Hace muchos meses que rondaba por mi
cabeza escribir este artículo, pero estaba esperando un acontecimiento que
provocara una euforia desmedida entre una multitud incontable. Vista la
reacción en la capital de España y en multitud de ciudades del mundo entero, esta
emoción ha sido la consecución de la ansiada “Décima” Copa de Europa por el
Real Madrid (evidentemente, colchoneros y culés no han compartido tal emoción).
El que escribe es “blanco” desde muy jovencito, así que la alegría ha sido
mayúscula. Pero, por encima de ser seguidor de un equipo de fútbol, soy
cristiano. Como tal, y entendiendo ambos “mundos”, me gustaría ser lo más
ecuánime posible a la hora de tratar un tema (el fútbol en general), que puede
ser una diversión sana o convertirse en prácticamente una religión. Un grupo
numeroso de cristianos directamente señalarán que el fútbol de por sí es pura
idolatría. Otros dirán que no es para tanto. A ambos les pido que me dejen
exponer mis argumentos y que luego vuelvan a recapacitar. Creo que así podremos
ser un poquito más equilibrados en nuestras percepciones, sin caer en
fanatismos.
Tanto hombres como mujeres somos seres
emocionales desde que nacemos. Dios nos creó así. Si hay algo que nos apasiona
es volcar nuestros sentimientos sobre algo en concreto. Mientras más nos
volcamos, más vivos nos sentimos. Puede ser sobre una persona del sexo opuesto
a la que amamos, sobre la familia, en los amigos, o en diversas aficiones
(deportes, cine, literatura, música, etc.). Y esto no cambia con la edad. Quizá
el fervor mengua, pero la emoción permanece en diversos grados. Basta con ver
algunos de los videos sobre la alegría desbordada que provocó el gol del empate
del Real Madrid en los últimos segundos. Hay otras personas que incluso lo usan
como una evasión a sus problemas. Me llamó la atención esta semana un
matrimonio que confesaba sentirse feliz tras la victoria a pesar de que ambos
están desempleados y pasándolo mal.
El pasado
Uno de los recuerdos más intensos que
conservo de mi primera juventud procede del verano de 1986. Contaba con 9
añitos. Por aquella época, el Real Madrid solía jugar un torneo de carácter
amistoso en una ciudad cercana a la mía. Por encima de ir a ver el partido,
para mí lo mejor de todo era que los jugadores se hospedaban en un Hotel a
menos de cien metros de mi casa, el mismo donde mi familia solía pasar el día
durante aquellos meses. Siendo un enano, mi objetivo, mi gran objetivo, era
conseguir las firmas de aquellos “ídolos”. Y sí, los logré. Aun hoy conservo
ese banderín –ya amarilleado por los años, con todos los autógrafos: desde
Butragueño, Hugo Sánchez, Santillana y Michel, hasta el difunto presidente
Ramón Mendoza y el famoso Juanito. Podría contar todo tipo de historias y
anécdotas que me han acontecido alrededor de este deporte, algunas de ellas
surrealistas.
Por aquel entonces, mi habitación era un
pequeño museo: pósters, llaveros, bufandas, postales, banderas, pins, etc. Todo
lo que se puede imaginar. Como todo niño, también coleccionaba cada temporada
el álbum de los equipos de la Liga Española e intercambiaba en el colegio los
cromos que me faltaban. Hay quienes dicen que uno nace de tal o cual equipo.
Sonará muy místico, pero cualquier sabe que eso es mentira. Todos nosotros nos
aficionamos porque alguien de nuestra familia o de nuestro entorno cercano nos
lo inculcó siendo críos. Mi caso no fue una excepción: mi padre, mi abuelo, mis
tíos y todos mis hermanos seguían al Real Madrid. En ninguna genética va
incluido un gen “blanco”, “azulgrana” o “rojiblanco”. Todo depende del círculo
familiar o de las amistades. Tengo un amigo que no sabe nada de fútbol. ¿Por
qué?: Porque nadie en su familia es aficionado a este deporte. Así de sencillo.
Desde aquellos lejanos 80 y finales del
siglo XX, el fútbol ha cambiado mucho y se ha convertido en un espectáculo de
masas. De un partido semanal que emitían por televisión los sábados por la
noche y un programa los domingos con los resúmenes, hemos pasado a una
programación que nos abruma con información continua, tertulias, debates acalorados
y la retransmisión en directo de absolutamente todas las competiciones en
juego. Es aquí donde se ha perdido el equilibrio. Es obsceno que se paguen 90 ó
100 millones de euros por un traspaso. Es inmoral que un jugador gane 2400€ a
la hora (más de 20 millones de euros al año) por muy bueno que sea y por mucho
que después ofrezca beneficios económicos. Es lamentable que un futbolista vaya
a un juzgado a declarar por evasión de impuestos y los presentes le aplaudan y
le vitoreen. Es irracional que se gasten miles de millones en construir campos
para el Mundial de Brasil en ciudades donde la población pasa hambre y vive en
chabolas. Es absurdo que haya decenas de periodistas narrando la vida diaria de
los deportistas (dónde comen, qué comen, qué coche se han comprado, qué música
escuchan, en qué hotel se hospedan, qué hacen en sus horas libres, etc). Igual
que me gusta el fútbol como juego, me asquea y me aburre mucho de lo que se
mueve alrededor. Parece un mundo de locos. La sociedad y los medios de comunicación
han usado un sentimiento humano para “capitalizar” un juego y convertirlo en
negocio. Así se mueven miles de millones de euros e intereses políticos.
Por otro lado, muchos aficionados han
llegado a un extremo donde no son conscientes de lo que implican algunas de sus
acciones. Por citar algunas de ellas –que merecerían un artículo aparte dada la
seriedad del tema:
a)Reverenciar a los jugadores con los
brazos extendidos como si fueran ídolos. Idolatrar a Cristiano Ronaldo en lugar
de a Cristo y usurpar el título de Mesías para ajudicárselo a Messi es
deleznable. A los que los les ponen tales calificativos los considero
burladores que andan en sus propias concupiscencias, tal y como dijo Pedro (cf.
2 Pedro 3:3). A los ídolos Jeremías los llamó “espantapájaros”[1].
Eso sí, cuando juegan mal o pierden, muchos se acuerdan peyorativamente de sus
familiares y le desean todo tipo de desgracias.
b)Invocar a personas muertas pidiéndoles
ayuda para lograr la victoria.
c)Dedicar
a dioses paganos o a imágenes los títulos cosechados.
El
presente
Desde Junio de 2000, soy cristiano –en
el sentido bíblico del mismo (lo cual expliqué exactamente qué significa:
http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
Y ya conté una experiencia que me impactó sobremanera, cuando me encontré cada
a cara con la miseria (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/elysium-1-parte-ficcion-o-realidad.html).
Aparte de todo esto, uno de los primeros textos que escuché y que siempre recordaré es el de Romanos
12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta”. El llamamiento del pasaje a la
transformación de la mente es contundente. Hay algo mucho mejor que lo que nos
puede ofrecer este siglo, este mundo: la voluntad de Dios, que es agradable y
perfecta. Y así lo puse en práctica progresivamente. Pero antes de aquella
fecha, mi “dios” –puesto que ocupaba el primer lugar en mi corazón, era el Real
Madrid. En “él” volcaba mis emociones. Era “él” el que me hacía sentir vivo
cuando lograba ganar. Sin saberlo y sin mala fe, era un idólatra. Quizá suena
demasiado fuerte, pero es así, puesto que la idolatría no es ni más ni menos que
anteponer cualquier actividad, ocio, afición o persona a Dios y a su voluntad.
Por lo tanto, no podemos esperar que
aquellos que no han “nacido de nuevo” apliquen esta nueva forma de pensar. Es
necesaria la conversión. A partir de entonces, Dios comenzará a mostrarles qué
deberán cambiar de sus vidas. A mi mente vienen las palabras de Pablo: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres
todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron
bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento
espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la
roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos
no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas
cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas
malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según
está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. [...]
Por tanto, amados míos, huid de la idolatría” (1 Corintios 10:1-7, 14).
Seguramente, buena parte de los lectores
conocen al periodista Tomás Roncero. Emotivo a raudales con su gran “amor” al
equipo madridista. La misma noche de la 10ª, con lágrimas en los ojos, dijo
ante las cámaras que, después de la familia, el futbol es lo más grande que
existe. A estos niveles se puede llevar un sentimiento cuando se desborda y no
se sitúa en su justa medida. Y esto ocurre con el fútbol en muchos sentidos.Se
convierte en un ídolo.
El
futuro
Siendo hijos de Dios y teniendo el
“manual” por excelencia a nuestra disposición (la Biblia), podemos disfrutar de
muchos aspectos de la vida (incluyendo el fútbol) sin ser idólatras. ¿Donde
creo que se encuentra el equilibrio?: Nuevamente en la conclusión a la que
llega Pablo: “Todas las cosas me son
lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me
dejaré dominar de ninguna” (1 Corintios 6:12). ¿Cómo podemos aplicar estas
palabras en lo que respecta al fútbol?: Antes de responder, quiero especificar
que aquí hablo por mí, ya que lo
que puede valer para un cristiano no tiene que ser exactamente igual para otro.
Cada cual tendrá que mirar en su propio corazón y sacar sus propias
conclusiones para actuar en consecuencia. En algunos casos puede que haya que
romper con esa afición completamente al ser pura idolatría. Otros tendrán que
reordenar sus prioridades y encontrar el equilibrio, cuyo baremo será el lugar qué ocupe Dios en
la ecuación. Ahora analicemos sus palabras:
1.- “Todas
las cosas me son lícitas”: ¿Es el fútbol lícito? Por sí mismo, sí, cuando
lo vemos como un juego sano, aunque esto implique de manera natural que
deseemos “ganar” en ese entretenimiento, al igual que queríamos lograr la
victoria cuando jugábamos de jóvenes al “escondite”. Seguiré jugando a este
juego mientras el cuerpo me aguante a buen ritmo porque lo disfruto. Además, me
despeja para luego poder centrar mi mente en temas verdaderamente importantes.
A todos los que nos gusta practicar este deporte podemos afirmar que es un sano
placer correr y conducir el balón como lo puede ser bailar para alguien que
ejercita la danza o para un fotógrafo fascinarse en su instantanea. De igual
manera, en su día era un deléite visual contemplar una “roulette” de Zidane,
una “bomba inteligente” de Roberto Carlos, una “elástica” de Ronaldinho o una
“cola de vaca” de Romario, y es un espectáculo ver a Bale correr como si fuera
un leopardo inalcanzable, maravillarse ante un regate en media baldosa de
Iniesta u observar en cámara lenta un control imposible con el pecho de
Ibrahimovic. Es otro tipo de belleza plástica. Cada persona disfruta de
diversas maneras, y este juego es solo una más.
2.- “mas
no todas convienen”: ¿Conviene el fútbol como diversión? Sin equilibro, no;
con equilibro, sí. Parte de este desequilibrio acontece cuando “endiosamos” a
algunas personas por tener ciertas cualidades destacadas para este juego.
Resulta muy chocante el contraste que hay en el mundo: el mismo día que la
prensa hablaba de la felicidad desbordante de los madridistas, se retransmitían
imágenes del conflicto armado en Ucrania, de la grave situación en Venezuela,
del golpe de Estado en Tailandia o de la enésima amenaza del sociópata presidente
norcoreano. Pero volvemos a lo mismo: si lo tomamos como una sana diversión
donde nuestra vida no gira en torno a ella, no tiene nada de malo. Están
aquellos cristianos que señalan que esta actividad no aprovecha para nada, que
no sirve para el avance del Reino de Dios y que disfrutar de un mundo perdido
que se está yendo al infierno es demencial. Respeto este punto de vista. Es
aquí nuevamente donde cada uno debe analizarse, puesto que no podemos imponer
nuestro punto de vista a nadie y decirle que “no toque ni guste” (cf.
Colosenses 2:21) como ascetas. Cada cristiano deberá observar cuál es el
llamamiento exacto de Dios para su vida, cómo aplicar Su voluntad a las
circunstancias personales y cómo aprovechar bien el tiempo en el uso de los
dones recibidos. Esto es lo que se llama “mayordomía”.
3.- “todas
las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna”. Tener
clara las prioridades es fundametal. La vida, los pensamientos y los
sentimientos de un cristiano jamás pueden girar en torno a un equipo de fútbol
o a una afición, sea la que sea, como tampoco tiene sentido que haya personas
que se pasen buena parte del día viendo la televisión, con videojuegos,
navegando por Internet o pensando en el ocio del fin de semana. En este tipo de
situaciones, ocurre como señaló Jesús con las riquezas: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará
al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro” (Mateo 6:24). Para
comprobar cuál es tu Señor puedes hacerte preguntas muy básicas: ¿Cuáles son
tus ilusiones verdaderas en la vida? ¿A qué dedicas la mayor parte de tu
esfuerzo? ¿En qué sueles ocupar tu mente? ¿Cómo usas tus dones? ¿A quién sirves
con ellos? Y la última –que puede sonar cómica pero no lo es: ¿Vivir para Dios
es lo que realmente te hace sentir vivo o te llenan más los partidos, la prensa
y los programas deportivos?
Aparte, pienso que hay dos aspectos más
que debemos considerar:
1.- “Sed
santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). Algunos cristianos creen
que vivir de forma santa se reduce a no ser infieles, a no mentir, a no tener
relaciones sexuales antes del matrimonio, a no ver pornografía y a no decir
palabras malsonantes. Sin embargo, olvidan ser “santos” cuando hablan de
fútbol, especialmente con los que son aficionados al equipo contrario. Esto es
triste y tienen que corregirlo. Nunca hay que faltar el respecto a nadie y
mucho menos mofarse con bromas de dudoso gusto, se gane o se pierda. Antes de
hablar de fútbol o de cualquier otra afición, recuerda la cita de Proverbios
15:28: “El corazón del justo piensa para
responder”. Reflexiona para que tu testimonio no quede empañado ni tus
comentarios hieran la sensibilidad de algunas personas. En mi caso, evito
hablar de este tema con algunos seguidores de otros equipos porque radicalizan
sus discursos de manera enfermiza y solo expresan odio a los que piensan de
manera opuesta a las suyas.
2.-
¿Victoria o derrota? Tengo un sobrino aficionado al Barcelona. Durante años su
equipo lo ganó absolutamente todo. Siempre le decía que recordara esos
momentos, que no iban a durar eternamente. Ahora que pierde, su gesto se
tuerce. La alegría ha desaparecido. Los mismos jugadores que eran unos
fenómenos, ahora no valen para nada y son unos mercenarios. El cambio en su
discurso es drástico. En el fútbol, como en cualquier deporte, unas veces se
gana y otras se pierde. Sin embargo, el cristiano es vencedor de forma continua
ya que “somos
más que vencedores por medio de aquel que nos amó”
(Romanos 8:37). Nada ni nadie nos puede quitar la victoria sobre la muerte
porque Cristo ya ganó por nosotros ese “partido”. ¡Qué gran diferencia respecto
a los vaivenes de la vida!
¿He disfrutado con la Champions?:
Muchísimo. ¿Celebré el gol de Sergio Ramos?: Efusivamente. Pero ni de lejos se
puede comparar con el gozo como cristiano de la victoria eterna que ya poseo y
que es parte del gozo del Señor, consecuencia directa de la resurrección de
Jesús: “También vosotros ahora tenéis
tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo”
(Juan 16:22). El que no es
realmente cristiano no es capaz de entender esta verdad.
Recuerda que no hay nada de malo en
alegrarse por ganar y en disfrutar de este juego u otros (siempre que se
entiendan como tales), de igual manera que se puede hacer deporte y no caer en
el culto al cuerpo o en disfrutar de la comida sin caer en la gula. Pero ante
todo, ten presente la razón de tu existencia, para quien vives y el motivo
máximo de tu alegría.