Si eres cristiano desde hace muchos años, habrás
observado que no todos los que dicen serlo realmente lo son. Es lo que llamo el creyente de masas: vive entre la masa, se reúne
entre la masa, participa de actividades de la masa, camina dentro de la masa y sigue a la masa. Se siente cómodo en
medio de ella. En definitiva, es uno más dentro de la cristiandad. Sin embargo,
la realidad de todo esto es que se camufla
entre ella pero no es parte de la misma. Al igual que existe el falso católico
que participa de romerías y profesiones pero luego se emborracha o tiene una
vida inmoral, existe el creyente que
canta, baila, danza, salta, grita, hace, dice, habla, lee, escucha, asiste,
participa, va y viene, pero no ha nacido
de nuevo; su corazón nunca fue regenerado ni su mente transformada y, por
supuesto, no tiene el Espíritu de Dios (cf. Ro. 8:9). Participa de
una religión como el que es miembro de un club social. De ahí viene el peligro
de vender como avivamientos los
números.
¿Por qué entonces durante buena parte de la infancia,
adolescencia y juventud muchas inconversos formaron parte de la masa? Casi
siempre la explicación es la misma: sus padres eran creyentes e hicieron que
sus retoños formaran parte de alguna congregación. Allí sacaron sus
dientes, hicieron sus primeras amistades y fueron miembros de una comunidad
compacta donde se iba a campamentos, se hacía deporte y se compartía la vida en
general. El problema es que la inmensa mayoría de estos aparentes cristianos,
con el tiempo, tarde o temprano, terminaron desertando. Se aburrieron y
encontraron nuevas diversiones o se cansaron de su novieta creyente y buscaron
una más deslumbrante a los sentidos. Empezaron por experimentar el mundo de la
noche –fiestas, alcohol, sexo, desinhibición en el comportamiento y en la forma
de vestir-, hasta que terminaron por establecer un nuevo estilo de vida. Para
ellos, el bautismo fue un acto hermoso donde los que le rodeaban les
felicitaron por el paso que habían dado pero nunca significó nada ni tuvo
calado personal. Durante años, Dios fue como un amuleto que no impactó realmente
sus vidas.
Aparte de esta razón expuesta, hay otras más que
puedes ver ampliamente en ¿Cerca o lejos
de Dios? Motivos y soluciones (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/11/1-cerca-o-lejos-de-dios-motivos-y_4.html).
¿Quién eres tú?
Si estás leyendo estas líneas es porque:
1) Eres un cristiano
genuino seguro
de su salvación, que tiene a Dios por Padre y al Hijo por Señor. Por lo tanto,
nada de lo dicho alude a ti.
2) Eres un creyente
de masas –que
no ha nacido de nuevo- y quieres dejar de serlo. Tanto en el pasado como en el
presente, los creyentes de masas han abundando: presidentes de naciones que
juran con la mano en la Biblia y actúan de manera contraria a ella, países
enteros que se autodenominan cristianos y viven de espalda a los valores éticos
y morales predicados por Cristo, soldados que portaban una cruz durante las
Cruzadas para –según ellos- recuperar “Tierra Santa” mientras que asesinaban y
violaban, creyentes que son miembros de la “Asociación Nacional del Rifle” en
Estados Unidos, católicos y protestantes que entablaron una guerra de 30 años,
organizaciones como la Inquisición que decían actuar en nombre de Dios y
torturaban y quemaban a los que ellos consideraban herejes, “obispos” arrianos
que negaban la divinidad absoluta del Hijo, sectas que proclaman fechas exactas
del fin del mundo y que cambian cada poco tiempo, etc.
La
matización que he hecho –“quieres dejar de serlo”- es fundamental, porque “enseñar a
quien no quiere aprender es como sembrar un campo sin ararlo” (Richard Whately). Conozco a muchos individuos a los que los
mejores consejos bíblicos no les han servido absolutamente de nada. Esto es de
una tristeza desgarradora. ¿Era la Palabra de Dios el problema? No, sino ellos,
que no querían aprender y deseaban hacer su propia voluntad.
Si este eres tú –de los que quiere cambiar y aprender
sinceramente-, es a ti a quien quiero dirigirme. Puede ser que te sientas
cómodo en tu situación actual, pero también estoy seguro que eres consciente
que no eres un hijo de Dios. También sabes que no eres salvo por congregarte
con decenas o cientos de personas ni hacer las mismas cosas que ellas. Y seguro
que conoces a antiguos amigos y compañeros que ya dieron el paso definitivo de
alejarse completamente de Dios. A algunos con los que hablas te cuentan
que la vida les sonríe en todos los aspectos (económico, material, emocional y
sentimental) desde que dejaron toda esa vida atrás. Por el contrario, otros te
narran con todo lujo de detalles que se sienten perdidos. Personalmente, ni de lo
que te digan uno u otro tiene que depender tu decisión sobre qué camino tomar.
¿Uno más
entre la
masa?
En la vida de Jesús, observamos claramente que ni
siquiera Él se fiaba de los grupos ni de los movimientos de masas: “Estando en Jerusalén en la fiesta de la
pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús
mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que
nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre”
(Jn. 2:23-25). Creían en Él por los milagros que hacían, no por su mensaje.
Hoy en día sucede exactamente igual: los “creyentes”
se mueven por el espectáculo de los llamados “conciertos cristianos”, por
“ministerios” que anuncian nuevas revelaciones de lo alto, por “líderes”
carismáticos que hablan de prosperidad y lluvia de bendiciones y por “teólogos”
que reinterpretan la Biblia y enseñan que Dios no condena la homosexualidad
(como la mitad de la “iglesia” presbiteriana en Estados Unidos).
Estos mismos “creyentes” son los que, cuando viene la
tempestad, dejan al Señor a un lado puesto que viven según las emociones y no
sobre una fe conceptual basada única y exclusivamente en las Escrituras. Estos
mismos “creyentes” son los que reflejan espiritualidad cuando asisten a cultos,
eventos, congresos y retiros pero viven en carnalidad cuando nadie los ve. Para
el que no haya captado el sentido, he citado entre comillas a todos estos
líderes, teólogos y creyentes para resaltar que verdaderamente no lo son.
Nada de esto es una novedad surgida en el siglo XXI.
Lo vemos ya en los últimos días de Jesús: “Y
la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros
cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. Y la gente que iba
delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: !!Hosanna al Hijo de David!
!!Bendito el que viene en el nombre del Señor! !!Hosanna en las alturas!” (Mt. 21:8-9). Esa multitud externamente le adoraba. Iba a
liberarlos del yugo romano. Era el que venía en nombre del Padre para
establecer Su Reino. Todo era maravilloso y prometedor. Poco después el
panorama tornó. El héroe dejó de serlo. La estrella del momento dejó de
deslumbrar. No era lo que ellos esperaban. No entendían
sus palabras. No querían realmente
seguirle ni obedecerle, así que cambiaron su actitud hacia otra hostil: “Pero los principales
sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y
que Jesús fuese muerto. Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los
dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás. Pilato les dijo: ¿Qué,
pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: !!Sea crucificado!
Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún
más, diciendo: !!Sea crucificado!” (Mt. 27:20-23).
Las masas se movían –y se mueven- al
son de la trompeta. Por eso son tan volubles. Son como ese refrán que dice: “¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”. Aunque presuman
de tener personalidad, de ser genuinos y diferentes al resto, muchos son
simples imitadores de lo que hacen los demás de manera irreflexiva. ¿Todos
beben y participan de la botellona? ¡Iré y beberé! ¿Mis compañeros fuman?
¡Fumaré! ¿Las chicas se visten provocativas? ¡Me vestiré provocativa! ¿Mis
amigas suben a las redes sociales fotos exhibiendo pechonalidad? ¡Llamaré la atención de la misma manera! ¿Los hombres
y las mujeres se acuestan con otros sin amor y por placer? ¡Me acostaré
igualmente! ¿Muchas personas son infieles a sus parejas? ¡Entonces no es para
tanto si yo también lo soy! ¿Hay miles de divorcios en el mundo? ¡Pues me
divorciaré cuando me canse de mi matrimonio! ¿Ese deportista es alabado por su
gran partido? ¡Lo alabaré! ¿El mismo deportista es insultado por su mal
partido? ¡Lo insultaré! Y así, con decenas de ejemplos. Esto es, ni más ni
menos, que la cultura del borreguismo. Un verdadero circo.
En términos espirituales, sucede exactamente igual:
Pablo sanó a un hombre cojo y la multitud quiso rendirle tributo y adorarle
como si fuera un dios. ¿Qué sucedió minutos después con esa misma turba?:
“Entonces vinieron unos judíos de Antioquía y de Iconio, que persuadieron a la
multitud, y habiendo apedreado a Pablo, le arrastraron fuera de la ciudad,
pensando que estaba muerto” (Hch. 14:19). Salvando
las distancias, es algo que vemos en muchas congregaciones: hermanos que sirven
al Señor y son honrados por ello, pero si deciden marcharse a otra iglesia
local son despreciados y vituperados.
Siendo
diferente entre
la masa
Entre los muchos aspectos fascinantes de Jesús, llama
la atención su manera de singularizar entre
las personas. Jesús se compadecía de las multitudes (cf. Mt. 9:36), pero entre
ellas:
- Buscó a la mujer con flujo de sangre que la tocó
(cf. Lc. 8:43-48).
- Se acercó ante el clamor de un padre para expulsar
al demonio que poseía a su hijo (cf. Lucas 9:37-43).
- Se detuvo ante los gritos del ciego Bartimeo (cf.
Lc. 18:35-43).
- Quiso comer con Zaqueo tras subirse éste a un árbol
para verlo (cf. Lc. 19:1-10).
Y así con muchos más,
puesto que Él busca verdaderos creyentes singulares donde conocer a
cada oveja y las suyas le conocen personalmente
puesto que oyen su voz (cf. Jn. 10:14, 27). Busca individuos que escudriñen las
Escrituras como los de Berea (cf. Hch. 17:11). Busca verdaderos discípulos que
reconozcan sus errores como David cuando son confrontados por algún Natán (cf.
2 S. 12). Anhela mujeres como María, que guardan las palabras de Dios en su
corazón (cf. Lc. 2:19). Desea personas como el etíope eunuco que buscan a Dios
y aceptan su mensaje de salvación tras comprenderlo y sin poner excusas (cf. Hch.
8:26-39). Sueña con hermanos que no digan amén cuando algunos que se dicen
apóstoles proclamen mentiras (cf. Ap. 2:2). Quiere cristianos que no doblen su
rodilla ante el humanismo y el hedonismo imperante de esta sociedad (cf. 1 R.
19:18).
En conclusión, cristianos que no lo sean por tradición
y rutina sino por convicción, fieles a Dios y Su Palabra y no a costumbres
humanas y
religiosas, conscientes de su propia pecaminosidad y de la obra completa de
Cristo en la cruz.
A partir de ahora, ¿serás un creyente de masas o un
cristiano genuino?