Venimos de aquí: Los efectos traumáticos tras salir de
una iglesia malsana o secta, y las diversas actitudes que toman los afectados (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/12/152-los-efectos-traumaticos-tras-salir.html).
¿Reprimir el
dolor?
Como ya vimos cuando hablamos del gozo y la tristeza[1],
ambos conceptos no están reñidos, a pesar de que hay creyentes que los
confunden, pregonando que los hijos de Dios no pueden estar tristes, sino que
deben proclamar victoria y alegría, sean cuales sean sus circunstancias. Para
estas personas, mostrar tristeza es falta de fe. A ellos les diría que tomen un
cuchillo y arranquen la mitad de la Biblia, como por ejemplo el capítulo doce
de la carta a los romanos, donde dice que lloremos con los que lloran (vr. 15).
Y, ya que están, que se deshagan de pasajes enteros de las Escrituras que
hablan del dolor.
Estas ideas erradas llevan a algunos a tener miedo a
la hora de mostrar su sufrimiento. Por esto reprimen sus emociones. Si ya están
doloridos, lo que menos necesitan es que encima les señalen con el dedo o los
miren por encima del hombro y con condescendencia.
Si eres de los que se guarda su dolor por el qué
dirán, te recuerdo esto una vez más: Pablo expresó su tristeza en diversas
ocasiones; Jesús experimentó angustia, sudó sangre y lloró ante la muerte de un
amigo. El autor de Hebreos no dejó lugar a dudas: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con
gran clamor y lágrimas al que le
podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (He.
5:7).
Así que desoye a aquellos que tratan de condenarte por
tu dolor y abre tu corazón ante Dios y a aquellos que no te juzgarán. No te
calles ni reprimas tus sentimientos. No finjas aparentar lo que no sientes. Si
deseas llorar, llora, aunque sea en la soledad de tu habitación o en tu lugar
más íntimo. Las lágrimas son una
de las mejores válvulas de escape que Dios nos ha regalado. Cada persona expresa su sentir como quiere, algunos
en privado y sin la compañía de nadie más, y otros ante buenos amigos. Lo
importante es que seas tú mismo. Si deseas desahogarte, desahógate, tal y como
hizo Ana, la madre del profeta Samuel (cf. 1 R.). Expresa lo que piensas y sientes: temores, dudas y
angustias. Dios te acoge; Dios te acepta; Dios te escucha; Dios cuenta hasta la
última de tus lágrimas (cf. Sal. 56:8). Si parte de su ministerio era sanar a
los quebrantados de corazón, ¿por qué haría una excepción contigo?
El
control sobre lo que llega a tus oídos
Sin duda alguna, parte de las heridas más
profundas son provocadas por los comentarios de aquellos que dejaste atrás y
que siguen llegando a tus oídos por terceras personas, que son las que
mantienen el contacto contigo y te dicen lo que se está proclamando a tus
espaldas. El comentario más disparatado suele ser cuando ese grupo divulga que
ellos son los “7000 que no han doblado sus rodillas ante Baal” y que el resto son
viles pecadores.
En estas situaciones, no tienen ningún
tipo de miramiento en pensar cómo repercuten sus palabras sobre ti. Hablan de
amor en el púlpito, pero, a la hora de la verdad, carecen de él. Actúan como
los amigos de Job: “¿Hasta cuándo
angustiaréis mi alma, y me moleréis con palabras? Ya me habéis vituperado diez
veces; ¿no os avergonzáis de injuriarme? Aun siendo verdad que yo haya errado,
sobre mí recaería mi error” (Job 19:1-4). Nada de esto les importa lo más
mínimo, puesto que piensan que te lo mereces. Creen que la obra de Dios no
avanza por individuos como tú. La manera que conocen de defender su propio
prestigio es atacando. Y el mejor método que existe es tratando de destruir tu
reputación.
No seas ingenuo: no creas que los años sin
arrepentimiento por parte de ellos les hará cambiar de opinión sobre ti. En su
forma de pensar, siempre serás el que trató de dividir la iglesia, el
murmurador, traidor y rebelde. Prefieren a un incrédulo que a alguien de tu
clase. Un pastor, que padeció en sí mismo este tipo de situación, me contó que
“menos homosexual, me llamaron de todo. Desde emisario del diablo hasta
cómplice de la obra de las tinieblas”.
Puede darse
el caso de que, aquellos que se lanzaron contra ti, quieran la reconciliación
con el paso del tiempo. Es difícil que ocurra, puesto que actúan tal y como lo
hacen porque están errados en diversas doctrinas, como todas las referentes al
liderazgo. Para que el cambio fuera real, sería necesario que previamente
reconocieran sus equivocaciones y se arrepintieran del modelo que tienen
establecido y de sus herejías.
Por eso, es frecuente escuchar a hermanos
que se reencontraron tras marcharse en épocas diferentes de la misma iglesia,
decir: “Los líderes de la otra congregación me señalaron que la iglesia a la
que asistes es buena, pero que tuviera cuidado en juntarme contigo, que eres un
peligro y me vas a contaminar”.
Como veremos más adelante, todas estas
palabras vertidas sobre tu nombre no pasarán eternamente por alto y un día
tendrán que dar cuenta delante de Dios, a menos que se arrepienten de las
mismas y pidan perdón.
Continuará en: ¿Qué actitud debes tomar ante los lobos
eclesiales?
[1] Guerrero Corpas, Jesús. Mentiras que creemos. Logos. http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html
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