. Y como dijo el poeta cubano José
Martí: “El que tiene mucho por dentro
necesita muy poco de afuera”.
El Señor confrontó directamente sobre la
autosuficiencia y demás ideas erróneas cuando le habló a la iglesia de
Laodicea: “Porque tú dices: Yo soy rico,
y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres
un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap. 3:17). De ahí la oferta que te vuelve a hacer Jesús: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”
(Jn. 7:37). Y para ello tu vida debe ser Cristo-céntrica. Es una insensatez
tratar de lograr esa plenitud a través de las personas, de los objetos o de las
circunstancias. Creemos que “ellos” y “ellas” (novi@, parejas, matrimonios,
amig@s, etc.) están obligados a proporcionarnos lo que anhelamos. La realidad
es que solo Dios puede llenar nuestros rincones más profundos.
El verdadero PAN
que sacia
¿Dónde está el secreto? O más bien, ¿en
Quién? Que sea Jesús mismo quien responda: “¿Qué señal, pues,
haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres
comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a
comer. Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan
del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios
es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos
siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy
el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no
tendrá sed jamás” (Jn. 6:30-35).
Jesucristo, el MODELO a seguir, se consideró a sí
mismo la vid verdadera, al Padre el labrador, y a nosotros como los pámpanos (cf. Jn. 15:5). ¿Qué significaban estas
palabras del Maestro?:
- El “labrador” es quien trabaja la tierra y la
cultiva. En este caso es Dios Padre, que ha sido quien ha cambiado nuestro
corazón de piedra por uno de carne tras el nuevo nacimiento, al limpiar y
perdonar nuestros pecados y enviar su Espíritu sobre nosotros.
- Luego observamos la “vid” (que simboliza a Cristo), que es una planta cuyo fruto es la uva.
- Y por último tenemos a los “pámpanos” (que nos representan a nosotros), que
son las ramas sobre la cual se sostienen las uvas. El pámpano es un simple
“conductor” y “transmisor” del alimento (la savia)[5], que
parte de la raíz[6], para que el fruto se
desarrolle.
Por los pámpanos corre la savia que es lo que da vida
a la uva. Sin la vid no somos nada y nada podemos producir.
Comer y
beber
Nos queda hacer la gran
pregunta y responderla: ¿cómo se “come” y se “bebe” de Él? ¿De
alguna manera mística y misteriosa? Es mucho más sencillo de lo que podemos
imaginar:
-
Aceptando su regalo de salvación y el perdón que nos
concedió en la cruz.
-
Estando en comunión con Él diariamente.
-
Descansando en su gracia, su
amor y su paz.
-
Conociendo su Palabra y
apropiándonos de sus promesas.
-
Abandonando todo aquello que
la Biblia estipula como pecado.
-
Transformando nuestra manera
de pensar, de sentir, de actuar y de hablar.
- Viviendo con sencillez y en
contentamiento conforme a los patrones establecidos en su Palabra.
Siete puntos sencillos pero sobre los que tienes que reflexionar
profundamente. Y eso ya es algo que está en ti hacerlo.
Recuerda que únicamente Él puede colmar de satisfacción y plenitud tu
espíritu porque “de su plenitud tomamos
todos” (Jn. 1:16). Solo Él te da una vida interna en abundancia que nace de
su Espíritu y que no depende de lo externo (cf.
Jn. 10:10).
*
Seguimos aquí: “Ahogado por los
afanes y la falta de contentamiento”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/08/4-los-afanes-y-la-falta-de.html
[1]
Rojas, Enrique. El
hombre light. Booket.
[2]
Rojas, Enrique. El
amor inteligente. Booket.
[3] El Cultural, suplemento de El Mundo. http://www.elcultural.es/articulo_imp.aspx?id=10560
[4]
Stamateas, Bernardo. Autoboicot. Zenith.
[5] Agua,
elementos minerales y azúcares.
[6] La raíz
es la parte que penetra en el suelo y es la que absorbe el alimento desde
debajo de la tierra, aparte de que es la que ancla el árbol.