lunes, 25 de julio de 2016

9.2. Enamorado de un inconverso: Cuando algo no sintoniza


Venimos de aquí: Enamorado de un inconverso: ¿Es posible que suceda? http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/07/91-enamorado-de-un-inconverso-es_96.html

Hay creyentes que inician una relación de noviazgo con un inconverso esperando que con el tiempo se convierta. Por muchas justificaciones que trate de ofrecerse para defender tal idilio, esto tiene ningún respaldo de las Escrituras y es contrario al espíritu de las mismas.

¿Reciprocidad?
No entiendo la actitud de algunos autores cristianos en sus escritos cuando muestran el conflicto que puede suponer contraer matrimonio con una persona que “no practica tu misma religión” pero no enseñan claramente y con rotundidad qué dice Dios al respecto: que jamás un cristiano debe tener una relación de noviazgo con un incrédulo, y mucho menos casarse con él. Hablan de lo importante que es tener creencias espirituales en común, pero no aclaran con rotundidad que no nos unamos en yugo desigual con aquellos que no han nacido de nuevo. No es una opción o una posibilidad, sino un mandamiento, guste o no, sea popular o no. Este es el caso, por citar un solo ejemplo, de Neil Clark Warren en su libro Cómo hallar el Amor de tu Vida. El señor Warren dice que da igual si se está de pie ante un ministro, sacerdote o rabino ante el ante el cual jura su compromiso y si todo esto está tomando lugar en la iglesia, sinagoga, parque o salón público de reuniones. No es posible escribir de ciertas temáticas cuyos contenidos sean igualmente válidos tanto para conversos como inconversos.
La secularización es uno de los mayores problemas al que se enfrenta el cristianismo, y que resulta claramente incompatible en estos casos con la enseñanza bíblica. Puede que haya principios matrimoniales en común que sirvan para un católico, un protestante y un judío, pero no podemos unirlos a todos para agradarnos mutuamente anteponiéndonos a los mandamientos de Dios. Tomamos la Biblia como la máxima y absoluta norma de fe y conducta, o todo se desmorona. Este tipo de comentarios olvidan además que para unos padres creyentes pocas cosas hay más dolorosas que ver a uno de sus hijos casarse con un inconverso, como hizo Esaú: “Y cuando Esaú era de cuarenta años, tomó por mujer a Judit hija de Beeri heteo, y a Basemat hija de Elón heteo; y fueron amargura de espíritu para Isaac y para Rebeca” (Gn. 26:34).

Habla con claridad
Por muy encantador que sea, aun sintiéndote halagado por el interés mostrado, háblale con claridad sobre las razones que hacen actualmente incompatible esa posible relación por ambas partes. Sin ningún tipo de reparo, puedes citarle la primera parte del versículo de 2 Corintios 6:14a: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” y explicárselo con tus propias palabras. Recuerda que un yugo es un instrumento de madera al cual se atan por el cuello las mulas y los bueyes. El término hace mención al pasaje de Deuteronomio 22:10: “No ararás con buey y con asno juntos”. El buey y el asno son animales con pasos distintos, por lo cual es mejor no unirlos en yugo a la hora de trabajar.
Tienes que hacerle ver lo distante que te sentirías desobedeciendo a Dios, cuán importante es para ti su Palabra y cómo sería de frustrante no poder compartir lo más grande de tu vida con la persona que supuestamente debería estar más cercana a ti. Eso sin contar que vuestras maneras de entender la vida serían muy diferentes entre ambos. Podrías hacerle la misma pregunta expresada en el libro del profeta Amós: ¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Am. 3:3). ¿Cómo podrá consolarte “en el Señor” cuando necesites que lo haga? ¿Cómo podrás pedirle que ore por ti cuando lo necesites? ¿Cómo podrá recordarte las promesas de la Biblia si las desconoce? ¿Cómo podrá comprenderte cuando le expliques la razón de tu gozo y de la seguridad que tienes de la vida eterna?
Cuando tú estés oyendo la voz de Dios que te susurra al corazón, el otro no oirá absolutamente nada. Cuando estés leyendo la Palabra, el otro no querrá saber nada de ella ni la comprenderá. El mismo apóstol Pablo explicó que para aquel que no tiene el Espíritu Santo todo lo espiritual le es imposible de entender, incluso le parece locura (cf. 1 Co.  2:14).

Ejemplos a tener en cuenta
Si insiste y no se deja convencer por estos claros argumentos, tendrás que mantenerte igualmente firme. En situaciones muy concretas puede que no te quede más remedio que apartarte completamente, aunque te duela hacerlo. Nadie dijo que sería fácil, pero ahí se mostrará quién es tu verdadero amor. Dejarte llevar por los deseos sentimentales te conducirá a una vida alejada de los propósitos divinos. Ese es el mayor peligro, y que he observado en más ocasiones de las que hubiera querido. El inconverso arrastra a su mundo al creyente: éste cambia sus amistades, deja de servir al Señor, y su forma de pensar, sentir y actuar son transformadas progresivamente a semejanza del mundo.
Tenemos sobrados ejemplos en la Biblia de individuos que desviaron su corazón debido a sus relaciones con mujeres que no pertenecían al pueblo de Dios:

- Salomón: “Pero el rey Salomón amó, además de la hija de Faraón, a muchas mujeres extranjeras; a las de Moab, a las de Amón, a las de Edom, a las de Sidón, y a las heteas; gentes de las cuales Jehová había dicho a los hijos de Israel: No os llegaréis a ellas, ni ellas se llegarán a vosotros; porque ciertamente harán inclinar vuestros corazones tras sus dioses. A éstas, pues, se juntó Salomón con amor. Y tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas; y sus mujeres desviaron su corazón. Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con Jehová su Dios, como el corazón de su padre David” (1 R. 11:1-4).
- Sansón. Su nacimiento fue fruto de un milagro ya que su madre era estéril. Fue escogido por Dios para librar a la nación de Israel de sus enemigos los filisteos y dotado de una fuerza sobrenatural. Pero su debilidad eran las mujeres. Se enamoró de Dalila, una mujer filistea –un pueblo enemistado con el suyo- que le engañó y traicionó haciéndole revelar el secreto de su fuerza. Finalmente Sansón murió tras recobrar su poder por unos instantes. Todos los planes que Dios tenía para él no pudieron cumplirse. Quiso hacer su propia voluntad y así acabó. Y todo por ir tras una mujer que no conocía al Altísimo (cf. Jue. 16:20).

¡Dios bendice a los fieles de la tierra! De una manera u otra. En esta vida o en la siguiente. Pero el precio a pagar por una relación con alguien que no le conoce es demasiado alto como para tomárselo a broma. El consejo de la Palabra es claro: “El avisado ve el mal y se esconde; Mas los simples pasan y llevan el daño” (Pr. 27:12).

Mantenerse firme
Más de uno podrá decir: “Pero siento lo que siento”. Y te comprendo. No seré yo quien diga que es fácil resistir. No seré yo quien diga que no es fácil caer ante las muestras de afecto y cariño. Jamás olvidaré aquella mañana en la cual, después de muchos meses conteniendo mis sentimientos día tras día, donde me sentía especialmente sensible, cariñoso, eufórico y simpático, mi ser quedó dividido en dos mitades, hasta el punto de que creí ver el suelo literalmente inclinado, a pesar de que este era completamente llano. Me encontraba a cinco metros de ella –mi compañera de trabajo y amiga-; no podía resistir más. Todo mi corazón quería dar esos pasos que nos separaban físicamente y abrazarla con todas mis fuerzas. Pero no podía hacerlo. Aunque todo resultaba emocionante y fascinante (cada charla superficial y profunda sobre Dios y las bromas que compartíamos), ella no se pronunciaba sobre el Señor a pesar de la multitud de conversaciones que tuvimos sobre el tema. Me tuve que contener y salir corriendo de aquella habitación. No sabría decir si con la tensión extremadamente alta o si hundida por los suelos. Era mi voluntad luchando contra mis sentimientos. Después de aquello nos hemos vuelto a encontrar ocasionalmente y viene el recuerdo a mi mente de aquella situación. He contado mi historia para que entiendas que tú tienes siempre la última palabra.
Incluso en el caso de que su moralidad y ética sean “semejantes” a las descritas en la Palabra de Dios y resulten positivas, es evidente que nunca existirá una comunión completa entre vosotros si tú tienes las ideas claras. Puede ser que trate de ganarse tu confianza afirmándote que respeta tus creencias o que se comprometerá a no tener relaciones sexuales contigo hasta el matrimonio. Incluso puede que acepte tener otras amistades cristianas. Si este es el caso, pide discernimiento para ver si su interés de conocer a Dios es genuino o sólo una táctica para estar contigo. Si es el segundo caso, solo puedo decirte que no te dejes persuadir por ese juego y que no olvides todo lo demás que hemos visto. Sea como sea, nunca inicies una relación con alguien que no ha nacido de nuevo. No seamos necios, sino sabios y prudentes para saber discernir qué camino tomar (cf. Pr. 14:8).
Ten presente que no consiste tanto en lo que “no hará”, sino en lo que “no podrás tener”: comunión espiritual –la más profunda que pueda existir- con la persona que te acompañará el resto de tu vida. Aquí te dejo una pequeña conversación entre una mujer que pasó por esa disyuntiva y su consejero, junto con la conclusión: 

- “Soy cristiana y estoy saliendo con un hombre que no tiene mi misma fe. Por lo demás, se conecta muy bien conmigo, es sincero y tiene un buen carácter. ¿Debería romper con él? Estoy enamorada de él. Y a lo mejor querría casarme con él”
- “Está bien, corramos la cinta hacia delante: él tiene unas cuantas cualidades fabulosas que le encantan y aprecia, así que se casan. Aunque hay muchos aspectos en los que están conectados, usted va a la iglesia sola. Ora y lee la Biblia a solas, nada de devociones en pareja. Participa en un grupo de manera individual mientras que él se queda en casa. Y las partes mas profundas, más básicas de usted, tiene que ir a otras relaciones personales, porque aun cuando se aman el uno al otro, no hay ninguna conexión espiritual. Eso no hace de él un chico malo, solo quiere decir que ustedes tienen un problema”.
- “Comprendo. Tengo que romper con él, mi fe es lo que más me importa”.

Ella no dijo que ya no se sentía atraída hacia él, porque eso sonaría como si él ya no tuviera algunas cualidades saludables y atractivas. Mas bien, ella sabía que solo sería más feliz y completa cuando pudiera compartir sus valores más profundos en una relación personal[1].

Usando la cabeza
Dios nos creó con una capacidad de raciocinio superior a los instintos y a los sentimientos. Eso es lo que nos diferencia de los animales. Ciertas emociones impulsivas pueden ser difíciles de evitar, pero podemos decidir qué hacer con ellas, de la misma manera que podemos decidir no gritar aunque sintamos ganas de hacerlo en un momento determinado: “No somos robots biológicos, tenemos afectos, sentimientos y eso que se llama personalidad. Y aquí actúa el cerebro, que nos da la capacidad de raciocinio y de elección; nos permite interpretar las emociones y darnos cuenta de nuestras acciones y sus consecuencias. [...] Somos seres pensantes, capaces de elegir y responsables de nuestros actos”[2]. En lo que concierne a las relaciones sentimentales, exactamente igual: podemos elegir.

Cuando ya no hay marcha atrás
Deseo que todo llegue como máximo a este punto, pero si ese extremo se sobrepasa se pueden dar dos casos más:

- La relación se ha formalizado y ya sois novios. Para qué andarnos con rodeos: la solución es la misma. Los principios son los mismos. Si nada cambia, tendrás que “cortar” por lo sano. Y sí, le harás daño a la otra persona. Puede que te reproche mil cosas y que sienta que has jugado con su corazón. Posiblemente tu reputación ante ella quedará por los suelos y sus amigos se burlarán o te menospreciarán. Y, casi con total seguridad, el testimonio quedará bastante dañado por tus actos, puesto que habrás cosechado lo que has sembrado, pero tendrás que asumirlo y agachar tu cabeza con mucha humildad. Además, en el caso de que estés teniendo relaciones sexuales, viváis o no juntos, estás en fornicación: otro pecado más. Razón de más para alejarse lo antes posible. Cuando Dios mira el corazón, está mirando si el creyente obedece o no Su Palabra.

- La relación fue más allá y te casaste con un inconverso en esa época de tu vida en que te apartaste del Señor, pero años después decidiste volver a Él. Lo hecho, hecho está. Tu desobediencia fue consumada. Aquí tendrás que aplicar las palabras expresadas por Pablo: “Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone” (1 Co. 7:12-13). Aunque este texto hace alusión directa a situaciones donde ninguno de los dos era creyente cuando contrajeron matrimonio y uno de ellos se convirtió siendo ya esposos, “pienso” que podemos aplicarlo a la situación que estamos viendo. Y digo “pienso” entre comillas porque es lo que “creo” pero sin una certeza absoluta, puesto que no puedo imaginarme a Pablo escribiendo estas palabras mientras se le pasaba por la mente la idea de que un creyente que hubiera nacido verdaderamente de nuevo se casara con un inconverso. Seguro que para él –y para mí- era inconcebible.
Puesto que ahora no puedes abandonarlo, quizá lo ganes para el Señor: “Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?” (1 Co. 7:16). Eso no quita que suceda lo peor: que tengas que pagar las consecuencias y él/ella quiera separarse[3]. Es el precio que a veces hay que retribuir por los errores cometidos.

La importancia de la honestidad
La hija de un buen amigo mío se congregó como cristiana durante muchos años. Únicamente Dios y ella saben si realmente era/es cristiana. Conoció a un chico inconverso, se enamoró y se casó con él. Cuando decidió dar ese paso, su propia hermana le preguntó con total franqueza si sabía lo que estaba haciendo y si era consciente de que no era la voluntad de Dios. Respondió que sí, que lo sabía perfectamente. Ella fue honesta y no presentó excusas o argumentos del tipo “bueno, pero...”. ¿Por qué cuento esto? Porque hay otras personas que andan en yugo desigual y son deshonestos al presentar sus argumentos sin pies ni cabeza: “Cada uno interpreta la Biblia como quiere”; “No siento de parte de Dios que esté haciendo algo malo”; “No estoy pecando”; “Dios no me ha dicho que deje esa relación”; “Dios dijo que no es bueno que el hombre esté solo”. Ante estas expresiones se hacen realidad las palabras del Señor: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9).
Esto no es cuestión de sentir o no sentir, sino de OBEDIENCIA. Así que lamento decirte que el resto de creyentes tienen el deber y la obligación de juzgarte –y harán mal si no lo hacen- puesto que el espiritual juzga todas las cosas” (1 Co. 2:14-15). De ahí que Jesús diera indicaciones muy concretas: “No juzguéis según la apariencia, sino juzgad con justo juicio” (Jn. 7:24). El propósito final no es hundirte o condenarte, sino restaurarte con espíritu de mansedumbre (cf. Gá. 6:1). En el caso de que decidas seguir tu camino, la comunión será imposible. Por eso no tienes derecho a molestarte con los que te exhorten por tu pecado, puesto que lo hacen por tu bien.
Si quieres tener una relación sentimental con alguien que no es cristiano, no esperes a que Dios mande al arcángel Miguel para decirte lo contrario o que te lo indique por medio de profecías, visiones o nuevas revelaciones. Eres libre para hacer lo que quieras. Pero, por favor, sé honesto. Deja de engañarte a ti mismo. Los que te rodean no son necios para que insultes su inteligencia con tus explicaciones. Lo sepas o no, y aunque sea sin esa intención, estás tratando de manipular a Dios y tomándolo por “bobo”. De igual manera que mentir, robar, emborracharse y adulterar son pecados –por citar algunos ejemplos- también lo es el yugo desigual. Negarlo no es tener una viga en el ojo, sino la Muralla China. Aquí no cabe una interpretación diferente de los textos bíblicos. Tampoco es un punto de vista debatible. No hace falta ser un erudito en hermenéutica ni haber estudiado teología en un seminario para saberlo. Cualquier cristiano que se precie de serlo lo sabe. La Biblia es tajante y clara como el agua cristalina sobre este tema. No justifiques lo que Dios condena en Su Palabra. Por tu propio bien, no trates de tergiversar la enseñanza escritural porque es algo gravísimo.
Reconoce como la hija de mi amigo lo que estás haciendo y luego reflexiona nuevamente, porque todo se resume a hacer la voluntad de Dios o la tuya propia. No hay camino intermedio. En tu mano está.

* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en:
10.1 Enamorado de un verdadero creyente. Introducción. 



[1] Townsend John R., Más allá de los límites. Vida.
[2] El Mundo. 19 febrero 2007.
[3] ¿Puede casarse de nuevo un creyente que se casó con un incrédulo cuando éste decide divorciarse del cristiano?: Responderemos a esa pregunta en el capítulo Una nueva relación tras la viudez o el divorcio bíblico.

lunes, 11 de julio de 2016

9.1. Enamorado de un inconverso: ¿Es posible que suceda?


Venimos de aquí: ¡Vive! La réplica a la sociedad.
Una de las causas principales que conduce a un creyente a alejarse de Dios es aquella que está provocada por un noviazgo con una persona inconversa. Matizo especialmente el término “inconversa” y lo distingo de “incrédula”. Se puede afirmar creer en Dios (ser “crédulo”, se haga o no profesión externa de la fe) pero no haber “nacido de nuevo” (“inconverso”). Según Romanos 8:9, cristiano es únicamente el que tiene el Espíritu de Dios. Por lo tanto, un noviazgo con un crédulo inconverso es igualmente contrario a la enseñanza bíblica.
El problema más grave es cuando el creyente comienza a buscar una pareja sin tener en consideración si el otro lo es o no. Ahí entiendo a aquellos que observan esta actitud y se preguntan si tales personas son realmente cristianos “nacido de nuevo” o simplemente lo aparentaron durante años bajo el camuflaje de la religiosidad. No es fácil dilucidar si era así o si se fue apartando progresivamente del camino del Señor, permitiendo que entraran en su mente ideas contrarias a la ética y la moral de un hijo de Dios.
Puede que tu mayor problema sea que has llevado tu conciencia al extremo de creer que no estás haciendo nada realmente malo. Para acallar esa vocecita que a veces te recuerda la verdad, procuras no pensar al respecto. Quizá afirmes que sigues creyendo en Dios –lo cual puede ser perfectamente cierto- pero en realidad tu vida se ha alejado de aquella época en que Cristo reinaba verdaderamente en tu corazón en todas las cuestiones y no en unas pocas. Te podría hacer una pregunta muy directa que Jesús mismo realizó y que resulta sumamente incómoda tanto de formular como de responder, pero que debería llevarte a meditar: “¿Por qué me llamáis, Señor; Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46).

Justificaciones
He oído todo tipo de explicaciones para justificar tales relaciones: que no supieron decir “no” a ese chico que continuamente les pedía salir; que irremediablemente se enamoraron; que se lo pasaban muy bien con esa chica que les hacía reír; que no podían abandonar a quien les llenaba el corazón; que no encontraban a nadie tan especial dentro del cuerpo de Cristo; que qué más da si los cristianos son iguales o incluso peores que los incrédulos, etc. Las argumentaciones son innumerables y cada cual más injustificable. Esto es lo que sucede cuando la persona le concede terreno en su mente a los propios razonamientos.
La evidencia es rotunda: hoy en día, la inmensa mayoría de aquellos que están sumergidos en una relación de yugo desigual:

- Siguen con sus respectivas parejas.
- Se están relacionando con un nuevo compañero.
- Se han casado y algunos tienen hijos.
- No están con nadie pero no han regresado a ser partícipes de la comunión con los santos ni tienen a Cristo como Señor de sus vidas.

Oyendo la mente y el corazón
No quiero quedarme en lo superficial y en la certeza de la realidad descrita, sino que deseo entrar en la mente de cada persona, analizar las causas y los motivos que les llevaron a tomar tal camino. Si es tu caso, tendrás que ver qué hacer. Y si no lo es, para que estés prevenido. Si puedo hablar con libertad es porque yo también llegué a enamorarme de una chica incrédula, por lo que sé perfectamente de lo que hablo y puedo comprender con naturalidad que llegue a suceder que nos enamoremos de una persona que no es cristiana. Dios creó al hombre con la capacidad innata y natural de sentir atracción hacia la mujer – e igualmente a la inversa- y la inmensa mayoría de los seres humanos tienen deseos sentimentales románticos que buscan ser satisfechos.
Hay cristianos que “demonizan” a todos los inconversos por igual. Y para eso usan el pasaje de la prostituta descrita en el libro de Proverbios u otras citas bíblicas. El hecho de que una persona no sea cristiana no significa que sea una arpía o una prostituta. Me irrita esta visión bipolar. Las Escrituras son claras al distinguir entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, entre los cristianos y entre los que no lo son. Y no podemos olvidar que los inconversos, sin atisbo de duda, siguen “destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). Pero, aun así, conservan parte de la imagen del Creador. La raíz de los problemas que anidan en el corazón del ser humano radica en seguir los malos deseos de la naturaleza caída. Tanto incrédulos como creyentes poseen una conciencia básica sobre el bien y el mal, ya que parte de la Ley de Dios está escrita en lo más profundo de cada uno de los habitantes de este planeta (cf. Ro. 2:15).
Toda persona inconversa conserva cierta capacidad para llevar a cabo actos bondadosos porque parte de la imagen de Dios sigue impresa en él. De lo contrario, la Tierra sería el mismísimo infierno, donde la maldad estaría continuamente en su máximo apogeo. Ahora bien, ningún acto u obra de este tipo es considerado como un “bien espiritual” y  ninguna buena acción contabiliza para alcanzar la salvación: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles” (Ro. 3:10-11). Lo uno no quita lo otro: no son hijos de Dios pero tampoco son espíritus demoníacos. De lo contrario, no habría en ellos ni el menor asomo de amabilidad ni ningún tipo de virtud. Y sabemos que eso no es así.
Así que vayamos a la coyuntura clásica, que no se refiere, evidentemente, a tener cenas románticas ni veladas al compás de la Luna con inconversos para conocerse más íntimamente (juego muy peligroso al que muchos se prestan bajo el camuflaje de que es inocente), sino a las circunstancias de la vida cotidiana: ¿Qué ocurre cuando tenemos una relación natural de compañerismo con un colega de estudios o de trabajo y se manifiesta en nosotros un afecto especial hacía él? ¿Qué ocurre si realmente observamos que es una persona encantadora con valores muy dignos, con una personalidad sana, inteligente y atractiva, que tenemos ciertos aspectos en común y maneras de pensar semejantes en nuestra forma de ser que nos hace sentir próximos, aun sin ser cristiana y sabiendo que ni mucho menos es perfecta? Sin referirme a un capricho o a un sentimientos fruto de la imaginación que nos hace creer que el otro es la excelencia personificada (algo irreal), lo que sucede es muy sencillo de explicar: esa persona puede que “toque” nuestro corazón por diversas razones y esto nos lleve al punto de querer estar más cerca de él en todos los ámbitos: sentimental, emocional y físico. Esto sí es real.
Sabemos que, como cristianos, no debemos vivir aislados del resto de la sociedad (cf. 1 Co. 5:10), sino todo lo contrario. Al relacionarnos con otros podemos establecer amistades. Entre ellas puede surgir alguna especial y diferente al resto. Ahí puede darse el caso de que comiencen a acelerarse los latidos del corazón y que tus pensamientos giren continuamente en torno a ella. Te enamoras sin ser consciente de ello. Hay rasgos de la personalidad del otro que te llaman la atención. Y, de repente, un día, sin buscarlo, estalla la química de tu cuerpo. Surge en tu interior la chispa y comienza a arder de manera casi incontrolada.
No somos de piedra, y nuestro corazón no suele hacer discriminación entre lo que es conveniente y lo que no. Una cita que me fascina dice: “Los deseos no se pueden provocar ni reprimir a placer. Surgen en nosotros de profundidades más profundas que todas las intenciones, sean buenas o malas. Y surgen inadvertidas”[1]. El enamoramiento no es algo que se pueda evitar fácilmente de manera consciente.

¿Qué hacer ante tal situación?
Nos encontramos ante una realidad que no resulta sencilla de manejar. Así que aquí quiero hacer alusión a estas primeras etapas –la de la simple amistad-, no a aquellas donde se inició un noviazgo contra el mandamiento de Dios y la relación se formalizó tiempo atrás.

1) En primer lugar, es fundamental “atar en corto”, “amarrar”, “sujetar” y “controlar” los sentimientos. Es la manera de no verte envuelto en un torbellino de emociones desbocadas. Como dije líneas atrás, es una lección que aprendí directamente. Desde entonces, si observo que me puedo sentir sumamente atraído por una persona que no es cristiana, tomo conscientemente control sobre la situación y de cada paso que doy. Es la manera de “domar” el corazón.
2) El segundo paso es orar. Esto tiene un doble propósito:

- Exponerle al Señor tus sentimientos. Es la manera de descargar tu corazón y descansar en Él (cf. Mt. 11:28). Posiblemente sentirás un dolor desgarrador en tu interior al desear lo que, en este preciso instante, no es posible: amar y ser amado.
- Pedir por su conversión. Sin duda alguna, aun con todos los atributos positivos que posee esa persona que anhelas, tienes que recordar que lo que más necesita en su vida es a Dios y tú deberías ser un ejemplo para ella, en lugar de dejarte arrastrar lejos de tu Padre. ¿Son malas personas todos aquellos que no conocen a Dios? No. ¿Espiritualmente están muertos? Sí, rotundamente. Como bien definió Pablo, están muertos en sus pecados y delitos (cf. Ef. 2:1). En el momento que pierdes de perspectiva la necesidad imperiosa de compartirle el Evangelio, lo pierdes todo. Ahí se demuestra tu grado de madurez, porque ésta no consiste en vestir elegante, tener un buen trabajo o ser más atrevido en las relaciones personales con el sexo opuesto, sino hacer lo correcto delante del Señor.

La respuesta
Puede que tus oraciones se convierten en un auténtico clamor de desesperación y te hagas decenas de preguntas: “¿Habrá sido el Señor quien ha puesto a esta persona en mi camino para que tenga una verdadera conversión y sea mi pareja? ¿Será una prueba de Dios para probar mi fidelidad y hacerme crecer una vez haya pasado por ella? ¿Será el enemigo que conoce una de las grandes debilidades del ser humano –el corazón- y me está tentando para apartarme?”. Esperas. Y esperas. Y esperas. Y nada sucede. Le hablas de Dios con tu corazón en la mano, le regalas libros cristianos y le muestras el camino de salvación. Pero sigue sin ocurrir nada. Escuchas sus respuestas y las típicas expresiones: “Si yo creo en Dios...”, “algo tiene que existir”, “la religión no es lo mío”, “no puedo creer en algo que no veo”, “yo te respeto, y me alegro sinceramente por ti si te hace bien, pero no pienso igual”, “me parece muy bien, pero no trates de convencerme”, “no tengo respuesta a todas las preguntas, y cómo no las tengo...”.
También puede darse el caso contrario: que, finalmente y de manera genuina, “nazca de nuevo”. Entonces deberás ayudarla paso a paso a crecer en el conocimiento de la gracia y pedir consejo a otros hermanos que te ayuden en semejante aventura, verdaderamente compleja y difícil. Es un tanto enmarañado saber si esa conversión es verdadera o lo único que busca es un argumento para estar contigo. Así que no aceleres los pasos. Que vaya todo despacio ya que la transformación de una persona lleva muchísimo tiempo. Puedes guiarla para que conozca mejor la Biblia y aconsejarle buenos libros que podáis compartir y debatir, confiando en que Dios haga la obra en ella, sin prisas ni agobios. Ten mucha paciencia y ve con pies de plomo. Recuerda que es un niño recién nacido que necesita “leche espiritual”. Ya llegará el momento para todo lo demás.
Ahora bien, si esto no sucede... veremos qué hacer a continuación.

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[1] Ende, Michael. La Historia Interminable.