Hay pocas cosas que
estropean más a un verdadero cristiano –y que quiere vivir como tal- que las
malas amistades: le puede corromper, pervertir, sacar lo peor de su persona y darle
de comer a la “carne” si no tiene las ideas muy pero que muy claras. Incluso
muchos se han apartado de los caminos de Dios por esta causa. En otros casos, aunque no han dejado al
Señor a un lado, sus vidas no son como deberían ser. Lo he visto en demasiadas ocasiones: comienzan cambiando progresivamente su vocabulario y manera de expresarse, y terminan mutando su esencia y su comportamiento.
Por eso, aún
queriéndolas mucho, llega un momento en que el verdadero creyente, ante
determinadas circunstancias, no le queda más remedio, por su propio bien, que
poner tierra de por medio. Muchos no lo hacen porque piensan que eso sería
deslealtad, que el cristianismo no enseña eso, que no quieren quedar mal, o
porque tienen miedo a verse abocados a la soledad y otras razones que pasan por
sus mentes y que solo ellos conocen. Esa manera de pensar es humana pero poco
valiente, ya que demuestra poca confianza en Dios y en su voluntad. Como dijo Jean Jacques Rousseau: “No conozco mayor enemigo del hombre que el que es amigo de todo el
mundo”.
Confundiendo las lealtades
Romper una amistad
verdadera puede ser traumático. Con total seguridad, no al extremo de una
ruptura de pareja pero sí muy doloroso. Un concepto errado de lo que es
realmente la lealtad y de las pautas bíblicas de la propia vida de Jesús
conduce a muchos a tener amistades malsanas cuando deberían haberlas roto hace
mucho tiempo o, al menos, haber establecido límites. Creen que el verdadero
amigo lo es toda la vida y es fiel hasta el final, independientemente de la
forma de pensar y del estilo de vida del otro individuo. Y esto no es así.
Sin duda alguna, no
somos llamados a alejarnos de todo el mundo que no es cristiano. Los corintios entendieron mal esta cuestión y se
apartaron de todos los que no eran creyentes, por lo que Pablo tuvo que
rectificarles: “Os he escrito por carta,
que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de
este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en
tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os
juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o
idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1
Co. 5:10-11).
Si no pudiéramos juntarnos con los pecadores e
inconversos no podríamos pasear, comer, pasar un día en el campo o ir al cine
con familiares inconversos. ¡Tendríamos que subirnos a una nave espacial e irnos
al otro extremo del universo! Nadie podría predicarles el mensaje de salvación a
aquellos que están realmente interesados.
¡Y esto no es así! ¡Claro que podemos y debemos tener relaciones cordiales,
afectuosas y de profundo cariño con toda persona inconversa, sea alguien de la
familia o un compañero de estudios o trabajo! Hay “creyentes” que ni le
estrechan la mano a estas personas porque piensan que “se van a contaminar”.
¿De qué? ¿De la peste bubónica! ¿Del ébola? ¿Del covid-19? ¡Por favor, no
seamos ridículos e iguales que los fariseos!
Ahora bien, ¿significa esto que podemos ser amigo íntimo de alguien que no es
cristiano pero es fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o
borracho, o ladrón? Vamos a ver
claramente de forma bíblica que no.
Es una necedad absoluta pasar
continuamente tiempo de ocio y considerar amigo íntimo a alguien que está en
fornicación o adulterio, que bebe de más siempre que puede, que es crónicamente
mentiroso, que –directa o indirectamente- se regodea narrando su vida
pecaminosa, y que Dios, las
obras para su Reino, los asuntos eternos, la santidad y el pudor le traen sin
cuidado, e incluso se burla del Altísimo o directamente no cree lo que enseña
Su Palabra respecto a la ética y la moral. Y
entre estos incluyo a los que aparentan ser cristianos pero realmente son meros
religiosos y a aquellos que ni siquiera han nacido de nuevo. Basta con
que lleve a la práctica alguno de los puntos citados para que esa comunión
íntima no tenga sentido: “¿Qué
compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con
las tinieblas?” (2 Co. 6:14).
Jesús ¿amigo
de pecadores?
Muchos usan unas palabras que dijo el propio Jesús
sobre lo que los fariseos pensaban de Él para defender que sí hay que tener
amistades íntimas con pecadores: “Vino el Hijo
del Hombre, que come y bebe, y dicen:
He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de
pecadores” (Mt. 11:19).
Una vez más, se interpreta esto de forma incorrecta
puesto que no se analiza en el contexto general de su vida. Recordemos en
primer lugar que esas palabras que le repetían con asiduidad no eran suyas,
sino que era la manera fácil que tenían de insultarle. Jesús nunca dijo que
fuera amigo de publicanos y pecadores en el sentido que solemos entenderlo,
como tampoco era un glotón y un borracho.
Jesús hablaba con los pecadores no para pasárselo bien
con ellos. No compartía su tiempo para
escuchar historias graciosas, anécdotas, bromas de mal gusto, chistes soeces o saber
sobre algún tipo de inmoralidad sexual. No estaba para pasar el rato y
deleitarse con la comida y un buen vino. Todo eso,
que supongo que también se producía –me refiero a la parte buena de la
conversación-, era coyuntural pero nunca
el quid de la cuestión.
Él entendía la amistad con los
pecadores con un significado y propósito muy diferente: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo
que se había perdido” (Lc. 19:11). ¡Quería salvarlos!
La auténtica amistad y fidelidad no es aquella que
dice sí a todo y le ríe las gracias al pecado, sino que exige y demanda
honradez. Y eso significa poner los puntos sobre las íes y todas las cartas
sobre la mesa; en este caso, mostrarle a los demás el estatus pecaminoso en el
que viven, como hizo Jesús una y otra vez. Al dejarles bien claro su pecado,
les estaba amando, ya que era la manera de decirles: “Os quiero librar del
lúgubre destino final que ahora mismo os acecha. Quiero ser vuestro pastor,
perdonaros, llenaros de paz y gozo, y aseguraros que tendréis una morada en mi
Reino”. Ese era el sentido correcto de lo que
Jesús consideraba la amistad. De esa
manera y no de otra, Jesús sí era amigo de los pecadores que le buscaban y le
seguían.
Veamos varios ejemplos claros: “Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe
de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa
de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un
árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a
aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa,
desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él
descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo
que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en
pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y
si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo:
Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de
Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había
perdido” (Lc. 19:1-11).
Jesús pasó su tiempo de forma placentera con aquellos
pecadores que se acercaban a Él arrepentidos. En ellos se regocijaba y
los aceptaba. Dios busca a los perdidos, como se ve en las parábolas de la
oveja perdida (cf. Lc. 15:1-7), de la moneda perdida (cf. Lc. 15:8-10) y el
hijo pródigo (cf. Lc. 15:11-32). Pero la fiesta que se organiza en estos tres
casos, tanto en la Tierra como en el cielo, está causada por el arrepentimiento
del pecador: “Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (cf. Lc 15:21).
En ninguna de las tres situaciones
la fiesta era con el
pecador que no anhelaba cambiar de vida y que no se arrepentía, sino para el pecador que sí se arrepentía
y ardía en deseos de transformar su vida. Era y es así de
sencillo.
Todo esto lo podemos terminar de confirmar con el caso
de Simón y una mujer pecadora: “Uno de los
fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del
fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora,
al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de
alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a
regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus
pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había
convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de
mujer es la que le toca, que es pecadora. Entonces respondiendo Jesús, le dijo:
Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro. Un acreedor tenía
dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no
teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará
más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le
dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta
mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado
mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso;
mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza
con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que
sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le
perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Y los
que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién
es éste, que también perdona pecados? Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha
salvado, ve en paz” (Lc. 7:36-50).
¡La mujer no se regodeaba de su pecado ante Jesús sino
que lloraba desconsoladamente! ¡Estaba tan compungida que ni siquiera hablaba!
Por eso la perdonó.
Nuevamente, Jesús se mostró como
un amigo ante ella. A Simón, cuya actitud fue totalmente contraria y no mostró
signos de arrepentimiento alguno, no lo consideró como tal, a pesar de que
aceptó la invitación a comer en su casa con el fin de mostrarle el camino de
salvación.
Jesús trataba a sus “enemigos” como tales. Por eso
llamó a muchos de ellos “hipócritas”, “insensatos”, “sepulcros blanqueados”,
“generación de víboras”, “hijos del diablo” y “serpientes”, entre otras lindezas. Pero, de igual manera, los amaba, y por eso
murió en la cruz por todos ellos. Lo uno no quita lo otro. Decirle a un “amigo”
que está perdido aunque él crea que ha encontrado su camino y su verdadero
“yo”, que su vida espiritual está en bancorrota, que aunque se crea vivo y
libre es esclavo y está muerto, que esos placeres que está disfrutando le
conducen a un destino eterno aciago y sin escapatoria, que sus acciones tienen
consecuencias –aunque diga que no le importa-, y que debe cambiar antes de que
sea tarde y su corazón sea incapaz de arrepentirse, no es odiarlo sino todo lo
contrario: es amarlo, porque no lo haces con el fin de destruirlo, sino de que
piense, de que reflexione, de que reaccione; en definitiva, de que se salve.
Espero que ahora que hemos analizado las palabras
“amigo de pecadores” en el contexto general de la vida de Jesús, las entendamos y
las apliquemos correctamente.
¿Cómplices y malos ejemplos?
Como ya he citado, hay cristianos que tienen miedo a
acercarse a otros que no comparten su fe por miedo a que las “contaminen” con
su pecado. De forma llamativa, Jesús no se contaminó. No habló ni se comportó
como los pecadores. Pero esto no es una carta blanca para estar con este tipo
de personas en cualquier momento y en cualquier lugar. Jesús habló con la prostituta que se acercó
arrepentida, pero no fue a buscarla al interior del prostíbulo. Además, al
contrario que Él, aunque nosotros hayamos sido redimidos, anidamos en nuestro
interior una naturaleza caída que se muere de ganas por satisfacer sus deseos
carnales, sean cuales sean en cada uno.
Muchos creen que pueden estar con personas inconversas
que están pecando en su presencia sin que pase nada mientras ellos no hagan lo
mismo. Pero resulta incomprensible que haya cristianos que se enfrasquen en
conversaciones de pura inmoralidad sobre asuntos sexuales, como también lo es
que vayan con “amigos incrédulos” a club´s nocturnos, discotecas y lugares
donde el consumo de alcohol es masivo bajo el argumento de que ellos no lo hacen,
solo sus compañeros: “Bueno, aunque ellos beben yo no lo
hago. Aunque esté con ellos, si yo no me emborracho y ellos sí, no es culpa
mía”. ¿Cuál es la realidad? Que, aunque así sea y no sea
partícipe, el creyente no está siendo de ejemplo; está siendo cómplice de
los actos ajenos ya que con su asistencia está dando a entender que ignora y no reprueba las acciones de sus camaradas de fiesta, aunque él no las
lleve a cabo.
Jesús se relacionaba con pecadores (¡todos lo eran!) para predicar el Evangelio y el Reino de Dios, y para llamarlos al arrepentimiento, no para ver cómo practicaban el
pecado de diversas formas y en todo tipo de lugares: “Después de estas cosas salió, y vio a un publicano
llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y
dejándolo todo, se levantó y le siguió. Y Leví le hizo gran banquete en su casa;
y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con
ellos. Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos,
diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Respondiendo
Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los
enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lc. 5:27-32).
¿Contaminados y mal influenciados?
En la otra cara de la moneda, otros piensan que este
tipo de amistades no ejercen sobre ellos una mala influencia. ¡Otro error!
¿Cómo no va a ser de mala influencia alguien que no tiene palabra de Dios en su
boca para aconsejarte según sus directrices cuando tienes un problema y que te asesora con
sus propios pensamientos carnales? ¿Cómo no va a ser de mala influencia alguien
que te dice que “te acuestes con muchos chicas hasta que encuentres la que te
guste”? ¿Cómo no va a ser de mala influencia alguien que con su vida desprecia
a la iglesia de Cristo? ¿Como no va a ser de mala influencia aquel cuyos pies
corren presurosos al mal? (cf. Pr. 6:18) ¿Cómo no va a ser de mala influencia
alguien en cuya lengua aparecen una y otra vez comentarios contrarios a la
ética cristiana? ¿Cómo no va a ser de mala influencia alguien cuya lengua es
mordaz? ¿Crees que esas bromas de dudoso gusto, por mucho que te rías con
ellas, no te roban santidad? ¿No sabes que “las
malas conversaciones (malas compañías, malas amistades) corrompen las buenas costumbres” (1 Co.
15:33)? Ten presente estas palabras: “El justo sirve de guía a su
prójimo; mas el camino de los impíos les hace errar” (Pr. 12:26).
Sin darte cuenta, si pasáis mucho tiempo juntos, al
final sus pensamientos, sus sentimientos y su vocabulario se extrapolarán y te
contagiarán su forma de ser. Sin darte
cuenta, terminas siendo influenciado y pareciéndote a ese individuo. Como
dice el famoso refrán:
“El que con lobos anda, a aullar se enseña”. Una amistad íntima de este tipo es como un cáncer
con metástasis, al irse extendiendo por todo tu ser y enfermando el alma: “El que anda con sabios, sabio será, más
quien es compañero de necios sufrirá daño” (Pr. 13:20). Los amigos sabios
te harán crecer. En su contrapartida, los amigos necios acabarán perjudicándote
en tu desarrollo como ser humano y, especialmente, como cristiano: “No estés con los bebedores de vino, ni con
los comedores de carne; porque el bebedor y el comilón empobrecerán, y el sueño
hará vestir vestidos rotos” (Pr. 23:20-21); “No te entremetas con el iracundo, ni te acompañes con el hombre
de enojos, no sea que aprendas sus maneras, y tomes lazo para tu alma” (Pr. 22:24-25).
Si te sientes cómodo con esta clase de amistades que
no tienen temor alguno de Dios, tienes que reflexionar seriamente, porque, la
realidad, es que algo está fallando. Es un problema a resolver cuanto antes: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu
corazón; Porque de él mana la vida” (Pr. 4:23) ¡No es cualquier cosa lo que está en juego!
¡Es tu corazón! ¡Es tu vida! ¡Es tu salud espiritual!: “El camino de los rectos se aparta del mal; su vida
guarda el que guarda su camino” (Pr.
16:17).
Estableciendo
límites
Estas pautas te servirán para marcarlos:
- Recuerda que fue Zaqueo el que se acercó a Jesús (Él
simplemente iba pasando por la ciudad), no para pavonearse de su pecado ni para hacerlo partícipe del mismo, sino
para confesarlo y abandonarlo. Tener comunión profunda e incondicional con
alguien que no se arrepiente y cuya actitud no cambia es contrario a la
voluntad de Dios y una clara advertencia para que pongamos tierra de por
medio.
- Recuerda que los amigos íntimos de Jesús eran
verdaderos creyentes: Lázaro, Marta, María, los discípulos, y entre todos ellos
especialmente Juan, Santiago y Pedro. Únicamente a ellos les revelaba los
aspectos más profundos de su corazón.
- Para no caer en el mismo error, recuerda el caso de
Amnón, uno de los hijos del rey David. Deseando lujuriosamente a su
hermanastra, su “amigo” Jonadab le recomendó qué hacer para lograr sus
propósitos (cf. 2 S. 13:1-5). Este es un ejemplo clásico de supuestos amigos
que ofrecen consejos que son pura maldad. Hoy en día muchos “aconsejan”
acciones parecidas entre bromas (“prueba con ese chico y acuéstate con
él. Y disfruta, que la vida son dos días”), pero el fondo es igualmente
pernicioso. Cuidado con los Jonadab de tu vida, puesto que, al igual que él,
“son astutos” para el mal.
- Recuerda que no es falta de amor por tu parte, sino
todo lo contrario. Si el buen samaritano ayudó en todo lo que estuvo en su mano
al herido y luego siguió su camino, ¡cuánto más respecto a alguien que no
quiere ser sanado de su estado de muerte espiritual!
- Recuerda que un
verdadero amigo –aunque haya estado a tu lado en los malos momentos- no es el
que ejerce mala influencia ni el que te anima a participar en su vida pecaminosa
con bonitas palabras, diciéndote que te quiere mucho y que le encantaría que
fueras con él a tal o cual sitio: “El hombre
malo lisonjea a su prójimo, y le hace andar por camino no bueno” (Pr. 16:29).
- Recuerda que si has
insistido pacientemente durante mucho tiempo en el mensaje de salvación y este ha
sido rechazado una y otra vez con palabras en contra, con el silencio o
tratando de justificar su pecado, tienes que soltar esa carga y dejarla en
manos de Dios. Tú no puedes ser siempre quien haga de freno al pecado de otra
persona que no desea abandonarlo, porque esa labor no te corresponde a ti, sino
al propio individuo que decide pecar o no pecar.
- Recuerda esta
realidad de la que quizá no seas consciente: ten por seguro que si llevas años
consintiéndole todo y eres incondicionalmente fiel, está abusando de ti y de tu
confianza. Literalmente, te está usando para su propio bien y nada más, por
mucho que adorne vuestra amistad con
palabras de cariño hacia ti: “No comas pan con el avaro, ni codicies sus manjares;
porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él. Come y bebe, te dirá;
Mas su corazón no está contigo” (Pr. 23:6-7).
- Recuerda que hay diversos grados de amistad y que el
más básico quizá se pueda conservar, pero tener el grado más alto de ella con
personas que chocan frontalmente con los valores cristianos –que se supone que
son los tuyos- es insano y está falto de sabiduría. Es como una vertiente más
del yugo desigual. Negar esta verdad
es engañarte a ti mismo.
- Recuerda que, en última estancia, “espinos y lazos hay en el camino del
perverso; el que guarda su alma se alejará de ellos” (Pr. 22:5). Así que,
llegado el caso, “vete de delante del
hombre necio, porque en él no hallarás labios de ciencia” (Pr. 14:7).
Conclusión
¿Debes tener un trato cordial cuando te encuentres a
esa persona? ¡Puedes y debes! ¿Puedes seguir queriendo a esa persona? ¡Por
supuesto! ¿Puedes quedar con ella si el propósito es verdaderamente sano por su
parte? ¡Por supuesto! ¿Puedes ayudarla si te necesita? ¡Por supuesto! ¿Puedes
compartir alguna práctica deportiva o algún ocio sano? ¡No veo por qué no! Pero
si su vida no cambia, si no te escucha, si se burla de tu fe, si para estar con
ella tienes que ser parte de sus mismas diversiones
o temas de conversación amorales,
lo que tienes que hacer es evidente: debes alejarte o establecer límites,
incluso cortar por lo sano en ciertos casos. Aunque te duela por el tiempo
compartido en el pasado y los recuerdos acumulados, es lo más sabio que puedes
hacer aunque esto suponga que tu círculo de amistades se reduzca.
Si la otra persona es lista y tiene buen ojo sabrá las
razones de tu alejamiento sin necesidad de que le digas nada. Pero si no es el
caso y te pide explicaciones por tu cambio de actitud, dáselas con total
claridad. Piensa de antemano la respuesta porque no será un momento sencillo.
Puede que te eche en cara muchas cosas por la ira mezclada con tristeza que
experimentará, e incluso es posible que a partir de entonces hable mal de ti a
tus espaldas. Quizá sea parte del precio a pagar, pero es lo correcto y más
sabio.
A partir de ahora, aunque te lleve tiempo y esfuerzo,
y a pesar de las dificultades, tendrás
que aprender como cristiano a volcarte en otro tipo de personas y en relaciones
de verdadera bendición. Espero que este escrito del siguiente enlace te ayude: Una amistad verdadera (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/05/una-amistad-verdadera_20.html). Como dije ahí, que tus amistades íntimas sean
verdaderos hijos de Dios, humildes y sencillos, que tengan una sana
pasión por Él y deseen servirle, y que resulten ser como Daniel, proponiendo en sus corazones no contaminarse
con el pecado.
No demores ni un segundo más tomar decisiones en este
asunto tan importante. Aléjate si es necesario, marca límites en otros o,
llegado el caso, busca nuevas amistades de las que rodearte.